Columnista RHI
Vol. II Colección C:1 – C8
La vida está llena de crisis; las peores suelen ser las económicas y las existenciales. Las económicas no dependen mucho de uno; uno sólo es responsable de cuánto gasta, pero no del precio del dólar, ni de la inflación, porque en primera, ni le entendamos, y en segunda, seguimos gastando. Hasta este punto, se le puede culpar al gobierno por esos malos ratos, las depresiones y los altibajos emocionales relacionados con la cifra en nuestras cuentas de banco o los vacíos en nuestras carteras. El problema viene cuando hablamos de otro tipo de vacíos, los cuales guardan una estrecha relación con el segundo tipo de crisis. Porque ahí sí, el gobierno no es culpable de que uno no tenga pareja a quién presentar en la cena de Navidad.
Pero antes de hablar de crisis existenciales es necesario contextualizar dónde surgen: la postmodernidad. La transición entre la modernidad y la postmodernidad tiene lugar en Saint Louis, Missouri, el 15 de julio de 1972 a las 3:32 pm (Duque, 2009, p. 448), con la demolición del conjunto de viviendas Pruitt Igoe, el cual había sido construido racionalmente 20 años atrás. Algo así como si la idea de racionalidad fuera demolida. Fue por esas fechas cuando tuvieron lugar grandes crisis a nivel mundial, al grado de que hasta las ciencias sociales tuvieron la suya. Entre otras, las hubo del tipo social, política y económica.
Algo que caracteriza a la postmodernidad, además del vacío, según Lipovetsky, o la liquidez, según Bauman, es la prisa. Bajo la idea de racionalidad se plantea, a su vez, la idea del orden. Esto es, que las cosas llevan un proceso para tener lugar; hasta la ciencia tiene su método. Una vez instaurada la postmodernidad, el orden pasa a segundo orden ‒el juego de palabras es intencional. Es por eso que uno se enamora primero y después conoce a la persona; ahí es cuando se desenamora.
Algunos autores, como el ya mencionado Lipovetsky, comentan que también el consumismo es parte de las dinámicas sociales cotidianas en la postmodernidad. Y con redes sociales se potencia.
En todo caso, ya sin orden y con prisa es cómo se dan los fenómenos sociales en la época contemporánea. Y es ahí, a su vez, donde tienen lugar las crisis del tipo existencial que evocan culpa, desesperación y memes en los jóvenes, ya que éstos caricaturizan los afectos colectivos de una generación sin terrenos asegurados ni estabilidad laboral, pero con un muy buen sentido del humor. Y de esto el gobierno sí tiene algo de culpa.
Sea como fuere, las crisis se hacen presentes. Están ahí, cuando la precariedad laboral te impide darte un gusto de vez en cuando; también cuando ves que tus amigos se casan y tú te la pasas abrazando a tu gato ‒el mío se llama Susú‒, mientras ves una película del tipo Diario de una pasión, o también cuando todos van consiguiendo su título profesional y tú sigues atorado con la tesis.
Todas esas son crisis temporales, es decir, que tienen que ver con el tiempo. Porque en los 20s es cuando ya necesitas ese trabajo, esa pareja y ese título. Así como la modernidad cayó con el mito de la racionalidad, las crisis en la época moderna surgen del mito del éxito: la demanda por él. Aunado a ello, la prisa por lograrlo. No basta, en todo caso, lograr cualquier objetivo propuesto, sino el tiempo en que se consigue. De ahí la precariedad laboral y el que los empleados sean tan reemplazables en las organizaciones. Al saber la urgencia que tiene, por ejemplo, un recién graduado por encontrar trabajo, se enfrenta las condiciones tan desagradables del mundo laboral. Lo mismo pasa con las parejas, cuando uno soporta cualquier atropello sólo por no estar solo. Porque, así como el exceso es una especie de medida para el éxito, la soledad lo es para el fracaso. Quizá por eso tengamos tanta prisa en lograr todo lo que queremos en el menor tiempo posible, porque la idea de ser unos fracasados a nadie le gusta. Tal vez, sólo al capitalismo, que de ahí se beneficia y reditúa.
Retomando la primera línea de este escrito: las crisis económicas surgen de la falta de recursos; la pregunta que se plantea es, entonces, ¿qué hace falta cuando surge una crisis existencial? Porque por mucha prisa que tengamos, tiempo nos sobra. Quizá ese tiempo sea el suficiente para dar cuenta de que cambiar de carrera, o de trabajo, o de pareja, o lo que sea, no es ninguna pérdida de tiempo sino, en todo caso, una oportunidad.
La presión debido a la exigencia por ser exitosos nos ha distraído; algunos nos hemos olvidado de la importancia de ser felices. Lo bueno es que para eso no hay edad.
¿Cómo referenciar?
Cerna, Daniel. “Todo sobre ayer, o sobre la juventud y la prisa” Revista Horizonte Independiente (¿Y qué tal si?). Ed, Nicolás Orozco M., 30 enero, 2022. Web. FECHA DE ACCESO.
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