Columnista RHI
Vol. III Colección C:2 – C11
“En el arte no tenemos que ver con
ningún juguete meramente agradable, sino
con un despliegue de la verdad.”
Hegel, Estética.
Todo artista es un ser humano complejo y quebradizo. En virtud de la transfiguración misma que se vive en la formación artística, es que se hace de la fragilidad un atributo al servicio de la potencia creadora.
En calidad de seres humanos, todos tenemos la capacidad de comprender la fragilidad de la vida, pues hasta el espíritu más temerario puede hacerse pedazos. Dícese que algo es frágil cuando es endeble, que puede desmoronarse aun cuando lo consideremos sólido y eterno. Sorprende que ni el más alto talento artístico es inmune a tal desgarramiento y, en realidad, es parte esencial de la dialéctica de la vida.
De hecho, muchas de las grandes obras de arte han nacido precisamente de la pérdida del sentido como El grito de Munch, La sinfonía N°5 de Beethoven, la obra poética de Georg Trakl, el jazz de Bill Evans, y otros, como la composición que nos compete, esto es, el concierto para piano N°2 de Rachmaninov.
Es en la manera de enfrentarse al desgarramiento que destaco uno de los puntos nodales que diferencian música y filosofía, pues aquella necesita del vacío para poder construir una tesitura propia y encontrar una resolución tangible como obra de arte; mientras que ésta tiene necesidad de la búsqueda de sentido, de permanecer en los vaivenes de la esperanza para que la pregunta nunca perezca.
Incluso todo aquello que pensábamos fuerte y resistente deja de serlo alguna vez, y no en vano; hasta el más alto espíritu productivo puede caer, de momento, en el bloqueo absoluto. Es el riesgo de todo acto creador, que deviene entre hecatombes y enternecedoras ilusiones.
La mayoría de las veces contemplamos a los compositores como porcelanas inquebrantables, y quizás, sin querer verlo, no nos damos cuenta de que los más grandes artistas han sido precisamente los más vulnerables, como es el caso de Rachmaninov.
Desde muy joven Rachmaninov tuvo sobre sus hombros el fardo de perfección que cargan los espíritus prometedores; a los 9 años tocaba piano en el conservatorio de Moscú, con un increíble virtuosismo, por lo que su carrera como pianista parecía estable. De joven situó su nombre entre las esferas de los grandes conservatorios gracias a su primer concierto para piano y orquesta de 1891, sin embargo, el esplendor se vino abajo demasiado pronto. En 1897 estrenó su primera sinfonía bajo la dirección de Aleksander Glauznov, momento que determinó la caída de su incipiente grandeza. La sinfonía recibió críticas sardónicas respecto a la composición y la interpretación, inclusive por parte de renombrados artistas de su momento, como Cesar Cui. Por una parte, algunos criticaron que el director había dirigido la obra en estado de embriaguez, otros la tacharon de exagerada. Sin lugar a dudas era una obra premonitoria, llena de leitmotivs[1] renovados y progresistas, por lo que lindó radicalmente con la tradición de compositores rusos puristas de su momento, que seguían el modelo riguroso y armónicamente equilibrado de Korsakov. Rachmaninov significó un giro dentro de la música clásica rusa por el hecho de introducir motivos más libres y románticos.
A finales de siglo XIX Rachmaninov era un joven recién graduado del conservatorio que, por fin, veía algo de ilusión en la composición. En su niñez había sido abandonado por su padre y tuvo que vivir en una vieja pensión para poder terminar sus estudios de piano en el conservatorio de San Petersburgo, lo que nos ayuda a comprender mejor la dimensión del fracaso de la primera sinfonía, en la que había puesto todas sus esperanzas. La derrota le hirió profundamente, pues todos sus esfuerzos, toda su carrera y sus éxitos habían sido humillados, de ahí que el joven compositor entrara en una profunda depresión.
La desilusión de la primera sinfonía lo sumió en una depresión tan crónica que se extendió por casi siete años, en los cuales, el artista en cuestión, se apartó radicalmente de la composición con la promesa de no volver a escribir una sola obra. Habían ridiculizado su capacidad musical, y en medio de su grave estado de salud mental se dedicó a ser director de la orquesta de compañía de la opera de Moscú. Si bien tuvo éxito internacional como director, estaba sumido en una hecatombe de emociones cada vez más delicado. Su depresión le acompañó toda la vida, aunque fueron estos años de absoluto desgarramiento los determinantes para que nacieran sus obras magnánimas, hijas de su retorno del estado de abatimiento.
El abismo que vivió fue tan agudo y delicado que necesitó el apoyo psiquiátrico del Dr. Nikolai Dahl, quien además de médico era un violonchelista aficionado, por lo que adoptó terapias de hipnosis en las que comprendió aspectos musicales, para darle algo de aliento. Gracias al tratamiento de Dahl por fin vuelve a la composición. Tras años sin escritura, y sumido en un sufrimiento cada vez mayor, pudo sopesar su naufragio psicológico con la creación del segundo concierto para piano, que, además, le dio fama mundial y reconocimiento como uno de los mejores compositores del momento. El concierto fue dedicado a su Dr. y, además, en su debut fue interpretado por el mismo Rachmaninov.
Nada más al empezar, el fragor del piano nos sitúa ante el cataclismo de emociones. Es un concierto que comienza en una pausada y dolorosa secuencia de acordes, cual erupción del sentimiento, y no es sino en el devenir mismo de los movimientos dos y tres que encuentra su calma.
1er movimiento. Moderato.
Los primeros siete compases de redondas y blancas en do menor, son estáticos, fuertes y duros. Es una frase determinante. El moderato inicial carga de peso a la obra y, de inmediato, nos pone ante el sentimiento de lo trágico. Como la experiencia misma del desgarramiento son compases que se desarrollan lentos y pesados, semejantes a los bajos estados del que sufre.
En cuanto entra la orquesta saca al pianista de esa suerte de entumecimiento con que empieza la obra, pero no lo consigue de inmediato, es como si el piano se enfrentara con la orquesta en un comienzo, pues ella le invita página tras página, a exponer el tema con un poco más de vivacidad, pero no sin subestimar la tristeza misma de la que el piano habla.
Así acaece el primer movimiento, hasta que, al fin, la orquesta y el piano se encuentran entre compases para hablar juntos y expresar la conmoción que el sujeto pasivo pondría en su propia voz. Es el signo del dolor intenso donde los juegos armónicos devienen como un pozo sin fondo. Es un paroxismo constante entre notas e intervalos, que, sin pausa, se hunden en una extática tristeza. Rachmaninov traza en este movimiento todo el clímax de la angustia, semejante al estado psiquiátrico que él mismo estaba viviendo, un desconsuelo que parecía no tener fin.
A continuación, y casi que, de súbito, se hace el silencio, es el signo con el que se abre paso al segundo movimiento, donde se empieza a ver la transfiguración de la melancolía, que anuncia la curación, paulatina, muy lenta, y no sin algo del patetismo propio de la esperanza. En este profundo lirismo se reconoce por fin un diálogo dulce entre el piano y la orquesta, donde ambos cantan su oda a la evaporación del bloqueo creativo. Tras la curación enunciada sobreviene el tercer y último movimiento, mucho más rápido, y con explosividad. Es el signo que deja atrás todo el sufrimiento anterior, en una combinación de tonalidades mayores y menores. El concierto, que habría comenzado en un do menor, lúgubre y lento, pasa a resolverse de manera completamente antagónica, pues termina en do mayor, con la vitalidad propia de un allegro scherzando.[2]
3er. Mov. Allegro scherzando
El tercer movimiento es un jugueteo del piano con la orquesta, de tempo alegre. Sin duda, es un guiño del compositor sobre la vitalidad recobrada y enunciada en el ímpetu mismo con el que el piano se abraza a la orquesta. Es un movimiento a propósito del doloroso proceso que implica el regreso a la vitalidad, oda musical que emerge de las profundidades del abismo existencial para dejar situado a Rachmaninov, por fin, como uno de los mejores compositores de la historia y un autor maldito para la historia de la música.
[1] Tema o motivo musical corto que representa una idea.
[2] Allegro: referencia musical al tempo o velocidad con la que se interpreta la obra, el allegro es animado y un poco rápido. Scherzando: Indica el temple de interpretación para producir un matiz general, el scherzando es un carácter de juego.
¿Cómo referenciar?
García Agudelo, Adriana Patricia. “Rachmaninov: la música como manifestación de lo innombrable” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Nicolás Orozco M., 24 jul. 2022. Web. FECHA DE ACCESO.
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