Es extraño, además de nada recomendable, redactar un texto cuyo título sea un oxímoron. Sin embargo, uno comienza a agarrarles cariño al darse cuenta que impregnan la vida cotidiana, junto a una serie de aporías y contradicciones –igual y no muy lógicas– con bastante sentido. Por ejemplo, uno aprende a probar con los ojos al decir “¿ya viste cómo sabe?”; también se sienten vacíos, como el aquel ubicado en el pecho después de una mala noticia; a veces, estos sinsentido nos ayudan a expresar mejor cómo nos sentimos, como cuando uno dice que está “bien mal”. Así, entre palabrerías extrañas e ideas vagas, que se van a quién sabe dónde, uno le va agarrando la onda –un ejemplo más– a esto de vivir. En lo personal, quizá un oxímoron no sea tan mala idea para dar pie a este escrito. Así pues, entre pies, patadas, manos y dedazos, lo que se presenta es una invitación a dar cuenta de eso que pasa desapercibido en nuestro día a día, en nuestras expresiones e, inclusive, en nuestra historia.
En todo caso, pareciera que las disrupciones son necesarias para salir de lo rutinario. Cuando uno se acostumbra a seguir siempre la misma ruta, dar los mismos pasos y decir las mismas palabras es cuando el intercambio del “-¿cómo estás? -bien” se torna, además de aburrido, innecesario. Cuando la falta de interés se disfraza de amabilidad o cortesía se pierde, además, la camadería entre los actores. Ese mero trámite matutino nos deja sin palabras y sin saber, realmente, cómo está el otro; en el peor de los casos, sin ganas siquiera de querer saberlo. Tal vez esto no suene tan fatídico, pero responder con un “yo también” a un “te quiero” lo puede ejemplificar mejor. De ahí que se recomiende “romper la rutina” en las relaciones para que éstas duren; a final de cuentas, si no es la rutina, serán los corazones; algo siempre termina roto.
Es raro lo que no se rompe porque, a decir verdad, hay cosas muy frágiles en el mundo: el vidrio, la porcelana, las verdades, los argumentos, las sonrisas, los sentimientos, etc. Y uno puede darse cuenta qué tan frágiles son cuando se rompen. Por ejemplo, el Titanic, en principio un monstruo metálico indestructible, se mostró muy frágil al impactarse contra el iceberg. La porcelana también lo es, al romperse cuando cae al suelo. Otras cosas, como las verdades o los argumentos muestran su fragilidad poco a poco, a lo largo de su historia o durante una discusión. Eso le pasó a los Universales.
Tal vez el destino de las cosas sea romperse. Es algo común en todas ellas. La única similitud entre un collar de perlas y una pulserita de bisutería es que ambas se pueden romper. Y eso no es tan grave. Aquí en México, por ejemplo, se rompen muchas vitrinas en marchas que aclaman justicia y es que, si pudimos sobrevivir a la ruptura del Espacio absoluto durante el siglo XX, seguramente podremos aguantar las esquirlas de vidrios.
Las verdades, quizá, vayan también por ese camino. De ahí que, hoy en día, esos monstruos que, como el Titanic, parecían inmutables y eternos, nos parecen tan frágiles; la masculinidad es uno de ellos. Y junto a las verdades, la historia y, junto a ésta, sus actores. No es coincidencia que las vitrinas sean lo que más se rompe en las protestas, ya que su función es alejar y hacer del que la ve un mero espectador. Romper las vitrinas no es otra cosa que romper la pasividad. Las verdades y la historia son dos vitrinas inmemoriales cuya perennidad ha llegado a su fin.
Pero, al no poder vivir sin historia, en todo caso, lo que corresponde es reescribirla. Volver la mirada hacia ella y en su camino ubicar a aquellos nombres, acciones y luchas que, ignoradas u omitidas, ocupan el lugar del olvido. Esa es la historia de los olvidados y este un trabajo en su memoria.
En México –mi lugar de procedencia– ocurre algo similar con la Psicología –la profesión a la que me dedico. En un breve ejercicio, si se pensase en el origen de la disciplina en este país el primer nombre que llega a uno es Ezequiel Chávez, padre de la psicología en México y, podría decirse, el primer psicólogo mexicano. El vacío se hace presente, y por ello la necesidad de emplear aporías, cuando se pregunta por la primera psicóloga mexicana. Dicho vacío se presenta desde que no existe interés por plantear esa pregunta; es el “-¿cómo estás? -bien” en la historia de esta disciplina.
Ya para ir cerrando, hablar de la memoria del olvido no se trata de ser rimbombante ni ocurrente. Se trata, en todo caso, de preguntarse por eso que no se pregunta; de recordar a quien ni siquiera se sabe que se ha perdido; de indagar por un pasado que no conocemos y de saber lo mucho que ignoramos en nuestras verdades.
A propósito: siguiendo con el ejercicio anterior, cuando se le pregunte por la primera psicóloga mexicana, diga usted que se trata de Eugenia Shimanovich de Hoffs.
¿Cómo referenciar?
Cerna, Daniel. “En memoria de los olvidados” Revista Horizonte Independiente (¿Y qué tal si?). Ed. Brayan D. Solarte. 20 enero 2021. Web. FECHA DE ACCESO.
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