Licenciado en Filosofía de la Corporación Universitaria Minuto de Dios. Revista Ignis
Ciclo II de “Las humanidades en…”
Al principio fue la palabra, el verbo, ya sea como creadora u ordenadora del caos, de ese espacio abierto, hendidura o bostezo del que procede el mundo. La palabra nos insufló el aliento de vida, el movimiento y vitalidad en nuestros cuerpos terracotas cocidos en el seno de la tierra. Ésta es la raíz de los términos humanidad y humanidades, su cualidad; que designa la matriz de lo viviente, de toda vegetación exuberante, así como su féretro, ese lugar último que arropa los cadáveres.
El ciclo manifiesto de la tierra es el del hombre: vida y muerte. Si las humanidades tienen esta marca, por lo tanto, guardan una relación con el principio y el fin; por supuesto, todas lo harán a su manera, algunas se interesarán por cualquiera de los dos puntos de tensión, otras por su relación o por el contenido que engloban. Lo que se dibuja en medio de la vida y la muerte son valores que se debaten en las preguntas precarias del hombre. Esa condición de fragilidad se expresa desde nuestro nacimiento y nos acompaña durante toda la vida, que no sería sino ese hilo deshilachado siempre expuesto a ser cortado. La fugacidad de la vida nos lleva a reflexionar, plasmarla, pintarla o quizá retratarla.
Al ser conscientes de la caducidad de la vida, los distintos hombres y mujeres han asumido posturas heroicas o quiméricas, razonables o pasionales, amenas o desesperadas. Cada una de estas son existencias, o modos de pensarlas, que se han consignado en lo inmortal de la letra bajo el estandarte del libro, objeto sacro para el desarrollo de las humanidades. Así, toda biblioteca o librería es un nicho de nuestros saberes, una recopilación de vidas invivibles, una forma única de acercarnos a nosotros mismos. Curiosamente, el libro ha encontrado su vigor con el descubrimiento del papel, puesto que su composición ha permitido retener la tinta más favorablemente que el papiro. A pesar de no ser un entendido acerca de la forma en que se produce este material, según comprendo, todo empezó con Tsai Lun al comprimir una sustancia que poseía fibras naturales derivadas de la corteza de morera, en China. El curso de la historia y el tiempo permitió que este elemento entrara a Europa por medio de España y por ende a nuestros países –cabe anotar que los aztecas producían un material similar a base de cortezas vegetales.
Si estamos de acuerdo, o si en este punto el lector posee dudas razonables espero clarificarlas en las siguientes líneas, en que el hombre como ser carente de sí mismo, de su sentido, deambula en torno al principio, fin o contenido de su existencia hasta concretar sus pensamientos y sentires en un libro, que por supuesto, la mayoría de las veces pertenece a las ciencias humanas; entonces, podemos afirmar que el libro es el lugar, el “en”, de las humanidades. La expresión puede ser una “cosa sabida” y por tanto una perogrullada; sin embargo, a veces las obviedades son la fuente de los malentendidos. Ahora bien, quizá algunos piensen que esta cadena de razonamientos es una monstruosidad, ya que de algún modo haría una concesión a los sabios encerrados en sus bibliotecas, a esos vetustos eruditos desentendidos de todo. En este punto cabría seguir clarificando que es un libro.
Los libros son más que hojas engrapadas y empastadas en lujosas o míseras solapas, son organismos vivos, tal y como lo pensaban Ortega y Gasset y Eduardo Santa. Organismos vivos que transportan ideas, pensamientos y sentires cuidadosamente guardados en las templadas hojas de algún tomo; no obstante, desearía ir un poco más lejos, mencionar que son existencias, o mejor, fragmentos de estas. El esplendor de las humanidades es el trato con el barro de lo humano. Ortega y Gasset, que alcanzaba a entrever esto, entendía que el valor del libro trascendía lo escrito y se alojaba en su silencio, en eso no contado y fracturado del autor. Se ha acostumbrado a decir que quien trata con libros habla con los muertos, pues establece cierta conexión entre su vida y esa otra ya entrada en desuso. Por efecto, las humanidades serían una especie de nigromancia, de conjuro oscuro que rebusca en los cadáveres, no para ver el futuro, sino para entender su presente, su existencia.
El comprender la existencia o ciertas existencias no es una tarea sencilla, siempre implica constancia y alteridad, ya sea de quien escucha, de quien lee al otro o a sí mismo. No es claro, o al menos para mí, como las vidas de los otros, sus escritos y decires se truecan para iluminarnos, para darnos nuevas perspectivas en nuestro andar; y aun así, recurrimos a los libros, a las humanidades, dando vueltas en jirones hasta que brille la luz que buscamos.
En conclusión, el hombre realiza o se hace de las humanidades por medio de los libros, los libros se componen de miles o pocas páginas que brotan de la tierra, la tierra es la manifestación de la vida y la muerte. Estas son la materia de análisis de las humanidades, quienes son preservadas en los libros, hogar fraterno del hombre y de las humanitas. Todo es un telar urdido en la maternidad de la tierra.
¿Cómo referenciar?
Johan Hurtado. “Las humanidades en los libros” Revista Horizonte Independiente (Las humanidades en…).
Ed. Stefan Kling, 22 jun. 2020. web. FECHA DE ACCESO
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