¿Qué hace a una vida valiosa? Sospechamos que en últimas todos aspiramos a lo mismo: sentir que hicimos de nuestra vida algo significativo y que en esa medida se puede considerar que no se ha vivido en vano. Sin embargo, esto puede ser entendido como ‘ser exitoso’, ‘dejar una obra’, etc. Si confiamos en lo que nos describe la literatura o lo que la filosofía aspira a explicar, o lo que el arte expresa, el sentido de una vida depende en buena medida de la combinación afortunada de dos aspectos: reconocer qué es valioso y tener el tiempo y la voluntad para cultivarlo. La primera característica está relacionada con elementos propios de la vida moral, por ejemplo el amor, la compasión, la justicia y saber que son estas las cosas valiosas. La segunda, la posibilidad de tener el tiempo y las circunstancias para que sean una realidad en nuestra vida y empeñarnos en ello.
Es muy importante tener la lucidez y la capacidad de reconocer estos elementos; vivir sin saberlo y morir sin siquiera haberlo atisbado, es una tragedia. Reconocer por ejemplo que el amor no se ha manifestado aún en la vida o cargar con el peso de haber cometido una injusticia es un avance en la senda de la introspección y el conocimiento de sí que se suponen necesarios para una vida bien vivida; este tipo de reflexiones y cómo hacer frente a las dificultades y los dilemas que entrañan forman parte del corazón del trabajo literario del escritor ruso Vasili Grossman (1905 – 1964). De origen judío, ucraniano, y con una vida atravesada, moldeada y por momentos destrozada, por algunos de los grandes acontecimientos históricos del siglo XX. La infancia de Grossman está marcada por la I Guerra Mundial y la Revolución Rusa; su juventud, por las persecuciones y purgas de quienes buscaban hacerse con el poder y que eventualmente cimentarán el poder y régimen de Stalin; la treintena de su vida queda definida por la II Guerra Mundial, que para él y millones de rusos era “la gran guerra patria”. Se enlista en el Ejército Rojo y como reportero en el frente escribe notas, relatos, que gozaron de gran popularidad. La mitad de su vida es un ejercicio de resistencia al régimen estalinista. Su segunda esposa estuvo retenida por dos años entre 1936 y 1938 por la NKVD; otros familiares enviados a gulags o ejecutados; muchos de sus amigos y colegas, como él mismo, perseguidos y vetados por la censura. A pesar de ello en la última década y media de su vida escribe su obra maestra Vida y destino, y otras dos importantes obras, “Todo fluye” y “Que el bien os acompañe”.
La grandeza literaria y artística de Grossman yace sobre todo en la manera como, a través de retratos de grandes acontecimientos, nos muestra cómo los individuos se confrontan con la manera en la que viven, lidian con los aspectos terribles de la existencia y van haciendo a la par un examen de su propia vida. Las mejores personas en sus obras son las que, en medio de muy difíciles circunstancias, reafirman su compromiso con el amor, la compasión, la justicia, con lo que da sentido y valor a la vida y actúan en concordancia con ello, a la vez que examinan con transparencia cómo han vivido. Y su grandeza como ser humano, que en su vida cotidiana trató de honrar estos principios y vivir de acuerdo con ellos. Grossman fue testigo de innumerables horrores en la segunda guerra mundial pero quizás uno de los que le dejó una de las marcas más profundas fue la muerte de su madre, Yekaterina, en la gran marcha de la muerte en Berdíchev, Ucrania, en septiembre de 1941, en la que miles de judíos fueron fusilados y arrojados en fosas masivas. La invasión nazi a Rusia inicia el 22 de junio de 1941. Grossman no se enteró de la amarga suerte de Yekaterina hasta el invierno de 1944. Él había invitado a su madre a que se alojara con él en Moscú una vez inició la invasión nazi, pero la esposa de Grossman no estuvo de acuerdo y él no insiste en este traslado. Esto le supondrá posteriormente graves remordimientos por considerar que hubiera podido salvar a su madre de una muerte pavorosa.
En la medida en la que el ejército rojo va recuperando el territorio perdido y Grossman va siendo testigo en el frente de los horrores infringidos a la población, en particular a los judíos, va redactando notas y reportes para que se conozcan estos graves hechos, especialmente la existencia de los campos de concentración, las marchas de la muerte, y los distintos crímenes de lesa humanidad cometidos por los nazis, en muchas ocasiones con complicidad de la población del lugar. Estos testimonios serán tenidos en cuenta en los Juicios de Núremberg. No obstante, en medio del horror también atestigua actos de amor, bondad, justicia y esto es lo que hace su obra tan poderosa. En medio de la más terrible desolación es posible que alguien sea capaz de un acto bueno que recuerda, a pesar de todo, lo bello de la vida y del mundo.
En su relato “El viejo profesor”, de julio de 1942, nos narra la historia del anciano matemático, filósofo y profesor Boris Isaákovich Rosental, judío, que vive en una ciudad próxima a ser tomada por el ejército nazi. Uno de sus amigos es el médico, también judío, Vaintraub. Ambos son figuras queridas y respetadas en la ciudad, pero saben que con la llegada del enemigo habrá quienes se unan al nuevo régimen y saquen provecho de ello, sin importar la suerte de la población judía. Ante las noticias y rumores que circulan sobre el destino de su pueblo, Rosental se atreve a pedirle a Vaintraub que le prepare un veneno; el médico se rehúsa pues cree que aún se puede ser optimista y Rosental le dice que, siguiendo las enseñanzas de Epicuro y siendo un hombre inteligente, tiene el derecho a elegir el suicidio, pues la vida se ha vuelto insoportable a la vez que le expone a Vaintrub que su mayor temor es que el mundo amado y conocido se sumerja en la oscuridad que traen los nazis. Prefiere morir antes que perder su libertad, ser testigo de las villanías de sus conciudadanos y exponerse a cometer alguna cobardía. Morir conservando la dignidad es lo mejor que se puede hacer; es la única manera de honrar la vida que ha vivido.
Cuando llegan los nazis a la ciudad e imponen su régimen, Vaintrub se despide de sus vecinos y tiene una última charla con Rosental; ahora los papeles se han intercambiado, Vaintrub está dominado por la desesperanza mientras que Rosental, que ha acogido en sus modestas habitaciones a algunos vecinos expulsados por aliados de los nazis, cree que lo bello y bueno se impondrán. Vaintrub cree que ante el salvajismo de los nazis están perdidos; el médico se suicida con toda su familia.
Rosental pasa sus días reconfortando a los vecinos, ayudándolos en la medida de sus posibilidades y parte de sus meditaciones las dedica a pensar que lamenta no haber encontrado el amor; piensa que ya octonegario no pudo saber qué era sentir que alguien se preocupara por él, sentirse querido; se sabía admirado y apreciado por sus discípulos pero no era lo mismo que ser y sentirse querido. Dentro de los vecinos que acoge está una familia con una niña pequeña, Katia. Llegado el momento Rosental y miles de judíos, incluidos algunos de sus vecinos y amigos, son obligados a hacer una marcha de la muerte; en medio de la marcha Katia y el Profesor quedan juntos; ya junto al barranco, el Profesor está angustiado y preocupado por proteger a Katia del horror; mientras está pensando qué hacer, Katia pone su manito sobre los ojos del profesor y le dice que no mire para que no se asuste. Este simple gesto para Rosental, y para nosotros a través de las lentes de Grossman, es la presencia poderosa que estaba anhelando de un ser querido que se preocupe amorosamente por él, es la fuerza del amor que afirma la vida incluso en las circunstancias más terribles.
¿Cómo referenciar?
Rico Torres, Ana Isabel. “Sobreviviendo al horror”. Revista Horizonte Independiente (columna literaria). Ed. Nicolás Orozco M., 18 enero 2021. Web. FECHA DE ACCESO.
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