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Nadie sabe nada 

Jose, así le decían sus amigos cercanos. Sin la tilde porque con el acento da cierta idea de un formalismo que solo se aplica con las personas distantes. En cambio, Jose podía encantar con su sonrisa, de tal manera que sentías que lo conocías como si fuera un amigo del pasado. Vivió un tiempo en Buenos Aires durante un intercambio universitario cuando estudiaba comunicación social, allí conoció a Jeanine. Jose era un joven apuesto, moreno, con un bigote estilo mexicano que lo hacía ver cinco años mayor. La complexión de su cuerpo dejaba ver que estuvo algún tiempo dedicado al gimnasio. Cuando hablaba, un brote de frescura invadía sus manos, empezaba a dar palmadas y estirar los brazos como un nadador experto.

Ella empezó a salir con él después de tres meses de haber enviudado. Él logró convencerla de que se fueran a su ciudad. Tenían muchas cosas en común; Les gustaban los atardeceres y odiaban el café. Preferían la salsa antes que el rock, sus cuerpos se acoplaban bien cuando dormían juntos, todos los jueves observaban la luna antes de cerrar las ventanas para hacer el amor. Ellos muy poco salían de su casa. Jeanine nació en Estados Unidos, pero creció en Buenos Aires, ahora vivía en California con Jose.

Jeanine amaba a Jose, ella quería comprenderlo. Era diez años mayor que él. Jeanine siempre se preguntaba, así misma y a Jose, por qué él se había fijado en ella. Decía que las mujeres de la edad de Jose eran más atractivas y llamativas. Él estaba cansado de la misma pregunta. Me temo que no fuera ese el problema que tenían. Uno nunca sabe cómo controlar esas cosas del amor y la edad. Los sentimientos no tienen hora ni lugar, aparecen cuando quieren. No se pueden arreglar, son fallos de Dios, “San Antonio se enamoró de un gorrino”. Te sobresaltas ovicidamente cuando almas con llamativa diferencia de edad se gustan. Es verdad que nos desagrada sentir de manera alguna que no controlamos nuestro destino. Pero el albur crea una tensión en nuestras vidas que solo puedes cortar con esa navaja que propicia las acciones reflexivas, la putada es que cuando intentas andar bien, conscientemente lo haces peor. Siempre habrá en la naturaleza defectos que no podrás corregir, trata siempre de hacer de la necesidad, una virtud. Tu extraño onanismo hacia lo parejo y lo corriente es muy barroco. Pero, ¿Quién puede juzgarte?

Jose era de espíritu joven, andaba en otro mundo. Él y Jeanine se besaban con las manos, acariciaban sus cuerpos como si algún día ya no se fueran a tener. Cada uno vivía su relación con el otro a una intensidad diferente, sus frecuencias estaban alteradas. Pero entre ellos nunca hubo una discusión, nunca una pelea. El uno para el otro constituía un profundo secreto y misterio. A veces Jeanine lloraba en silencio por las tardes, cuando Jose no estaba cerca. Él, sin embargo, estaba seguro de tener una gran mujer y procuraba no defraudarla.

Jose llevaba una mochila con un libro y un dispositivo electrónico para tomar las fotos del atardecer y enviárselas a Jeanine. Avanzó hasta la angosta calle donde estaban dos hombres en una motocicleta. Los rayos de un sol gastado brillaban sobre las solitarias calles. No había cruzado la carretera aún, pero podía ver a uno de los tipos sosteniéndose el pantalón y señalando en la cara al otro. Él apresuró su paso hacia ellos y les recibió un sobre.

Llegó un mensaje al móvil. No pudo ocultar su cara de ansiedad, el nerviosismo hacía que se rascara la barba con intranquilidad como si tuviera un picor intenso. Jeanine dejó lo que estaba leyendo sobre el neceser. Con sus grandes ojos azules dirigidos a Jose, le preguntaba qué tenía. Jose no quiso responderle nada, insistía en asegurar que todo estaba bien. Esa noche, Jose no durmió bien. Despertaba con frecuencia, a pesar de que la noche era fresca y agradable. Se levantó de la cama y se sentó en el sofá, los brazos suaves de Jeanine se distribuían en su pecho. Jose cerraba sus ojos y apretaba sus labios.

Se acabó el día jueves de esa semana y Jose no le hizo el amor a Jeanine. No vieron la luna esa noche. El viernes por la mañana, Jeanine lloraba y Jose solo tocaba su cara con sus dos manos mientras la miraba a los ojos diciéndole que todo estaría bien.

Las mismas caras de siempre y el orden del día. El maldito sistema de despertar y callar. Una maleta que tiempo atrás estuvo llena de sueños. El inicio de una carrera, el propósito de alcanzar grandes metas, logros que aportarían algo a la humanidad. Un día te descubres a ti mismo sin la chispa vivificante. ¿En qué momento se truncó todo ese olor a espíritu joven? ¿Cuándo? ¿Con qué decisión el viaje tomó ese desvío? Ha fracasado una alternativa de vida. Ahora tienes que estar allí sin emocionarte, las personas comunes trabajan muy bien en sus oficinas, las caras simulan sin miedo. Es momento de seguir con una vida llena de melodramas para películas, el hastío y la desilusión te infundirán aliento. Ya no tienes pasión.

Timbró el teléfono móvil. Jose salió a la cocina a contestar.

-¡Ey! ¿Qué pasa? -gritaba Jose mientras cruzaba la puerta de la cocina a paso lento-. ¿Acaso estoy rascándome los huevos como un mono? Estoy tratando de corregir mis errores.

Lo único que se alcanzaba a escuchar desde la sala era el sonido de un llanto del otro lado del teléfono.

-Primero que todo, no estoy ocultando nada. Nunca lo haría, simplemente no pensé que fuera asunto de nadie -dijo Jose en tono serio-. Además quería procesarlo.

Cuando Jose volvió a la sala. Los dos individuos quedaron mirándose fijamente y después de unos segundos empezaron a fingir que todo estaba bien. Ella sabía muy bien lo que pasaba. Todavía trataba de escapar de las mentiras con que la ilusionaron, había perdido su sonrisa, solo sabía llorar por él. Todo estaba perdido en él. El hombre del resuello cortado, después de un ruido espantoso, salió de la sala. La vida empezó andar de prisa para Jeanine.

California a treinta grados, las noches de febrero soplando brisas de diciembre. Los vientos hiperbóreos viajaban desde el sur silbando una canción de desamor, iban pastoreando corazones nocturnos. Jeanine tenía todo lo que necesitaba para ser feliz en el neceser. A esa hora el viento se detenía y le entró una sensación de calor y frío en el vientre. Ella no soportaría que él lo echara a perder. Jeanine estaba tocando las puertas del cielo, dejaba una nota para Jose en la que decía: “estoy embarazada. Te amo”.

¿Cómo referenciar?
Costa, Carlo. “Nadie sabe nada” Revista Horizonte Independiente (columna literaria). Ed. Brayan D. Solarte, 30 may. 2020.Web. FECHA DE ACCESO

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