Profesor e investigador de la Universidad de Cartagena, Colombia.
Vol. III Colección C:3 – C4
Uno de los antiguos problemas tanto de la filosofía como de la teología es la inicial incompatibilidad entre la existencia del mal y la de un Dios absolutamente benevolente, poderoso y con todo el conocimiento posible. Normalmente el problema se considera a través de dos formulaciones, la lógica y la probabilista o inductiva. La versión lógica del argumento intenta demostrar deductivamente una imposibilidad lógica para la coexistencia del mal junto a Dios, y la versión probabilista afirma que la existencia del mal en el mundo hace altamente improbable la existencia de Dios.
Como es de esperarse, la versión probabilista ha sido mejor recibida por quienes desean ver en el problema del mal un obstáculo firme y convincente para la creencia en Dios, puesto que –como veremos más adelante– existen diferentes formas alternativas de concebir un ser supremo manteniendo sus características fundamentales y aun haciéndolo lógicamente compatible con los sucesos indeseables de nuestro mundo.
La pregunta entonces es: ¿por qué existen los hechos indeseables del mundo, que en su conjunto denominamos el mal, si hay un ser que es todopoderoso, tiene todo el conocimiento y es completamente bueno? El argumento en contra de la existencia de Dios puede ser articulado en términos generales de la siguiente forma:
Se sigue que
Y por tanto,
Podemos empezar el análisis del argumento examinando el concepto del mal en cuestión. En la mayoría de los casos las/los autoras/es tienen en mente un significado muy amplio y casi que vago del término “mal” que puede llegar a equivaler a “molesto” o “indeseable”. En el contexto de nuestro problema algunos autores han argumentado que la experiencia de, por ejemplo, la frustración que podemos tener al resolver un problema difícil normalmente es superada por la satisfacción de alcanzar su solución y que, por tanto, el mundo es mejor si contiene “males” como este tipo de frustración. Igualmente, también se ha argumentado que el mundo es un lugar mejor gracias a que la gente desarrolla ciertos rasgos de carácter deseables como ser paciente, tolerante y tener coraje al luchar contra obstáculos que incluyen “males” como el error, la preocupación y diferentes tipos de sufrimiento y dolor. Por lo que se concluye que un mundo sin la existencia de tales obstáculos y sufrimientos que conllevan al desarrollo de estos rasgos positivos sería un mundo peor que el nuestro y, así, que la existencia de estos “males” está más que justificada de forma racional.
Uno de los argumentos más explorados y que considero es el más relevante para la explicación del mal en el mundo a la vista de una posición teísta, es el que se basa en la existencia de la libertad, la libre voluntad o el libre albedrío, como suele denominarse. El argumento es relativamente simple y ha sido usado por muchos filósofos y teólogos a través de la historia: el valor positivo de un mundo con libertad, en donde los humanos y los agentes en general (quizás animales en algún grado) tienen la posibilidad decidir y actuar conforme a sus propias intenciones y deseos, crea la posibilidad del mal moral, es decir, de que estos agentes terminen actuando en contra del bienestar de otros seres sintientes. En este caso también podemos decir que un mundo es más rico, más valioso y más digno de ser vivido si contiene agentes libres que un mundo en el que estos no existen, aun cuando cree la posibilidad del mal moral.
Estos casos nos llevan a poner en cuestión la premisa 4 antes mencionada (Si Dios es moralmente perfecto, entonces tiene el deseo de eliminar todo mal), de lo que podemos inferir inmediatamente que la existencia del mal (o de diferentes tipos de males) no es incompatible lógicamente con la existencia de un ser omnipotente, omnisciente y moralmente perfecto. Quizás Dios, teniendo estos atributos divinos, pudiera querer crear un mundo muy rico, valioso, quizás el mejor de los mundos posibles, como el argumento tradicional que G.W. Leibniz sostiene, aun permitiendo la existencia de tales males como sub-productos o consecuencias necesarias de la existencia de tales valores tan deseables.
A partir de este punto los autores que retoman el problema del mal argumentan de forma probabilista que aunque los males del mundo no son lógicamente incompatibles con la existencia de Dios y sus atributos divinos (pues ¿qué caracterización de los males tendríamos que dar para que crearan una contradicción lógica frente a los atributos de Dios?), estos males pueden dar soporte inductivo a la idea de la baja probabilidad de la existencia de Dios a partir de la ocurrencia de males específicos que en principio una postura teológica no parece poder explicar. Por ejemplo, casos como el de los tantos niños que sufren muertes agonizantes y dolorosas a causa de diferentes enfermedades, y el de los animales (no humanos) que mueren con mucho sufrimiento a causa de acontecimientos naturales de diversos tipos. Casos que en principio un ser omnipotente y moralmente perfecto tendría el poder de evitar sin que con ello parezca que se previene un mayor bien o se crea un mayor mal.
Pero además de los casos de niños y animales inocentes sufriendo consecuencias naturales que aparentemente no han merecido, los casos de injusticia moral, situaciones como el brutal asesinato de un niño, o incluso la del mismo Holocausto, deben ser explicadas de una forma satisfactoria por cualquier posición teísta, en donde que se articule convincentemente por qué un Dios omnipotente estaría moralmente justificado en permitir (no prevenir) tales sucesos horripilantes.
Un tipo de teodicea (justificación racional de la existencia de Dios) importante que ha sido defendida por autores como John Hick (1978) afirma que los males del mundo pueden ser entendidos viendo al mundo como un diseño de Dios en el que las personas, a través de sus elecciones, pueden crecer espiritualmente de tal forma que finalmente puedan llegar a entrar en comunión con Dios, lo cual constituiría el objetivo último de la vida y la razón final de la existencia y todas sus circunstancias. Esto en principio explicaría la ocurrencia de muchos males y sufrimientos en tanto pruebas, lecciones y situaciones en las que los individuos eventualmente aprenden sobre la verdadera naturaleza de sí mismos, su correcta y bondosa relación con los demás entes del mundo y su final interacción con Dios.
Esta propuesta toma como ingredientes para la explicación del mal tanto al libre albedrío como a las situaciones que son sufridas como consecuencias de un mal uso de esta facultad. El problema con esta posible solución dentro del marco general de las religiones abrahámicas, y de todas aquellas que no consideran viable la idea de la reencarnación (la idea de una sucesión de nacimientos y muertes físico-biológicas que el alma debe experimentar en su camino de crecimiento espiritual) es que la mayoría de personas mueren mucho antes de que tengan incluso la oportunidad de mejorar su carácter, desarrollar sus virtudes, superar las tentaciones, responder a los desafíos y desarrollar su moralidad. Algunos experimentan tanto sufrimiento que les es imposible desarrollar tales rasgos morales. Y otros viven en situaciones de comodidad y lujo que prácticamente no existe ningún desafío que los lleve a un desarrollo de sus virtudes y de su moralidad.
De igual forma, una teología que no considere la reencarnación tampoco puede dar cuenta del sufrimiento animal porque, aun aceptando que los animales no humanos son seres que experimentan dolor y placer, no les reconoce el carácter de agentes o personas que pueden elegir, equivocarse y aprender para desarrollarse como individuos. Este tipo de religiones, en su mayoría occidentales, no pueden dar una explicación razonable de cómo tales sufrimientos poseen rasgos positivos que sobrepasan sus aspectos negativos y, así, que sea racional y moralmente adecuado permitirlos.
Pero la mayoría de religiones, desde las amerindias hasta las africanas y asiáticas, de hecho sí aceptan y comprehenden a la reencarnación como uno de sus principales elementos explicativos. En las religiones orientales dhármicas (con origen en la antigua India) encontramos la reencarnación como una de sus piezas básicas de comprensión cosmológica y soteriológica. Y esta posición cosmológica cambia el contexto sobre el cual debemos entender la existencia de los individuos, del mundo y de Dios, al igual que toda la comprensión de la naturaleza del “mal” y su justificación teológica.
En términos generales, a partir de la idea de un alma eterna que reencarna para su crecimiento espiritual en conexión con los demás seres del mundo, la espiritualidad oriental interpreta el “mal” en términos más positivos que aquellos en los que ha sido interpretado en occidente. Para oriente, en realidad, de forma ontológica el “mal” no es nada negativo, sino la forma en la que el mundo le da la oportunidad al ser individual de irse perfeccionando hacia el desarrollo último de su potencial luminoso de sabiduría, bondad y amor. De esta forma se mantiene el principio socrático de que todo error es cometido gracias a la ignorancia de no conocer claramente cuál es la forma correcta de ser mejor, de alcanzar el verdadero bien y objetivo de la existencia. Si Aristóteles nos aclara el hecho de que toda acción intencional se realiza finalmente con el propósito de ser felices, la espiritualidad oriental nos afirma que esta felicidad solo se puede lograr perfeccionando nuestro espíritu al volvernos bondadosos con todos los seres del universo, incluyéndonos a nosotros mismos. Lo cual es un proceso complejo, dificultoso, largo, pero sobre todo maravilloso y finalmente con un valor ontológico, ético y estético sin igual, trascendental, sin medida cuantitativa, por lo que no es posible llevarlo a su máxima expresión en una sola vida físico-biológica.
Bajo esta concepción del “mal”, en la que los problemas y sufrimientos llegan gracias al aprendizaje en el que todos los individuos nos encontramos en nuestro camino hacia nuestro objetivo último de perfección, los desafíos a la existencia de Dios son respondidos. Todos los seres (no perfeccionados, no liberados, no iluminados) “sufren” de una u otra forma dependiendo de su estado de consciencia, el cual se expresa en sus actos frente a los demás seres del mundo. Aprendemos al comprender cuál es la mejor forma de tratar a los demás y al cambiar nuestra perspectiva desde una conciencia egoísta, centrada en nuestros propios deseos y necesidades, hacia una altruista y compasiva, poniendo el sufrimiento y necesidades de los demás por encima de los nuestros. De hecho, el sufrimiento aparece como la insatisfacción que surge gracias a la identificación equívoca que el alma crea con respecto a su cuerpo transitorio (no iluminado – sin conocer su potencial para desarrollar su cuerpo iluminado) y sus circunstancias egoícas, al permanecer en la ilusión de darle una mayor relevancia a sus circunstancias sobre las de los demás.
El sufrimiento de niños y animales “inocentes” sufriendo consecuencias naturales que aparentemente no han merecido, situaciones como la del brutal asesinato de un niño, o incluso la del mismo Holocausto, bajo esta perspectiva son comprendidas de forma radicalmente distinta. El karma es la regla o principio universal de justicia, pero no una justicia punitiva, sino edificante: da a cada quien lo que se merece no en términos de castigo, sino en términos de lo que necesita para aprender su lección, una lección que nos resulta difícil y larga de realizar: el valor intrínseco de todo ser viviente, de todo ser sintiente. Pero un principio totalmente misericordioso, que da las oportunidades (y por tanto las vidas) que cada ser necesite para su desarrollo, para volverse mejor individuo y con ello llegar a ser feliz solo en la medida en la que entiende al mundo como un sistema orgánico e interconectado, en donde la felicidad propia depende de la de los demás. Un principio que además otorga una visión de un contexto mayor de nuestra existencia como individuos, como almas (con un potencial cuerpo iluminado), un contexto en el que podemos visualizar de forma más clara el valor de nuestra vida físico-biológica, su función, su utilidad, en un trasfondo de potencial perfeccionamiento eterno.
Más allá de la coincidencia que encontramos en esta cosmología a través de diferentes tradiciones espirituales en el mundo, el Vaishnavismo posee una ventaja importante sobre aquellas múltiples vertientes que tienden hacia el impersonalismo o la aniquilación del ser, identidad o alma individual como objetivo último de iluminación. Y es su capacidad para dar una explicación clara, detallada y racional de la libertad, una de las ya mencionadas causas claras del surgimiento del “mal” o, como hemos dicho, de la oportunidades para mejorar. Esto es así porque el Vaishnavismo o doctrina Vedanta devocional considera su metafísica desde un punto de vista personalista de unidad en diversidad, en donde el Absoluto, Dios, Sri Krishna, es entendido como un ser personal quien a su vez se encuentra constituido de infinitos elementos conscientes finitos tanto liberados (nitya-siddhas – almas o individuos eternamente iluminados, benevolentes, amorosos) como condicionados (nitya-baddhas – almas que tienen el potencial de liberarse) que desarrollan una interacción eterna con el Absoluto y los demás seres vivientes, sintientes, cada uno desde su propio nivel de consciencia.
Al ser la libertad una condición lógicamente necesaria para el amor, y siendo el amor divino (el amor desinteresado por todos los seres del universo) el objetivo último de todas las almas, esta no puede ser más que un requisito de los seres conscientes tanto en el mundo “material”, en consciencia cubierta, condicionada, egoísta, como en el mundo o consciencia liberada. Es así que bajo la idea Vaishnava del amor divino y la libertad, los “males” del mundo aparecen gracias a nuestra aun larga ignorancia de cómo debemos tratarnos los unos a los otros, causándonos continuamente heridas entre nosotros mismos y sobre los demás seres humanos, animales, ríos, montañas y toda nuestra madre Tierra.
El amor implica libertad, puesto que no se puede amar por obligación. Pero, como hemos visto, la libertad es la fuente principal de los “males” del mundo que son traídos por nuestro uso egoísta de tal capacidad. El amor, en este sentido, explica la existencia de tales “males”: creando la posibilidad de actuar correcta o incorrectamente, en su dirección o en su contra. Pero las doctrinas impersonalistas, al menos hasta donde puedo ver, no pueden dar un sentido claro al concepto del amor, puesto que para ellos el yo, la identidad personal, el alma, son solo estados ilusorios que deben ser trascendidos para entrar en un estado de luminosidad y/o vacío en donde no hay nadie quien ame ni nadie a quien amar. En su concepción, el amor es lindo pero finalmente una completa ilusión. La pregunta para estas doctrinas entonces sería: ¿si la libertad no viene del amor, si no se funda en el amor, entonces de dónde viene, en qué se funda ontológicamente? Más aun, ¿existe una idea coherente de libertad sin su correspondiente noción de agencia y agente? Creo que el impersonalista podrá responder coherentemente que no existe la identidad personal, ni la agencia, ni la libertad. Y es por ello mismo, podrá decir, que el “mal” en el mundo no existe. Pero, ¿quiénes son aquellos que dicen esto, y quiénes son aquellos que practican para salir de la ilusión?
Como hemos dicho, para el Vaishnavismo o doctrina personalista Vedanta, como consecuencia de nuestra consciencia ilusoria que viene dada por nuestra identificación errónea con unos deseos, unos propósitos y necesidades falsos, egoístas, somos puestos en situaciones en las que “sufrimos” el proceso de llegar a ser mejores cada día. Un proceso de perfeccionamiento continuo que siempre se desarrolla de acuerdo al ángulo de visión que tengamos sobre estas situaciones, a las reacciones que tengamos a partir de estas, y a las decisiones libres que tomemos para extraer en algún grado u otro el aprendizaje que desde nuestro interior ansiamos en la búsqueda de nuestra propia sabiduría, tranquilidad y felicidad; las cuales se alcanzan única y finalmente a través del amor universal.
Referencias:
Hick, John (1978). Evil and the God of Love, New York: Harper and Row, revised edition.
Tooley, Michael (2021). “The Problem of Evil”, The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Fall 2021 Edition), Edward N. Zalta (ed.), forthcoming URL = <https://plato.stanford.edu/archives/fall2021/entries/evil/> (accessed on 16 June 2021).
¿Cómo referenciar?
Morales, Juan Diego. “El “problema” del mal desde el contexto del dharma y el Vaishnavismo” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Nicolás Orozco M., 28 sept. 2022. Web. FECHA DE ACCESO.
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