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Puta en disputa: cómo hablamos; cómo actuamos; cómo somos

Vaya título tan soez. Hoy en día cualquier hijo de puta escribe lo que se le antoja. Seguro el autor se cree muy machito por decir palabrotas. Pero en persona, fijo es mera niñita. Sabrá Dios en qué clase de hogar creció para hacerse con un lenguaje tan vulgar y qué tipo de educación recibió, si es que a tal se le puede llamar educado. Hasta aquí ni he dicho mayor cosa ni he sido grosero, pero entonces le pregunto, ¿por qué no ha abandonado la lectura de estas sandeces? Piénselo mientras le digo algo verdaderamente grosero: este texto tratará del uso general del lenguaje; de comunicarnos mediante términos y pronombres neutros; del habla constituida a partir de prácticas sociales cotidianas, aquellas mismas prácticas que describen nuestra linda sociedad.

En primer lugar, la grosería, así como el uso del lenguaje más banal posible, ejerce cierto poder y control sobre las prácticas sociales. Por ejemplo, la palabra ‘Puta’ hace parte de un uso despectivo del lenguaje y tiene una connotación grosera. Tanto así que el mayor agravio verbal (dicho incontables veces en un día corriente) parece ser ‘hijo de puta’. Ahora, la cuestión es, qué poder o control podría lograr tal agravio y tal palabra sobre nuestras prácticas sociales. ¿Acaso hay situaciones específicas, recurrentes y compartidas para decirlas? ¿Existen personas determinadas en ciertas situaciones hacia quien dirigirlas? ¿Tienen algún tipo de censura o arrastran algún tipo de reacción general? ¿Si yo la uso en el título del texto llamaría, rechazaría la atención del lector, o daría igual?

Un segundo punto que quisiera tratar es el uso del lenguaje en tanto acto de habla. Esto no lo explicaré a profundidad, de modo que solo se lleve a cabo una acción intencionada a través del habla. En otras palabras, es la intención de hacer algo mediante el uso del lenguaje (para una idea más detallada, puede revisar “emisiones realizativas” de John Austin). Hay que entender que si bien la sola palabra o expresión no son suficientes para explicitar la acción y la intención detrás de lo dicho (pues hace falta el contexto), toda palabra o expresión está enmarcada por un hábito de uso que en gran medida posibilita o imposibilita ciertas acciones.

Para ejemplificar todo lo anterior, si yo quiero insultar, seguramente no me expresaré con encomios ni palabras lindas para hacerlo (a menos de que se trate de alguna suerte de sarcasmo). Por caso, si se usa la expresión: “tan bonito”, sin mayor contexto se puede especular todo menos un insulto. Pero si el contexto me indica que se trata, verbigracia, de una señora que usó tal expresión con su ceño fruncido y su mirada (justificadamente) llena de odio en respuesta a un piropo no deseado de un extraño, entonces no sé si alcance para entender que su intención sea insultar al atrevido, pero al menos alcanzará para distinguir que no se trata de un halago al abusivo. Adicionalmente, si la señora quisiera actuar su intención más explícitamente, entonces podría insultar a tan intrépido e imprudente personaje usando palabras cuyo hábito compartido de uso ha permitido categorizarlas como groserías. Esto último porque precisamente tales palabras son generalmente usadas para insultar a alguien, de modo que no es descabellado, y seguramente no será equívoco creer que alguien está insultando a otro, si de pronto y sin mayor contexto, se escucha una grosería.

Hasta este punto hay varias cosas que quedan dichas respecto al uso del lenguaje. Primero, se trata siempre de actos de habla; se usa el lenguaje para hacer algo intencionalmente (saludar, felicitar, acordar, prometer, insultar, etc.). Segundo, el uso de términos y pronombres, en tanto generalizados (usuales, cotidianos y compartidos), ejercen poder y control sobre las prácticas sociales. Tercero, toda expresión tiene adscritos ciertos usos generalizados y por lo tanto, se le pueden adjudicar ciertas intenciones, de modo que sentirse ofendido no es algo que hace la persona que escucha la grosería dirigida hacia su persona, sino algo que entiende o identifica al escuchar la grosería. ¿Qué implicaciones puede tener esto? Bueno para ejemplificar una de ellas, quisiera recordarle la primera pregunta que le hice. Seguramente ya tiene una luz sobre la respuesta. Usted siguió la lectura porque, inclusive si no llegó a sentir que le insultara, logró distinguir cierta inconformidad o curiosidad desde el título, usted no hizo otra cosa que asociar esos términos con sus usos generalizados. Siguió la lectura para corroborar tal uso, o incluso logró preguntarse cosas como las del primer párrafo.

Empero, dejando un poco de lado lo anterior, hay implicaciones más importantes que nos atañen, a saber, las afectaciones que tiene para la mujer estos usos generalizados del lenguaje en relación al género –muy recomendado, de hecho me atrevería a decir: necesario, revisar el trabajo de Miranda Fricker y Jennifer Hornsby en alusión a la relación entre el feminismo y la filosofía del lenguaje.

Una de ellas tiene que ver con el uso de términos y pronombres presuntamente neutros pero realmente masculinos, estos usos generalizados conllevan a prácticas sociales presuntamente neutras, pero realmente machistas. Un ejemplo de ello es referirse ‘al hombre’ y encontrar en su uso generalizado que se está hablando de toda la humanidad, que alegremente se está desapareciendo a la mujer y que el resultado de tal semántica no es otro que etiquetar a la mujer. Pues si se va a hablar de ‘la mujer’ entonces no se va a referir a toda la humanidad, sino solo a una parte específica de esta. En suma, una primera conclusión es que el uso generalizado del lenguaje se correlaciona con prácticas sociales machistas. Luego, el uso del lenguaje es objeto de disputa.

Otra implicación tiene que ver con el significado lingüístico detrás de muchas palabras asociadas al género femenino. Quiero decir que términos como ‘niña’, ‘femenino’, ‘mujer’, etc. Tienen una carga semántica negativa gracias a sus usos generalizados y las prácticas sociales que se les correlacionan. Por ejemplo, existe una carga semántica de inferioridad cuando se trata a una persona de ‘niñita’ o de ‘mujercita’ haciendo alusión a una ausencia de fortaleza, destreza o coraje. Esto resulta ser algo muy grave, pues el uso generalizado del lenguaje, en tanto constituye prácticas sociales, es aprendido, normalizado y replicado tanto por hombres como por mujeres. Ergo, los términos de los usos del lenguaje son objeto de disputa.

Hay que encarar esta situación, disputar términos, pronombres, el lenguaje y sus usos, pues la continuidad y normalidad de estas prácticas significan agravantes como silenciar a la mujer, ya que, replicando estos usos del lenguaje, ella falsea su propia experiencia entendiéndose como alguien inferior. Además, toda palabra, debido a su carga semántica desde sus usos generalizados, se convierte en símbolo de algo. De modo que hay que disputar los términos y sus hábitos de uso. Dispute ‘hombre’, dispute ‘puta’; comprenda que la significación lingüística nunca esta desprovista de su correlato en las prácticas sociales y que entender los fenómenos del uso del lenguaje es poner la luz en los fenómenos sociales.

Si el acto de hablar se hace más juiciosamente, siendo conscientes de todo lo que hay detrás y advirtiendo a quiénes puede afectar, entonces podremos comunicarnos más humanamente y menos hombremente. Así que entendamos, por ejemplo, que ser hijo de puta, en su sentido literal, no cultural y despectivo, puede no tener nada de negativo. Cuidemos nuestras palabras, cuidemos la humanidad.

¿Cómo referenciar?
L. Fritz. “Puta en disputa: cómo hablamos; cómo actuamos; cómo somos” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Nicolás Orozco M., 30 may. 2020. Web. FECHA DE ACCESO

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