¿En quién piensa una chica tímida y solitaria cuando le preguntan por su autor favorito? Tal vez en alguien que no solo escribe, sino que revela. Alguien que escribe como si eso le ayudara a entenderse a sí mismo y al mundo, como si descifrara la existencia. Un hombre poeta que siempre encuentra en las palabras algo más que significados. Y no solo en el poeta, sino en la persona cuya genialidad no termina en el verso, sino que se funde con la vida hasta que no queda claro dónde empieza el hombre y dónde su obra.
Ese hombre es Daniel Casas Salicone. Poeta, escritor y dramaturgo, nacido en Chivilcoy en 1961. Uno de esos autores que hacen más que despertar admiración, transforman. Alguien a quien yo misma he seguido: desde la Italia hasta la Alsina, desde Plaza de Almas hasta Av. Urquiza, desde la Echeverría hasta cualquier lugar que me haya pedido. Cada dirección ha sido una estación del viaje a la profundidad de su universo literario.
Tal vez sea cierto que la vida nos conduce a las personas y sus obras, como respondiendo a un llamado que ni siquiera sabíamos que existía. El azar no es accidente, es una brújula que nos encamina hacia lo que nuestra alma anhela con urgencia. Así llegó 47 libros, el primer libro editado de Casas. Un libro que definió mi relación con su obra y que, a la vez, se convirtió en un espejo donde reconocí mi propia necesidad de poesía: su poesía.
En el prólogo de 47 libros, Liria Evangelista habla del “deseo de dos cuerpos: el que lee y el que es leído”. Y así como ella se siente “leída” por el libro, acariciada, sensibilizada, convocada, yo también me encuentro interpelada por el llamado de la poesía de Daniel. Leer sus versos es atravesar puertas a un espacio íntimo en el que el lector se encuentra con el autor y consigo mismo.
Escribir, para Daniel, parece ser un acto de fe y un acto de amor: un ritual de entrega frente a la hoja en blanco, silencioso. Es un pacto de amor que nos invita a mirarnos, a descubrirnos en sus versos, porque cada página guarda secretos que ya habitaban en nosotros.
Este libro madre se abre con un epígrafe escrito por el propio autor: “Un libro tomado al azar […] es quizás una atracción que genera un contacto sincero, hasta que ambos resuelven interrumpirlo, pero esa sinceridad habita fundamentalmente en el reconocimiento del deseo”. Con un tono enigmático, ilumina la naturaleza del encuentro, orquestado por la fatalidad y la intención.
Un libro no llega a nuestras manos por casualidad. Trae respuestas que encuentran preguntas adormecidas en nosotros. Leer a Daniel es dejar que tomen forma, que su poesía nos modifique y nos despierte.
Su primer libro editado llegó a mis manos apenas unos días después de conocerlo. En agosto de 2019, me contacté con él para asistir a su taller literario. Nos encontramos en una entrevista que todavía puedo sentir en el cuerpo. La intensidad de esa conversación me convenció de algo: personas como él no se cruzan muchas veces en la vida. Pocos días después, me invitó a presentar su libro en una feria local. Pero aquello fue más que una invitación, más que un libro. Fue un umbral a habitar su mundo.
¿Por qué hablo de 47 libros y no de Matar un grillo, Zenitcero, Hipogeo, Consigna Cero o Todo lo que se oculta? Porque 47 libros es el origen, la raíz de mi relación con Daniel. Es el punto exacto donde su poesía me encontró por primera vez. 47 libros no es un libro que se limita a hablar de temas: los aloja, los desborda. Habla del deseo, de la fragmentación, del cuerpo, de la memoria, del tiempo, de la historia. Habla de todo y de nada. Es un universo y un abismo. Es magnético e inabarcable.
Abrir un libro de Casas es enfrentarse a un encuentro transformador. Como él mismo sugiere en uno de sus poemas (“Mis tormentas/os / Se canalizan en eyaculaciones”), la emoción y el deseo no se reprimen: se liberan con una fuerza cruda y visceral, con una verdad que solo puede brotar de lo incontrolable.
La cueva desde donde él escribe es un espacio de creación y confrontación. Es el lugar donde la poesía irrumpe, desgarra el silencio y lo obliga a preguntarse quién es. Como un eco que no puede detenerse, esa pregunta después no llega a nosotros.
La literatura sigue siendo un acto de resistencia. O, como Daniel dice: “qué es la literatura / qué es sino la forma más terca / de ejercer la libertad”. Escribir y leer son gestos obstinados, actos que se rebelan contra el ruido y la inercia, porque la libertad siempre encuentra su hogar en las palabras.
En mi relación con él, descubrí que la poesía se escribe y se vive, se vive y se escribe. Es una experiencia que desarma, que exige habitar el mundo con los sentidos despiertos, con la disposición a transformar y ser transformado.
Solo los que más lo conocemos sabemos cuál es su verso más literal: “Y seguiré / odiando la palabra otoño en un poema”. Un gesto que lo define: la tensión constante entre lo que lo habita y lo que combate, entre lo que ama y lo que rechaza.
El poema es y será un campo de batalla. Nadie que lo cruce puede salir ileso. Así ocurre con DCS, como lo he visto firmar muchas veces: sus palabras transforman, construyen, queman, atraviesan, en partes iguales. Para quienes acepten la invitación de su poesía, el impacto será definitivo: no volverán a habitar(se) del mismo modo.
¿Cómo referenciar?
Albanesi, Romina. “Un libro para habitar Casas” Revista Horizonte Independiente (Columna Literaria). Ed. Nicolás Orozco M., 12 feb. 2025. Web. FECHA DE ACCESO.
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