No puede escapar a nuestra preocupación y ocupación, como sociedad, de la facilidad con la que degradamos a un suicida a ultranza. Es muy simple distinguir un baldón para la familia en el acto suicida de uno de sus miembros y arropar tal noticia con prejuicios. Es evidente a todas luces que el camino más fácil para lidiar con la vehemencia fatal de una persona que logra o intenta suicidarse es ocultar o romantizar el fenómeno latente del suicidio en juicios contra sus allegados, enemistades y la persona misma.
La empresa del entretenimiento parece ocuparse del asunto cuando produce contenidos adornados con campañas contra el suicido o con divulgación de líneas y mecanismos de apoyo. Pero cuando sus productos se desenvuelven en la temática del suicidio, muchas veces las intenciones monetarias descuidan la cautela que ello requiere y terminan romantizando el suicidio (un fenómeno latente en nuestra sociedad), lo que ha conducido a un incremento de casos o intentos suicidas. Uno de los ejemplos más importantes es el de la serie “13 Reasons Why” de Netflix, pues según el portal informativo CNN, tras su emisión, en el segundo trimestre del 2017 hubo un incremento del 28.9% en las tasas de suicidio para la población estadounidense entre los 10-17 años de edad.
Por otro lado, somos cómplices de los suicidas al convertir la muerte en un tabú y al reducir el suicidio a un pecado o a una consecuencia de la depresión. Porque cuando la muerte cobra el sentido equivocado se aproxima más en vez de lo que pretendemos, que sería alejarla. Cuando archivamos hasta el olvido el enigma a develar detrás de la intención y del acto suicida, nos quedamos con el dolor y la tristeza; nos alimentamos solo del perjuicio y así solo nutrimos nuestro prejuicio.
Tristemente hemos preferido divulgar actos suicidas en el marco de ajustes de cuentas con la realidad, como si este fenómeno latente fuera exclusivo de situaciones o vidas particulares y no permeara a todo ser humano. El deseo de morir no puede ser censurado en las conversaciones de los vivos, ‘estar pero no querer estar’ es algo tan común como respirar. Pero si seguimos prefiriendo el camino fácil de la vergüenza y el silencio, va ser muy difícil superar la búsqueda de culpables y atacar el fenómeno mismo (como reflexiona Cortázar en su cuento: “No se culpa a nadie”).
Peter Handke, quien dedicó una de sus obras a sus reflexiones luego del suicidio de su madre (“Desgracia Impeorable”), escribió en El peso del Mundo: “El sueño de mi muerte en esta noche: hasta entonces yo era el héroe del libro; tras mi muerte ya solo soy su lector”. Allí expresa una de las principales reflexiones de su literatura, a saber, la importancia de reflexionar sobre la vida como un camino que se recorre de la mano con la muerte y no dándola por sentado.
El silencio es una herramienta contraproducente contra el suicidio, en los ámbitos académico y religioso se ha procurado no hablar sobre la muerte ni el suicidio o envolverlo en una silueta siniestra, demoniaca y pecaminosa. Handke también advierte que para saber qué tan vivo/a estás, basta con una ojeada, y nadie reflexiona más sobre la vida que aquel inmerso en pensamientos suicidas. Me resulta muy imprudente despreciar el suicidio, cuando su acto no es otra cosa que la disputa por la vida en el enfrentamiento más importante de toda persona: la constante lucha contra uno mismo. En el acto suicida se contraponen dos realidades, la volitiva y la tangible; aquella en la que habría una ausencia que repara todo o se desentiende de todo y aquella en la que respira y estorba. Desde luego se puede rastrear una hipotrofia del yo en el pensamiento suicida; una pésima connotación del individuo sobre su existencia, ¿pero quién no ha sido víctima de esa acepción pesimista acerca de su propia vida e identidad? La soledad, la inferioridad, el pesimismo y la debilidad son condiciones temporales inevitables en nuestra cotidianidad; van y vienen como el sol en los horizontes.
Estos factores son tan cercanos a cualquiera que me parece un escarnio restringirlas a un estado depresivo del ser o adjudicarlos a una condición patológica que sin más ni más se la diagnosticamos al suicida. Así las cosas, es claro que las condiciones para la intención o acción suicida están dadas en nuestra composición natural y social. Por eso se puede entender que el suicidio es un fenómeno latente en nuestras vidas y que requiere gran atención y cuidado. En suma, el deseo de morir no es una debilidad de pocos, sino una parte de nuestras vidas; no se vive sin un deseo (bajo o alto) de morir.
Ahora bien, vale la pena poner el ojo en la fortaleza que se esconde en tan fatídico deseo. Aunque es una tarea prácticamente imposible la de predecir el suicidio, no lo es así la de prevenirlo. Ser conscientes de que se trata de un fenómeno latente en nuestras vidas, nos puede permitir no morir en el suicidio en la medida en que asumamos un rol más responsable y como comunidad logremos poco a poco sacar el suicidio del escondite prejuicioso en el que lo hemos arrinconado. Esto sin el afán descuidado que conduzca a romantizarlo y generar un impacto negativo. Pues con los motivos y medios adecuados podremos abordar y lidiar con el suicidio para que su condición latente no engorde nuestros miedos sino que sea parte de nuestros saberes.
¿Cómo referenciar?
Kling, Friedrich Stefan. “No morir en el suicidio: la fortaleza escondida al desear la muerte” Revista Horizonte Independente (¿Y qué tal si?). Ed. Nicolás Orozco M., 22 feb. 2023. Web. FECHA DE ACCESO.
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