Ludwig Wittgenstein es uno de los filósofos más influyentes del siglo XX. Es en el fondo un escritor de una manera muy particular de metafísica; esto es, se ha dividido el pensamiento de Wittgenstein en dos modos, marcados a su vez por dos grandes obras representativas del filósofo.
El primer Wittgenstein es un modo de pensamiento para el cual el lenguaje es un intento de reflejar la realidad, es la forma del ser humano de conocer el mundo que le rodea. En esta corriente de pensamiento, la realidad tiene una estructura constante y por ello el lenguaje es fundamental y exacto para conocerlo. Se declara que los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo (Wittgenstein, 1921); cosa que expresó en la obra representativa de este modo de pensar: Tractatus Logico-Philosophicus. Sin embargo, una vez hecho el ejercicio (que podemos replicar ahora) de observar en el mundo ¿dónde se puede encontrar el objeto que corresponde con la expresión lingüística ‒por ejemplo‒ “maldita sea”? si no hay nada de correspondencia en la realidad con esta expresión lingüística entonces ¿no tiene sentido esa expresión? ¿se habla de algo que no es real? ¿o la realidad no tiene una estructura constante?
Si este supuesto filosófico indica que el lenguaje se corresponde con la realidad, no es posible decir que esta de algún modo “se equivoca” cuando no hay en ella algún objeto que se corresponda con una expresión, por ejemplo, un sinsentido: “caminaron verde playa entre figuras tres” o una expresión con sentido en apariencia “el alma del ser humano es inmortal”; entones la realidad no se equivoca ¿se equivoca el lenguaje? No necesariamente, más bien, se equivoca el primer Wittgenstein en cómo considera la realidad.
De este modo y a partir de esta cuestión se abre espacio a otra gran obra de Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, una obra que más que una corrección a la filosofía anterior o una resolución del problema encontrado, es una crítica al pensamiento antecesor. En esta obra Wittgenstein introduce la noción de juegos del lenguaje, con los cuales hace referencia a que el significado de las palabras y las expresiones ya no sugieren una correspondencia con objetos de la realidad, sino que depende del uso que se le dé al lenguaje. Se desdibuja en esta filosofía la relación fija entre el conocimiento, la mente y la realidad humana, y se incluyen las comunidades, sociedades y grupos humanos específicos y particulares que puedan encontrarse en el mundo; cada uno de los usos que cada una de las comunidades y demás realicen del lenguaje es llamado juego del lenguaje.
Ahora bien, todo este asunto versa sobre el sentido de ya que el problema en el primer Wittgenstein surge porque hay expresiones que parecen carecer de él, y la noción de juegos del lenguaje que aparece en el segundo nos habla de los diversos sentidos que puedan tener las palabras o las expresiones, según el juego lingüístico en el que estén.
Para comprender cuál es el sentido de una proposición debe admitirse que la realidad es el conjunto de hechos simples que ocurren; esto es, un hecho que no pueda dividirse en otros hechos y que solo se forme de objetos con ciertas características y relaciones. Aceptado esto, una proposición tiene sentido si representa un hecho simple. La proposición ha de estar compuesta de palabras que refieran objetos, los cuales forman parte del hecho. Esas palabras además deben estar conectadas entre sí, de tal forma que reproduzcan la relación que los objetos tienen entre sí. Se dice, entonces, que el hecho se figura en una frase. Sin embargo, que un enunciado tenga sentido no quiere decir que sea verdadero; los enunciados que representan hechos pueden ocurrir y en esa medida tienen sentido, los que ocurren son verdaderos y los que no, pues falsos. Una vez definido lo que es sentido de una palabra o expresión, se explica porque las palabras no son etiquetas como se consideraba en el Tractatus.
Propuesta la noción de Juego del lenguaje, cada juego tiene unas reglas que expresan como debe jugarse el juego y seguirlas es a la par jugar. Las reglas sirven para determinar en qué situaciones el uso de la palabra es correcto, contrapuesto a las situaciones en las que es incorrecto. El sentido de una palabra, está contenido en la regla de uso que plantee el juego del lenguaje y, cómo mencionaba antes, un juego del lenguaje puede ser propio de una comunidad, de una sociedad o de un grupo humano especifico que posee un estilo de vida particular, esto es un juego de lenguaje es propio de una realidad.
Ahora bien, si los juegos de lenguaje se forjan particularmente, para definir si es correcto o no el uso de una palabra, es necesario recordar las enseñanzas recibidas respecto del uso de las palabras en el juego del lenguaje en el que se ha desarrollado o en el que se ha crecido. Las reglas no se establecen ni se fijan, puesto que resultarían insuficientes a la variedad de experiencias que pueden presentarse como base para constituir el juego del lenguaje, por ejemplo, aquellos que surgen en un momento especifico y con personas específicas que puede o no volver a darse; no es importante conocer la regla: primero porque es una tarea bastante complicada, en especial porque no son reglas explícitas y estructuradas, y segundo, porque el juego se da con o sin el conocimiento de las reglas, lo importante es comprender el uso de las palabras y que se pueden moldear según el juego lingüístico en el que se participa. El sentido de una palabra está contenido en la regla de su uso, en cada juego de lenguaje, pero esto no significa que todos los interlocutores deban conocer las reglas del juego lingüístico, este se da expresando las reglas, a la par los interlocutores se expresan siguiendo las reglas y allí se constituye el juego del lenguaje.
Puede parecer un poco complicado, pero puede resumirse en que: un juego del lenguaje explica cómo funciona el lenguaje en una situación simple, particular o específica, teniendo en cuenta el marco o la situación en que se presente. Cada juego del lenguaje tiene reglas que le permiten al jugador “moverse” o sea expresarse de acuerdo a una finalidad. Digo moverse, porque los interlocutores en un juego de lenguaje no solo tienen emisiones lingüísticas, sino que estas se entrecruzan con las acciones. Las palabras no son etiquetas en tanto que la comprensión de su sentido se evidencia en las acciones que realiza el sujeto que las emite a la par que la reacción de quien la escucha.
Cuando Wittgenstein hablaba del lenguaje como límite del mundo que puede conocerse, se refiere a uno de los juegos del leguaje, el juego lingüístico de describir el mundo. Ya no son mundo, conocimiento, mente y realidad humana una relación fija, sino: mundo, lenguaje y formas de vida. Lo anterior explica la utilidad del lenguaje, porque son los usos que la gente hace del lenguaje en sus vidas cotidianas lo que le da sentido. Ahora bien, esto también quiere decir que imaginar una lengua es imaginar una forma de vida, esto explica por qué no puedo imaginarme ni entender el lenguaje de un león, puesto que no conozco su mundo ni puedo imaginar su mundo.
Otra obra de Wittgenstein, aunque no tan reconocida como las anteriores dos, es Sobre La Certeza, el texto del que nos proponemos a hablar hoy y que hace parte del segundo modo de pensamiento de Wittgenstein. Esta obra versa sobre una de tres afirmaciones que realiza Moore en su obra “Proof of the an external World”[1] a saber “Aquí hay una mano”.
Lo primero para comprender lo que el filósofo austriaco quiere plantear, es tomar la expresión y adecuarla en lo que sería una interlocución:
A: Sé que aquí hay una mano.
B: ¿Cómo puedes probarlo?
A: Aquí hay una mano, mírala.
La primera preposición, la que emite A, no puede ser probada como un hecho en el mundo, pero puede ser derivada de otra que sin embargo no es más segura que ella “Aquí hay una mano”. A son preposiciones, B una posibilidad de asegurar, por tanto, existe una duda con respecto a la primera preposición de A (A1); ¿tiene esta duda algún sentido? Wittgenstein dice que sí. Se afirma que en una proposición que no puede ser probada y sin embargo tampoco se encuentran razones para ponerla en duda, entonces sí tiene sentido la duda que se ocupa de ella[2].
De nuevo, no se admite que sea falsa o verdadera la preposición A1, ya que esto depende de si el hecho que la preposición formula sucede o no en el mundo, se habla aquí del sentido que tiene la duda sobre dicha preposición y a Wittgenstein le interesa de sobremanera puesto que utiliza la expresión sé. ¿Qué significa sé o saber? Wittgenstein propone varias equivalencias, entre ellas esta:
Saber: (quiere decir) estar seguro
Saber: (quiere decir) no puedo equivocarme[3]
En estos usos de la expresión, lo que se sugiere es que no hay espacio para dudas; sin embargo, más arriba se expone que la duda tiene sentido porque no puede probarse A1 ¿cómo resolver entonces que aun cuando “saber” parece describir un estado de cosas que garantiza como un hecho aquello que se sabe[4], hay lugar para la duda?
Wittgenstein propone que cuando se declara “sé”, no necesariamente significa que se sepa[5], para que esto suceda es necesario demostrar que se sabe aquello que se dice que se sabe, porque cuando algo sé, también sé que lo sé (Wittgenstein, 2009). Sin embargo, esa demostración no iría más allá de la expresión A2, lo que corresponde a una demostración de modo objetivo y eso no sería propiamente probar la expresión A1.
¿Cómo se prueba entonces A1? Ya está la demostración de modo subjetivo, pero además si “saber” quiere decir “tener buenas razones para afirmarlo”[6] entonces ya hay un juego de lenguaje donde sí se afirma “sé” el otro entiende que “tengo buenas razones para afirmarlo” y se imagina cómo ese hecho podría suceder. ¿Qué es lo que lleva a un receptor a imaginarse tal cosa? Es aquí donde Wittgenstein introduce la noción de “certeza” [7] lo que hace referencia a un tono en el que se constata cómo son las cosas, aunque claro está que ese tono no justifica ni prueba una preposición del tipo A1.
Certeza se refiere al tono en el que se enuncia “lo sé” y convierte al emisor en alguien digno de crédito para que los demás se convenzan. Este tono, más que decir “lo sé y sé que lo sé” afirma “creer saberlo” y “ustedes también debieran creerlo”.
“Creer saber” es teorizar, es suponer, es lanzar una hipótesis y en ese caso si los demás logran imaginar cómo es que cree saberlo, entonces están todos en el mismo juego del lenguaje; una vez allí, la duda planteada sobre el enunciado A1 se desdibuja, pues todos entienden cuál es la finalidad del enunciado y no es necesario que el realismo se vea probado; no es necesario conocer si realmente alguien “sabe” que allí hay una mano, (puede que entienda otra cosa por “mano” o que señale un lugar en el que de hecho hay otra cosa y no una mano) ni es necesario comprobar que allí hay una mano (puede tratarse de alguna ilusión o engaño). Tan solo se necesita que al decir el enunciado A1, no haya lugar a duda puesto que aquel que escucha comprende el sentido que esa expresión tiene, dado el contexto especifico.
Ahora bien, considero que los juegos del lenguaje surgen porque el lenguaje es insuficiente o si se quiere, engañoso, lo digo porque desde luego hay subjetividades que el lenguaje no atrapa del todo, como las experiencias emocionales, sensibles y demás. El lenguaje en efecto es una generalización para que podamos comunicar nuestras subjetividades y en dicha subjetividad es donde los juegos del lenguaje surgen como alternativa, ya que es una manera de moldear palabras y expresiones ya establecidas, según lo que yo quiero expresar.
La certeza se demuestra en otra traducción de “saber”: “estoy firmemente convencido”[8] allí, la hipótesis se plantea desde una creencia, desde un principio de acción y una disposición de la mente humana; dice Wittgenstein que es análogo a “ver”[9] lo que expresa una relación de mi mente o consciencia, con un hecho, un hecho que determino por medio de los datos sensoriales. No hay certeza de lo que sucede en el mundo exterior, tampoco de lo que llega en tanto datos sensoriales, pero tengo certeza de la imagen que me es dada de aquello que sucede en el mundo, esto es lo que concibo como realidad, es lo que las comunidades según su contexto conciben como realidad, lo que a los grupos humanos específicos les es dado en un momento y situación específica. La imagen del mundo, mediada por mis experiencias que es dada a mí, es mi realidad. La imagen del mundo no es algo que se haya enseñado, tampoco es algo de lo que deba alguien convencerse, más bien, viene dada, es dada y sobre ella pueden realizarse preposiciones que intentan convencerme o que lo logran, a partir de ellas se distingue lo verdadero de lo falso, es decir, lo que sucede y lo que no.
De acuerdo con aquello que se percibe en la imagen del mundo, se funda el sistema de convicciones; estas se nivelan de acuerdo a la seguridad que se tiene de ellas y de ese modo, cualquier hipótesis nueva que llegue desde los otros, debe ajustarse al propio sistema de convicciones. Si esto no sucede, se puede dudar de ello. El que una expresión se ajuste al sistema de convicciones demuestra que tiene cierto tipo de normalidad o familiaridad con mi realidad, por eso no se encuentran razones para la duda de A1. Con “familiar” quiero decir y Wittgenstein querría decir, habitual, que hace parte de la vida ordinaria, de la normalidad [10].
Con todo esto, se encuentra otra traducción o analogía de la expresión “sé”: “para mí y para muchos, es incuestionable”[11] y lo esto se deduce de la misma familiaridad mencionada anteriormente.
Dado que para dudar se necesita tener certezas, las certezas son como resultados de juicios ya realizados con respecto a la realidad y las dudas son juicios que se realizan teniendo como principio los anteriores juicios, entonces si se comparten resultados de juicios (certezas) con otros, como sucede en las comunidades o sociedades, será para ellos también indudable una expresión como A1 y dudable cualquier otra expresión que carezca de sentido. Todas las dudas que surgen a la par de los juicios constituyen un sistema, de igual manera que sucedía con las creencias.
La certeza entonces demuestra el convencimiento y lo incita. La expresión A1 resulta indudable porque es familiar cada palabra, además porque es enunciada por alguien digno de crédito con el que se comparten ciertas creencias de la realidad y que parece comprender el sentido de su propia expresión dado que hace un uso correcto de ella; sin embargo, esto no quiere decir que va a convencer al otro de que “sabe” que hay una mano aquí, solo lo convence de que cree que así es porque esa es la imagen del mundo que tiene en su mente.
Con la expresión A2, se encuentra una última analogía de “saber”: “es así, compruébalo”, de nuevo siendo esto una hipótesis o una creencia, dice Wittgenstein que, en tanto creencia, es una verdad subjetiva[12] puesto que corresponde con una imagen en la mente, ahora bien, “sé”, no tiene esa verdad subjetiva; si A1 es reemplazada por:
A3: Creo que aquí hay una mano
Esto puede convertirse en una verdad con toda certeza del modo que se ha dicho, esto es cuando quien la emite está seguro de su creencia en la imagen del mundo que le es dada y lo emite con un tono de seguridad y convencimiento. La certeza subjetiva, aparece cuando la afirmación A3 demuestra una convicción absoluta[13], no da espacio a dudas, y trata de convencer a los demás, presupuesta la familiaridad de los términos y las expresiones.
Quiero por un momento, y como dato curioso, tomar un par de expresiones más antes de concluir:
B1: He estado en la luna
B2: Nadie ha estado en la luna[14]
B1 es una afirmación de un hombre a un niño en 1951 (fecha en la que se escribía Sobre la certeza); el niño puede creerlo o no creerlo según el sistema de convicciones y de dudas que tenga. Para un adulto de la época, creerlo no resultaría tan fácil, puesto que no imagina cómo podría un hombre haber estado en la luna, no es algo que haya experimentado en la imagen del mundo que le es dada.
Ahora bien, el hombre que afirma B1, no es digno de crédito puesto que en la época no se encontraba habitualidad o normalidad en la expresión que emplea; la certeza, no logra convencer tampoco, pues no imaginan cómo pueda ser posible tal cosa y encuentran en contra de esa afirmación bastantes dudas. Agregado a ello, no convence porque no actúa (y la sociedad no actúa) como sí esto hubiera ocurrido; recordemos que certeza y seguridad en un enunciado, no solo está en su emisión, sino en su acción.
Sin embargo, justo para el año en que se publica Sobre la certeza, Neil Armstrong, Michael Collins y Buzz Aldrin llegan a la luna. ¿Qué sucede entonces con el enunciado B1? Dado que hay pruebas a favor del enunciado, podemos decir que este tiene sentido; la diferencia entre 1951 y 1969 es que cambia el juego de lenguaje porque cambian los modos de vida entre cada época, cambian las realidades puesto que el 1951 no se había viajado a la luna y en 1969 ya se celebraba este evento. B1 no era falsa en 1951, simplemente no tenía sentido, ni era verdadera en 1969, solo adquirió sentido. Aun hoy en día hay discusiones respecto de si ocurrió o no.
Para concluir me quedaré con este último ejemplo planteado y traeré de nuevo la importancia de la experiencia humana en los juegos del lenguaje.
Estados Unidos, 1951, la sociedad estadounidense (y de hecho la población mundial), no ha experimentado nunca haber ido a la luna, tampoco se han mostrado pruebas de ello, ni intentos (el primer intento fue en 1957, Laica la perrita orbitó la tierra). Esta es la realidad de Estados Unidos y del mundo en 1951. Los enunciados que describían la realidad (la imagen del mundo que se da) no se familiarizan con el enunciado B1. Las reglas del juego, aunque no están explícitas, determinan que la persona que enuncia B1, está confundiendo lo que significa “luna” o lo que significa “estar”. Ese enunciado no encaja con el sistema de creencias o convicciones que tienen los estadounidenses y genera dudas en contra de la certeza del enunciado.
Estados Unidos, 1969, Apolo 11 aterriza en la luna. La población mundial experimenta (no directamente) el evento de un hombre en la luna. El enunciado B1, ya no parece está tan falto de sentido e incluso (dicho por alguien digno de crédito como Neil Armstrong) describe la realidad.
La conclusión de todo esto (y una reorientación a porqué tratarlo en la filosofía de procesos) es justamente que la teoría del segundo Wittgenstein, expuesta en Sobre La Certeza identifica un flujo o una procesión en la realidad, no hay un elemento fijo en ella, por eso el lenguaje no se corresponde con los objetos como si fuese etiqueta, hay un proceso de cambio en la realidad, un flujo de conciencia.
Wittgenstein, L. (2009). Sobre la Certeza. (J. Prades, V. Raga Trad.) Madrid, España: Gredos.
[1] George Edward Moore, 1939
[2] Wittgenstein, 2009, §4.
[3] Ibíd. §8.
[4] Wittgenstein, 2009, §12.
[5] Ibíd. §13.
[6] Ibíd. §18.
[7] Ibíd. §30.
[8] Ibíd. §103.
[9][9] Wittgenstein, 2009, §90.
[10] Ibíd. §237.
[11] Ibíd. §116.
[12] Wittgenstein, 2009, §179.
[13] Ibíd. §194.
[14] Ibíd. §106.
¿Cómo referenciar?
Martin’s, Amarilla. “Ya no es esa realidad” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Nicolás Orozco M., 21 sept. 2022. Web. FECHA DE ACCESO.
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