“Ideas en ebullición”
Ciclo II de “Las humanidades en…”
“Cuánta falta nos hacen buenos pensadores, filósofos o no, que aporten ideas y salidas en este mundo que se enreda en una grave crisis de confianza, en la que prosperan los caudillos, los fanatismos, la xenofobia, la homofobia y hasta la misoginia que creíamos en proceso de superación”.
Yolanda Ruiz. Sobre filosofía y otros asuntos “inútiles”.
Para empezar, podemos decir que el ejercicio de la filosofía en la academia descansa en la reflexión que procuran la lectura y la escritura como experiencia de los estudiantes, buscando trascender lo que se percibe desde los espacios y lugares comunes donde se recrea el pensamiento como elemento insoslayable para dignificar nuestra existencia. Asimismo, el horizonte de la práctica filosófica se sustenta en el diálogo entre la filosofía y otras disciplinas del conocimiento, como es el caso de las Ciencias Sociales, las experiencias en torno al arte, literatura, cultura y las distintas formas de expresión de lo humano.
En ese sentido, La Revista Reverbero, Ideas en ebullición, es un espacio interactivo creado por los estudiantes del Departamento de Filosofía de la Universidad del Cauca (Popayán, Colombia), como la proyección del trabajo académico que permite fortalecer y divulgar la escritura filosófica. Originada en el año 2007, actualmente la revista cuenta con siete ediciones, las cuales han constituido el trabajo persistente de estudiantes que, debido a sus cambios generacionales, permiten evidenciar la variación de temáticas, propuestas académicas y, sobre todo, oportunidades para todos los interesados en construir lazos académicos afines a cualquier campo de las humanidades. Este eclecticismo hace de cada editorial una muestra especial de la relación entre el pensamiento, las prácticas e inspiraciones que emergen desde cualquier inteligencia capaz de poner su voluntad al servicio del saber filosófico.
En la presente columna los miembros actuales de la Revista Reverbero apostamos por situar la reflexión acerca de las humanidades, en el papel de algunos filósofos, literatos y artistas, quienes contribuyen de manera teórica y práctica en la región caucana, cuyos aportes merecen ser visibilizados en la medida que logran ahondar en problemáticas urgentes, así como sentar una posición crítica que roza lo político y lo estético, donde las representaciones sensibles de cada caucano son prueba fehaciente de resistencia frente a sus complejidades diarias. Entonces, el territorio caminado permite andar y desandar las urdimbres culturales que nos componen, para así vincular ideas, quehaceres y proyecciones que reivindican y reafirman lo local, potenciando lo propio y el sentido de existir como comunidad.
2. Un asunto de responsabilidad individual y social – El intelectual
El territorio caucano, trazado a fuerza y violencia que se agudiza día a día y que se ejerce en todas sus formas, se ha convertido en una de las mayores dificultades para un departamento construido sobre una crisis que parece ya algo muy común entre nosotros: el conflicto armado, la vulneración de derechos humanos y el exterminio sistemático de líderes sociales, son tan solo algunos de los derroteros que podemos enunciar y que terminan caracterizando a la región.
Ahora bien, en un contexto como el Cauca, la violencia se encuentra desdibujada en el discurso de la historia, pasando inadvertida ante ciertas miradas, pues cabe resaltar que las desigualdades acentúan este problema, cargándose en un solo sector de la sociedad, por lo general el menos favorecido. Las instituciones creadas bajo el sentido de procurar el bienestar de toda la comunidad, enmascaran sus verdaderos propósitos bajo una narrativa donde el otro es reconocido, pero no incluido en el ejercicio político, en esencia, en la praxis social. La historia de la violencia en Colombia no solo ha dejado rastros de sangre en el tiempo, también ha suprimido una serie de conocimientos construidos con base en la comprensión de la naturaleza y el equilibrio de la misma. Son estos mismos testimonios los que develan la realidad de nuestra vida nacional y, a su vez, presentan una posibilidad de cambio frente a la lógica de la vida actual: del tecnicismo orientado por la conocida idea del progreso.
Cabe resaltar que estas situaciones se presentan desde la irresponsabilidad política, de aquel poder desencarnado y clientelar que está a merced de elites políticas específicas, hasta el silencio absorto que presenta la enseñanza y la práctica humanística. Con esto señalamos el silencio contradictorio que tienen muchos intelectuales y académicos por los problemas realmente importantes de analizar en el territorio, debido a que este se encuentra inmerso en una cantidad de relaciones complejas y amplias en las que el papel del humanista es trascendental, en aras de manifestar y denunciar -sin caer en el activismo ideológico-político-, los hechos que impactan negativamente la realidad social, las injusticias que siguen ocurriendo, puesto que, ese silencio solo ha permitido legitimar, paradójicamente, aquellas prácticas de perpetuación de la violencia.
Cuando reflexionamos sobre el papel del intelectual, lejos de tener significados positivos, vemos que este históricamente ha marcado un rumbo, imagen y perspectiva de dos maneras: primero, el desconocimiento de la realidad vivencial que es amplia y profunda de detallar; segundo, cuando aquel fenómeno niega prácticas históricas de desigualdad e invisibilidad no de manera explícita, sino, cuando no ahonda y no escudriña lejos de la excusa de su imparcialidad, es decir, acerca del sentido verdaderamente social de la práctica humanística. Enfrentarnos a este problema implica sacar la mente de su estado de quietud, debido a que este despierta una serie de sentimientos e incógnitas que por necesidad deben ser clarificadas o llevadas al estadio de lo crítico, reflexivo y propositivo. Después de todo, el discurso técnico solo concibió la explotación de terrenos, la violencia por el poder y la despiadada aniquilación del medio ambiente. Estas brechas, fueron formando las actuales trochas, rutas tétricas donde abunda el desconsuelo, la resignación y sobre todo la impunidad. Por otro lado, el discurso cultural se resiste a fenecer: academias, instituciones y organismos ponen la voz de la conciencia en el cielo, mientras que la realidad terrenal contradice sus quehaceres.
De nuevo, si la idea que nos ocupa parece indicarnos el punto más álgido de la crisis, pues, desde una posición “intelectual” con la que hoy escribimos estos párrafos, nos sabemos víctimas – directas o indirectas- donde actúan monstruos invisibles que manipulan los hilos de la historia y de la realidad cotidiana ¿será posible otra urdimbre donde consideremos no actuar como personajes inmersos en dramas, donde la tragicomedia resulta la esencia de la personalidad colombiana?
3. Incursión de la filosofía y las humanidades sobre la región caucana: convivir en la diferencia
A continuación, queremos plantear la posibilidad de pensar al Cauca dentro de dos puntos de anclaje donde se puedan auscultar elementos importantes para el pensamiento filosófico y humanístico: primero, la idea que gira sobre el intelectual orgánico, el o los cuales, aportan a la construcción no solo académica, sino también, a partir de una preocupación por reivindicar aquel tejido social y por ende, cultural; en segundo lugar, abrimos la brecha de una filosofía situada, es decir, un movimiento donde puedan confluir saberes, sabores y prácticas que potencien el campo de las humanidades, dado que, disciplinas tales como la antropología, geografía, historia y literatura, así como la etnoeducación, han resultado vitales para comprender el alcance y los límites en los que se inscribe el departamento, la academia y la sociedad.
Al referirnos dentro de un enfoque intelectual situado, queremos resaltar el pensamiento que se enuncia en el aquí y el ahora, pues el sujeto que piensa, el actor o, en otros términos, el ciudadano, está situado en un momento desde el cual reflexiona, buscando conocerse a sí mismo y al mundo. Este pensamiento no abandona la pretensión de universalidad, pero tampoco soslaya la particularidad; por el contrario, podría decirse que busca conocer un aspecto singular desde contextos más amplios. A nivel ético y en cierto sentido “democrático”, la dirección que las instituciones deberían tomar es la de comprender el territorio desde las diferentes perspectivas o cosmovisiones, teniendo en cuenta que nuestro país es “multicultural”. En este sentido, el conocimiento debe centrarse en la adquisición de otros valores, de otras vivencias o testimonios, pues, como venimos reiterando, la realidad histórica de nuestro país es compleja y no puede construirse desde un solo horizonte, menos desde uno que pretenda ignorar las huellas donde la memoria se niega a desaparecer.
Sin embargo, hacer presente ambos discursos, implica reconocer que estos campos de saber corren siempre los mismos riesgos, pues, ¿qué pasa con la sociedad civil, con los proyectos de vida que representan niños, jóvenes y adultos? qué sucede con las personas que de la noche a la mañana se convierten en citadinos por la fuerza, educados bajo la presión social y laboral que implica mantener una familia, sus condiciones, incluso, sus consecuencias.
Según algunas investigaciones culturales, refieren el centro de la discusión sobre el Cauca a partir de la tensión histórica por la que atravesaron indígenas, negros, zambos y mulatos, pues siempre estuvo marcada por la lógica occidental de una exclusión étnica legitimada por los poderes de la colonia. Así, se configuró un sistema de representación donde el otro no puede identificarse o reconocerse a sí mismo, ya que su ‘raíz’ es negada rotundamente. Esto se reflejó incluso en los estándares artísticos de la época, privilegiando el color blanco como símbolo de pureza, de la luz y la razón promulgadas por occidente, donde todo lo no blanco estaba por debajo de la escala social. Estas estructuras, se encargaron de imposibilitar la igualdad sobre los pueblos, condenándolos a condiciones de desigualdad casi que irreparables.
Ahora bien, podemos argüir que el fenómeno colonizador mantiene sus órdenes de representación a lo largo y ancho de la historia, debido a que, con el transcurrir de las épocas, ha sabido y tenido los medios para reactualizar sus dinámicas y proyectos, de acuerdo con las circunstancias sociales, económicas y políticas que trajo consigo la modernidad, donde ocurre lo mismo que en la colonia: se ‘deslocaliza’ al otro para la exclusión, pero sí se localiza para la dominación, o en palabras actuales, se reconoce para reafirmar cualquier narrativa democrática aunque en el fondo existan desigualdades, injusticias y rechazo.
Frente a estos vejámenes, las culturas que habitan nuestra región han ido tomando conciencia de su situación, pues al revisar su memoria histórica, vienen organizando mejor sus comunidades y, como dice el maestro Adolfo Albán, reconstruyen paulatinamente sus condiciones epistémicas negadas, aquellas que les ayudan en la ardua tarea de re-existir, es decir, incorporar sus creencias místicas, saberes, costumbres y prácticas ancestrales que se encuentran mediadas por el acto creador de quien las comparte. En otros términos, es la producción cultural la que recrea el sentido de una comunidad, y solamente se logra cuando se plasma con las manos, con las palabras, revitalizando el lugar de enunciación, ‘la raíz’.
Prueba de ello, son las investigaciones que se realizan en las comunidades afrodescendientes que habitan el Sur y Norte del Cauca. En el primer caso se asoma entre el Valle del Patía ‘la pedagogía de la corridez’. Es aquí donde el verso, el canto y la danza que despliega el “maestro”, los cuales afloran y se imponen sobre el lenguaje articulado, entendiendo que el universo es simbólico, y cuando los gestos armonizan las palabras, se convierten en lecciones de vida. María Dolores, maestra fundadora de la pedagogía, logra redimensionar las funciones institucionalizadas que siempre han limitado y definido a la escuela y, en efecto, al maestro y al estudiante. La ‘maestra corrida’ del Patía configura el ejercicio pedagógico redefiniendo y resignificando los escenarios escolares, la relación con el conocimiento y otorgando valores que parten de lo ético a la relación del ser humano con la naturaleza. La pedagogía de la corridez es una emergencia, una brecha que hace resistencia a la violencia, al dolor y al olvido.
En el segundo caso, se ciernen las investigaciones sobre las comunidades negras, en otras palabras, afro diaspóricas. Sobre estas pesquisas, dicen los intelectuales afros, influidos por académicos como Manuela Zapata Olivella, que no es lo mismo que le cuenten la historia a que uno la empiece a escribir, pues así es como se toma conciencia sobre el ser. Así, se abren posibilidades para el pensamiento, llevadas a cabo por movimientos y organización, difundido para todas las personas que se reconocen e identifican con las costumbres de su cultura: sus dioses, ancestros, ritmos y manualidades que constituyen la historia y su fuerza a través del tiempo.
Al respecto de ambos proyectos, el maestro Albán, señala la creación artística como una práctica de desprendimiento de aquello que creemos ser bajo la mirada de la sociedad, y lo que somos cuando logramos expresar sin ataduras nuestra creatividad, utilizando solamente la imaginación y la subjetividad, de esta manera se llega a producir una verdadera reflexión ontológica. Es más, para este investigador y académico nacido en la capital del Valle, el acto creador es pedagogía de la existencia y “re-existencia”, pues se trata del reconocimiento y la autoafirmación del ser en todos sus ámbitos donde se desarrolla, creando sus propios alcances y limitaciones que le permiten vivir y hacer cultura.
Ahora bien, al momento de abordar la idea de que puede existir o gestarse un intelectual orgánico o tradicional al modo como lo pensó Antonio Gramsci a lo largo del siglo XX, nos conduce a afrontar una responsabilidad ética y política como ciudadanos reconocidos por un gobierno que “atiende a su pueblo y construye junto a él”. Pero, esta idea de democracia siempre mantiene sus flaquezas, sobre todo, si recordamos “Nuestra América” de José Martí donde sentencia que, aunque el pueblo debe comenzar a levantarse, la subversión tendrá unos valores prestados, confundiendo solidaridad con hipocresía y conveniencia; honestidad con corrupción e ilegalidad.
Son estas tensiones las que demarcan siempre la historia del continente, donde parece primar la vergüenza sobre la valentía del reconocimiento, al menos individual, para dar paso a un tenue movimiento colectivo que muchas veces es auspiciado por el mismo poder hegemónico, en otros términos, se cae en el riesgo de fundamentar e incluso defender aquellos aparatos ideológicos. Cuando hablamos de procesos históricos, también tenemos que centrar nuestra atención sobre cómo las humanidades se han desarrollado en la actualidad desde prácticas reales de resistencia y, al mismo tiempo, en qué medida las transformaciones sociales han transfigurado el papel del intelectual.
Así, este intelectual en tanto investigador y crítico, se encuentra inexorablemente ligado al contexto, donde se define de acuerdo al lugar y la función que ocupa dentro de esta estructura. En la medida que todas las personas utilizamos nuestras capacidades intelectuales y actuamos gracias a ellas, podemos ser considerados intelectuales, sin embargo, no todos ejercen dicha labor. En todo caso, porque el intelectual tiene la tarea de suscitar entre sus conciudadanos una toma de conciencia del mundo y de su autonomía como persona. Debido a ello, a pesar de estar vinculado al seno social, se distancia de éste dependiendo de la particularidad de su quehacer, por ejemplo, la de un educador. Nuestra relación con el territorio, incluyendo nuestro propio devenir, ha sido un asunto interminable de las humanidades, puesto que nos debemos a la reflexión que brota desde ahí. Este gesto es el que nos ha permitido desarrollar una visión interna que, en consonancia con la realidad, permite refundar la experiencia mediante la cual asumimos nuestra existencia y la de los otros.
De hecho, el intelectual también puede ser el portador de la voz hegemónica de la clase dominante, tan sólo con el hecho de trabajar para las instituciones sociales. De esta manera, al situar la figura del intelectual en nuestro departamento, ocurre que este termina convirtiéndose en un arma de lucha entre las clases, es decir que, habrá intelectuales que aboguen por los sectores menos favorecidos, mientras otros defenderán el régimen de los dominantes. Por ser fruto de la sociedad, el intelectual parece estar obligado a pensar y actuar dentro de ella.
Después de todo, la realidad nos enuncia al calor del ‘abuelo’ fuego, tal y como menciona la cosmovisión indígena, acerca de un intelectual que, acercándose al territorio, dialoga realmente con la otredad, con un vuelco en la mirada hacia -otros- conocimientos; desde los golpes a la marimba de chonta y el sonido del río que representados en cantos transmitidos por cantoras, contemplamos a pintores-viajeros que han entendido que la única forma de conocimiento no está necesariamente dentro de una aula de clase, porque hasta esas cuatro paredes exigen otras formas de leerlas. De ese modo, el rescate de la memoria cultural y social es una de las tareas imprescindibles en un contexto como el nuestro, fuente primordial de preservar y subvertir el orden común de cosas impuesto sobre estas existencias relegadas.
Así, desde el arado y las cosechas, desde una estrecha relación con el territorio nos muestra el campesino que existen otros sentidos en los que los seres humanos se pueden relacionar con un entorno lleno de formas, haberes y ‘haceres’ que tradicionalmente han existido en contravía a un sistema capitalista y corporativo. Finalmente, un mestizaje en nuestro territorio nos deja la huella de que el papel de las humanidades aún tiene mucho más de que hablar y que su papel emerge desde un suelo donde convergen y existen lazos armónicos entre seres vivientes y existentes, los cuales son ejemplo para un cambio social que avanza a paso lento, pero seguro.
Por último, queremos dejar por sentado que hablar de humanidades no solo implica un discurso que nos remite a finales del siglo XIX donde se pregonaba la discusión entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu. En este caso, se trata de poner siempre de manifiesto una reflexión constante que nos detenga sobre un asunto ético y político: ¿Quién soy yo en la medida que me reconozco en el otro? Interrogante que nos lleva a considerar que somos experiencias que habitamos el mundo de la vida.
No cabe duda que es el espíritu de la humanidad lo que nos mueve a transitar las humanidades, radica en ser -en su humanidad-, es decir, aquel germen que comprende cualquier tipo de reflexión en este campo. Nos erigimos en las humanidades por la autoconciencia en constante emergencia, pues somos nosotros los que nos reflexionamos y debemos mantener una postura crítica, reflexiva y comprensiva de quienes somos. Por eso, las humanidades siempre han tenido, de principio, un punto de enunciación al que se evita escuchar por advertirnos de lo que somos capaces de hacer -o ya hemos hecho-, por eso la poesía, la filosofía, la literatura, el arte, entre muchas más la custodian, y se fortalecen gracias al diálogo donde se encuentran y se desencuentran permanentemente, siempre trazando nuevos caminos que permitan repensar a individuos, colectivos y circunstancias que merecen ser revaloradas de manera sensible, porque el desafío humano siempre será vivencial y encarnado, ahí radica su verdadero sentido.
¿Cómo referenciar?
Revista Reverbero. “Las humanidades en… incidencias, prácticas, desafíos y emergencias” Revista Horizonte Independiente (Las humanidades en…).
Ed. Stefan Kling, 21 jul. 2020. web. FECHA DE ACCESO
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