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AEFA

Asociación de Estudiantes de Filosofía del Atlántico

Ciclo II de “Las humanidades en…”

Las humanidades, la cultura y la civilización

Entre las aguas dulces y saladas del litoral costeño, la ciudad de Barranquilla se erige sobre el vacío de la cultura. La superficie de las calles y la altura de los edificios que se acogen al abrasante sol, hacen que el cemento hable por sí solo. La industria y el comercio que se expande cual globo inflado con el más mínimo esfuerzo, permite que nada raro suceda en la metrópoli que ve la gloria ascender y descender rápidamente. Barranquilla es una ciudad que ha hecho de la espontaneidad la energía que le permite vivir, pues de ella se desprende ese crecimiento que no se aleja del desorden; ella misma, a medida que crece, se regula: las invasiones, los emigrantes y los planes de ordenamiento territorial para las élites, coexisten en una extraña convivencia social. Desde los años ’20 esta razón transformó a la ciudad en el “mejor vividero” de Colombia. Puesto que, todo aquel que busque posada sin reparos, encuentra en la arenosa el espacio necesario para su subsistencia.

No solo este carácter propio del crecimiento de Barranquilla como urbe, permite encontrar en la ciudad una rareza inimaginable. La sociedad que en ella encuentra su existir, es de lo más peculiar: el consumo de hierro y cemento es alto en la tabla nutricional de cada habitante, pareciera que un gozo inexplicable se apoderara de sus cuerpos cuando por las calles se observa este mismo plato en el menú del día. El orgullo de cada ciudadano es fácilmente contado con los dedos en cada triunfo del rey del océano, para esto, solo basta con ponerse frente a la pantalla y esperar a que el animal más temido de las profundidades haga su aparición; la voluntad de vivir de cada habitante se refugia en cada baldosa de los sitios nocturnos que la ciudad alberga, pues la existencia de cada individuo tiende a justificarse por cada experiencia efímera que tenga.

Estas características que son esbozadas a grandes rasgos, especifican lo peculiar de la puerta de oro. Ellas son la razón por la que esta ciudad carece de cultura. La dieta, la vanidad y la razón de vivir de la arenosa no cubren más allá de lo perecedero. No es un asunto que recae en el olvido de los días de la cultura, es una cuestión de la historia misma donde ella encuentra su cauce; el deber ser de la cultura es permear cada generación de una sociedad, pues ella determina el modo de vida de cada parte que compone a cualquier urbe. Así, para que la cultura perdure en la historia, los espacios en donde ella debe habitar deben hacerse visibles. En Barranquilla, el personaje construido a partir de la gorra y un apellido particular, además de ser un ídolo para la benefactora élite, es un falso dios adorado por la otra parte de la sociedad que durante las primeras décadas del siglo xx y hasta el día de hoy se les negó su historia. El dedo regente de este personaje libreteado, que entre otras cosas a lo largo de la historia de la ciudad ha mudado de piel y actuar, es “bondadoso” en las labores públicas, pero niega los espacios para que la cultura y la historia hagan su labor civilizadora.

De ahí que la infraestructura que acoge estos componentes que conforman la civilización, no sobrepasen más allá de licitaciones que enriquecen a burócratas que no tienen idea alguna sobre las bellas artes. Por esto, no es casualidad que pequeñas cabezas que no logran distinguir entre una comedia y una tragedia, hayan catalogado su definición de Bellas Artes a la categoría de manicomio. La existencia de un hospital psiquiátrico como Bellas Artes, es indispensable para cualquier sociedad. Aquellos desadaptados o personas carentes de ayuda “psicológica”, tienen derecho también a su espacio, pues de qué otra manera sería posible que la sociedad haga catarsis de los valores más nobles de la humanidad: amor, valentía, justicia, etc. Una sociedad sin estos enfermos, es una sociedad condenada al sueño más feliz que alguien pueda tener, la parquedad ante las vicisitudes de la vida humana.

¿Sería esto una sociedad civilizada? ¿Un organismo ajeno a la condición humana, inconsciente de su razón de vida y ciego ante el devenir de la existencia social? Al parecer, el testimonio de esta verdad se halla en las relaciones existentes entre la sociedad y aquella expresión artística o humanística presentes en la ciudad, una relación mediada por el comercio. Así, la lógica de esta singular relación puede resumirse en las siguientes condiciones:

      • Si el arte o el conocimiento humanístico tiene un nacimiento en un colectivo cerrado de intereses, entonces tiene relevancia social.
      • Si el arte o el conocimiento humanístico tiene un apellido benefactor, entonces es digno de consumo.


De esta manera, como producto de esta relación, se tiene a una sociedad no educada en las manifestaciones que logran la civilización, sino que su formación radica en el comercio y estatus que puede generar la manifestación cultural en el momento. En este sentido, no solo son culpables los distintos tipos de cenáculos que cohabitan alrededor del poder cultural de la ciudad, sino que también es culpable esa gran masa de individuos que no posee luces sobre los pormenores que implica una verdadera sociedad civilizada. Ante este segundo aspecto, la ignorancia exime casi por completo la culpabilidad de la sociedad en general, porque fue la élite de la barbarie la que determinó esta razón imperante. Lo popular tiene su razón impuesta, no es completamente suya; la sociedad es un organismo abierto a la cultura, sólo que se le ha negado.

Ante lo dicho, solo la develación de la verdadera historia podrá garantizar el camino por el cual Barranquilla debe transitar hacia su verdadera civilización. Los mitos y las mentiras impuestas por una clase bárbara e inconsciente, deben dejar de ser la fuerza que estimula el imaginario colectivo de la sociedad. Esta lógica perversa, que no permite progresar al individuo que vive entre el río y el mar, es ajena a la realidad y perjudica todo progreso material y espiritual que se geste en una civilización. Son las humanidades las que podrán garantizar la victoria ante la obcecada forma de entender la cultura de algunos estultos. Puesto que, aquel que se regocije en la sapiencia que ellas manifiestan, entenderá que la cultura debe erigirse orientada hacia la civilización, y, en esta medida, la sociedad saneará todo aquello que la enferma. Por tanto, son las humanidades quienes preceden la cultura y el origen de la civilización.

¿Cómo referenciar?
AEFA. “Las humanidades, la cultura y la civilización” Revista Horizonte Independiente (Las humanidades en…).
Ed. Stefan Kling, 14 jul. 2020. web. FECHA DE ACCESO

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