Estiven Valencia Marín

Magíster y Licenciado en Filosofía.
Investigador Universidad Católica de Pereira.

Vol. II Colección C:3 – C3

¿Es Epicuro un hedonista a ultranza?

“El placer austero de Epicuro se aleja mucho de sus
caricaturas. Él se ha cuidado de dejar clara la
distancia que separa al goce producto
de la ascesis y el abandono a las
solas satisfacciones triviales”
Onfray. Sabidurías de la Antigüedad

Tal como se nos ha trasmitido a lo largo de la historia del pensamiento, la premisa sustancial de la filosofía epicúrea que dice del placer el ser principio y fin de la vida feliz parece guardar ciertas particularidades que hacen de Epicuro defensor de un ideario inédito, alejado, sin más, de la confrontación académica ocurrida años previos a su existencia sobre la cuestión por el mejor modo de vida y su contenido. Se trata, entonces, de la pregunta por el comportamiento moral tan propia de la cultura griega, una cultura que asiste a grandes y hostiles convulsiones del tiempo a causa de los conflictos políticos y sociales del territorio y que, desde una visión terapéutica de las preocupaciones propuestas por el filósofo de Samos, ve la filosofía como la vía de salvación para el hombre y mujer del entonces. En otros términos, el bienestar humano desborda las típicas concepciones de un saciar los deseos del cuerpo, además de estimar todo examen de estos como condición forzosa para no perder al sujeto en su búsqueda de felicidad, máximas estas en las que no se enfoca un hedonismo extremo.

Ya lo advertía el mismo Epicuro en una de sus célebres sentencias: “para la propia salvación el cuidado que debemos tener con nuestra persona es fundamental, además de estar vigilantes contra aquello que nos pueda dañar a causa de deseos violentos”, dando a entender que no es por satisfacción de todo deseo como se alcanza el bienestar querido, ni mucho menos es aquel contento del cuerpo por el que se logra estados de sosiego. En el mismo sentido, todo hombre y mujer que identifica sus experiencias de goce con estados de satisfacción sensorial, asume para sí una determinada concepción de vida buena dada a suplir aquellas necesidades físicas y materiales que estima convenientes para su desarrollo, y aunque la consecución de estas es natural, lo cierto es que existen ciertos estados anímicos que resultan de un equilibrio interior. Bajo estas premisas, comprender la posición del filósofo de Samos respecto de una vida feliz implicaría asumir que tal no siempre se identifica con lo sensorialmente placentero, sino que incluye condiciones psíquicas que trascienden a las simples percepciones.

Queda fija la identificación de dos dimensiones en el hombre que tienen menesteres propios; que buscan ser resarcidos por el hombre con el fin de hacerse a una existencia dichosa. Pero además de esta proposición que recrea la reducida concepción hedonista previa a Epicuro, es decir, el posicionamiento de las sensaciones como única vía de satisfacción planteada por los sofistas, Aristipo, Platón y Espeusipo, entre otros, una posible postergación de la experiencia de goce para evitar la irrupción de dolores mayores es otra novedad que imprime el de Samos. En efecto, el dolor comporta un criterium vitæ que advierte de lo que daña a la naturaleza del hombre, una señal sobre los desequilibrios o alteraciones orgánicas y psíquicas que pueden acaecerle. Pero, si junto con Epicuro, nativo de la isla de Samos, hemos de decir que “no todo dolor es cosa mala que deba rechazarse siempre por principio” a pesar de que sea considerado como un estado del cual los seres humanos rehúyen, cierto es que tal no comporta un mal en sí mismo el cual, por ser congénito a todo ser viviente, no pueda ser superado.  

Con lo dicho, se comprende entonces que las sensaciones dolorosas son experimentables de modo inmediato, si bien su relación directa con la constitución natural de los seres vivientes acusa de posibles modificaciones en nuestras dimensiones; dolor que no será tanto como un enemigo del que habrá que librarse por todos los medios por cuanto se convierte en el medio idóneo para escapar de lo verdaderamente hostil a nuestra naturaleza. Ahora, tal afección en conjunto con el placer corporal y anímico incitan cierto tipo de reacciones, sea por agravio o aprovación de estas que, en definitiva, hacen a las actuaciones mismas, es decir, a toda acción le antecede una afección lo cual implicaría un rendimiento ético que se limita a la aceptación o rechazo de lo favorable o nocivo para un individuo, respectivamente. Aquí, aceptar el placer o rehuir al dolor determina nuestro talante, nuestro carácter, el modo en que se piensa y actúa bajo motivo de alcanzar un bien deseado, ya que es precisamente en estas formas de proceder como se pone a prueba la capacidad desiderativa de toda persona.    

Los fines particulares por cuyo logro el ser humano se esfuerza alcanzar con el interés de una vida buena, implica una compleja praxis que tiene en los medios una pieza crítica para definir estados de bienestar, medios que a su vez los fundan aspectos íntimos dados en la satisfacción de los deseos y el acierto de estos. Para esto, el examen de los juicios y acciones camino a la salud del cuerpo y sosiego psíquico es determinante a la hora de establecer qué es provechoso y qué lo verdaderamente perjudicial en la realización de los proyectos humanos; siendo esto el posicionamiento de la virtud que, en definitiva, orienta en el objetivo de adquirir bienestar. En consecuencia, el pensador de Samos sitúa en función de la búsqueda de la salud del cuerpo y el sosiego anímico, el análisis de todos aquellos factores que probablemente comprometen la vida feliz, es decir, el examen de juicios y acciones que desdicen, pervienten, contradicen o desvían del bien deseado, del bien buscado; análisis o examen que es expresión de sabiduría tal cual dice Epicuro en las múltiples lineas de su Carta a Meneceo.

Palabras más, palabras menos, un hedonismo evaluativo según John Cooper o un hedonismo estable según Anthony Long, incluso hedonismo austero tal cual califica Michel Onfray a la filosofía propuesta por Epicuro, resulta un tanto acertado. Lejos de ser un hedonismo poco o en nada elaborado, es decir, simplemente sensual como el de Aristipo, hedonismo sensual y riesgoso, estimado así por los más irreverentes enemigos de cualquier tendencia que advierta del placer el ser fin de la vida según lo advierten Platón, Espeusipo su sucesor, los fundadores de la corriente estoica, algunos estoicos de la era romana como Cicerón y los neoplatónicos, aquellos planteamientos del pensador samio proyectan ideas no tan claramente definidas por quienes le precedieron. Bajo el esfuerzo por una comprensión holista de la realidad humana, una comprensión que hace de la teoría y práctica aspectos esenciales de la filosofía, Epicuro construye su pensar desde exigencias epistémicas que tiene en las sensación el comienzo del saber, y asume estándares de evaluación para la vida práctica.  

Así pues, la réplica a ciertos valores tradicionales, sobre todo religiosos de la sociedad griega, que necesariamente condicionan el modo en que las personas se piensan y perciben el mundo que les rodea, además de la réplica a las filosofías que se fundaron en algunos relatos míticos cuyo establecimiento solamente procuró grandes temores a quienes profesaban estos, indican el ánimo de fijar pautas actitudinales y comportamentales capaces de disolver esas opiniones vanas que imposibilitan la adquisión de una vida tranquila, de una vida feliz. Dicho esto, toda filosofía que no esté en función de ofrendar la cura a las malas afecciones del hombre, es una filosofía que “no genera utilidad pues esta no expulsa esas afecciones negativas que aquejan al alma”. Por esta razón, la filosofía tiene el papel de preveer esa probable perniciosidad que nos conceden los deseos o las pasiones dañinas, y que, en últimas, corroen el bienestar por la las prácticas generadoras de disensiones personales y colectivas que aquell@s suscitaron las cuales el mismo Epicuro dice, es imperativo evitar.

En síntesis, esta doctrina hedonista tan variopintamente interpretada por eruditos de todos los tiempos ha dado pié a las múltiples confrontaciones con el objeto de descubrir incoherencias prácticas que, a la larga, hacen de dicha perpectiva el origen de las más reprobables acciones cuyos efectos nocivos deben ser prevenidos. Sin embargo, el referido posicionamiento de la virtud que, en definitiva, orienta en el objetivo de adquirir bienestar, la concepción de la vida feliz que al implicar estados de placer no siempre se identifica con los sentidos, con el cuerpo, sino que incluye condiciones psíquicas que trascienden a las simples percepciones, y la idea del dolor como criterio de vida que al ser inherente al ser humano no siempre es un mal, hace de la filosofía epicúrea algo más que un simple hedonismo. De modo que, frente a los muchos recelos por las prácticas laxas que se le imputan al placer, cabe pensar una línea negativa del mismo, un apofatismo hedonista que contraría el mal que se le atribuye a tal afección natural si bien, desde la versión de Epicuro, éste se da la mano con la virtud.   

¿Cómo referenciar?
Valencia Marín, Estiven. “Es Epicuro un hedonista a ultranza?” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Brayan D. Solarte, 28 jul. 2021. Web. FECHA DE ACCESO. 

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