María Laura Mahecha

Autora externa
Bióloga y microbióloga de la Universidad de los Andes. 

Vol. II Colección I – C4

Hay dos historias en un rostro mirando un mismo espejo: “A river below”

Han pasado siglos de historia, han pasado miles de generaciones de humanos, han pasado centenares de luchas por nuestro mundo, han pasado millones de historias. ¿Hay acaso alguna manera de describir nuestro paso por el mundo?, ¿hay alguna palabra que describa nuestras acciones en este sitio al que llamamos hogar?, ¿hay alguna forma de mostrarnos por un momento que la tierra no es solo nuestra?, ¿hay tan solo una lucha que sea verdadera? Prestemos solo un poco de atención a nuestro alrededor, solo una inocente mirada a la vida y entenderemos que esto, el sitio donde vivimos, es muchísimo más grande que la realidad que nos hemos impuesto. La vida no es aquello que nos queremos mostrar, la vida es aquello que no queremos ver.

Movámonos solo un poco, vayamos a una nación tropical, una nación en guerra, una nación dividida en unos cuantos países. Movámonos dentro de esa nación, movámonos dentro de un pulmón, respiremos dentro de ese pulmón. Ahora, pensemos en el agua. Sí, ese líquido maravilloso que nos dio la posibilidad de vivir. Pensemos en cómo se escucha cuando se abre paso furiosa al caer por una cascada, como se ve cristalina y brillante a la luz del sol; mística y tranquila a la luz de la luna. Pensemos por un momento en todas las leyendas que se cuentan acerca de nuestros ríos y quebradas. Pensemos en ese pulmón atravesado por un río, ese río atravesado por un arpón, ese río se desangra, ese pulmón colapsa y esa nación pronto se va a ahogar.

Un pueblo una vez vió dentro de sus aguas, un pueblo alguna vez respetó la vida. Un pueblo alguna vez escuchó el sonido del agua, el sonido de las aves, el sonido de la risa, el sonido de la libertad, el sonido de la verdad. Un pueblo alguna vez supo lo que era verdad. Un pueblo fue conquistado y saqueado. Un pueblo fue adherido a un país,  ese pueblo no sabe lo que es un país. Un pueblo al que se le impusieron leyes de otras tierras, un pueblo al que se le usurpó la capacidad de decidir. Un pueblo que no tiene realidad, a ese pueblo se le escribió una realidad. Un pueblo que quedó solo, un pueblo que ahora se ahoga en su pobre realidad.

Un hombre apuesto y coqueto que tiene hijos por doquier. Un sombrero que esconde la entrada a un pulmón. Un Dios del río que se transforma en luna llena. Un Dios que muere atravesado por un arpón, en la muerte vuelve a río. Un Dios que se transforma de nuevo, un Dios reducido a ser carnada de otro río. Una historia de dar la vida por la guerra, de dar la guerra por la vida. Suena parecido, pero hay dos historias en un rostro mirando un mismo espejo. Volvamos al pueblo algunos años más tarde. ¿Dónde está el Dios del río?

Una mirada a la guerra. No, no a la guerra de historias épicas de antaño. Una mirada a la guerra moderna, la guerra por poder, por dinero y humillación. Una mirada de nuevo a esa realidad de ese pueblo que jamás quiso una guerra. Una guerra que desarma y mata inocentes, inocentes que no hablan nuestro lenguaje pero si hablan nuestro idioma. Inocentes que sufren, que sienten, que ven lo que nosotros nos negamos ver, aquello que nosotros nos negamos a mostrar. En esta guerra hay inocentes que jamás verán de nuevo la luz del sol. Inocentes que hacen parte de nuestro pueblo, pero que en realidad son los mismos Dioses del río. Miremos a los ojos a la guerra, ¿Qué es lo que se ve? Una persona, mira dentro de sus propios ojos y quiere ver, mira dentro de los ojos de la guerra y quiere ver.

Hay dos historias en un rostro mirando un mismo espejo. No es algo que no deba ser repetido dos veces, tal vez más. Hay una historia, la persona que mira dentro del espejo. Hay otra historia, la persona que mira desde el espejo. Hay una historia más, la persona que narra lo que sucede con el espejo. Hay una historia, la historia del Dios del rio. Hay otra historia, la historia de un asesino. Hay una historia más, la historia del que lo llama asesino. Hay una guerra entre lo que se hace y lo que se muestra. ¿Cuándo dejamos de ver las dos miradas dentro de ese espejo?

Hablemos de luchas, sí, de esas que conforman una guerra. Una lucha que se gana o se pierde. Una lucha en la guerra por la vida –hay algo muy fantasioso en ello– hay un Dios dentro de ello. Ahora, vamos a nuestra realidad. Una realidad condicionada por pantallas. Una realidad que debería tener dos caras: una de la persona que ve dentro de una pantalla, la otra de la persona que ve desde la pantalla. Pero, ¿quién está dentro de esa pantalla?, ¿hay en verdad alguien que quiera ver fuera de esa pantalla? Nuestra realidad está condicionada por esa pantalla vacía de historia que nos quiere llenar de historias.

Valentía, un hombre persigue a la vida. Un hombre, muchos hombres persiguen la justicia. Un hombre, una mujer, un animal, un Dios, todos juntos para buscar la verdad. ¿La verdad, qué verdad? Hay dos historias en un rostro mirando un mismo espejo. Delfines y ríos, Dioses y pulmones. Pescadores, científicos, periodistas, cineastas, políticos, campesinos, indígenas, citadinos, restaurantes, sicarios y en este punto, estudiantes. ¿Quién se mira en el espejo? ¿A quién está mirando dentro del espejo? ¿Espejo? ¿Pantalla? Decidamos, hace mucho nos quedamos sin tiempo. No es una lucha entre buenos y malos, han dicho ya desde hace mucho tiempo. No es una lucha entre buenos y malos, pero hay algo que está mal. Hay una historia, hay dos lados de esa historia, ¿sólo dos lados? No, es más complicado que sumar uno más uno. Es casi como esas matemáticas que en el colegio detestábamos pensar, esas matemáticas que tardábamos horas en resolver. Es más bien como una casa de espejos, es un laberinto que nos ha llevado siglos entender.

Nuestra vida ha sido condicionada. No es una lucha entre buenos y malos, pero hay buenos y malos. Hay personas que conocen la verdad, hay personas que esconden la verdad. ¿Por qué esconden la verdad? Por algo que no existe. Existe la vida, existe la naturaleza, existen los humanos, la libertad, la paz y la verdad. La verdad, ¿cuál verdad?, ¿existe el dinero?, ¿existe la economía?, ¿existe el gobierno?, ¿existen esas pantallas? ¿existen esas historias? No existen, pero hacen parte de nuestra realidad. Es irónico, ¿no?

Hemos agotado el tiempo. Hemos agotado los sonidos. Hemos agotado las palabras. Hemos agotado los pulmones. Hemos agotado los ríos. Hemos agotado los Dioses. ¿Qué podemos pedir de nuestra realidad que una tergiversación a través de una pantalla? Pantallas y personas imaginarias nos roban a cada instante la poca libertad que la vida nos regala al dejarnos ser sus hijos. Hemos desperdiciado y quitado significado a las palabras que en realidad describen la vida. Vida, esa palabra que no tiene sentido ya, esa palabra a la que le debemos nuestra existencia. Vida, esa palabra a la que le debemos la existencia de la historia. Pero, ¿acaso conocemos esa historia? O quizá conocemos una historia.

Pensemos en la vida. Pensemos en el Dios del río. Pensemos en hermanos y hermanas mayores. Pensemos en sonidos. Pensemos en aguas. Pensemos en historias. ¿Qué diría el corazón del mundo de lo que sucede con su pulmón? Ese corazón está literalmente roto. ¿Qué diría el Dios del río al sentir el arpón? Probablemente diría “no quiero morir”. Pero, ¿quién habla por él? ¿Quién traduce su historia a nuestra lengua? Una pantalla. ¿Dice esta pantalla la verdad? No podemos saberlo. Quién habla dentro de la pantalla, eso puede darnos una pista.

Pensemos ahora en lo que hemos perdido. Pensemos en aquello que aún estamos a tiempo de conservar. ¿Lo estamos haciendo bien? Pensemos en quienes nos dicen qué es lo que estamos haciendo bien, ¿les creemos? Pensemos en quienes están afuera luchando por hacernos ver que estamos bajo el hechizo de la tecnología, ¿podremos verlos alguna vez? Pensemos en lo que vemos, en lo que no vemos. Pensemos en nuestras opiniones, solo podemos opinar de lo que nos muestran esas pantallas, no conocemos nada más. Pensemos en la vida, ¿conocemos la vida?, o tal vez conocemos solo una historia de la vida, esa historia que las pantallas nos permiten ver. Pensemos en lo que no hemos perdido, de nuevo. ¿Sabemos lo que tenemos?, ¿Sabemos lo que estamos perdiendo?, ¿Sabemos lo que estamos haciendo? Detrás de saberlo, conocerlo o verlo está quién nos quiere mostrar lo que nos quiere mostrar, y estamos nosotros dejando que lo haga.

Vivimos en un mundo lleno de injusticias, con más preguntas que respuestas. Vivimos en un mundo donde no podemos confiar en las personas que vemos todos los días. Vivimos en un mundo donde el dolor ajeno se nos presenta como una alternativa inevitable para el desarrollo. No hay desarrollo, ¿a dónde queremos llegar?, ¿Cuál es el fin de ese desarrollo? Seguir construyendo una realidad que no es real. No es real. Vivimos en un mundo de aprendizajes y enseñanzas, donde como estudiantes olvidamos lo que aprendemos y por qué lo aprendemos; y como profesores olvidamos lo que enseñamos y a quién le enseñamos. Vivimos en un mundo controlado por la virtualidad y por la necesidad de recrear la visión con imágenes nuevas independientemente de que sean reales o no.

Volvamos a pensar en lo que he dicho ya. Hay un mundo, existe la vida, existe la lucha. Existe la mentira, una verdad disfrazada. Hemos vivido en guerra. Hemos apuñalado un río y un pulmón. Hemos atravesado al Dios del río. No sabemos quién es el Dios del río. Hemos aceptado una realidad que no es nuestra. Hemos condicionado nuestra existencia a una pantalla. No sabemos que dice la pantalla. Hemos agotados la vida. Hemos perdido, no sabemos qué hemos perdido. Hemos intentado recuperarlo, tampoco sabemos quién lo ha intentado ni cómo. Hemos sido condicionados a reconocer una sola historia, una sola “verdad”. Hemos visto como el desarrollo conduce a ningún lado. Hemos sido parte de la peor tragedia de la historia y no nos la han contado. Hemos dejado que la vida transcurra de ese modo. Hemos hecho partícipes de la destrucción a la vida, la vida que no merece la destrucción. Hemos olvidado aprender, hemos olvidado enseñar. Hemos olvidado que hay dos historias en un rostro que mira un mismo espejo.

¿Cómo referenciar?
Mahecha, María Laura. “Hay dos historias en un rostro mirando un mismo espejo: “A river below”. Revista Horizonte Independiente (¿Y qué tal sí?). Ed. Brayan D. Solarte. 19 enero 2021. Web. FECHA DE ACCESO. 

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