El lamento de la musa

El pensador está sentado junto a su escritorio con pluma en la mano y papel sobre la mesa, las hojas están en blanco, la otra mano está apoyada en su regazo, la mirada está perdida sobre las páginas recién sacadas de la resma. Intenta componer una historia caballeresca de aventuras y heroísmo. Tiene la intención de que su relato se vea atravesado por sucesos que ha observado cotidianamente: corrupción política, traiciones familiares y hechos oscuros que acompañan el tránsito por el mundo. ¡Pero aquí el problema! Está bloqueado y no sabe cómo resolver las diferencias entre una historia caballeresca con las realidades de un mundo caótico. Sabe muy bien que no puede terminar con un final ameno y sabe que sería aún más lamentable el terminar una historia de aventuras con algún cierre trágico.

Ante su bloqueo decide pausar las ideas y optar por un breve descanso. Se queda sentado contemplando algunos de los objetos de su habitación, la luz de una tenue lámpara amarilla golpea la madera envejecida de la mesa y los sonidos de lo silencioso están presentes; el cuarto tiene una atmosfera de funeral y el pensador bloqueado sigue sentado sobre la silla en un lugar donde el silencio y la poca luz simulan la nada, y, sin embargo, en su descanso, las ideas lo siguen atormentando, unas van y otras vienen, imágenes de cosas mejores y peores están acompañándolo, descarta unas y considera otras, pero sigue pensando en su cuento y sigue descansando.

En el silencio de su habitación escucha un susurro a su oído, se voltea asustado, no hay nadie cerca de él y piensa que está desvariando. Otro susurro en su oído acontece y frente a él se divisa una especie de bruma con figura de mujer. Un sueño es lo primero que piensa, y aún así sabe que no lo es, de lo contrario no sentiría tanta fatiga —tener un sueño donde se tiene sueño parece confuso. La luz de la lámpara aumenta y conforme su impacto crece también lo hace la nitidez de la hermosa mujer. Frente a un suceso tal vez paranormal no puede reaccionar de alguna forma más que siguiendo como está, callado. La mujer habla con estas palabras:

‒¿Sigues bloqueado?‒ preguntó.

La mirada del pensador y quien fuera que fuese la mujer se cruzaron. Vio unos claros ojos azules que resplandecían y sintió cómo esa hermosa mujer le estaba leyendo su alma. Trató de evitar la mirada, pero su alma había sido leída y liberada de la fatiga y el sueño que lo habían consumido momentos antes. Estaba impactado o tal vez asustado.

‒¿Qué eres?‒ preguntó con la voz temblorosa y el cuerpo sudando.

‒Yo soy la musa… ‒dijo en tono solemne‒, la musa que inspira al poeta y al escritor, la musa que trae historias y asombra al mortal, yo soy la musa que inspiró a Homero y que encaminó a los poetas a grandes viajes y aventuras por el viejo mundo.

El pensador no parecía entender de qué se trataba lo que estaba sucediendo. Él pensaba “¿Sería un evento paranormal? ¿un sueño muy bien creado por su inconsciente? ¿una alucinación o un delirio que le anunciara alguna enfermedad?”.

‒O tal vez podría ser la misma realidad… ‒dijo irónicamente la musa.

‒Sea cual sea la realidad de este asunto parece que no encontraré salida tan fácilmente ‒dijo con firmeza y con las fuerzas recuperadas‒, si eres un espectro aquí estamos, si eres un sueño yo sigo durmiendo, y si estoy alucinando o algo por el estilo no podré hacer nada esta noche. Sigamos el juego mientras tenga que durar… cuéntame musa ¿a qué has venido?

‒Vengo a inspirarte como lo he hecho con tantos otros y sacarte de tu lamentable situación por la que tanta fatiga has estado pasando.

Al decir estas palabras hubo silencio, el cuarto volvió a quedar en una especie de afonía en espera de la respuesta del pensador. Pasaron unos segundos, tal vez un minuto, hasta que el pensador pareció volver dentro de sí y con estas palabras respondió a la deidad.

‒Oh musa, que vienes a mí con auxilio a mis aflicciones, dices que vienes a inspirarme y liberarme de mi bloqueo, otros estarían encantados con tu consuelo y tu propuesta, pero yo debo reusarme. ‒El pensador hablaba con firmeza y, sin embargo, sus palabras sonaban con gran cortesía y dulzura frente a un rechazo bien planteado.

‒¿Por qué rechazarías mi benévola propuesta? ‒la musa dijo esto con un toque de molestia y mucha sorpresa.

‒Te contaré, oh musa, mis razones. He aprendido que la creación de cuentos, historias y otras obras ya no nace de tu inspiración sino de la imaginación humana, ahora ya no basta con transcribir tus hermosas palabras y las epopeyas que las acompañan, ya tus susurros no pueden llenar las miradas de quien las lea y tus grandes historias ya no son para quien las escribe. ‒El pensador hizo una pausa como recordando alguna memoria, y al cabo de un momento prosiguió‒. Cuando era más joven vi cómo el gran Homero rogaba o pedía tus palabras de la siguiente forma “Háblame musa de aquel varón de multiforme ingenio que después de destruir la sacra ciudad de Troya anduvo peregrinando un larguísimo tiempo”, leí y profundicé en las palabras cuando él te llamaba para que le contaras la historia del pélida Aquiles y cómo desafió al orco, leí a los grandes poetas y sus versos sublimes, que me reconfortan y me traen plácidos sentimientos.

»Pero, también he sido testigo de cómo has abandonado a los mortales. Hace mucho que no inspiras a los hombres y los poetas han quedado sin tu compañía, las historias que inspirabas hace mucho que no tienen oídos que inspirar y los oídos a quienes susurrabas han quedado sin el deleite de tus dulces palabras. Muchos de ellos han sucumbido al pesimismo y se han alejado del camino de este arte. Muchos otros no han tenido más remedio que escribir de sus lamentos y desventuras; otros, han decidido explorar otro arte y algunos otros hemos tenido que aprender a imaginar. Ya no es inspiración divina la que precede a las grandes historias, ahora es ver cómo podemos atar cabos entre alguna historia que hayamos conocido y dirigirla hacía alguna parte; ya no es un barco que navega por las corrientes que Poseidón dictaba a los mares, ahora somos navegantes sin rumbo que en algún momento debemos tocar con algún puerto. Nos has abandonado hace mucho tiempo y hemos tenido que crear nuestra propia inspiración, sin tu sublime compañía. Incluso, hay algunos que te reprochan por creer que susurrabas cosas nefastas de los hombres, cosas satíricas, cosas dantescas; susurros de las vilezas, miserias, faltas y errores de los humanos, pero de tus dulces labios no es posible que salgan tales palabras. Otros afirman que su inspiración ya no te corresponde y que tales susurros nefastos ahora vienen acompañados del genio del odio y del ridículo, pero no creo que sea empresa fácil el quitarte tu trabajo de inspiración; más bien, creo que esos pensamientos están en los corazones de quienes no han tenido el placer de tu compañía y han tenido que hacer de las cosas humanas, incluidas las vilezas, su norte y su puerto.

La musa suspiró y era imposible decir si era un suspiro que aplacaba su disgusto o aceptaba el reclamo, en su rostro se dibujó un semblante entre ofendido y lamentable, pero el pensador continuó su discurso.

‒No espero ofenderte, oh musa, espero que entiendas mis razones para rechazarte. Yo mismo, cuando era más joven rogué por tus palabras, yo mismo dije las palabras de Homero y supliqué que vinieras a contarme tus historias de algún aqueo o de algún Arturo, pero mis suplicas no fueron atendidas y tuve la opción de resignarme o buscar alguna nueva forma que contara nuevas historias, mis historias. Y no todas son tristes, algunas son bellísimas y tratan de los árboles y arroyos, otras de las vidas bienaventuradas de los hombres y mujeres que he conocido o me he imaginado, otras cuentan las grandezas de criaturas que no nos acompañan en el plano real y he imaginado elfos y seres grandiosos. Pero otras… otras son las historias de la naturaleza más baja del humano, tratan de su vileza y de su codicia, de su egoísmo y terquedad. Ambas caras son, creo yo, las que he tenido la fortuna de ver cotidianamente en mi caminar por la vida y es en base a ellas que escribo mis historias sin más inspiración que la que puedo aprehender y abstraer del mundo.

Así finalizó la declamación del pensador. La musa había soltado varias lágrimas mientras escuchaba todo lo que se decía y supo que su tiempo había acabado como inspiradora de grandes historias en oídos de grandes personas; supo que su tiempo de inactividad había pagado factura, pero también supo que las historias de la humanidad seguirían y se reconfortó.

No hubo más palabras y la figura de la musa comenzó a perderse poco a poco hasta convertirse en un cúmulo de humo o niebla que se disipaba a cada momento hasta que desapareció. ¿Y qué pasó con el pensador? Volvió su silla hacia el escritorio, con una mano agarró la pluma y la otra la apoyó sobre su regazo y fijó la mirada sobre el papel blanco ya sacado hace rato de la resma. La luz de una tenue lámpara amarilla golpea la madera envejecida de la mesa, y los sonidos de lo silencioso están presentes; el cuarto tiene una atmosfera de funeral y el pensador bloqueado sigue sentado sobre la silla en un lugar donde el silencio y la poca luz simulan la nada, y así siguió por mucho tiempo hasta que el algún momento su bloqueo cesó y puedo escribir una buena historia.

La musa se desprendió de los susurros que ya no eran el camino y manteniendo una fe renovada en el corazón de los mortales regó inspiración al mundo y en las cosas de él ‒en los árboles, las montañas, los arroyos, los animales y en los acontecimientos de los mortales‒, y los humanos pudieron contar e imaginar nuevas historias y aventuras.

¿Cómo referenciar?
Orozco M., Nicolás. “El lamento de la musa” Revista Horizonte Independiente (Columna Literaria). Ed. Friedrich Stefan Kling, 19 dic. 2023. Web. FECHA DEACCESO. 

Todas las marcas, los artículos y publicaciones son propiedad de la compañía respectiva o de  Revista Horizonte Independiente  y de  HORIZONTE INDEPENDIENTE SAS
Se prohíbe la reproducción total o parcial de cualquiera de los contenidos que aquí aparecen, así como su traducción a cualquier idioma sin autorización escrita por su titular.