La historia y la memoria son compañeras de andanzas y añoranzas. La memoria nos hace indagar en la historia que la mantiene con vida, mientras que la historia configura la memoria que le otorga sentido. La memoria histórica pertenece al pueblo que la hereda y la transmite, a quienes la silencian y la distorsionan, a quienes la narran y la enseñan, a quienes buscan repetirla y a quienes buscan limitarla. Tan individual como colectiva, la memoria histórica adopta tantas formas como representantes, por eso puede mutar de aliada a enemiga, tanto de quienes ostentan usarla como herramienta de poder y de control, como de los que encuentran en ella el significado de la lucha y la resistencia. La intención de esta columna es hacer un análisis del momento en que América se convirtió en América, para entender los orígenes de la memoria colectiva que hoy nos otorga un significado simbólico como sociedad y como conjunto, pero también para analizar las intencionalidades que se le dio a la misma y que aún nos condicionan.
Estamos forjados sobre la memoria de nuestra historia al mismo tiempo que nos encargamos de construir múltiples interpretaciones de la misma, las que nos definen y redefinen constantemente. Pero, dentro de este proceso dinámico hay ciertas continuidades que forjan las bases sobre nuestra identidad, haciendo que las fronteras nacionales se desdibujen y la pertenencia territorial, simbólica y cultural se vuelva una sola. Ser latinoamericano en el imaginario onírico colectivo implica cargar con los traumas de la conquista y la violencia; implica la resistencia a lo hegemónico y el sincretismo que caracteriza la diversidad cultural de nuestro paisaje; implica la defensa de un territorio que nos pertenece pero que, a su vez, está abierto al mundo entero; es la prueba de un colonialismo aun existente y la esperanza ‒o amenaza– latente de su futura caída.
La memoria histórica de América Latina transita entre la gran variedad de relatos y discursos que se han formado desde hace quinientos años. Estos discursos fluctúan, se relacionan y se contraponen entre las veredas de la imposición y las de la resistencia. De esta forma, y sobre las bases de dicha memoria, han emergido las instituciones, las conductas, las dinámicas y los sistemas sociales que hoy rigen a nuestros pueblos. Todo cuanto hoy nos rodea tiene su origen en nuestra historia, la misma que se ha escrito y reescrito sobre los fundamentos de los archivos históricos, que, lejos de ser pruebas, son más bien los puntos suspensivos de una verdad relativa que parece nunca terminar de revelarse.
Si bien existen tantas memorias como pueblos y culturas, la lucha y la esperanza han sido el motor en común que, con la misma fuerza que ha perdurado cinco siglos, también se encarga de desdibujar a diario nuestras diferencias y nos une en una misma causa: mantener viva la memoria que nos incita a buscar un futuro mejor, ya que la historia no se trata solamente de construir un pasado en común, sino de deconstruir aquellos vestigios que persisten para indicarnos desde dónde y hacia dónde hay que movilizarnos. Con respecto a esto me permito citar a Hermes Tovar Pinzón (2009), cuyo trabajo Los Fantasmas de la Memoria. Poder e inhibición en la historia de América Latina, ha servido de inspiración para la presente columna, al afirmar que es fundamental entender los discursos sobre la memoria desde la crítica para abrir camino a “nuevos debates sobre el papel de la historia en estos tiempos de pretendidas homogenizaciones” (p.11).
Desde que Cristóbal Colón llegó a América y hasta la actualidad, parte de nuestra identidad se ha forjado sobre la noción de la otredad impuesta desde ese momento. Los relatos que narraron la conquista construyeron personajes sobre quienes habitaban este territorio como ese Otro que debía ser civilizado y adiestrado, no tanto por los conquistadores que ejercieron directamente la violencia, sino por el sistema que ellos representaban. Un sistema que estaba empezando a gestarse y para el que América sirvió de impulso y consolidación. Un sistema que establecería los nuevos patrones de organización territorial y de supremacía cultural a nivel mundial. Un sistema bajo el cual se construiría una nueva historia para América Latina, en base a la memoria que perseveró en las generaciones venideras sobre las diferentes percepciones de este proceso de dominación.
La otredad operó en el proceso de conquista desde diferentes lugares. La modificación de las organizaciones que tenían los diferentes pueblos que habitaron el continente americano se fundamentó en la destrucción sistemática y violenta del sistema político, social y económico bajo el cual se regían, lo que devino con el tiempo en una modificación abrupta de los paisajes culturales de América Latina, de los cuales hoy solo quedan los grandes vestigios de un pasado lejano y romantizado que las naciones herederas tratan de defender como parte de la memoria que les otorga sentido de pertenencia.
Sin embargo, lejos estuvieron esos pueblos de aceptar pasivamente el poder que ejercieron los conquistadores. La defensa del territorio que habitaban, en el que sus raíces se encontraban profundamente arraigadas y que culturalmente habían construido durante siglos se trasformó en un largo proceso de disputas por el poder legítimo de un espacio que los conquistadores invadieron y reclamaron argumentando la supuesta supremacía que por derecho divino les había sido otorgada por Dios y por las armas. La dominación geográfica espacial fue, en su totalidad, una dominación demográfica, puesto que la única forma de conquistar el territorio americano era destruir la cosmovisión que sus habitantes tenían sobre el mismo y esto, a su vez, solo se lograría aniquilando a los habitantes o borrando todos los rasgos de identidad cultural originaria.
Hoy en día, claro está que tales objetivos fueron cumplidos, puesto que somos una sociedad mayoritariamente mestiza, de habla hispana y predominantemente cristiana. Sin embargo, aunque las victorias europeas aún persisten sistemáticamente en nuestra vida cotidiana, también persisten las heridas que dejó ese proceso. Persisten en el racismo normalizado hacia aquellos que no cumplen con los estándares de civilización que desde 1492 se instauraron; persiste en la desigualdad social que el occidentalismo como tal conlleva y, persisten en la enajenación de nuestras tierras sobre las cuales se logró una independencia ficticia que nunca logró terminar con la explotación imperialista de las mismas.
La memoria histórica que comenzó a construirse con el proceso de conquista, se hizo sobre las heridas latentes de los pueblos que fueron derrotados, pero no derrumbados. Estas heridas permanecen y hoy representan la prueba de que nuestra historia no comenzó con la conquista y la invención occidentalizada de América, sino mucho antes. Nuestra memoria histórica se sostiene sobre cada esbozo de cultura precolombina que persiste de generación en generación gracias a sus herederos, sobre cada pedazo de tierra que es defendido y valorizado por las comunidades que lo habitan, sobre cada persona que sufre la discriminación y la desigualdad de un sistema civilizatorio que aun buscan imponer. Todos ellos representan las formas de resistencia que iniciaron con la conquista y que perduran gracias a la memoria histórica de un pueblo que ya existía antes de 1492.
Se puede afirmar que el proceso de conquista y colonización opera en nuestro presente, como “fantasmas”[1] que nos cuesta percibir, pero a los que aún nos resistimos. La resistencia está en las consecuencias de la derrota. Quizás sea momento de entender que nuestros agobios como sociedad no son tanto nuestros errores –como a menudo nos quieren culpabilizar, como si sufrimiento fuera parte inexorable de la condición latinoamericana‒ sino la prueba evidente de una pesada carga histórica que demuestra que el colonialismo no funciona para los Otros. En fin, nuestras problemáticas actuales son la herencia de los fracasos que conforman nuestra memoria histórica, pero a su vez, también son los indicadores que nos muestran los nuevos caminos de luz.
[1] Concepto al que se refiere Hermes Tovar Pinzón en su obra “Los fantasmas de la memoria. Poder e inhibición en la historia de América Latina” (2009). Universidad de los Andes.
¿Cómo referenciar?
Almarcha, Ayelén. “Memoria y resistencia en América Latina: historia de una derrota” Revista Horizonte Independiente (Columna política). Ed. Nicolás Orozco M., 28 jun. 2023. Web. FECHA DE ACCESO.
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