Estoy cansado pero muy feliz, acabo de salir de entrenamiento. Mi cuerpo está reclamándome por el cansancio y toda la exigencia que le he dado la última semana con mis caminatas obligadas. No tengo mucho dinero en estos momentos, creo que siempre estoy en crisis, aunque no solo de dinero. Al caminar no necesito de dinero, tan solo buena música y ganas de querer bailar y hacer el ridículo por creerme en una película.
Debo llevar al menos media hora de caminata cuando comenzó a llover, creo estar en ese momento en que sin importar nada la vida se ve de color amable, color vivo que abriga mi cuerpo y me hace olvidar mis dolencias, ese color no se desvanece ni con la lluvia. La lluvia que siento me transporta a mi infancia donde no importaba mojarme durante horas, así mi madre me regañara por darle el trabajo de lavar la ropa y prepararme sopa ya que siempre terminaba enfermo. ¿Cómo podría odiar la lluvia si me lleva a esos momentos en que el estrés de crecer no existía? Jamás podría odiar la lluvia, menos con el acompañamiento musical que mueve mis piernas y me da la energía para caminar por horas y días enteros.
Mi cuerpo se siente liviano, la lluvia no para y en mi mente no deja de rebotar el ritmo de la música. Me hace imaginar que en la película de mi vida por fin estoy superando todos mis problemas. Nada me puede dañar en estos momentos, o eso pensaba antes de verlos. Vi desde una cuadra antes cómo mi película se integraba con la de otra persona, el mismo escenario puede traer emociones distintas dependiendo de lo que vive la persona. Los vi, una muchacha de unos 20 años llorando desconsoladamente, vestía totalmente de negro, una mujer mayor intentaba darle ánimos mientras ella contenía su llanto y ocultaba como sus labios se retorcían mostrando la tristeza que tenía. Me iba acercando paso a paso, mis pies dejaron de sentirse ligeros, mis pasos comenzaron a ser cortos y rígidos al igual que mi cuerpo comenzaba a tensionarse. Ya no podía sentirme bien por la escena que estaba viendo, pero, ¿debo sentirme mal? Debí saber que esa pregunta cambiaría mi ánimo.
‒Todo está bien, no tengo porqué sentirme avergonzado de estar feliz‒ me repetí en mi mente a cada paso que me acercaba a ellas.
‒Que pésimo ser humano eres, no tienes empatía‒ dijo aquella voz de monólogo que siempre me acompaña.
‒Tengo empatía, pero son unos desconocidos, ¿y si lloran de felicidad?‒ le replique a aquella voz.
‒Además de poco empático veo que eres estúpido, dime qué podría decirte que lloran de felicidad, ¿tal vez el atuendo totalmente negro de ambas?‒ Hasta mi respirar se volvió más pesado al escuchar esto.
‒Tienes razón, pero yo no puedo hacer nada, es decir, ¡son extraños! Apenas si puedo con mis emociones, un abrazo no las calmara ¿cierto?‒ Aunque fuera para mí mismo, mi voz se sentía quebrar.
‒Jajaja‒ se rió con cinismo aquella voz. ‒¿Acaso por extraños valen menos?‒ me dijo.
‒Sabes que eso no es lo que quería decir‒ un poco de ira se acumulaba en mí.
‒Solo estoy en tu cabeza, realmente no sé nada. Solo sé que ellas están más que tristes y tú no haces nada para ayudar a tu prójimo.
Mi mirada solo estaba clavada en aquella escena, ellas no notan mi presencia, ¿cómo podrían hacerlo? A quién le importa un tipo extraño que no conoces y que menos te podría importar su existencia. Pase de largo de aquella escena, caminaba, caminaba; un paso a la vez que se sentía eternos. ¿Cuánto más debo caminar? ¿Por qué no traje más dinero hoy y poderme ir en bus? “Desgracia la mía” dije mientras seguía caminando, aún tenía que llegar a mi destino. No podía dejar de pensar en ellas, pero también pasaba por mi mente una pregunta más que extraña, ¿por qué me invade la culpa de algo que no depende de mí? Siempre la doctora me dijo que debía dejar de culparme por las acciones de los demás.
Mi mente está muy desgastada, siento cansancio. Mi energía alcanza apenas para llegar a mi destino, quiero dormir, siento ira y el llanto venir. ¿Por qué me siento tan culpable de unos extraños? Ni siquiera soy importante en la vida de los demás como para que importe mis emociones. Antes de entrar al edificio veo el cielo, estaba lloviendo más fuerte que antes y no me di cuenta. El color ya no es cálido, es gris, un gris opresivo como el hierro en las cadenas.
Subí las escaleras, el entrenamiento ya comenzaba a pesar en mi cuerpo, después de todo mi cuerpo se había enfriado y en ningún momento estiré como debía. Sentía punzadas en mis piernas cada que subía un escalón. “Esta es mi procesión de todos los días” solté esa frase al aire sin querer, al menos nadie estaba para escucharme. Llegue al tercer piso, timbre y me abrieron la puerta. Seguí adentro de aquel apartamento, fui hasta un cuarto que funciona de oficina, me senté y la escuché preguntarme:
‒¿Cómo has estado, cómo te sientes hoy?‒ dijo ella.
‒Doc., no le mentiré. Soy el peor ser humano y merezco morir‒ dije mientras la culpa me oprimía el pecho.
¿Cómo referenciar?
Solarte, Brayan D. “Depresión bajo la lluvia” Revista Horizonte Independiente (columna literaria). Ed. Nicolás Orozco M., 26 enero, 2022. Web. FECHA DE ACCESO.
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