Coordinadora comité de imagen y difusión (Revista Saga), Directores de la Revista Saga
Ciclo II de “Las humanidades en…”
No es una novedad que, con frecuencia, la “utilidad” de las humanidades sea cuestionada. Esto se debe, entre otras razones, a que ellas no representan aportes significativos a la economía de un individuo ni, mucho menos, a la de un país. Después de todo, como nosotros tres lo sabemos, nadie estudia filosofía o literatura esperando convertirse en un magnate. Ante este cuestionamiento, recientemente ha surgido cierta actitud “caritativa” con respecto a la labor humanística. En las redes sociales, por ejemplo, esta actitud se ve reflejada cuando muchas personas alzan su voz para reconocer el valor del arte, la literatura, el cine y la filosofía en tiempos de pandemia. Según estas voces, las humanidades, además de ayudarnos a sobrellevar el confinamiento, permiten una comprensión más sensata del mundo, especialmente de las situaciones emocionales, sociales y políticas que hasta ahora hemos enfrentado. Ello ha labrado, en consecuencia, un espíritu de deseo por el cambio y renovación, en donde la gente considera que el modo de ser de la humanidad debe cambiar.
Bajo este panorama, la vasta producción de discursos sobre los modos de llevar a cabo este cambio no se ha hecho esperar. La academia, sin lugar a dudas, se lleva el galardón al momento de liderar estos discursos. Tras el llamado de la gente a reconocer la importancia de las humanidades hoy ha salido a relucir, al mismo tiempo, la necesidad de producir material académico que nos diga algo sobre nuestro futuro, sobre el lugar de la humanidad en la post-pandemia. Sin ir muy lejos, La sopa de Wuhan es un ejemplo de este material. Desde una predicción poco prudente de las consecuencias del coronavirus como un “Golpe al capitalismo a lo Kill Bill” (cf. ŽiŽek 2020 21-29), hasta una reflexión sobre la biopolítica y el confinamiento (cf. Preciado 2020 163-185), este libro representa, para nosotros, la meca de la producción discursiva de la academia sobre los efectos de un fenómeno histórico. Bien o mal, este material tiene la intención de poner, como foco de atención, una respuesta parcial a eso que tanto se le cuestiona a las disciplinas de las ciencias humanas. Al menos, si la filosofía o la literatura “no contribuyen a la economía de un país”, sí se dan a la tarea de reflexionar sobre ella, de decir algo. ¿Y qué objeto tiene “decir algo”? Sin duda, las humanidades han dicho mucho. ¿Pero con qué fin?
Las humanidades, en este sentido, son relevantes. Mentiríamos si dijéramos que, a la hora de interpretar el mundo, el papel de ellas no es esencial. No obstante, esta producción de discursos no logra, en lo que a nosotros concierne, penetrar la barrera de la vida práctica. Las humanidades, particularmente en esta época, no han superado el nivel discursivo en el que han estado tradicionalmente inmersas. Una muestra de ello es que gran parte de la academia se ha encargado de hacer y producir papers sin cesar. De hecho, podríamos aventurarnos en una riesgosa generalización: la academia se ha encargado de producir calderilla discursiva que solo tiene relevancia en unos cuantos círculos que se reúnen en coloquios y eventos. Ahora bien, ¿se ha encargado la academia de producir un cambio real, que permita (desde la academia o fuera de ella) transformar ámbitos de nuestra vida cotidiana, impidiendo que estas transformaciones sean olvidadas con facilidad? Ni hablar. Esto no necesariamente proviene de la mala fe de los estudiantes, profesores o administrativos (o tal vez, en algunos casos, sí). No nos parece pertinente acusar de oportunista o inútil a la comunidad académica en su totalidad. Pero, ¿entonces a qué se debe esta sobreproducción de conocimiento, que no logra relacionarse con esferas más concretas? ¿Qué sucede con lo ocasional y lo contingente, de lo que dice preocuparse la academia? No creemos poder responder a esta pregunta sin temor a equivocarnos. Bien podríamos afirmar que, pese a que exista un interés genuino por las problemáticas sociales y culturales, muchos de los círculos académicos (de los que hacen parte las humanidades) se han ensimismado y, con ello, han estructurado sus disciplinas de tal modo que no posibilitan una conexión efectiva con la realidad, que logre penetrarla y transformarla.
Empero, no podemos responsabilizar a la academia de un mal común. En la política ocurre este mismo fenómeno. La política gobierna -particularmente en Colombia- un territorio y unos cuerpos imaginarios. Por ejemplo, en ella se crean leyes para personas trans que no las favorecen; asimismo, se aprueban decretos con la intención de “proteger” a un grupo específico de individuos que terminan siendo inefectivos (e inconstitucionales). La lista es extensa. Pero el punto es, de manera similar a como ocurre en la política, que la sobreproducción de artículos y notas en la academia (a los que nosotros peligrosamente estamos ahora mismo contribuyendo) fluye en raudales y desemboca en el basurero virtual. En otras palabras, no logra comprometerse con la vida práctica. Este mal común, impregnado en la academia y en las humanidades, es entonces muestra de lo que denominamos una actitud “impersonal”: dentro de la esfera discursiva no hay un compromiso, más allá de la preocupación teórica, con las situaciones de la vida humana ¿Qué hacer ante esto?
En oposición a esta actitud, para nosotros el discurso no debería ser tomado o considerado únicamente desde su esquema teórico o conceptual, sino que debe estar comprometido con la vida cotidiana, con lo contingente y lo circunstancial. De manera específica, los discursos que buscan reflexionar sobre las coyunturas sociales, políticas, culturales o ambientales que hoy atravesamos, son discursos que, desde las humanidades, no deberían ser elaborados con el único fin de aumentar el capital académico e intelectual. Más bien, para nosotros, deberían ser discursos hechos con el propósito de construir prácticas guiadas por la exposición de argumentos que sustenten una postura determinada. Si la lógica de la sobreproducción favorecía al nivel discursivo sobre el práctico, nosotros consideramos que dicha lógica debe ser invertida, es decir, que el nivel práctico debe ser favorecido con respecto al teórico. Ello, claro está, sin dejar las construcciones teóricas de lado. Pensemos en la labor de la lucha feminista. Es evidente que la producción de textos, donde se elaboran diferentes teorías y se aclaran diferentes conceptos, es necesaria para la labor feminista, pues el discurso mismo emerge por la necesidad de aclarar qué ha causado la subordinación femenina en el orden de una sociedad que se ha construido patriarcalmente. De este modo, el discurso debe procurar no solo explicar las causas y los efectos de dicha labor a nivel teórico o conceptual. Es necesario, también, que busque cambiar la comprensión que tenemos acerca del papel de la mujer y de lo que se ha construido a partir de este. Todo con el fin último de acabar con la desigualdad y la subordinación social.
El centro de nuestro debate es que, si bien el discurso, en un primer lugar, es generado a un nivel conceptual dentro del marco de la academia, la finalidad del mismo debe ser que las prácticas a las que exhorta se vuelvan más usuales que el discurso mismo. Ello porque la fuerza del discurso no puede llegar de igual manera a todos los sectores y estratos sociales e, incluso, en algunas ocasiones, su comprensión no llega a ser alcanzable por todos ellos. Por tanto, una vez quienes han comprendido el discurso y han modelado sus prácticas conforme a este, podrán influenciar su entorno a partir de ellas. No obstante, estar de acuerdo con hacer del discurso algo más que papers o reflexiones sobre marcos conceptuales y teorías no nos lleva necesariamente a dar razones acerca de cómo dar ese paso a un nivel práctico. Ahora bien ¿cómo dar este paso? Por eso nos ofrecemos a dar una pequeña razón que ofrece Virginia Woolf en su ensayo ¿Qué es una buena novela?
Ya sea que se trate de literatura o de arte, aquel que lee un texto de Kafka u observa una pintura de Goya con el propósito de sentirse satisfecho intelectualmente, probablemente encuentra que estas disciplinas son importantes en la medida en que cumplan con ese propósito. Desde una visión poco formalista, dicha satisfacción está ligada al placer que le genera a uno leer una buena novela o contemplar una buena pintura. Por supuesto, aquí lo bueno no es una cuestión fácil de desentrañar. Pero sabemos, gracias a Virginia Woolf, que una novela, una obra de arte y, con el temor de extender sus palabras, el conjunto de las humanidades, tienen como requisito, para ser catalogadas como buenas, “hacer sentir”(2014). Este requisito, sin temor a equivocarnos, es esencial para saber qué tan importantes pueden llegar a ser las humanidades para nosotros.
Atendiendo a lo dicho por Woolf, consideramos que ese sentir no puede reducirse a una cuestión puramente finita y, por tanto, propensa a desaparecer en cuanto sabemos cómo termina la novela, qué quería decir el autor con su pintura o cómo el historiador dio cuenta del contexto social y político de una época (cf. 2014 ). El sentir consta de un trabajo que implica explorar y retrotraerse siempre a aquello que Günther Anders denomina “las capacidades de nuestro corazón” (2011 34) , que puede expresarse en la conocida frase “ponerse en los zapatos del otro”. Frase que, más allá de expresar un puro sentimiento empático, invita a quien la escucha a tender su mano a la ayuda del otro y, con ello, a intervenir en su realidad. Sin lugar a dudas, en el contexto de las humanidades, el sentir debe contar obligatoriamente con esta característica. Cuando nos enfrentamos con la Metamorfosis de Kafka, con Saturno devorando a su hijo de Goya o con El segundo sexo de Beauvoir, no podemos, como dijimos, simplemente abordar el discurso de estas obras desde una postura impersonal. Con esto queremos decir que quien considera importantes estas obras únicamente porque le permiten expandir su conocimiento, ignora que ellas pueden despertar una condición esencial de los seres humanos, a saber, su capacidad de transformar el mundo.
Podríamos decir que a lo que nos invitan tanto Woolf como Anders es a ampliar las capacidades de nuestro corazón. Pero esta ampliación de los sentimientos, no quiere expresar un ‘conmoverse sin más’ o en mayor grado ante determinadas situaciones. Como afirma Smith en Teoría de los sentimientos morales, incluso el sujeto más vil puede llegar a sentir conmiseración por otro (cf. 2016 ). Lo anterior no implica que actúe sobre ese sentimiento. Quien sienta de una manera más amplia y más profunda querrá intervenir en su realidad. No basta, por ejemplo, sentir tristeza ante el maltrato animal si, al mismo tiempo, usamos ropa de cuero.
Subvertir la lógica discursiva a una lógica performativa es posible, en gran parte, gracias a situaciones que nos piden actuar inmediatamente. Pensemos en la pandemia. La Universidad Nacional, por ejemplo, ante las dificultades que implicaba el aislamiento obligatorio, no citó a un panel de expertos para que hablaran de las consecuencias económicas del desempleo en los estudiantes. Por el contrario, enviaron mercados a los estudiantes que lo necesitaban, prestaron ayuda psicológica virtual, pagaron el internet de algunos alumnos. Actuaron. No hablaron de la empatía, la practicaron.
Llevar a un terreno práctico lo que proponen las humanidades también permite que ciertas poblaciones performen el cambio sin necesidad de un vasto soporte teórico. En últimas, como ya mencionamos, no todos tienen el tiempo o la disposición para dedicarse de fondo al aparato conceptual de las humanidades. Esto no se debe a una falta de capacidad, por supuesto. No podemos negar que en un país como Colombia, donde las humanidades son menospreciadas, y donde el porcentaje de gente que accede a una educación universitaria es tan bajo, entender el valor de este campo y llevar estas ideas a la práctica representa numerosos desafíos. Tal es la razón por la que nosotros, en tanto “humanistas”, debemos buscar salir de nuestro pequeño círculo en donde hablamos de la realidad y comencemos a afectarla. De nada sirve discutir incansablemente sobre ecología o ecosocialismo, sino ponemos en práctica modelos alternativos de consumo en nuestra casa, si no buscamos reciclar objetos, si no hacemos iniciativas pedagógicas que incentiven a las poblaciones a reciclar. De nada sirve que un hombre hable de feminismos si sigue reproduciendo hábitos de exclusión y abuso hacia las mujeres. En últimas, como dice la vastamente citada pero poco interiorizada cita de Marx, en sus manuscritos: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo“ (Marx 1980 3; Énfasis nuestro).
Bibliografía:
¿Cómo referenciar?
Camila Maldonado et al. “Las humanidades en la vida práctica: la necesidad del paso del nivel discursivo al performativo” Revista Horizonte Independiente (Las humanidades en…).
Ed. Stefan Kling, 14 jul. 2020. web. FECHA DE ACCESO
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