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Carolina A. Orozco 

Docente Universidad El Bosque

Evento
“Las humanidades en…”

Las humanidades sobre el trapecio: El reto entre la estandarización y un mundo complejo

Se cuestiona la importancia de las humanidades. En muchas latitudes, instituciones educativas han dado rienda suelta a la empresa que pretende suprimirlas o, al menos, reducirlas a su mínima expresión dentro de sus planes de estudio. Esto es ya un secreto a voces. No es nuevo. Se les ha reducido al refuerzo de competencias genéricas y se señalan por no ser rentables o auto-sostenibles; los modelos económicos han ido atravesando los sistemas educativos hasta desangrarlos. Una gran mayoría parece estar convencida de lo que es “necesario”. Pero, ¿qué será lo necesario en un mundo como el que habitamos?

Bailando sobre el trapecio

Esta crisis que atraviesan las humanidades y que muchos intelectuales han descrito, señalado, explicado y argumentado su defensa, es ya lo habitual. Las humanidades bailan sobre el trapecio. Por un lado, la estandarización para responder a las dinámicas del mercado y, por otro, la construcción de un mundo complejo que trasciende las fronteras de dicho mercado.

La pregunta que se encuentra en el fondo del asunto es aquella que apunta a la utilidad: ¿Para qué sirven las humanidades? La cuestión es que bajo la lógica del mercado la utilidad solo se concibe como réditos. Las disciplinas que cumplen con este requisito son aquellas que principalmente atraen mayor número de estudiantes a las aulas, porque además la industria de la educación se ha focalizado en las estadísticas: cuántos ingresan, cuántos se retienen.

Los departamentos y facultades de humanidades enfrentan pues una problemática de proporciones descomunales, en tanto que se les exige lo que se encuentra por fuera de su propia lógica interna y con ello se pretende subsumirlas a las “formas de producción” en otros ámbitos al interior de la academia. Lo que deviene en su minimización –en el peor de los casos supresión absoluta- u orientación de sus propósitos de forma poco ideal.

La industria de la educación

La educación se ha convertido en una industria. Y las disciplinas son las distintas parcelas que hay que proteger a título de propiedad privada. El conocimiento entonces es la herramienta, pero habrá que mantenerla dentro de cada parcela. Las aulas de clases son las pequeñas factorías donde se genera el producto para el mercado. La medida en la que los modelos económicos han atravesado a la educación ha llevado a imponerle lo que desde una orilla de la filosofía de la educación se ha denominado fines externos. Hay diferentes formas en las que estos pueden visibilizarse.

En nuestro sistema educativo colombiano, un fin externo –podríamos decir- lo constituyen las pruebas estandarizadas. Por años se ha considerado, en el ámbito universitario, que las humanidades –sin excepción- se encargan del fortalecimiento de competencias genéricas o blandas que finalmente serán evaluadas. A la luz del cumplimiento de estas directrices, muchas de las asignaturas se diseñan pensando en las falencias con la que se supone llegan los estudiantes. El objetivo de estas es el de adiestrar a los estudiantes para obtener buenos resultados en las pruebas, que diseñadas con un formato genérico presuponen que cada estudiante desarrolla las mismas competencias y, además, que todos deberían hacerlo en la misma proporción, en tanto son estas las que se requieren para el futuro laboral.

En primer lugar, habría que decir que las competencias que se evalúan pueden resultar de importancia en la vida laboral y, por qué no, aplicables en ámbitos mucho más amplios. La dificultad está en que el diseño de la prueba y sus pretensiones de homogeneidad terminan por distorsionar el desarrollo real de dichas competencias a lo largo de un proceso de aprendizaje, por lo que altos porcentajes en el resultado no indican necesariamente mejor desarrollo de dichas competencias.

En segundo lugar, al atender a este tipo de objetivos, la educación finalmente termina por concebirse como desprovista de sujetos, de intereses, de motivaciones. Se equipara un estudiante a otro y se conciben como actores pasivos. Se olvida que el estudiante es un ser humano con sus propias experiencias que bien pueden aportar en su proceso de formación. La educación requiere una contextualización, lo que implica el reconocimiento del sujeto que se educa en toda su extensión, no focalizando únicamente sus deficiencias. Es necesario dar protagonismo al estudiante porque es su propio aprendizaje. Así mismo, la construcción de un currículo académico debería partir del (auto)reconocimiento del docente como un sujeto que construirá conocimiento y no como el actor activo que podrá entregar el conocimiento a sus alumnos en un acto de iluminación. Este sería el primer paso. Cuando se acepta que no se sabe todo es posible indagar, explorar y construir. Lo mismo debería ocurrir a nivel disciplinar.

Así, en tercer lugar, se despoja también a la educación de su capacidad integradora. Aquello que se ha adjudicado a las humanidades es una laboral que no les pertenece de modo exclusivo. Mas estas podrían aportar a un análisis de contextos problematizando desde las acciones humanas. Es así como los planes curriculares deberían configurarse a partir de la integración de conocimientos. La integración de saberes permite borrar las fronteras entre individuos y a su vez las fronteras disciplinares.

El mundo que vivimos requiere nuevas dinámicas. Responder desde la hiper-especialización ya no resulta la única vía y, tal vez, no la mejor. Se requiere cruzar fronteras, construir puentes, alianzas disciplinares. El segundo paso: partir de la cotidianidad como suelo fértil para la integración. Porque los problemas fundamentales están allí en lo que se vive a diario. La única manera de motivar a un estudiante es mostrándole que eso que hace en el aula tiene algún sentido para su vida y no solo para un sector específico: el mundo laboral.

Un mundo que valga la pena vivir

Que un sistema educativo ha sido desangrado, no es otra cosa que haberle despojado de su sentido. Es cierto que las instituciones educativas requieren un flujo de capital para subsistir, pero no por esto se debería afectar el objeto de la educación. Y en este proceso también se ha despojado de su sentido a las humanidades. Estas han terminado restringidas a la lectura, la escritura y la argumentación respondiendo a las dinámicas del mercado, pero no necesariamente a las necesidades reales del mundo en que vivimos. He aquí el reto entre la estandarización y el mundo complejo.

El mundo que vivimos por supuesto requiere de las disciplinas técnicas, tecnológicas y profesionales que se han concebido direccionadas al incremento de la economía. Sin embargo, urge pensar la pregunta por la utilidad desde perspectivas no-económicas. Uno de los objetivos que se ha adscrito al territorio de las humanidades ha sido el desarrollo del pensamiento crítico. Pero, no solo un humanista desarrolla pensamiento crítico. Un ingeniero tanto como un médico, por dar ejemplos, puede desarrollarlo. Sin embargo, hay ingenieros que causan colapsos ambientales, médicos que ignoran la realidad de sus pacientes, preocupados por el número de personas que pueden atender en una hora para mejorar sus salarios. Y es en este contexto donde es posible cuestionarse, qué hace especial a las humanidades.

El punto de partida ha sido la pregunta: “¿qué será lo necesario en un mundo como el que habitamos?” Este mundo al que aquí me refiero es el que hoy nos ubica frente al reto de sostenerlo con todas las afectaciones que hasta la fecha le hemos causado; uno que nos reta a encontrar nuevas formas de interacción para sostener también el sentido de nuestra propia vida. En ese orden de ideas, lo necesario resulta ser una educación pensada desde el contexto de la acción humana y sus implicaciones en lo social, lo político, lo ambiental. Lo necesario es la construcción de puentes. Borrar las fronteras entre lenguajes disciplinares y construir realmente un trabajo transdisciplinario.

Se requieren técnicos, tecnólogos y profesionales, pero que sean humanistas. Pues, desde las humanidades se comprende que lo que se requiere en un mundo como el que habitamos no es simplemente un asunto de innovación o de preparar individuos que respondan a estándares, sino sujetos capaces de construir lugares en los que valga la pena vivir.  

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