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Sergio A. Henao

Filósofo de la Universidad Nacional de Colombia

Ciclo II de “Las humanidades en…”

Las humanidades en la administración de empresas

Todo el mundo
intentando venderte algo,
intentando comprarte,
queriendo meterte
en su melodrama,
su karma, su cama,
su salto a la fama,
su breve momento de gloria,
sus dos megas de memoria,
subirte a su nube
como un precio que sube,
para luego exhibirte
como un estandarte.
Jorge Drexler

Uno de las expresiones más peligrosas de nuestra época es la de «recursos humanos», que se ha extendido desde el ámbito de la administración de empresas. La expresión no es peligrosa porque sea incorrecta, sino porque es imprecisa. En las humanidades, en principio, se rechazan todos los dogmas, mas yo identifico cuatro principios centrales que atraviesan la mayoría de los estudios en humanidades y ciencias humanas:

  1. Los seres humanos somos fines valiosos en sí mismos.
  2. El valor fundamental de los seres humanos es la libertad.
  3. Se debe proteger, promover y entrelazar la diversidad humana.
  4. Cada ser humano tiene un valor singular irremplazable[1].

Tratar a los seres humanos solo como recursos sería una violación directa al primer principio y una violación indirecta a los otros tres. El problema no es el uso de la expresión «recursos humanos»[2], sino aquella cultura de la cual esa expresión es síntoma: una cultura en la cual las personas son solo trabajadores o clientes, una cultura de la mercantilización en la cual las personas prácticamente son tratadas solo como medios. En otras palabras, el problema no es una manera de hablar, sino una actitud generalizada: la actitud de valorar a los demás solo en la medida en que para nosotros sean activos (en el sentido contable del término, es decir, como bienes económicos).

No aceptar alguna versión de ese conjunto de principios es renunciar a la posibilidad de que podemos construir empresas, instituciones y sociedades integrales y equitativas, y equivale también a negar que podemos ser mejores personas, lograr un bienestar genuino personal y contribuir al bienestar de los demás. Si alguien en efecto negara de forma coherente estas posibilidades, no tendría esperanza de evitar que la vida fuera un infierno. Quizá sí estemos condenados, pero ha resultado ser muy útil creer que las condiciones materiales y sociales siempre pueden mejorar para todos.

Puedo conceder que es muy difícil, acaso imposible, cumplir a cabalidad dichos principios; pero de eso no se sigue que no debamos asumir el reto de tratar de alcanzarlos. Eso es algo que sucede con todos los ideales espirituales, éticos o políticos como, por ejemplo, la paz: es imposible lograr una paz perfecta (personal o social), pero eso no justifica seguir ejerciendo o permitiendo la violencia (porque, de hecho, se puede disminuir). El hecho de que ideal sea una utopía irrealizable, no nos exime de la responsabilidad que tenemos con nosotros mismos y los demás de tratar de realizarlo.

Es difícil ser consistente con los principios humanísticos en «el mundo real» de las prácticas económicas, donde, bajo una sensación de constante urgencia, hay que adoptar medidas pensando primordialmente en las organizaciones. Tal es el caso de los entornos empresariales, que suelen ser competitivos y centrados en la producción y las ganancias. Ese es precisamente el desafío que hay que asumir, todos los días, en cada decisión. No hay una fórmula o método mágicos para hacerlo. Es «reto» en el sentido más fuerte del término: una dificultad que, aunque parece irresoluble, no debemos evitar enfrentar.

Por fortuna cada vez abundan más las experiencias que hablan de la posibilidad de armonizar los criterios empresariales y los principios humanísticos centrales: se ha mostrado que invertir en el bienestar integral de los empleados impacta positivamente su sentido de pertenencia, su compromiso y su productividad; la capacidad de adaptar los productos y servicios a las necesidades singulares de sus clientes[3] aumenta la cobertura de las ventas y favorece la fidelidad hacia las marcas; una imagen bien fundamentada de responsabilidad social y ecológica ayuda al posicionamiento de las organizaciones además de poder traerles beneficios tributarios; la flexibilidad en los horarios y formas de productividad de los empleados fortalece el cumplimiento de metas y no el mero cumplimiento de horarios; el apoyo sistemático a los espacios de creatividad de los empleados influye en la adaptación a las condiciones siempre cambiantes de los mercados y en la actitud proactiva de resolución de problemas por parte de los empleados; existe siempre la posibilidad de crear productos duraderos que beneficien la salud y la tranquilidad de las personas y usar estas cualidades para ampliar la ganancia sobre el costo, si resaltan como parte de la estrategia de venta frente a potenciales clientes que cada vez son más conscientes del impacto médico de sus elecciones de consumo y de la trampa de los tipos de obsolescencia.

Para fortalecer la posibilidad de armonizar los valores empresariales y los humanísticos, hay que revisar la noción de racionalidad, que suele ser una fuente de incomprensión entre administradores y humanistas: alguien urgido por las cuestiones prácticas de los negocios puede llegar a pensar que ponernos «quisquillosos» con ideales utópicos es irracional para cuestiones prácticas urgentes, así como un defensor del humanismo puede pensar que es propio de un cretino irracional tratar a la gente como si solo fueran recursos o consumidores. Siguiendo al profesor Luis Eduardo Hoyos[4], podemos definir «racionalidad» como la facultad de elegir los medios adecuados para alcanzar un fin y seguirlos. Esta noción se conoce como racionalidad instrumental (porque se trata de usar los instrumentos requeridos para lograr un objetivo). Cuando, para lograr un fin, tenemos que considerar e incluso manipular las expectativas de otras personas, avanzamos al nivel de la racionalidad estratégica. Este sentido de racionalidad relevante para evaluar las decisiones estratégicas que tienen que ver con administración de recursos humanos en las empresas. El tercer sentido, propio de los humanistas, es el de la racionalidad moral, es cuando se actúa coherentemente con la afirmación de que las personas son fines valiosos en sí mismos. Entonces hay un sentido en el cual tratar a las personas como recursos es racional y otro sentido en el que es irracional. El sentido en el que es racional es el de la racionalidad estratégica, que es la facultad que nos permite planear acciones y tomar decisiones considerando la variable de las intenciones y las decisiones de los demás. Esta es la racionalidad que tenemos que usar para lograr éxito en toda situación de competencia o cooperación con otros seres humanos  (sean juegos, negocios o guerras). El sentido en el que es irracional es el de la racionalidad moral, que es la facultad que nos permite reconocer y ser responsables con el valor intrínseco de cada ser humano.

Más allá de la mera distinción entre esos tres tipos de racionalidad, es importante señalar que hay una continuidad entre ellas, continuidad que nos permite mediar entre la racionalidad que prevalece en el ámbito administrativo y en el ámbito humanístico. Para empezar, la racionalidad siempre es instrumental, pero para que esa instrumentalidad sea efectiva, tiene que pasar al nivel estratégico y, solo en el contexto de lo estratégico, es posible pasar al nivel moral. De aquí se deriva una idea interesante: la racionalidad moral requiere la racionalidad estratégica. Si extrapolamos esta idea, lo que estaríamos diciendo es que un humanista debería intentar aprender del enfoque de la administración de empresas para aspirar a satisfacer los objetivos de la racionalidad moral que promueve (tratar a otras personas como fines en sí mismas equivale a procurar su bienestar integral, lo cual no es posible sino se evalúa de forma instrumental todos los recursos disponibles y de manera estratégica las expectativas e intenciones de las personas).

La racionalidad moral, que consiste básicamente en asumir coherentemente los principios humanos listados inicialmente (valía, libertad, diversidad y singularidad) nos ayuda a dilucidar el fin último de nuestras acciones: todas las decisiones que tomamos las tomamos buscando el bienestar y, en el sentido más genuino del término, el bienestar individual quiere y requiere el bienestar de todos los demás. Esto es lo que pueden enseñar las humanidades a la administración de empresas.

La administración de empresas ha de asumir el reto de orientar sus estrategias por valores humanísticos (como fines), así como las humanidades deben comprender y adoptar prácticas de la administración (como medios) para construir estrategias efectivas de acuerdo con sus fines. La racionalidad moral que invita a ver a los seres humanos libres, singulares y diversos como seres valiosos en sí mismos existe sobre el marco de la racionalidad estratégica, así como la racionalidad estratégica, cuando está orientada hacia los la racionalidad moral, se beneficia en sus propios fines y permite un desarrollo de la facultad racional del ser humano. No somos ni podemos llegar a ser perfectamente racionales, pero es provechoso para todos saber que hay un vínculo entre el desarrollo de la razón y la búsqueda del bienestar integral de la humanidad. Somos recursos humanos, somos proveedores y clientes, somos consumidores; pero no nos podemos tratar unos a otros como si fuéramos solo eso. 

[1] Se podría hacer un intento de reducir estos principios a alguno de los dos primeros (para derivar los otros directamente de aquel). 

[2] En muchas organizaciones se prefiere usar la expresión «talento humano». En la medida en que esa expresión no esté respaldada por implementación de buenas prácticas (por parte de profesionales en áreas relativas al ser humano), es una expresión que denota la misma instrumentalización de los empleados.

[3] No se trata de hacer un producto para cada persona, sino de hacer un producto que se puede ajustar a sus preferencias y necesidades particulares, esto es, no asumir que todos los clientes son iguales.

[4] Hoyos, Luis Eduardo. (2007). Ética y racionalidad práctica. Diánoia, 52(58), 95-123. Recuperado en 20 de julio de 2020, de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-24502007000100005&lng=es&tlng=es.

¿Cómo referenciar?
Sergio Henao. “Las humanidades en la administración de empresas” Revista Horizonte Independiente (Las humanidades en…).
Ed. Stefan Kling, 21 jul. 2020. web. FECHA DE ACCESO

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