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Sergio Bedoya Cortés

Profesor de Filosofía de la Universidad Libre de Colombia

Ciclo II de “Las humanidades en…”

Las humanidades en tiempos de pandemia: Tolerancia Represiva, filosofía y academia en tiempos de crisis

Con el surgimiento del Instituto de Investigación social de Frankfurt se amplió el espectro académico e intelectual sobre el quehacer de las ciencias del espíritu en general y del marxismo en particular. Ya no se trataba de realizar y seguir cánones teóricos y prácticos enfocados en una ciencia estrictamente definida, sino más bien de un análisis concienzudo de la realidad (Wirklichkeit) social, i.e., “la construcción del presente histórico” (Horkheimer, 2008, p. 243). En este sentido, Max Horkheimer mencionaba en el año de 1937 que la estructura del pensamiento crítico sobrepasa la praxis socialmente dominante (Horkheimer, 2008). Pero ¿a qué se refería Horkheimer con la construcción del presente histórico? 

En el mundo contemporáneo nos encontramos en una sociedad en la que “los hombres, con su mismo trabajo, renuevan una realidad que, de un modo creciente, los esclaviza” (Horkheimer, 2008, p.245), y de esto ni siquiera se escapa el trabajo del teórico-filósofo. En el campo académico los conceptos de utilidad y pertinencia son el diario vivir; esto se ha representado en ámbitos como las publicaciones, las conferencias e incluso los cursos a enseñar. Ya no se trata de avanzar hacia el absoluto hegeliano del conocimiento de la totalidad, tampoco se basa en el análisis de lo material concreto, sino que se basa en la utilidad y pertinencia económica de lo investigado y de lo enseñado. Sin embargo, las tradiciones de ascendencia marxista y crítica han optado por la no conformidad con la mera descripción de lo social, sino con la superación de lo aparente y la llegada a lo existente. Así pues, tanto a nivel ideológico, como a nivel partidario, renuncian a la idea de que el mundo existe y debe ser aceptado, y más bien se enfocan en la transformación de las categorías y conceptos que esbozan la praxis performativa social. No se enfocan en la producción de utilidades para lo realmente existente o en la creación de valores para una empresa, sino que se enfocan en la consecución de análisis y teorías que se fundamenten en lo social, pero que a su vez busquen la transformación de este ser social. En este sentido, renuncian a la idea primera y parten de lo real concreto, y a su vez, renuncian a la idea como postremus y finalizan en la vuelta a lo social para transmutatio autem societatis

En este sentido, la filosofía como ente principal de las ciencias del espíritu, está llamada ya no sólo a la descripción, entendimiento y conceptualización de lo existente, tampoco al academicismo exagerado que sigue reproduciendo las lógicas capitalistas y utilitarias propias del sistema actual, sino que debe hacer un giro concienzudo y radical hacia lo social: debe volver a la raíz material-social para elevarse como concepto, y así, tras la negación de lo existente, continuar el proyecto inconcluso de la Razón y devenir verdadera libertad. 

Ya no basta con la publicación de decenas de libros y artículos que se enfoquen en los análisis de las categorías de la razón, de las formas lógicas del lenguaje o de la representación en el sentido analítico de la palabra, puesto que esto ha sido, como hemos mencionado, una lógica utilitaria del capitalismo para producir y reproducir dispositivos de poder sobre el intelectual, sobre el académico que alguna vez sacrificó su vida, como lo haría en su momento Sócrates bajo el yugo de la cicuta por el simple hecho de hacer el papel fundamental de la filosofía: incomodar el statu quo. La filosofía no puede convertirse en lo que denominó Deleuze en el abecedario como la ciencia de crear conceptos, sino que debe devenir en una o unas líneas de fuga capaces de desplazar la comodidad de lo establecido y denunciar lo que se oculta a simple vista: la opresión. 

Si la cosas fuesen tal y como se nos presentan, escribía Marx en la Ideología Alemana, no habría necesidad de ciencia. Una ciencia filosófica, claro está, en términos hegelianos. Si el discurso de la cuarentena que se vive en la mayoría de los países alrededor del globo, si el pseudo discurso de la tensión entre catástrofe económica o catástrofe sanitaria fueran tan sinceros y reales como se nos presentan, no habría necesidad de filosofía. Pero, entonces, ¿qué puede decir la filosofía de estos dos fenómenos? 

La cuarentena, o acuartelamiento organizado, que vemos con buenos ojos pues previene la expansión de un virus que ha cobrado más de 1 millón de vidas hasta el momento, puede pensarse desde dos perspectivas. La primera, desde un enfoque meramente instrumental que busca adecuar las conciencias y los cuerpos a un estado de dominación y de servilismo dispares con la idea baconiana de la dominación de la naturaleza. Hasta hace algunos meses creíamos que la idea de Francis Bacon de que el hombre era el rey de la naturaleza había sido lograda, nos encontrábamos en la cúspide de la explotación de recursos naturales, habíamos tenido avances significativos en la cura de distintas enfermedades, e incluso se planeaba la primera misión espacial de carácter privado en la historia de la humanidad. Sin embargo, hoy nos encontramos que con tan solo el contacto con una diminuta partícula de saliva de una persona infectada con COVID, la vida y el mundo se nos vinieron abajo; es decir, el imaginario que situaba al hombre sobre la naturaleza se nos ha venido abajo y, por enésima vez, volvemos a observar cómo la ilustración devino falsedad. Adicionalmente, y es lo más pertinente aquí, el dominio sobre la naturaleza conlleva a la dominación sobre los hombres, escribían Adorno y Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración, y hoy podemos observar cómo la falta de dominio en la naturaleza devino dominación de los cuerpos de las gentes. No se puede salir, no se puede hablar por el riesgo al contagio, y, sobre todo, no se puede ser un ser social. El nacionalsocialismo apartó y segregó a miles de persona en los famosos guetos, el más conocido el de Varsovia, donde, misteriosamente, se restringía la salida, la comida y el derecho a participar en las tomas de decisión de los gobiernos tal como sucede en esta cuarentena y el estado de emergencia.

Además de esto, al igual que en épocas de antaño, las decisiones de la cúpula de poder, y hablo de cúpulas de poder y no de clases puesto que las clases dirigentes son eso, clases, con s, y no una clase en sí, hacen que los ciudadanos se debatan entre la comida y la salud. Si la política es, como mencionaba Aristóteles, una forma de mantener las comunidades políticas ordenadas, y la fuente principal de cualquier comunidad son los individuos, nos encontramos con una relación clara y específica entre lo político y lo vital. En el estado actual de las cosas, las gentes se debaten todos los días en si es mejor enfermarse y, tal vez, morir por un virus mortífero como es el Covid-19, o si, por el contrario, es mejor apelar a la seguridad sanitaria y continuar con el acuartelamiento sanitario en el que llevamos más de 3 meses. Este debate, tal vez mental, tal vez corpóreo, se presenta en los sectores más bajos de la población colombiana, pero no se presenta en las altas esferas de la política de nuestro país. 

En el marco de esta tensión, el pueblo debe tolerar que se den subsidios económicos a los sectores financieros del país, debe aceptar que los beneficiarios de trabajos que pueden realizarse a distancia sigan con su vida encerrados en estas cajas de cemento y acero que hoy llamamos hogares, y a su vez, debe aceptar que no se le reconozca como ciudadano, que no se le priorice su vida, su sustento y su desarrollo. Estas son problemáticas tratadas ampliamente por la filosofía política y por la ciencia política; a saber, los enfoques ideológicos que debe o debería tener un estado que se explayan en adjetivos y apellidos del Estado como los son Estado de bienestar, social, de derecho, etcétera. Sin embargo, en cualquier caso, estos adjetivos que no son más que las pretensiones de la realización de una idea misma de sociedad, nos dirigen a la tensión entre el hecho político y la vida misma. 

Sin embargo, la tensión mental y corpórea que viven las gentes hoy en día, este debate entre la no-vida y la muerte, es un tensión sólo para las clases populares. Los sectores de servicios y semiindustriales de nuestro país se debaten sobre qué día será el famoso día sin IVA, se debaten sobre la reapertura económica tal y cómo se lo debatían los políticos colombianos por allá en los años noventa bajo el gobierno de César Gaviria, mientras el pueblo debe aceptar y tolerar que estos noventa días de acuartelamiento hayan sido en vano. La idea marcuseana de la tolerancia represiva, nos lleva a entender, también, las dinámicas de control y de poder que hemos vivido en esta pandemia y que debemos permitir puesto que se realizan en nombre del debate de las ideas y los argumentos. 

La paradoja clásica de la tolerancia, que puede enmarcarse en si debe tolerarse o no lo intolerante, ya ha sido lo bastantemente estudiada; Santo Tomás, Habermas o Marcuse, son algunos de los autores que le han dedicado algunas páginas al respecto. “El carácter paninclusivo de la tolerancia liberal se basaba, al menos en teoría, en el principio de que todos los hombres eran individuos (en potencia) que podrían aprender a oír, ver y sentir por sí mismo, a desarrollar sus propias ideas, sus intereses auténticos, a hacerse cargo de sus derechos capacidades, incluso contra la autoridad y la opinión instaladas (Marcuse, Tolerancia Represiva, p. 54). Pero, ¿qué sucede cuando nos encontramos con individuos ya no sólo manipulados y extremadamente expuestos a la obscenidad propagandística expresada en el programa Aló presidente, sino que, además se encuentran recluidos en sus hogares privados de aprender, oír o sentir por sí mismos?

El precepto base de la tolerancia liberal se derrumba y sólo resta un discurso demagógico de aceptar lo establecido. Si se está privado de las necesidades básica, necesidades históricas, claro está, si se está privado del acceso a lo más mínimo de la vida social como es el compartir con el otro, y sólo se le es tenido en cuenta bajo la dimensión económica; a saber, como trabajador al que se le desdibujan las jornadas laborales y se ve cada vez más inmerso y absorbido por la esfera laboral y, a su vez, como consumidor que es requisito básico para lo que llamaría Marx el flujo incesante del capital, ¿qué más queda que tolerar o ignorar las decisiones y hechos de quienes ostentan el poder?  Desde la alianza, ya casi perpetua, entre los medios de comunicación y el poder pareciese que esta pregunta no tuviera respuesta, o, en el mejor de los casos, que su respuesta fuera un simple y llano nada. Sin embargo, bajo el paradigma de la tolerancia, lo que se nos exige, como filósofos, críticos y académicos enfocados a lo social bajo las condiciones actuales, es la proliferación de una tolerancia distinta a la practicada hasta el momento en el mundo del liberalismo. 

Como hemos visto, la tolerancia devino discurso, y se ha tornado represiva en el campo del liberalismo, en la sociedad contemporánea, puesto que se ha vuelto un instrumento para la dominación de la población: tanto los gobiernos democráticos, como los autoritarios, ejercen la violencia y el miedo como mecanismos para hacerse a sus intereses, pero, a su vez, para eliminar cualquier intento de lo diferente, de lo alternativo. Así pues, la tolerancia debe volver a ser lo que fue en sus orígenes: un fin en sí mismo. Suprimir la violencia y reducir la opresión cuanto sea preciso para proteger a hombres y animales de la crueldad y la agresión” (Marcuse, Tolerancia Represiva p. 48), es decir, debe propender por la vida, por la libertad, y en este sentido, no debe aceptar la anulación misma de la libertad. No debe aceptar el asesinato de quienes denuncian al statu quo, pues la tolerancia no es aliada del régimen, la tolerancia no debe aceptar que prime la economía sobre la vida, puesto que es el trabajo quien genera riqueza, y la riqueza es de todos, no de algunos. La tolerancia no debe aceptar “lo tolerante”, todo aquel que enmascara estos discursos de Tánatos, impulsos de muerte, y les permite seguir dominando desde la comodidad de sus sofás, el desarrollo mismo de las vidas de las gentes. Todo esto es, “tarea y deber del intelectual [, del académico, del filósofo, este] debe recordar y poner a salvo las posibilidades históricas que parecen haberse vuelto utópicas” (Marcuse, Tolerancia Represiva, p. 48) pero que siguen y seguirán siendo el presupuesto fundamental para la construcción de una sociedad verdaderamente humana. 

 

Referencias:
Horkheimer, M., (2008). Teoría Crítica. Buenos Aires, Argentina: Editorial Amorrortu. 
Marcuse, H., (20109) La tolerancia represiva y otros ensayos, Madrid: Catarata.

¿Cómo referenciar?
Sergio Bedoya. “Las humanidades en tiempos de pandemia: Tolerancia Represiva, filosofía y academia en tiempos de crisis” Revista Horizonte Independiente (Las humanidades en…).
Ed. Stefan Kling, 26 jul. 2020. web. FECHA DE ACCESO

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