Estudiante de Filosofía de la Universidad de los Andes.
Evento
“Las humanidades en…”
Nuestras vidas se desenvuelven en medio de una gran crisis. La ciencia y la tecnología se han quedado cortas ante un microscópico ente que ha puesto a temblar la estructura social, económica y política de nuestras sociedades. Hace unos días, con motivo de una reunión familiar por la aplicación “Zoom” para celebrar el cumpleaños de uno de los hombres más sabios que he conocido, escuché de parte suya la siguiente reflexión: el Covid-19 vino a darnos una lección. Ha hecho lo que ninguna guerra ha podido lograr, a saber, rendir a sus pies a la humanidad –su postura tiene todo mi apoyo. El virus nos ha encerrado, nos tiene atemorizados y nos aleja de los encuentros con nuestros seres queridos sin discriminación por edad, raza o género. Hasta los países más “desarrollados” se ven en aprietos para contrarrestar los devastadores efectos que trae para la población.
Con todo, nuestra lucha no se detiene. No tenemos pensado rendirnos y hacemos todo lo que está en nuestras manos por contener su propagación. También, nos hemos sobrepuesto a las dificultades y al cambio abrupto en nuestro modo de vida. Hemos desempeñado una labor titánica para perseguir un futuro después de esta pandemia. Pero, este porvenir requiere de cambios estructurales. No podemos regresar a nuestro modo de vida anterior. La desigualdad, la compulsión de la productividad y la mercantilización de la vida, que han sido naturalizadas en nuestras sociedades, se revelan con toda intensidad en este momento de crisis. Si queremos una vida digna y plena, debemos combatir estas propuestas del sistema para así favorecer nuestra existencia individual y colectiva. Pero, ¿qué pueden aportar las humanidades a estas luchas? ¿qué aparte de un embelesamiento y un aletargamiento del ánimo capaces de vencer la angustia del encierro, pero inaplicables a estas cuestiones apremiantes de nuestra vida en sociedad? Considero que las humanidades constituyen una vía fundamental para salvar nuestra existencia de la simpleza, la monotonía y la desazón que se generan en formas sociales como las nuestras.
En primer lugar, el desenvolvimiento de la pandemia nos enfrenta a la desigualdad absurda de nuestro mundo: gran parte de la población es afectada por el poder de “dejar morir”, como bien lo expuso Foucault en su análisis del biopoder. En últimas, lo que está en juego es la vida de la especie. Sin embargo, las estrategias no abarcan a la totalidad de la humanidad. Muchos son expuestos a la muerte por las circunstancias en las que se desarrolla su vida. Los programas orientados a atender sus necesidades son escasos y, muchas veces, no atacan el problema de raíz. En nuestro país, la Amazonía, el Chocó y la Guajira están olvidados. Muchas familias no cuentan con los recursos suficientes para su alimentación, organizaciones criminales, que buscan adueñarse de sus recursos naturales, son las que terminan ejerciendo la soberanía sobre el territorio y la calidad del servicio de salud deja mucho que desear. Por un lado, el jueves 4 de junio del presente año, los chocoanos recibieron las primeras siete camas de cuidados intensivos; el hospital San Rafael de Leticia no cuenta con la estructura necesaria para hacer frente a la rápida propagación de los casos en la región –su personal no cuenta con los implementos de protección suficientes para atender la emergencia ocasionada por el Covid-19.
En medio de la gravedad de la situación, nuestras voces se siguen alzando. Si bien la pandemia genera un ambiente de desconfianza porque el riesgo de contagio es enorme y cualquiera podría ser portador del virus, lo cierto es que eso no puede llevarnos a dejar de lado nuestra humanidad y sensibilidad con respecto a las necesidades del otro. De hecho, esta situación, como ya he mencionado anteriormente, tiene la capacidad de visibilizar lo invisibilizado y, dependiendo de la actitud que tomemos, de instarnos a elevar nuestra voz de lucha. No sólo se trata de mi bienestar, también se trata del de la otra persona. Pero, para entender esto, para abrirnos a las distintas e infinitas experiencias de mundo necesitamos de las humanidades. A través de las artes, la literatura y la filosofía podemos llenarnos de cultura que impida que la otredad termine siendo derivatizada, como diría Ann Cahill, es decir, nuestro reflejo, la proyección de nuestros miedos y deseos.
La derivatización es una forma de opresión y puede encontrarse presente en el caso de George Floyd. A los oficiales no les importó el reclamo justo que hizo por su vida, sólo que era una amenaza, la cual debían controlar a como diera lugar. Al respecto, me pregunto, inspirada en la lectura del libro Demian, escrito por Hermann Hesse, si estos hombres realmente sabían que estaban ante un ser humano vivo. Mi respuesta es negativa. Si lo hubieran sabido, y en eso concuerdo con Hesse, no habrían podido matarlo pues cada persona es un “ensayo único y precioso de la naturaleza”. Atentar contra la vida de un ser humano requiere de despojarle de su dignidad, ser incapaz de pensar que tiene sueños, deseos y que, al igual que nosotros, siente y hay infinidad de relaciones que se tienden a su alrededor.
Por lo anterior, considero que las humanidades nos llevan a desarrollar la empatía y la sensibilidad. Nos muestran personajes con los que podemos identificarnos, en los que hay humanidad, quienes nos hacen gozar con sus hazañas y sufrir con sus desencuentros. Además, promueven reflexiones al respecto y nos llevan a cuestionar prácticas institucionalizadas de nuestra época. Entonces, en ellas podríamos encontrar una herramienta para combatir los prejuicios, producto de una visión simple y dicotómica, que nos alejan de nuestros hermanos y la miopía que nos impide ver sus pesares o celebrar sus triunfos. Finalmente, es importante aclarar que lo anterior significa que el cometido de las humanidades no es un emebelesamiento individualista o asequible sólo para el privilegio, sino que en ellas podemos encontrar una fuente de resistencia para ser a nivel individual y colectivo.
En segundo lugar, vivimos en sociedades de la productividad. Cuanto más produces, tanto más valioso eres a nivel local y global. Hemos acogido esta idea hasta el punto de que demasiado tiempo libre nos molesta. Por esta razón, buscamos la manera de ocuparlo siguiendo una apretada agenda de encuentros sociales y, en el marco de la cuarentena, queremos aprender y hacer de todo durante el día entero. El curso en línea sobre finanzas, las clases de baile, de yoga, de guitarra, piano, en fin, aprovechar al máximo lo que nos ofrece el mundo del internet. Y a esto hay que sumarle nuestros demás compromisos: trabajo doméstico, citas con superiores, colegas, cuidar de los mayores y de los pequeños. Por extraño que parezca, nos cuesta salir de este sistema y buscamos las formas de mantener el ajetreo de nuestras vidas antes de la pandemia. En este punto quiero resaltar una percepción del tiempo sugerida por Thomas Mann en La montaña mágica: Este tiende a pasar más rápido cuando desempeñamos una actividad a la que ya estamos acostumbrados. Pero, ¿verdaderamente nos estamos sintiendo plenos en medio de este ritmo de vida acelerado? ¿es la única forma de vida posible? Lo que podemos hacer para alejarnos de la monotonía de la rutina, el cansancio y la desazón, siguiendo a este autor, es “acostumbrarse a no acostumbrarse”.
Las humanidades pueden ayudarnos en esta tarea. Mediante ellas, podemos entendernos a nosotros mismos y reevaluar lo que se presenta como dado, aunque el camino para esto sea arduo, lleno de espinas e infructífero, en apariencia. Podemos renunciar a la idea de que la riqueza material, la fama o la sed de novedad son las que nos hacen felices para encaminarnos a una existencia libre y contrapuesta a las lógicas de la productividad. La felicidad nos cuestiona en cada momento y satisfacer sus demandas no es fácil, puesto que muchas veces implica separarnos de las ideas arraigadas en nuestra mente. No obstante, cuando logramos apartarnos de estas y descubrimos nuestra fortaleza en los encuentros y desencuentros que nos plantea la vida, tanto con los demás, como con nosotros mismos, obtenemos una grata recompensa. En este camino espiritual, un libro o una obra de arte pueden resultar vitales y trastocar lo más profundo de nuestro ser. De nuevo, estamos ante el potencial de ver el mundo con otros ojos, de manera crítica, que tienen las humanidades.
Finalmente, en línea con la productividad, el coronavirus pone en jaque la idea de que la riqueza material es lo más importante para una vida plena. Sin duda, una vida digna requiere que podamos costear nuestra alimentación, educación, vivienda, servicios públicos, salud, uno que otro capricho, en fin, lo que se les ocurra. De esta forma, las preocupaciones no nos consumen y garantizamos parte de nuestro bienestar y el de nuestra familia. Pero, los lujos y el dinero no constituyen la auténtica felicidad, la plenitud. Podemos tener todo esto y ser esclavos del trabajo o unos traidores de la confianza de otros. Lo que más llena es sentirnos a gusto con nosotros mismos, compartir con la gente que nos quiere, así sea en la tienda de la esquina disfrutando de una empanada con gaseosa, abrazarlos, besarlos. Lo elemental son estos pequeños detalles que, por su cotidianadad, no valorábamos y los dábamos por sentado, asumiendo que siempre los tendríamos disponibles. Hoy es lo que más extrañamos, pues son esos momentos y experiencias de la vida los que constituyen la felicidad, no las eternas promesas del sagrado dios dinero que mueve a muchos a cometer sacrilegios en contra de otros seres humanos, los animales y la naturaleza.
A modo de conclusión, las dificultades y los tiempos en los que todo parece perdido o en los que más llegamos a decepcionarnos de nosotros mismos han sido recurrentes en la historia. No obstante, en nuestras manos está la actitud que asumimos ante estos sucesos y que se convierte en un factor fundamental de la lucha por una existencia más elevada. Tenemos dos caminos: nos hundimos en la desesperanza o, en medio de todo, le damos a nuestra voluntad el combustible que necesita para levantarnos y mantenernos de pie. El pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad, como bien lo expuso el maestro Sergio de Zubiría (2020) en la videoconferencia “Entre la esperanza y el escepticismo: Una mirada desde la filosofía”. Así pues, considero que las humanidades juegan un papel primordial a la hora de mantener el fuego optimista de nuestra voluntad. Ellas son otras formas de contar que mueven al público y tienen el poder de generar una conciencia colectiva de las luchas.
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