Sobre el privilegio de escribir.

En 1988 Pierre Bourdieu escribe su trabajo La dominación masculina que sería una obra de auto análisis y crítica o, como a él le gustaba llamarle, reflexividad. Siguiendo esta postura, tanto la escritura como el papel del escritor se complejizan. Respecto a este último, podemos considerarlo “como un actor, cuyo punto de vista depende de la posición que ocupa en el campo del que forma parte” (Giglia, 2000; 35)[1].

Y es que cuando uno ve más allá de los libros y su computadora, se da cuenta que está inmerso en un campo lleno de relaciones, tanto interpersonales como simbólicas, a las que, si bien, no puede ser ajenas, sí puede ignorar volteando a ver sus libros nuevamente. A decir verdad, uno puede ignorar las cosas de mil y un formas y el mundo de la academia es experto en eso.

Consideremos, por ejemplo, el hecho de escribir en latín, secularizando el conocimiento a una minoría, una élite de intelectuales que conformaban un gremio sumamente hermético y celoso para con sus fronteras, cual imperio en plena expansión.

Sucede, sin embargo, que algunas fronteras no se cuidan -necesariamente- con armas; basta emplear un lenguaje lo suficientemente técnico como para que nadie entienda; de tal suerte que los efectos sean los mismos. Así le ha hecho la filosofía y vaya que le ha funcionado; y es que escribir en latín no era para que cualquiera pudiera leerlo.

Al parecer, la dinámica era escribir para leerse entre colegas y echarse porras entre sí, un vicio presente hasta nuestros días, sólo que ahora reciben estímulos y becas y, si tienen el prestigio suficiente, algún nombramiento y hasta un doctorado honoris causa o premio iberoamericano.

Entonces resulta necesario cuestionarse con respecto a quién escribe. Bourdieu nos responde en su obra citada al inicio del presente texto: “la propensión a tomar la palabra es estrictamente proporcional al sentimiento de tener derecho a la palabra” (1998; 420)[2].  Si la palabra no se toma por medio de la voz, se plasma a través de la pluma. Cualquiera que fuere el caso, escribir no es una opción, sino un privilegio; porque es cierto: uno escribe de algo cuando puede hacerlo.

Escribir sería, entonces, un privilegio. Y si de todos los temas posibles para hacerlo uno elige, justamente, escribir sobre la escritura, ¡vaya situación tan cómoda para vivir! Pues resulta que para escribir uno requiere, de mínimo, tiempo para hacerlo. Y en esta época donde el tiempo vale oro no está de más señalar que, uno requiere, si bien, no necesariamente oro, sí del dinero suficiente para no preocuparse por tener para comprar la despensa del fin de semana que le tomará escribir una columna.

Para cuando uno se da cuenta de lo anterior, le entra algo así como culpa, remordimiento y un poco de hastío y es ahí cuando comienzan las críticas a este sistema económico tan desigual que duran más o menos dos semanas, que es cuando llega el siguiente depósito de la beca. Y si esto no fuera suficiente, porque a menos que se haga un best seller, el escritor promedio gana lo mismo que quien labora de lunes a viernes, o hasta sábado, desde las 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde. Entonces, como no se puede diferenciar por su cartera, lo hace por su consumo: ese espíritu de académico intelectualoide se acompaña de una copa de vino y una serie de selfies rodeado de sus libros y en una pose muy cool, porque puede que quien escriba no sea muy culto, pero sí tiene cierta cooltura. Esta es la academia de nuestros días, cuyo capital cultural no es otra cosa que un performance; es una actitud, como lo señaló Bourdieu allá por 1983 en su obra Las formas del capital. Uno logra diferenciarse del otro a partir del consumo; y eso no es nada nuevo, ya lo dijo Bourdieu en su obra La distinción , Víctor Lenore en Indies, hipsters y gafapastas y Thomas Frank en La conquista de lo cool.

Pero, además de diferenciarse, escribir sirve para distanciarse: ya sea a partir del lenguaje, las modas o las poses, quien escribe en Latinoamérica en pleno 2021 sabe que cuenta con la comodidad para hacerlo frente a los 15 millones de personas que perdieron su empleo durante la pandemia por Covid-19, según datos de la Organización Internacional del Trabajo.

A final de cuentas, si escribir ha de servir para algo, tal vez esto tenga que ver con un ejercicio de crítica y conciencia. Falta que algún día alguien lo quiera leer.

 

Pies de página: 

[1] Giglia, A. (2002). Para comprender a Bourdieu. Sobre su teoría y práctica de la entrevista.
Trayectorias, año IV, núm. X

[2] Bourdieu, P. (2000). La dominación masculina. Barcelona: Anagrama

¿Cómo referenciar?
Cerna, Daniel. “Sobre el privilegio de escribir” Revista Horizonte Independiente (columna literaria). Ed. Nicolás Orozco M., 10 mar. 2021. Web. FECHA DE ACCESO. 

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