¿Qué es una mujer y por qué hay que enfatizar en quien puede hacer filosofía? Resulta que muchas veces como mujeres, queremos defender la igualdad de los derechos entre hombres y mujeres –vale la pena destacar que no solo entre mujeres se presenta esta intención, también hay hombres que buscan la equidad en las diferencias para convivir en una sociedad justa e igualitaria. Sin embargo, ¿cómo defenderemos los derechos de nosotras como mujeres si no tenemos idea de qué es una mujer? será este el primer escalón que resolveremos para llegar a la conclusión de que las mujeres también hacemos filosofía.
Seguido de la definición que daremos a la mujer, veremos cómo participa según esa definición en el campo de la filosofía y cuáles son los fallos que se pueden encontrar en la relación mujer-filosofía. Posteriormente plantearemos un modo de transformar no solo la relación propuesta para que se exente de fallas, sino que además esa trasformación nos reflejará la definición que la mujer debiera tener.
Quiero resaltar que, para modificar la relación de la mujer y la filosofía, nos serviremos de una nueva definición de la mujer que será proporcionada mediante el reconocimiento de la mujer; tanto el reconocimiento de la mujer consigo misma, como el reconocimiento que tendrá la sociedad de ella. Entonces este ensayo tratará sobre la necesidad del reconocimiento y del auto-reconocimiento de la mujer para establecer de nuevo una relación entre la filosofía y mujer; de modo que no se hablará de la mujer en la filosofía como una voz diferente (Antony, L. 2012), sino como una constructora de la filosofía. Sin más que decir a modo de introducción, comencemos.
¿Qué es la mujer? En primer lugar, es un ser humano, tanto en calidad de especie como de individuo; según indica Schopenhauer los hombres destacan como seres humanos en calidad de individuos, se desarrollan en espacios donde demuestran sus habilidades y capacidades en comparación con otros hombres; de ese modo, mientras los hombres individualmente se ubican a sí mismos en el centro del mundo, las mujeres son la representación del ser humano en cuanto especie, pues su cuerpo es el instrumento en que la humanidad se conserva, en el que se reproducen los humanos y es la mujer también quien cuida las generaciones venideras. La mujer es su cuerpo vivido; un cuerpo que enmarca la historia de la humanidad en general, es reflejo y testigo de experiencias vividas. La mujer también es historia a partir de su entrega a las generaciones nuevas y su conexión con las generaciones pasadas; es una fotografía viva que permite a la humanidad recordar su pasado y conservarse para el futuro.
Entonces… ¿por qué decir que el lugar correcto y natural de la mujer es el de un ser subordinado? Se considera que hay una jerarquía en los sexos, pero no se sabe el porqué; el porqué de que la mujer conserve a lo largo de la historia un papel subordinado, por ejemplo, así como tampoco se sabe cuál es la razón de que la mujer actúe minoritariamente –o no actúe- en espacios sociales, económicos, políticos o culturales, como si su única función con respecto a su especie fuera la reproducción y el cuidado. Resulta que la mujer –aunque se quiera creer lo contrario- no es más que lo “Otro” en la especie de la humanidad.
Los hombres se auto-determinan como lo “Uno” o lo primero para la especie de la humanidad, porque son libres, autónomos y se enorgullecen de eso; sin embargo, aunque la mujer sea también libre y autónoma, no discute su denominación como lo “Otro”, se elige y se reconoce en esa denotación dado que esta definición ha sido construida y mantenida en la historia y asignada por medio de roles y comportamientos a las mujeres desde que nacen. Es un hábito o una costumbre que se nos tome de tal modo, aun así, ahora que nos damos cuenta de qué como mujeres no somos sencillamente una construcción socio-cultural mantenida en la historia, que recibe el nombre de lo “Otro”, podemos cambiarlo. Antes de hablar del cómo podemos cambiarlo, considero que un punto importante a rescatar para nuestros objetivos es ver cómo ejerce la mujer en su definición de lo “Otro” en la filosofía.
Tenemos a la filosofía como un campo que se enmarca dentro de las humanidades; es decir se enmarca en las ciencias que estudian a la humanidad, esto es a hombres y a mujeres, y debiera ser igualitario para ambos; sin embargo, en la filosofía las mujeres aún pueden verse afectadas ya sea por la amenaza por estereotipo o por el sesgo implícito. El primero de estos efectos psicológicos es una auto-discriminación generada por la creencia de que el grupo al que pertenece un individuo, es decir el grupo de las mujeres, tiene desventajas o algunas incapacidades con respecto a los hombres para estudiar o construir filosofía; esto concluye en un auto-sabotaje, en la baja de rendimiento de acuerdo a cómo se cree que debiera trabajar una mujer en el campo de la filosofía, esto es, con incompetencia.
El segundo, por su parte, es un conjunto de aspectos inconscientes o automáticos del comportamiento social, en este caso de los hombres hacia las mujeres y que han sido implantados a lo largo de la historia. Ahora bien, gracias a que hay un predominio masculino en la filosofía, se considera que este es un campo de exclusividad masculina. Esto genera un malestar en las mujeres que participan de la filosofía, una invisibilidad, discriminación y una exclusión de la mujer en general, porque se considera que no hay lugar para ella en un campo de predominancia masculina o de exclusividad masculina. Lo curioso es que es la misma exposición de la mujer a los fenómenos psicológicos que comentamos anteriormente, la que ocasiona que las mujeres que participan de la filosofía se retiren y que otras mujeres no quieran entrar.
Tenemos pues que la filosofía no elabora un ejercicio incluyente entre hombres y mujeres, pues sus participantes no dejan de ser humanos y de llevar consigo las construcciones sociales y culturales que se le han impuesto en la historia. Para el caso de la filosofía, las matemáticas y otras ciencias, la creencia de que la mujer no participa de ellas –no puede participar de ellas- viene dada por la asociación de las operaciones racionales, con sus capacidades corporales. Es decir que, si la mujer es corporalmente más frágil que el hombre, se supone a sus pensamientos como frágiles también, esto es, como intuitivos o imaginarios; de ese modo se determina que no son buenas para el conocer y que no pueden participar en las ciencias o en la filosofía. La cuestión aquí es que la mujer se identifica con ello; en primer lugar, la identidad se relaciona con el reconocimiento dado que la identidad se moldea con el reconocimiento. Para expresarlo de mejor manera y basada en La teoría del reconocimiento de Charles Taylor, en la sociedad –hombres y mujeres- muestran a la mujer un reflejo de lo que es la mujer; de acuerdo a esa exposición, cada mujer construye su identidad.
Es así como la mujer se apropia de su “falta de capacidad” en ciencias y filosofía; el error aquí es que ese reconocimiento que tiene la mujer de sí misma en la sociedad es un falso reconocimiento, que puede llegar a ocasionar en la mujer una percepción desagradable e incluso despreciable de sí misma. Entonces si la sociedad le presenta a las mujeres, una imagen de una mujer que no participa en la filosofía y que de hacerlo sus funciones en este campo no irían más allá de las funciones que tendría como secretaria de cualquier oficina, la mujer comenzará a forjar su identidad según este reconocimiento, pero se sentirá incomoda y despreciable. cuando descubra que ese reconocimiento es falso y que lo que la sociedad le presenta no es la imagen de mujer; es en ese desprecio y en esa incomodidad donde la mujer comienza a preocuparse por su identidad verdadera y su verdadero reconocimiento. Entramos ya en nuestro último asunto a tratar, a saber, el cómo cambiar nuestra definición como lo “Otro” y de ese modo cambiar la relación de las mujeres y la filosofía.
Ya habíamos mencionado que las mujeres usualmente al entrar al campo de la filosofía o a otros campos en los que hay predominio masculino, sufren una ansiedad y se auto estigmatizan de acuerdo a las expectativas normativas que se tienen de ese campo, entonces la disciplina filosófica requiere eliminar los sesgos implícitos y los estereotipos, para que las mujeres no tengan que adaptarse a ellos. Esto puede lograrse si los participantes de la filosofía recuerdan que esta área debe ocuparse de los problemas de los hombres y las mujeres ya que es un área humanista; también deben recordar los filósofos, que uno de sus principios es el de “pensar por sí mismo” así que debiera ser un pilar encomendar que, en el ejercicio de la filosofía, tanto hombres como mujeres pueden pensar por sí mismos y deben pensar por sí mismos. Si bien es algo que no se adopta aun completamente, puede enseñarse para ir construyendo una filosofía de ese modo.
La filosofía además se interesa por temas humanos básicos, como la justicia, los derechos, los sentimientos y las legalidades; incluso la filosofía, como nos cuenta Guichot, ha de tener consciencia de la pluralidad de los individuos y de la naturalidad de cada uno y así mismo difundir el respeto entre ellos. Lo que quiero decir con esto es que la filosofía puede contribuir a que el ejercicio de la mujer en la filosofía sea pleno y que más mujeres se integren a él, si mantiene vigentes y presentes los principios bajo los cuales se rige, los principios humanos bajo los que se rige.Es claro para mí en este punto, que no solo es tarea de la filosofía el motivar a más mujeres a participar y que esa participación no sea devaluada; sino que las mujeres tienen que emanciparse primero de su determinación como “Otro” para que esto suceda.
A la mujer le hace falta primeramente autoridad subjetiva. Si bien es cierto que hay barreras impuestas a la mujer respecto del conocimiento, ya sea conocimiento de la historia de la mujer, o de la mujer como sujeto conocedor y objeto de conocimiento, deberá reconocerse la mujer a sí misma, construir identidad (juzgar por y para sí misma) de la mujer. Si la mujer logra juzgar por y a sí misma, logrará comprenderse a sí misma, tener opiniones respecto de si misma y exponerse al campo de la filosofía como la mujer que ha descubierto que es y de ese modo el reflejo que la sociedad brinde de ella, será el verdadero. Además, es eso lo que pretende la filosofía, un ejercicio de pensar por sí mismo que construya un saber para la humanidad. La medida o el prototipo que tiene que seguir la mujer para convertirse en una filósofa es el de si misma. La mujer es su propia medida y se debe fidelidad a sí misma, primeramente. No ha de buscar entre esquemas sociales y culturales como ser filósofa porque el esquema al que debe corresponder está dentro de sí misma.
La filósofa debe emanciparse de la definición de mujer como lo “Otro”, y de la definición de filósofa como “una persona con una voz diferente”; la opinión de la mujer es tan valiosa y tan aceptable como la de cualquier otra persona y ser mujer no indica que sus posturas y opiniones tengan que ser de un modo determinado, como más sensibles o más emotivas. La mujer filósofa tiene que ejercitar la filosofía desde dentro, pensar por sí misma sin dejarse permear por estereotipos y pensar por sí misma, juzgar por sí misma. Solo así dejará de ser lo “Otro”, y será opinión, será postura, será libre pensamiento, que hace filosofía sin cuidar de cómo debe hacer filosofía, solo juzgará y conocerá por sí misma porque eso es hacer filosofía.
¿Cómo referenciar?
Martin´s Amarilla. “Las mujeres también hacen filosofía” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Nicolás Orozco M., 3 jun. 2020. Web. FECHA DE ACCESO.
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