Si fuera un minuto más temprano

¡Sujeta bien el tiempo!
Protégelo, vigílalo, cada hora, cada minuto.
Si no lo tienes en cuenta se desvanece.
Considera sagrado cada momento.
Dale a cada uno claridad y significado.
A cada uno su verdadero y merecido logro.
Thomas Mann

¡Ring, ring…! Suena la puerta, Carlos[1] abre sus ojos y mira su reloj despertador que marca con sus manecillas las 06:01 am; él se sobresalta y maldice, ya que desde hace aproximadamente un minuto y diez segundos tenía que haberse despertado,  motivo que lo pone inmediatamente de mal humor, pues durante sus 30 años de vida nunca desde que tiene uso de razón se había levantado tarde.

Carlos se apresura a la ventana a decirle al lechero, que muy puntualmente había llegado, que lo esperara un momento para bajar a recoger aquel líquido lactoso, producido por un cuadrúpedo usualmente manchado de blanco y negro. Sin embargo, al llegar a la ventana el repartidor ya se había marchado sin dejar la leche, razón por la cual se altera más, pues siempre ha sido tradición en su familia tomar un café en leche por la mañana para regular la digestión.

No obstante, éste no sería el único evento impactante que le habría de ocurrir a Carlos aquel día; ese, no otro, aquel 14 de marzo, fecha que para muchos es normal, para él iba a ser el día más crucial de su vida, y todo sólo por un minuto, o al menos eso creía él.

En aquella mañana, después del fatídico suceso con el lechero[2], Carlos se dispuso a continuar su día de forma casi normal, a ver si lograba compensar el minuto que había perdido durmiendo, pues desde muy niño tenía dispuesto un tiempo exacto para hacer cada cosa, siempre y cuando dependiera de él. Por este motivo siempre se acostaba a las 09:30 Pm y se levantaba a las 06:00 Am, o un poco antes si su trabajo de turno lo requería; lo importante era dormir por lo menos 8 horas diarias, y bocarriba para descansar mejor, manteniendo una buena postura y sin tocar mucho la almohada, que quien sabe quién había confeccionado.

Carlos entró al baño a alistarse, se enjabonó detalladamente su cuerpo y se restregó delicadamente su shampoo en la cabeza con las yemas de los dedos, tal cual como su madre lo hacía cuando él era niño. Salió de la ducha y comenzó a secarse de arriba hacia abajo, por evitar esas cuestiones de bacterias y enfermedades que se encuentran en los pies. Seguido a esto tomó su peine y lo pasó finamente por su cabello de adelante hacia atrás para que éste separara los cabellos en porciones equitativas que permitieran dividirlo por la mitad, lo cual daba como resultado el peinado ideal que a él le gustaba.

Finalmente continuó con su rutina de aseo, la afeitada, la perfumada en manos, pecho y mejillas y finalmente, lo más importante, la cepillada de dientes, sin olvidar, claro está, la ceda; así pues este ritual consistía en cepillar los dientes cuidadosamente en una serie repetitiva en el siguiente orden: 20 arriba, 20 abajo, 25 a cada lado y sobretodo 25 en la parte interna en cada uno de los costados; siempre es importante recordar que se debe comenzar por los caninos y después los molares y todo acorde con las manecillas del reloj, pues así es como lo recomendaban los especialistas. 

En efecto, parece que cada actividad, y en especial las que tienen que ver con el cuidado personal de Carlos, tenían para él una gran importancia. Pues ya lo decía el dicho, “es mejor prevenir que tener que lamentar”. Pero no sólo el aseo era importante, sino que también lo era el cuidado de sus cosas, motivo por el cual su armario de madera de pino compuesto por dos secciones, debía tener un orden que permitiera un buen uso y cuidado de sus prendas de vestir:

En la primera sección se encontraban dos hileras de cajones, el contenido de los cuales se hallaba organizado acorde con el orden en que se siempre se viste. De esta forma, el primer cajón contenía la ropa interior de no más de un mes de comprada, por cuestiones de higiene; en el de al lado se encontraban las medias separadas por colores y por días. En los que siguen debajo se encontraban, en uno las camisetas blancas y en el otro las de colores, eso sí, perfectamente dobladas, pues todas eran del mismo diseño y del mismo almacén. En los que siguen abajo se encontraban al lado izquierdo las camisas completamente planchadas con sus respectivos cuellos almidonados, ya que así lo hizo su padre toda la vida mientras estuvo al servicio del gobierno y de la milicia. Por otra parte, en el cajón contiguo se encontraban los buzos y chalecos que de vez en cuando usaba para reemplazar los sastres.

En la otra sección se encontraba un tubo aproximadamente de metro y medio, utilizado para colgar a un lado los pantalones informales y las sudaderas, usados siempre en los fines de semana y al otro se hallaban los diferentes vestidos organizados, al igual que las medias, por colores y por días. Finalmente, en la parte de abajo se encontraban los zapatos organizados de igual manera, a un lado los tenis deportivos impecables y los de los fines de semana que usualmente eran unas botas o unos mocasines; al otro lado estaban los zapatos que acompañaban los diferentes trajes, unos cafés y otros negros, perfectamente lustrados y cuidados.

Tras haber escogido las medias azules correspondientes al día martes y marcadas con la letra M con hilo blanco en la parte superior, Carlos debía pensar cuál había de ser la camisa que más combinaba y, acorde con la camisa, escoger el vestido y obviamente la corbata de forma tan armónica que no desentonara por ningún lado. Por ende, escogió el vestido azul oscuro con la camisa blanco marfil que salía perfectamente con una corbata gris de rayas diagonales negras, para finalmente generar una completa armonía con unos zapatos negros enteramente embolados y lustrados.

Siendo ya las 06:41 am, Carlos se dispuso a tomar de mala gana su desayuno, pues no había café en leche, por lo que le tocó tomar té, el cual, según él, no estaba diseñado para los desayunos sino para las onces de la tarde, pero que además desentonaba por completo con su huevo cocido y su tostada. En efecto, Carlos se sienta, cobra postura, aprieta el abdomen, aproxima delicadamente la silla a la mesa y comienza a masticar sus alimentos cuidadosamente las 32 veces que recomienda el doctor para evitar a futuro una úlcera o una gastritis, a medida que revisa las secciones de política, economía y opinión del diario matutino que llega hasta su casa.

Después de tomar su desayuno, alistó su morral, no sin antes revisar que no faltase nada de lo que se pudiese arrepentir, tomó su sombrero, se puso sus guantes de calle, verificó que tuviese suelto para el bus, (pues si había algo que le incomodara era tener que esperar por su cambio), se colocó su abrigo y su bufanda y salió. Cerró sus tres chapas de seguridad y puso la alarma monitoreada por la policía, a la misma hora que siempre lo hacía… ¡Perdón! Esta vez iba un minuto más tarde. Miró el reloj que indicaba  las 07:01 Am, y ese minuto no iba a ser en vano, pues faltando una cuadra para llegar a la parada del autobús, alcanzó a ver cuándo éste paraba y, a pesar de sus señas, gritos y su carrera, fue inútil pues el bus[3] arrancó y obviamente con él afuera, haciendo que en Carlos se incrementara un poco más su escala de desesperación, pues no hay nada que le aterrara más que llegar, después de 10 años de un perfecto record de puntualidad, tarde a su trabajo.

Entonces, se apresuró a tomar un taxi, tarea que no fue sencilla y que tampoco le agradaba, pues nunca en su vida le había simpatizado estar en un lugar tan hacinado y reducido en espacio, y mucho menos con un desconocido, pues esto le producía desconfianza, por aquello de los robos, además que le implicaba un gasto mayor de dinero. Sin embargo, a pesar de su intento por no llegar tarde falló, pues arribó a su trabajo a las 08:01 am, un minuto después de la hora a la que se entraba a trabajar.

Pero esto no pareciera ser un problema tan grave, pues a cualquier ser en este mundo se le puede hacer tarde un minuto, a menos, claro está, de que el jefe de uno llegue antes y empiece a preguntar por uno y uno no haya llegado. Esto sí podría ser verdaderamente un problema y fue lo que le ocurrió a Carlos, quien se encontraba subiendo a su oficina en el ascensor del edificio hasta el sexto piso, con sus manos sudorosas y aferradas al morral a medida que mentalmente y con la mirada fija en los números del elevador los contaba uno por uno, pues no hallaba la hora de llegar e iniciar con su labor matutina, para así poder olvidarse un poco de aquel impase.

El elevador llegó, sonó el timbre… ¡tin!, las puertas se abrieron e inmediatamente, cual si fuera algo automático entró a la velocidad del sonido en los oídos de Carlos las siguientes palabras: ¿Dónde diablos está Carlos? Efectivamente, era verdad; aquel día, su jefe Don Alfredo, la persona más respetable y de mayor poder en esa empresa, que durante sus 20 años de trabajo arduo al servicio de la misma nunca había llegado antes de las 08:30 am, ese día había llegado temprano. Él era un hombre de aproximadamente unos 60 o 65 años, de cabello blanco con visos grises que demostraban, no sólo su edad, sino también su experiencia, de ojos trémulos, párpados caídos, barba espesa y poco sonriente, pero a su vez comprensivo y tranquilo, que muy pocas veces se encontraba de mal humor. Sin embargo, para mala fortuna de nuestro amigo quien se encontraba petrificado en el ascensor, con las piernas temblorosas y sudando frio a medida que un escalofrió recorría su cuerpo de arriba abajo, hoy era un día de esos.

Carlos descendió del ascensor y se dirigió a la oficina de su jefe, pero no sin antes mirar de reojo a Clarita, la secretaria de Alfredo, quien lo miraba con cara de angustia y de lástima a la vez, mientras negaba con la cabeza de un lado a otro. Él entró en la oficina y cerró la puerta cuidadosamente:

-Siéntese, Dijo su jefe.
-¿Usted se ha dado cuenta de la hora que es?
– Sí señor.
Y sabe que esto le da para un memorando, ¿cierto?
Sí, pero…
– No quiero escuchar sus excusas, retírese.

De esta forma, Carlos se había ganado su primer memorando en su vida laboral, por no llegar a tiempo a su lugar de trabajo, y a decir verdad, por no haber estado allí en el momento en el que Alfredo más lo necesitaba. Así pues, Carlos comenzaba a ver las consecuencias de su minuto fatídico.

Se aproximó entonces a su lugar de trabajo, en donde se encontraba un escritorio y una silla ergonómica que le impidiese dañar su postura. A Carlos le gustaba tener todo bien distribuido en el escritorio, por lo cual tenía demarcado finamente con cinta el lugar de cada frasco que contuviese elementos de trabajo como clips, borradores, ganchos de cosedora, bolígrafos y lápices, en diferentes recipientes, claro está; además del espacio destinado para el computador, al cual también le correspondía su espacio demarcado, igual que a su teclado y su mouse.

Al llegar, Carlos sacó del cajón de debajo de su escritorio dos recipientes con dos diversos contenidos líquidos en su interior, el uno contenía un astringente que le permitía desinfectarse las manos constantemente y el otro contenía un antibacterial para limpiar la superficie del escritorio, la silla y el teclado; rutina que hacía cada mañana antes de comenzar a laborar y en lo que tiene calculado durar 5 minutos, por mucho.

Una vez ubicado en su lugar, Carlos encendió el computador y se puso a trabajar en el mismo artículo en el que había trabajado el día anterior, el cual hacía referencia a un tema que a él siempre le había apasionado mucho, pues si existe algo que le guste, es hablar sobre cómo organizar algo, ya sea una fiesta, una boda, una agenda o simplemente un día normal, lo que lo hace sentir muy bien, puesto que le encanta la idea de compartir algo de su vida diaria con otras personas, hallando en este oficio una conexión directa no sólo consigo, sino con el mundo en general.

Sin embargo, a pesar de los intentos de trabajar y de escribir, no conseguía hacerlo, pues en su cabeza no dejaban de rondar aquellos incidentes que le habían ocurrido en la mañana, pero sobre todo no dejaba de darle vueltas aquel insignificante minuto que para esta altura del día había pasado de ser algo que lo molestaba y lo sacaba de quicio a ser un sospechoso más en aquella cadena de hechos desafortunados y atroces para la vida de nuestro querido Carlos.

Entre tanto pensamiento y tantas ideas transcurrió toda la mañana y así fue que llegó el medio día y con éste las desgracias continuaban, pues la hora del almuerzo como todo en la vida de Carlos es una rutina inamovible. De esta forma, inicia con una ida sagrada al baño para seguir su protocolo de aseo, en donde desinfecta sus manos de aquellas bacterias que podía haber recogido en su escritorio y en el medio. No obstante, no era un ejercicio sencillo, puesto que para nadie es fácil tener que tocar los grifos, la puerta y el jabón con un papel siempre en la mano, porque de lo contrario, que absurdo sería lavarse las manos si se van a ensuciar al tiempo que se lavan.

En efecto, por culpa de su sagrado protocolo y de una charla estúpida con uno de los compañeros columnistas de Carlos, éste volvió a retrasarse en el tiempo reglamentario destinado a la purificación de sus manos, lo cual hizo que, para asombro de él mismo, llegase tarde al restaurante un minuto, y como es de imaginarse, esto puede ser normal en la vida de cualquier ser humano, pero no en la de nuestro amigo.

Al llegar al restaurante Carlos tomó su almuerzo como todos los demás, con la bandeja en la mano y una servilleta, pues los cubiertos él mismo los traía para no tener que usar los que todo el mundo empleaba y que, por cierto, le producen mucho asco. Pidió carne, un poco de arroz, lenteja y una porción suficiente de ensalada. Empero, al llegar por el jugo se percató de que ya no quedaban y es aquí donde comienza su nueva desgracia, pues es normal que en el almuerzo las personas que llegan de último se queden sin algo, y esto no es para nada aterrador, ni siquiera para él, a menos, claro está, que por culpa de un arroz que le quiso jugar una mala pasada, uno termine por atorarse y se convierta en el centro de atracción del comedor y el motivo de burla de todos los miembros de la revista. 

En efecto, uno pensaría que todo lo que le ocurre a Carlos es normal, nos puede ocurrir a cualquiera y que probablemente el tiempo no tenga que ver con esto, y mucho menos un minuto. Pues se ha oído hablar de personas que juegan y manejan el tiempo a su antojo, pero nunca se ha visto que el tiempo juegue con las personas, como pareciera ocurrirle a nuestro columnista, quien después de semejante escandalo abandonó su almuerzo y, en seguida de encajarse la camisa y de cobrar postura, regresó a su lugar de trabajo, pero esta vez con una confusión más grande en la cabeza, pues para él no era normal que cada vez que miraba el reloj y se encontraba un minuto adelantado de lo previsto, le ocurriese una desgracia.                

Tras intentar internarse nuevamente en su trabajo, Carlos pensó una vez más que esto no podía ser cierto, prefirió dejar de pensar en esto y más bien pensar en su amada Mariana[4] con la que tenía previsto verse a la 06:00 pm, cuando ella saliera del trabajo.

Llegadas las cinco de la tarde, Carlos decidió empezar a alistarse con el fin de avanzar lo suficiente en el tiempo como para que éste no le jugara de nuevo una mala pasada. Se dirigió al baño, se lavó sus manos, se peinó y se encajó bien su camisa, cobró postura y, con la cabeza recta y su frente en alto, se dirigió a su escritorio, en donde, después de dejarlo impecable y muy bien organizado, tomó su abrigo, revisó su mochila, alistó lo del bus y emprendió su huida. Se dirigió como una locomotora y sin dar vuelta atrás hacia el ascensor que lo transportaría hacia la libertad; y esta vez, muy al estilo de la literatura de superación personal, con actitud positiva.

Al llegar a la alfombra roja, o bueno, a lo que queda de rojizo en ella por el desgaste cotidiano, alcanzaba a ver al final de ésta la unión con las tan anheladas puertas de metal con las que colindaba y las que probablemente le permitirían a este hombre, que se sentía como un ave, salir del nido y poder volar. Carlos miró su reloj, el cual indicaba las 05:28 pm, dos minutos antes de las salidas normales del trabajo de cualquier obrero del sistema, lo cual lo tranquilizó bastante. Tomó aire y se dirigió lentamente y con paso firme hacia las puertas, esta vez seguro de que nada lo detendría, oprimió el botón del aparato, esperó y sonó… ¡tin!, Carlos suspiró y al dar el paso para ingresar al ascensor, llegó velozmente hasta sus oídos las siguientes palabras:

  • ¡Carlos, venga de inmediato a mi oficina! Quiero hablar con usted.

 

Pues sí, era su jefe don Alfredo quien lo necesitaba. Miró lentamente su mano hasta llegar a su reloj, el cual efectivamente marcaba las 05:31n minuto más tarde de lo que siempre salía de su oficina. Carlos entró en shock a la vez que por su mente pasaban una gran variedad de imágenes: encarcelación, represión, sueños destruidos, muros caídos, explosiones, terremotos, tsunamis y hasta montones de cuerpos apilados y fétidos; pues para él esto era lo que significaba dar marcha atrás. Pero además de esto, era el inicio de la desesperación que le causaba aquel minuto, y más estando tan cerca de ver a la única persona que lo podía entender y que no demoraba en salir, su amada Mariana.

Carlos se apresuró a la oficina de Alfredo con la esperanza de no demorarse y poder retomar su marcha de inmediato. Sin embargo, al llegar allí su jefe lo recibió con un efusivo y caluroso:

  • ¡Siéntese!, está usted en su oficina, lo llamé para excusarme por mi mal genio de esta mañana. Lo que sucede es que hoy no ha sido un buen día.

 

Carlos lo miraba fijamente, pero ignorando por completo sus palabras, pues por su cabeza sólo pasaba la imagen de Mariana esperándolo, lo tarde que se estaba haciendo y lo confuso que era todo esto y más cuando se tiene al tiempo en su contra. Carlos, impacientado, seguía sentado frente a Alfredo, quien no paraba de hablar, a medida que su pie se movía desesperadamente como queriendo adelantarse o salir corriendo mientras que en sus manos un mar de sudor hacía olas que se estrellaban contras sus dedos.

Alfredo[5] terminó de hablar y le agradeció a Carlos la atención sincera y calmada que le había prestado. Éste de inmediato regresa de su letargo y se incorpora, sin entender nada en absoluto de lo que le estaba agradeciendo su jefe. No obstante, no le prestó atención, sino que de inmediato retomó su camino. Se apresuró a bajar por el ascensor, miró su reloj que marcaba las 05:50 pm, lo cual indicaba que tenía diez minutos para llegar puntual a la cita con Mariana, que no parecía difícil por la cercanía de sus trabajos.

Bajó en el elevador, descendió y corrió a tomar el autobús, que al parecer se encontraba ya en la parada, se sube, cancela y mientras tanto hace un escáner con sus ojos buscando un lugar en donde sentarse. Entonces, justo ahí, en aquel rincón del lado derecho se había de sentar, junto a la ventana, en aquella silla vieja y oxidada, como todas al parecer en este vehículo, pero ésta era especial, y no en el sentido bello de la historia, pues por culpa de ésta Carlos habría de sufrir de nuevo otro percance.

Al sentarse en la silla Carlos se acomodó manteniendo su buena postura e intentando mantener la calma lo más que podía, aun cuando ya no paraba de pensar en lo tarde que iba y en todo lo ocurrido en este “maravilloso” día. Pero como el show debe continuar, al llegar al punto en el que debía bajarse, nuestra silla habría asumir su papel y, sujetándolo del gabán que se encontraba agarrado entre la pared del bus y el borde de la silla como si no quisiese despegarse, lo jaló hacia atrás y le impidió avanzar.

Carlos, quien por la ventana del bus veía a Mariana salir de la oficina, entró en desesperación y, como si estuviese inmóvil, miró únicamente su reloj, las 05:58 pm; ya era demasiado tarde. Una vez llegado al último nivel de desespero y con la fuerza que no tenía, arrancó del gabán que se había quedado atorado en la silla hasta desgarrarlo y quedar colgando en dos partes. Con el gabán roto timbró y se bajó del bus dos cuadras después de donde debía bajarse, empieza a correr a donde su amada mientras que un ventarrón le despoja de su sombrero y, cual, si estuviese pronosticado, comienza a llover de modo que nuestro amigo queda completamente mojado con sus zapatos embarrados, su gabán roto y al parecer su moral rota también.

Carlos se despojó de su gabán y de su maleta y continuó corriendo para llegar donde Mariana, sin importarle en absoluto la lluvia o los carros que lo mojaban desde la calle a medida que pasaban por su lado. Al llegar con ella se abalanza con los brazos abiertos, sin pensar en nada más que no fuera tenerla a su lado, con la cara de angustia que ya no podía borrar de su rostro, pero tras la ilusión de que ella fuera su salvación. Se para frente a ella quien se encontraba protegida por un paraguas y tan bella como siempre, la mira y ella lo mira, la abraza y se inclina a besarla, empero, ella gira su rostro y lo esquiva. Lo mira nuevamente, pero esta vez con los ojos llenos de lágrimas y la voz temblorosa le dice, como si pensara que todo lo que pudiera haber pasado fuese culpa suya:

  • Llevo un minuto esperándote. Salí a buscarte y tú no estabas; me fallaste, me desilusionaste, me mentiste y rompiste una promesa. Así que, ADIOS, Carlos.

 

Y dándole la espalda se marchó sin dar explicación alguna. Carlos, o bueno lo que quedaba de él, se arrodilló en el suelo, miró al cielo y dijo en medio de un llanto:

  • Mariana, si fuera un minuto más temprano no dudaría en decirte que Te Amo.

 

Y perdiéndose en su llanto se levantó y se marchó a su casa, pero no sin antes tomar trago hasta quedar apenas en condición de pararse. Al llegar a su casa, quitó la alarma y los seguros, entró, cerró la puerta y golpeándose contra las paredes, con la camisa por fuera, la corbata mirando hacia su espalda y sus zapatos desamarrados, se dirigió al cuarto, abrió el armario y sacó una bolsa que contenía una cuerda que usaba de vez en cuando al salir a acampar para amarrar la carpa. Caminó hacia el patio trasero de la casa en donde solía leer horas y horas, novelas o uno que otro libro de filosofía o de literatura.  Aquel patio se encontraba en el límite con un parque de vegetación que Carlos le gustaba contemplar en los días soleados, pues le gustaban los viejos y diversos árboles que allí se encuentran.

Cuando llegó al patio, encendió la luz de aquel balcón campestre que tenía su casa y en donde se encontraban unas sillas mecedoras en las que siempre desde muy niño le gustaba sentarse a descansar, a pensar o a dormir. Se sentó en una de las sillas y se dio cuenta de que el cielo estaba estrellado y la luna alumbraba bastante la tierra, lo cual le agradó bastante, al punto tal que le sacó de sí y, diría yo, de su alma misma, una sonrisa casi angelical. Después observó su reloj, el cual marcaba las 09:31 pm, un minuto después de la hora de dormir, toma la cuerda en sus manos, ¿alza la cabeza y mirando fijamente los árboles que tanto le gustaban… Pensó???

 

Pies de página: 

[1] Carlos es un hombre de aproximadamente 35 años que durante toda su vida se a encargado de llevar un camino recto y admirable, es columnista de la revista  Más Allá De Lo Que Usted Ve, que se encuentra altamente posicionada y en la cual trabaja hace 10 años, es un hombre soltero por vocación y responsabilidad pero sin evitar claro está, inmiscuirse de vez en cuando en relaciones duraderas y muy formales. es huérfano de madre hace 5 años pues a su padre nunca lo conoció y emancipado de su casa desde los 25 años a causa de una búsqueda constante de responsabilidad, madurez y compromiso consigo mismo y con su profesión.

[2] Charlie es el repartidor de leche de Carlos, el cual el día de hoy se ganó el premio al repartidor más veloz  del día, correspondiente al concurso anual de lecheros que se realiza desde hace 5 años y para el cual él se había preparado con anterioridad. Su secreto según lo que describe el lechero consistió en levantarse un poco antes a lo acostumbrado y de acuerdo con las estadísticas realizadas, de 100 botellas que debía entregar, repartió 99 en un tiempo sorprendente y la única que no repartió fue a causa de que al sonar el claxon y timbrar en la casa nadie respondió y tuvo que marcharse. Esa botella era la de Carlos.

[3] Entre otras cosas curiosas del día se supo por la prensa y las noticias de un accidente de tránsito que ocurrió en las horas de la mañana al colisionar dos autobuses que realizaban las rutas cerca de la casa de Carlos tras de que uno hubiera pasado por alto uno de los semáforos principales de una de las vertientes que conducen a la autopista. Cuentan los testigos que el choque fue ocasionado por imprudencia de uno de los conductores que llevaba mucho afán e incluso ya había dejado a varios pasajeros, ocasionando que la ruta se adelantara por unos minutos. El nombre del conductor infractor es Andrés, quien al parecer se encontraba reemplazando a su hermano Juan que se encontraba delicado de salud y le había pedido el favor de cubrirlo. Finalmente, las autoridades notificaron el fallecimiento de un pasajero y el pronóstico reservado de 5 más, incluyendo un pasajero del otro autobús.

[4] Mariana es la novia de Carlos, una mujer de 27 años de edad profesionalmente realizada y exitosa en su cargo como administradora de eventos de un reconocido hotel. Ella tiene cabello largo y negro como la noche, labios delgados, ojos profundos y rasgados, mejillas coloradas y con un muy buen humor. Sin embargo, durante toda su vida como trabajadora y como persona, se había caracterizado por ser muy organizada y puntual con lo que hacía, y como es de esperar quería que el mundo fuese igual, así que si existe algo en el mundo que saque de quicio a Mariana es que le rompan una promesa o una cita; de lo contrario, a ella se le puede caracterizar y catalogar como una excelente amiga, novia, hija y trabajadora.  

[5] En la conversación Alfredo le pide disculpas por su mal humor de la mañana y le cuenta el motivo de su disgusto. Así pues, él le cuenta que en la noche anterior había tenido un pequeño percance y conflicto con su esposa con la que llevaba casado 25 años y quien le había confesado que hace aproximadamente 10 años le había sido infiel, lo cual generó en él motivo de desilusión y nostalgia. Tiempo después de la conversación con Carlos, Alfredo se divorció de su esposa y fue entrando en depresión día tras día, hasta que en una de sus navidades a solas decidió quitarse la vida.

¿Cómo referenciar? 
Neusa Romero, Leonardo. “Si fuera un minuto más temprano” Revista Horizonte Independiente (Columna Literaria). Ed. Brayan D. Solarte, 25 abr. 2021. Web. FECHA DE ACCESO. 

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