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Juliana María Campo Yepes & Mariana Lucía Celis Velasco

Miembros de la revista de estudiantes de antropología Kogoró de la Universidad de Antioquia

Ciclo II de “Las humanidades en…”

Las humanidades en una reflexión antropológica para la (de)construcción de la identidad colombiana

En caso de que haya confusiones, vale la pena aclarar que la antropología no estudia dinosaurios: estudia seres humanos, pero no solo a los antiguos egipcios o a las civilizaciones que acumulaban grandes riquezas, al estilo de las aventuras de Indiana Jones. La definición de antropología es un proceso complejo, al igual que encontrar una significación específica para el concepto de cultura. Por esto consideramos pertinente iniciar con una dinámica inversa, con base en la propuesta de Lévi-Strauss sobre los pares de oposición, que consiste en que podemos conocer el significado de “abajo” porque sabemos que no es “arriba”.  En este caso, entonces, ¿qué no es la antropología?: no trabajamos con animales jurásicos ni saqueamos tesoros prehispánicos.

Ahora que definimos qué no es la antropología, intentaremos plantear para nosotros qué sí es: la antropología estudia las diversas formas en que las personas organizan su pensamiento y modos de vida al identificarse con un grupo u otro, abordamos esos imaginarios que emplean los sujetos para guiarse en su entorno, en su relación con otras agrupaciones, sus percepciones sobre la salud y la enfermedad, la reivindicación de derechos, la familia, las prácticas religiosas, organización política y económica, entre otras. No es la categoría cultura en abstracto lo que nos interesa, sino la diversidad cultural del ser humano en dinámicas concretas, las diferentes formas de vivir y construir significado en determinados contextos tanto en el pasado como en el presente. En pocas palabras la antropología es… Un estudio del Ser Humano desde diferentes dimensiones, contextos y miradas que permite trazar relaciones interdisciplinares con otras áreas del saber.

Esta definición, algo escueta, la hacemos con el objetivo de permitir un acercamiento de la sociedad en general a lo que hacemos y construimos desde la antropología, y con ello a su papel como ciencia humana y social que sigue operando y ofreciendo sus conocimientos en estos tiempos de pandemia, en los que su aporte ha sido puesto en duda. 

Con este objetivo de familiarizarlos más con nuestro quehacer, situémonos en dinámicas que nos sean familiares, algo que haga parte de un contexto que tal vez tengan en común algunos de los lectores: la historia colombiana. La antropología en Colombia llegó con la misión de buscar y seleccionar aquello que pudiera moldear la idea de identidad nacional –algo difícil en un país tan diverso. Esta búsqueda se apoyó en inventarios sobre culturas que se encontraban en “extinción”, con el afán de hacer del pasado prehispánico algo glorioso en lo que pudiera apoyarse la idea de nación.  

A pesar de los cambios que ha tenido nuestra disciplina, esa misión ha sido como un fantasma que la acompaña. En esa suerte de proceso de construcción de una identidad colombiana, la noción de patrimonio ha sido clave, dado que solo se patrimonializa aquello considerado legítimamente “colombiano”. En medio de esta búsqueda de esa identidad poderosa que logre congregarnos, se han creado discursos de una Colombia nacional que encontramos en los festivales de Colombia biodiversa o bajo la premisa de “Colombia diversa, cultura para todos”, que es la que guía la Marca País Colombia, o mejor, sin ánimo de ofender, en la Cumbiana, esa a la que Carlos Vives lleva tantos años cantándole. Es esa diversidad que podemos apreciar en los minutos del video del himno nacional o lo que vende el turismo en las propagandas transmitidas en las pantallas de los aviones. Por eso nos preguntamos, si es tanta la diversidad que nos da fama, ¿por qué hemos reducido a Colombia al café? y ¿por qué al ser colombianos nos asocian con Juan Valdez? 

De eso que se ha construido como identidad nacional emerge la base de lo que es patrimonio: bienes materiales o manifestaciones inmateriales a los que el Estado debe asegurar protección y salvaguarda, por ello cuando se patrimonializa se protege, se guarda, porque se cree que está en “vía de extinción”. Sin embargo, no basta con reconocer algunas formas de diversidad cultural si esto no se traduce en una mejor calidad de vida y participación activa de los diferentes grupos sociales en el ámbito político. Considerar sólo ciertos aspectos de la diversidad como la tradición y el folklore romantiza la diferencia y no nos permite observar su situación real, visualizar el conflicto de poder donde unas identidades prevalecen sobre otras. 

El fortalecimiento de la identidad nacional por medio de la patrimonialización ha sido uno de los aportes de la antropología en Colombia. No obstante, lo que buscamos con esta reflexión es mostrar que también la disciplina puede ofrecer una mirada crítica a sus propias producciones. En tiempos de pandemia el cambio de la mirada sobre la identidad nacional resulta necesario ante las dinámicas de violencia estructural que han tenido fuertes implicaciones sociales en medio de esta contingencia. Para el abordaje de esta temática retomamos las ideas del antropólogo argentino-mexicano Néstor García Canclini quien ha realizado un análisis crítico de la forma como los estados latinoamericanos emplean el discurso de la identidad nacional ante situaciones de caos que bien pueden surgir debido a dramas políticos o ecológicos con el fin de restaurar la unificación de la nación, pero que pronto se fragmenta ante el reconocimiento de su carácter imaginario y efímero.  

Como ciencia humana ofrecemos una primera reflexión: la identidad nacional no es una alternativa frente al conflicto o las contingencias que nos pueden afectar como país. Esta estrategia ha sido utilizada frente al conflicto armado, como discurso político de los gobiernos de este siglo, para la guerra e incluso para la paz. Usar el discurso de la identidad nacional ante las crisis puede que haya sido pilar para unir al país en medio de los conflictos, pero en este momento de pandemia se ha encargado de invisibilizar diferentes problemáticas. En esta medida planteamos que aunque la identidad nacional pueda cohesionar en tiempos de contingencia, no es una forma de superar las crisis.

Debemos dejar de usar este discurso como solución ante toda situación de caos, abrir espacios que permitan la visibilización de formas diversas de vivir y construir alternativas de país. Para ejemplificar nuestro planteamiento queremos recordar una situación en específico que sucedió a inicios de la cuarentena nacional, cuando un grupo de congresistas propuso la patrimonialización del carriel, que ha sido reconocido como símbolo de la antioqueñidad y que ahora pretende convertirse en símbolo de la nación. Parece descabellado hablar del carriel en tiempos de pandemia, pero adquiere lógica si observamos este discurso a la luz de la necesidad de reafirmar una identidad nacional que pretende gestionar los dramas sociales provocados por la coyuntura actual. Sin embargo, a nivel práctico, el patrimonio no ofrece alternativas a la crisis, no soluciona las fuentes de los problemas de desigualdad que existen en las diferentes regiones del país, agravadas a raíz de la contingencia. Mientras las formas de generar conciencia colectiva invisibilizan los problemas reales, inciden también en la marginalización de diferentes territorios, departamentos y regiones, que en su mayoría son periféricos y se encuentran en situaciones de precariedad.

Por lo anterior, planteamos que, más allá de la identidad nacional como discurso cohesivo, es relevante concentrarnos en lo que realmente pasa en las diferentes regiones y grupos. Como disciplina nos interesa, entonces, conocer las formas diferenciales de vivir esta pandemia, estrechamente ligadas a dinámicas de desigualdad social. Nuestro aporte en estas circunstancias es visibilizar esas múltiples identidades en contextos diferenciales. Esto nos lleva a una reflexión que vale la pena comunicar a la sociedad en general: el hecho de que el otro no sea igual a mí, que no comparta mi identidad y mi forma de construirla, no quiere decir que no tenga unos derechos por reivindicar como ser humano. Ese discurso de la identidad unívoca, aquella que tiene la facilidad de visibilizarse, genera marginación y prevalencia de unas identidades sobre otras. 

Nuestra propuesta va, entonces, direccionada a una mayor participación de los grupos diversos en las dinámicas de cambio surgidas a raíz de la contingencia, de forma tal que las políticas públicas ideadas frente a esta emergencia y las que se seguirán implementando cuando pueda retornarse la normalidad tengan una dinámica de inclusión activa. Por ejemplo, pensar sobre las problemáticas del desempleo depende del departamento, región o municipio, donde la identidad nacional no nos va a dar soluciones viables para ello, porque no permite pensarnos un panorama real de la conformación diversa de nuestro país. De ahí nuestra propuesta de observar la diversidad no solo en las costumbres, sino en circunstancias diferenciales de vida a nivel económico, político y sociocultural, reflexión que nos permite reconocer formas distintas de habitar Colombia y con base en ello buscar soluciones eficaces para satisfacer diferentes necesidades.

Ahora bien, nos parece también interesante en este contexto el planteamiento de la antropóloga argentina Rita Segato, quien tiene una visión crítica hacia la antropología aplicada, una rama basada en las lógicas del capital, que se visibilizan en las dinámicas del turismo y la venta de mercancías “culturales” que permiten a la diversidad ingresar en los procesos de mercado propuestos por las lógicas del progreso y el desarrollo. Las formas alternas de vivir adquieren legitimidad sólo en espacios como la gastronomía, los festivales, el deporte y la música, es decir, se piensa la diversidad desde su aporte a las dinámicas del capital. Sin embargo, a la hora de buscar representatividad y participación en el ámbito estatal, estos espacios les son vedados. ¿Qué se deja de lado en esta comprensión de la diversidad? Se invisibiliza otras formas de ser en nuestro territorio que no van en consonancia con las lógicas del capital, lo que genera que detrás del discurso del patrimonio y la pervivencia cultural haya procesos de marginación de reivindicaciones por una vida digna: trabajo estable, bienestar colectivo, reconocimiento de tradiciones y cosmovisiones en diferentes espacios políticos y la garantía inalienable de derechos. 

Nuestra reflexión va en la línea de una alternativa planteada por Segato frente a este ejercicio de la antropología que va en detrimento de las poblaciones diversas. La propuesta de la antropóloga es promover la construcción de un conocimiento al servicio de la gente, una antropología por demanda. Sin embargo, enfatizamos que este enfoque no debe limitarse únicamente a la antropología, sino que extendemos una invitación a todas las humanidades para que dirijan sus esfuerzos al servicio de los pueblos, de la sociedad, de aquello que las personas realmente necesitan, no de lo que nos interesa particularmente desde nuestro pedestal académico. Visibilizar conflictos, diálogos, negociaciones, reivindicaciones y evidenciar procesos que van en detrimento de su reconocimiento. De ahí que propongamos hacer de las humanidades herramientas al servicio de las diferentes poblaciones, desde sus necesidades particulares y sus intereses por participar más activamente en la estructura estatal en pro de una vida más digna para colectivos e individuos.

¿Cómo referenciar?
Mariana Celis & Juliana Campo. “Las humanidades en una reflexión antropológica para la (de)construcción de la identidad colombiana” Revista Horizonte Independiente (Las humanidades en…).
Ed. Stefan Kling, 30 jun. 2020. web. FECHA DE ACCESO

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