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Sergio Osorio Arroyave 

Estudiante de Ingeniería Civil, UNAL. 

Evento
“Las humanidades en…”

Las humanidades en la actualidad

¿Alguien esperaba que hubiese una asignatura de humanidades en el programa curricular de Ingeniería civil? Probablemente la respuesta de muchos a esta pregunta sea negativa –porque no es lo esperado– a pesar de la gran importancia de una materia de este tipo, que es totalmente imprescindible para la formación integral de ciudadanos realmente “útiles” para la sociedad, pero sobre todo, con capacidad de discernimiento.

Las humanidades son un conjunto de disciplinas encargadas de estudiar el ser humano en todos sus aspectos, y todo lo relacionado con este, de modo que resulta verdaderamente inevitable para cualquier persona poseer y/o buscar conocimientos en estos temas, ya sea de forma empírica o teórica, así como su uso para las diferentes situaciones que se le presentan día a día, sin importar el fin que le sea otorgado a su utilización, incluso sin tener verdades establecidas o respuestas definitivas. Las humanidades son más cotidianas de lo que se puede creer, están presentes en cada una de nuestros pensamientos, acciones y patrones de comportamiento, en cada segundo de nuestra existencia.

Por una parte, sus objetivos principales derivados del entendimiento de la condición humana, son el bienestar y la dignidad de las personas; permiten llevar una vida realmente humana, con todo lo que esto implica, a través de ciertas normativas de conducta, que ya son inherentes a la naturaleza humana y que se han transmitido entre generaciones a lo largo de los años, con modificaciones propias y necesarias para cada época o periodo histórico, las cuales procuran las acciones de bien que resulten beneficiosas para una comunidad, grupo e incluso para toda la humanidad. Por otra parte, estas sapiencias ayudan a crear un tipo de pensamiento crítico y bien fundamentado para los momentos en los que requiera ser aprovechado para la toma de decisiones, intervenciones y acciones de distinta índole, de modo que se alcance alguna mejoría colectiva, en cuanto a derechos, calidad de vida, forma de vida, justicia de cualquier clase, políticas gubernamentales, entre otros.

Este pensamiento crítico permite la percepción de los numerosos y bastante comunes hechos de injusticia y que ocurren a diario en un país como Colombia, donde la cultura y costumbres propias de sus habitantes han permitido que este nefasto escenario se repita a lo largo de muchos años, hasta casi perpetuarse. Sin embargo, se han presentado momentos históricos en los que se han logrado –o al menos intentado con empeño suficiente– cambios significativos al respecto, los cuales se ven en peligro de no presentarse nuevamente debido a la precaria educación que recibe la población colombiana, que cada vez incluye menos clases y materias relacionadas con las humanidades, en su intento de crear ciudadanos incapaces de pensar de forma crítica y expertos en trabajos tecnificados adaptados al consumismo, donde la dignidad y el valor de la persona humana han sido reducidos a la mera utilidad, sin mencionar los demás derechos básicos que el Estado no se preocupa por garantizar.

Es por lo anterior que resulta imperativo una lucha por mantener estas asignaturas presentes en todos los niveles de educación pública, del mismo modo que una búsqueda del conocimiento personal a través de la experiencia y un deseo incansable de hacer del mundo un lugar mejor, empezando por cada uno. A pesar de lo redundante que esto pueda sonar, es preciso repetirlo para que estos ideales no se queden solo en palabras, y se hagan cada vez más viables y posibles en nuestra sociedad, que cada vez tiene menos rastros de humanidad.

Por otra parte, no basta con que se incluyan materias de este tipo en la educación, sino que se evidencien conductas dotadas de humanidad en todas las situaciones y momentos, porque, claramente, no todas las personas tienen acceso o interés por la instrucción. Hay que fomentar entonces el estudio empírico del ser humano por parte de cada persona, una reflexión o pequeño análisis constante de cada uno y de quienes lo rodean, sin llegar a utilizar o apropiarse de conocimientos avanzados, sino detectar las buenas y malas acciones, tanto propias como ajenas, para sacar conclusiones al respecto y lograr una enseñanza o una deducción productiva para aplicar en espacios venideros.

Y, cabe recordar, que esta capacidad es innata al hombre, se desarrolla a cada instante, incluso sin tener conciencia de ello, pero se torna realmente valiosa cuando se tienen en cuenta a profundidad las causas y efectos de un determinado actuar, viéndolo desde un punto más objetivo que subjetivo a pesar de la dificultad que esto trae consigo.

En conclusión, y más allá de la enorme relevancia y representatividad que puede llegar a tener el aprendizaje de las humanidades, de nada vale si no se aplica en cada momento de la vida; es por esto que, contrario a lo que se suele pensar o suponer, una persona “educada” o con un alto nivel de sabiduría y/o experiencia laboral, no siempre se comporta de una manera más civilizada ni responsable que alguien que no tenga ningún tipo de estudio. La cualidad de humanidad parte desde el respeto a la dignidad de cada individuo, valorando la igualdad de condiciones y la importancia de las diferencias en un mundo cada vez más polarizado y menos propenso a respetar la opinión ni la conducta, y mucho menos la existencia de gente con condiciones de vida distintas, ya sean escogidas, impuestas o invariables.

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