No es el silencio en sí mismo sino el deseo de comprensión el que articula la belleza de lo silente a lo grande. La palabra es, en ocasiones, ese vericueto que permite nombrar lo innombrable y lo que es, de fondo, vitalidad y respiración del lenguaje. La fuerza del silencio aparece cuando la palabra no alcanza o cuando lo más puro de un mundo debe ser salvado, pues “se envilece lo inexpresable al querer expresarlo”[1].
El lenguaje se manifiesta como la esperanza sensible que se alimenta de autenticidad ante los límites de lo pronunciable. La palabra nace del silencio para convertirse en refugio. El silencio, hijo de un lenguaje más originario, se convierte en refugio y manifestación de la verdad cuando las letras se paralizan y solo queda la eliminación de lo nombrado como garantía de vida.
La tarea depuratoria de la mudez nos hace humanos, por eso el horror de lo pronunciable se corresponde con la música. La música es experiencia de lo silente pues pronuncia la tesitura de todas las palabras que quedan por debajo de la vida. El Alexise de Yourcenar compagina precisamente con esa comprensión de la palabra originaria, que nos ofrece la autora, ¿por qué Alexis hace patente, en una carta, una confesión nunca dicha? ¿por qué pone de manifiesto una verdad por medio de la palabra y la música? ¿Por qué la revelación de aquello que por años se había vedado a Mónica se pone mediante la palabra originaria, esto es, un silencio que finalmente se musicaliza? ¿Cuál es la potencia de este silencio de “inútil combate” y por qué se al ser verdad develada se musicaliza?
La joven Yourcenar vela un encuentro con la verdad en esta novela de juventud. Con apenas 26 años emprendía la tarea heroica de una gran obra, Alexis o el tratado del inútil combate, la carta de confesión de un hombre que se ha guardado un secreto por muchos años: que en su experiencia del amor nunca sintió deseo profundo por la mujer que amaba. Alexis conoce el susurro de la amistad y el espíritu de toda gran conversación en un amor por años forzado a ser. Ante la ilusión joven comprende que la posibilidad de la felicidad subyace en la renuncia.
Comprendemos la experiencia autentica de la felicidad tras la absoluta soledad del corazón. Es meritorio renunciar a aquello que nos horroriza para no ser miserables.
Dice Yourcenar: “Hay como un goce en saber que somos pobres, que estamos solos y que nadie piensa en nosotros. Nos simplifica la vida”. Es ahí donde reconocemos la música de nuestro mundo, donde confesamos a voces la verdad para entregarnos a la confesión como a un amigo. Para la autora este amigo es la música. Sigue: “El placer es demasiado efímero, la música nos eleva un momento para dejarnos más tristes que antes, pero el sueño es una compensación (…) La música, alegría de los fuertes, es el consuelo de los débiles. (…) El silencio no solo compensa la impotencia del lenguaje, sino también, para los músicos mediocres, la pobreza de los acordes. Siempre me ha parecido que la música debería ser silencio, el misterio de un gran silencio que buscara su expresión. Véase, por ejemplo, una fuente: el agua muda llena los conductos, se acumula, desborda y la perla que cae es sonora. Creo que la música debería ser el desbordamiento de un gran silencio”.
Alexis musicaliza su verdad, comprende lo perecedero de las emociones, incluso a riesgo de la presunción de un amor. Después de todo, los otros tan solo son esplendores efímeros, milagros y préstamos de la vida con que el alma envejece y el cuerpo escucha su música de combate ante el mundo. Es la presunción de todo amor, encaminado hacia la muerte, con la inocente belleza de lo que se pretende inmortal.
El olvido, elemento ineluctable de la razón poética, como dice Idea Vilariño:
Es entonces, en la alta pasión, cuando el que besa
Sabe ah, demasiado, sin tregua, y ve que ahora
El mundo le deviene milagro lejano,
Que le abren los labios aún hondos estíos,
Que su consciencia abdica,
Que está por fin él mismo olvidado en el beso
Y un viento apasionado le desnuda las sienes,
Es entonces, al beso, que descienden los párpados,
Y se estremece el aire con un dejo de vida,
Y se estremece aún
Lo que no es aire, el haz ardiente del cabello,
El terciopelo ahora de la voz y, a veces,
La ilusión ya poblada de muertes en suspenso.”
Es necesario huir de las ternuras ficticias. La fuerza de esta revelación de “inútil combate” reside en que, al ser verdad confiada al silencio, logra musicalizarse por medio de la fuerza de la escritura. He aquí el elemento de la música con la verdad y el silencio. Se musicaliza la verdad al ser dicha y nace la palabra para entregarnos, por fin, al olvido.
Dice Yourcenar: “El sufrimiento nos hace egoístas porque nos absorbe por entero: sólo más tarde, en forma de recuerdo, nos enseña la compasión”. La inacción de las confesiones involuntarias es tal vez, unas de las formas más auténticas de la verdad. Las confidencias, en ocasiones perniciosas, simplifican el mundo del otro, he ahí la grandeza del silencio guardado, vedado como conquista.
La conquista de la felicidad, hija de las ilusiones jóvenes, emparenta la palabra al olvido. Solo se aprende la necesidad de la belleza en la victoria de las renuncias, en los silencios cantados desde los albores del alma. Alexis es la imagen per se de la renuncia, “absoluta soledad de los sentidos del corazón”, severidad meritoria contra lo miserable. Yourcenar construye un personaje cuya pena de vivir es la amistad. Ante “el inútil combate” del deseo no satisfecho se las arregla con la verdad en la renuncia de un mundo que nunca fue suyo. El corazón, hermano de la compasión, nos revela que siempre es de noche en el afecto, que los límites del otro son vicios de la virtud para nosotros, y que, al corazón, para ser límpido, le queda la costumbre de la felicidad en la renuncia.
Aprender a renunciar es entregarnos a la ilusión, a fuerza de vencer. En palabras de Alexis: “El placer es demasiado efímero, la música nos eleva un momento para dejarnos más tristes que antes, pero el sueño es una compensación. (…) No presumo de haber amado. He sentido demasiado lo poco durables que son las emociones más vidas para querer, al acercarme a seres perecederos, encaminados hacia la muerte, extraer un sentimiento que se pretende inmortal.”
Sólo esto: la renuncia como forma de la intimidad. Yourcenar se combate contra la costumbre de los afectos, y comprende, la necesaria ficción del “inútil combate” en las pasiones efímeras. Se abraza la autenticidad en la verdad confesada, reafirmación de la intimidad. Ya que “nuestra alma, nuestro espíritu y nuestro cuerpo tienen exigencias generalmente contradictorias”, lo ingenuo vacía el alma en las ternuras ficticias. La tarea de develar el silencio es que lo genuino sale a flote y el misterio de la vida humana se complace en el grito a la verdad, oda de una música cansada, “llena de cajones secretos”
La tesitura de Yourcenar está cargada de sentencias filosóficas que se juegan elementos cercanos a confesiones desgarradas. La joven Yourcenar musicalizó su verdad en las reflexiones por el sufrimiento y la razón poética del silencio. La escritora debutante puso el corazón en la verdad de su pluma y musicalizó propiamente la belleza de la palabra. El cuerpo, como elemento conector, nos revela que “el inútil combate” por el deseo, no es sino expresión de que lo silente y su belleza es también expresión del bien y de la justicia, pues solo tenemos experiencias auténticas de la belleza en lo que busca el alma, como cuando tenemos en frente un fruto bello y sin embargo no lo comemos ni tocamos.
Sin duda, Yourcenar deslumbra con sus frases lapidarias. La genialidad de su pluma se ve enriquecida por confesiones filosóficas de complicidad que ofrece su lenguaje, significación y ensanchamiento de lo humano. Alexis es la imagen per se de la renuncia ante sueños que nos impregnan de algún modo de soledad y silencio, pues “es terrible que el silencio pueda llegar a ser culpable” esto es, una necesidad de develar el silencio. Continúa, “Era preciso servirse para ello, no de las palabras, siempre demasiado precisas para no ser crueles, sino simplemente de la música, porque la música no es indiscreta y cuando se lamenta no dice por qué. Se necesita una música especial, lenta, llena de largas reticencias y sin embargo verídica, adherida al silencio para acabar por meterse dentro de él. Esa música ha sido la mía.”
El temple de Alexis es este: que el silencio le permite descubrir y tener contacto con la forma más auténtica de sí, no la fragmentariedad del lenguaje. Silencio que se hace música como entumecimiento, cansancio y descubrimiento de la autenticidad, como naturaleza reflexiva considera la experiencia de las emociones profundas que devienen en la dificultad, como el lugar de enunciación del drama de la vida. Se trata de escuchar la música de su vida, las confesiones que nada tienen de despreciable.
[1] Como recuerda Simone Weil en “La condición obrera”.
¿Cómo referenciar?
García Agudelo, Adriana Patricia. “Marguerite Yourcenar o el inútil combate por el silencio” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Nicolás Orozco M., 09 jun. 2021. Web. FECHA DE ACCESO.
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