El calendario: una ficción poderosa

Un año que viene, otro que se va”, cantaba en su tiempo el colombiano Rodolfo Aicardi —una canción de esas que, por demás, se sigue oyendo cada temporada navideña en su país de origen. Bueno, es verdad que en este caso tenemos en la cabeza el calendario occidental. Muchos pueblos alrededor del mundo siguen otros: el calendario hinduista, el calendario islámico, el calendario chino… Es bueno recordar que todos ellos son convenciones.

No obstante, eso no significa que no tengan ninguna realidad: son convenciones, pero no meramente convenciones. El hecho de que sigamos un cierto calendario tiene un enorme impacto no solo en la manera como organizamos el tiempo. Esta acción, de organizar el tiempo de una cierta manera, regula el ritmo de nuestras vidas tanto como regula nuestras agendas. Es más, incluso extiende su influencia sobre nuestras expectativas y emociones. En la misma canción que rememoraba al principio dice que en navidad “unos van alegres, otros van llorando”. Sí, por muy convencional que sea, el final del ciclo en el calendario suscita en incontables personas un impulso tan fuerte como involuntario de repasar las cosas vividas en el año (o incluso en la vida entera), o bien de celebrar con especial intensidad y exceso; de cualquier manera, estos potentes efluvios del alma suscitan intensas respuestas emotivas: depresión, ansiedad, júbilo, expectación.

Es verdad que a mucha gente no le pasan estas cosas, pero no dejan de organizar su tiempo en relación con el fin de año. Incluso las personas más indiferentes a los “cierres de ciclo” no pueden dejar de planear no solamente sus actividades, sino sus vidas enteras en función del calendario. Por si quedan dudas, baste recordar lo que pasó al principio del confinamiento por la pandemia de Covid-19 en 2020: muchos jóvenes que no tenían grandes obligaciones laborales se entusiasmaron en pensar que para ayudar a salvar el mundo solamente necesitaban quedarse en casa, en pijama todo el día, haciendo todo lo que quisieran a la hora que quisieran. Al principio todo parecía un idilio, una fantasía hecha realidad, hasta que empezaron a perder la noción de qué día de la semana era. Entonces la situación se tornó incluso aterradora. Comprobaron en carne propia que no se puede vivir una vida como la de nuestro tiempo sin pautas y sin puntos de referencia organizados en función de un calendario.

En fin, si bien es verdad que tenemos un calendario y lo usamos, tal manera de hablar quizá resulte muy imprecisa, o al menos ingenua. Más bien, vivimos en un tiempo configurado por nuestro calendario. Por ejemplo, consideremos lo que pasa antes del 1 de enero: las personas empiezan a sentirse ansiosas por lo que hicieron —y principalmente por lo que no hicieron— durante el año; empiezan a hacerse propósitos para el siguiente; se sienten compelidas a reconsiderar y evaluar sus acciones y hasta sus vidas mismas; ven la oportunidad de soltar las cosas negativas ya pasadas y darle la bienvenida al futuro con entusiasmo y esperanza renovada. Y ya llegado el 1 de enero, empieza el tiempo de hacerse propósitos —costumbre que, a juzgar por la cantidad de publicaciones, videos y aplicaciones orientadas a comentarlos y hasta ayudar a la gente a cumplirlos, no ha perdido popularidad. El año nuevo y otros hitos del calendario pueden ser una mera convención, pero su efecto sobre nosotros no es menos real que el de un accidente, los cambios en el clima o un buen momento con una amistad muy querida.

Todo esto se debe al hecho de que la vida humana es esencialmente cíclica: necesitamos ciclos a fin de reafirmar nuestro lugar en la vida y en el mundo. Es verdad que otros animales también tienen esta necesidad, toda vez que regulan su sueño, sus migraciones y su apareamiento de acuerdo con los movimientos de la luna y el sol. Sin embargo, incluso la vida cultural de los seres humanos es regulada de manera similar: la agricultura, la contabilidad, el comercio, básicamente toda actividad humana depende de los movimientos cíclicos del sol, la luna y las estrellas. Y cuanto más dependan los seres humanos de estos movimientos, tanta más complejidad pueden añadir a su actividad. En nuestra dependencia de los ciclos nos hacemos más libres de actuar. Por otra parte, en la medida en que nuestros calendarios están construidos de acuerdo con los movimientos del cosmos, no son enteramente arbitrarios y de algún modo siguen el ritmo cíclico de la realidad.

He aquí un punto muy interesante. Los calendarios son arbitrarios, sí, pero no pueden ser enteramente arbitrarios. Su practicidad depende al menos de esa curiosa danza de opuestos entre la naturalidad y la arbitrariedad. Es importante que se guíen por los mismísimos ciclos de la naturaleza: los ciclos de la luna y el sol, las estrellas, las estaciones. No obstante, sobre esta base se puede —e incluso se necesita— “inventar” un poco: se inventan las horas, los días, las semanas, los meses…, periodos que pueden seguir ritmos no del todo coincidentes con los de los astros o los fenómenos naturales. Es gracias a ello que pueden ser calculados con relativa facilidad y estar a la mano de todo el mundo. Y, con todo, raramente se ve algún calendario que no responda a la necesidad de realinearse con esos ciclos naturales: de ahí los periodos de encaje (como el día bisiesto en el calendario occidental o el mes de encaje en el chino); en cualquier caso, el cálculo de eventos como los solsticios y equinoccios no deja de ser necesario para la agricultura o la navegación.

Curioso, ¿no? Hay ficciones que no por ser ficciones dejan de ser reales. Y poderosas.

 

Pie de página: 

El texto de esta columna había sido publicado originalmente en un blog personal del autor en 2013. La presente versión ha sido significativamente editada y ampliada. Texto original: https://palabrapresente.wordpress.com/2013/12/31/ciclos-feliz-ano-nuevo/

¿Cómo referenciar?
Barbosa Cepeda, Carlos. “El calendario: una ficción poderosa” Revista Horizonte Independiente (Columna Cultural). Ed. Nicolás Orozco., 14 feb. 2024. Web. FECHA DEACCESO. 

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