Asociación Colombiana de Estudiantes de Filosofía del Suroccidente Colombiano
Ciclo II de “Las humanidades en…”
1. La FICVAN como punto de partida
La Asociación de Estudiantes de Filosofía del Suroccidente Colombiano (FICVAN) existe, de entrada, ‘gracias a’ y ‘a pesar de’ la diferencia. Nuestra organización es el fruto de un prolongado esfuerzo por converger en medio de una diversidad abrumadora que nos interpela y nos fortalece constantemente. En honor a esa diversidad, conviene iniciar esta columna anunciando lo evidente: para la FICVAN hablar de ‘las humanidades en el suroccidente colombiano’ supone un compromiso de representatividad que no pretende ni quiere ser exhaustivo o determinante, pues en nuestra región existen tantas visiones de las humanidades como existen humanistas y, en ese sentido, las ideas aquí propuestas solo comprometen a este grupo de mujeres y hombres que se han aventurado a pensar el suroccidente en clave filosófica.
Para nuestra Asociación, la auto-referencialidad no representa solamente un reflejo de honestidad intelectual, sino un pacto de trasgresión sutil a la ‘tercera persona’ como norma de validación académica, cuya sombra no nos cobijará siempre que queramos ser fieles a los principios y objetivos que orientan nuestro trabajo. Nos afirmamos en la autonomía que nos invita a reconocernos diferentes y a ver en esa diferencia nuestra gran potencialidad; en la democracia como un deber de respeto por las ideas y las palabras que nos confrontan y en la identidad regional como un rasgo fundamental de nuestro pensamiento y acción.
El horizonte que nos sirve de guía, y que a veces se nos presenta inmenso e inaprensible, es trabajar por el fortalecimiento del tejido social de la comunidad filosófica, situando el ejercicio filosófico en perspectiva local, departamental y regional. Pero ¿qué significa esa sentencia?, más allá de lo evidente, significa que aún soñamos con la posibilidad de otra academia, capaz de adoptar los mejores legados de la tradición para integrarlos a lo auténtico de nuestras diversas realidades y así construir algo nuevo. Como si fuera poco, ese horizonte se complementa con el deseo de brindar aportes concretos a la apropiación de la identidad de la región, que sirva como herramienta de comprensión y análisis crítico de la vida en sociedad valorando su dimensión democrática.
Los senderos que nos acercarán a ese horizonte son cuatro y representan el camino que recorreremos en esta augusta aventura: el primero, afianzar los lazos de la comunidad filosófica de la región y, una vez afianzados, prevenir que la diferencia sea nuevamente un pretexto para el desencuentro. El segundo, defender los derechos e intereses de la comunidad estudiantil de filosofía del suroccidente colombiano, como un estandarte para la consolidación de nuestra disciplina en la región; el tercero, establecer puentes de diálogo entre los saberes filosóficos y otros tipos de saberes regionales para fortalecerlos y poder ampliar sus alcances. El último sendero, credo de nuestro accionar, es estimular el estudio e investigación sobre la historia de la filosofía del suroccidente colombiano y, asimismo, la historia y la actualidad social de la región en clave filosófica.
La FICVAN surge de la necesidad de resignificar el lugar que ocupa la filosofía en el suroccidente colombiano, reivindicándola como un ejercicio que contribuye al cierre de las brechas sociales que el conflicto, el abandono y la discriminación han dejado como impronta. Se gestó, en sus primeros días, como un espacio de diálogo entre estudiantes de filosofía de los de Nariño, Cauca y Valle, que encontró en la crisis actual un terreno fértil para compartir, soñar y actuar. Cada paso por los caminos trazados, permitirá que en menos de una década la Asociación sea un referente gremial de la disciplina filosófica a nivel nacional.
2. Humanidades, filosofía y suroccidente colombiano
La búsqueda del consenso, como parte fundamental de su vocación democrática, ha representado para la Asociación una nueva escuela de pensamiento, donde la complicidad y la palabra han guiado a mujeres y hombres en la plena comprensión de su inacabamiento, evocando aquellos momentos primigenios de encuentro con la filosofía; momentos de genuina sed de descubrimiento y deseos de saber. Pero, como cualquier otra, nuestra búsqueda no ha estado exenta de tribulaciones y desencuentros que nos han mostrado al mismo tiempo la magnitud de nuestras limitaciones y la belleza de nuestros sueños.
El consenso más difícil de alcanzar es aquél que no se pretende y resulta ser también el más importante y esclarecedor de las concepciones que han nacido esta escuela nueva. Todavía nadie se ha cuestionado ‘¿qué es la filosofía para la FICVAN?’ y esa omisión es quizá la principal virtud y fortaleza de la organización, pues constituye un oxímoron ineludible, un grito silencioso, la respuesta a la pregunta que no se ha formulado.
La filosofía para la Asociación está en todas aquellas cosas que tácitamente la hacen posible, la filosofía para esta organización es la región; el extenso corredor que alberga y da vida a la población más diversa de la nación, es la conciencia autocrítica de los ‘Carnavales’ en Nariño, es el Cauca y su ancestralidad llena de brío, es el Valle y el Pacífico a flor de piel. Ahora bien, la filosofía en el suroccidente colombiano existe también ahí donde se elude a la vida y se abraza al dolor; en los monocultivos y sus paisajes invisibles, en la muy palpable violencia, en el olvido y el abandono, en la discriminación y la marginación.
Pero la filosofía del suroccidente es también la síntesis de su riqueza y su miseria, reflejada en las prácticas de resistencia y liderazgo social que se anteponen a la discriminación y la marginación, es el ejercicio de la memoria que lucha contra el olvido y el abandono, es la defensa de la vida en sus múltiples expresiones en general y de los Derechos Humanos en particular, es la reivindicación de un campo más diverso y el cierre de las brechas entre la ruralidad y la urbanidad.
Las humanidades y la filosofía del suroccidente están presentes en los casi doscientos años de una historia de la Universidad del Cauca, en un siglo de generaciones que ‘caminaron con un libro bajo el brazo’ hacia la Universidad de Nariño y en la sabiduría de la promesa, joven y veraz, de la Universidad del Valle. En las mujeres y hombres ilustres que han pasado por sus aulas y sus claustros, en los versos de Silvio Sánchez Fajardo, la literatura de Juan Sebastián Cárdenas y el folclor vivaz de los pasos de Carmen López.
Es así como las humanidades y la filosofía deben considerar los lugares que se han trazado a raíz de las aglomeradas experiencias que develan las particularidades de esta región. Como humanistas del suroccidente colombiano hemos estudiado esos lugares mencionados, los mismos que han permeado la cultura que nos determina; por ello, nuestra labor no puede resumirse en un ejercicio juicioso de ‘saber leer’ y ‘saber escribir’, antes bien, se trata de interpretar y reinterpretar autocríticamente nuestra realidad.
Estaríamos cayendo en una evidente trampa del economicismo si en este artículo nos limitamos a discursear que: “las humanidades sirven para aprender a leer”, o “la filosofía y la literatura te enseñan a escribir mejor” o cualquier otra técnica que le resulte convenientemente útil al mercado. El primer error que cometemos los humanistas es quizá el intentar justificar el valor y la pertinencia de nuestras disciplinas con base en el mismo criterio de legitimación que las ha condenado, a saber: aquel que determina la necesidad y la situación de los saberes por su papel como instrumentos en el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB). En ocasiones, sin darnos cuenta, nos encontramos en un ejercicio vacío cuando nos abocamos a reivindicar la utilidad de los saberes humanísticos enumerando una lista de habilidades técnicas que adquieren los sujetos por su ejercicio, y que coincidencia mente, son las únicas de parte de las humanidades que le sirve a las empresas o a las necesidades del mercado.
Ahora bien, este no es solo el campo donde más difícil resulta reivindicar la importancia del ejercicio filosófico y de las humanidades para la región, sino que al limitar la discusión a esta dimensión legitimamos un criterio que, de cualquier forma, va a terminar condenando a las disciplinas humanísticas. Lo primero que deberíamos hacer para hablar fielmente sobre el papel de las humanidades en el contexto actual es poner en marcha una crítica radical al criterio que restringe al ámbito de la economía y el desarrollo productivo como el único campo de legitimación de los saberes. Así, en un segundo medida, se efectúa un desplazamiento o ampliación del campo en los criterios de legitimación donde se disputan lugar los saberes. En ese sentido, se posibilita la discusión sobre la realidad de manera más integral, extendiendo la mirada más allá de los limitados horizontes de la visión economicista.
Comencemos entonces por poner de relieve que si nos sumergimos un momento en lo que supone un criterio de legitimación como este pareciera que las únicas situaciones que vale la pena considerar, de la amplia gama de cuestiones sociales que tienen lugar la región, son las económicas. De entrada, se omite que la economía no es un campo hermético y que los fenómenos económicos se religan a otras dimensiones del mundo de la vida.
3. La perspectiva departamental
En consecuencia con lo expuesto anteriormente, la FICVAN se permite presentar tres visiones que ha elaborado sobre el papel de las humanidades dentro del contexto regional, con el firme propósito de abordar las cuestiones más sustanciales que atañen a los Departamentos de Nariño, Cauca y Valle del Cauca, en donde cada perspectiva se convierte en el enclave para pensar, sentir y actuar desde nuestros lugares de enunciación:
3.1. Nariño
Las humanidades y la filosofía en nuestra región se pueden identificar desde diferentes aspectos, uno de ellos versa en la relación que se hace de las manifestaciones propias de nuestra cultura, por ejemplo, si abordamos el arte, en el departamento de Nariño podemos hablar de la escultura como proyección estética y construcción de memoria colectiva. Cuando observamos el trabajo de las y los artistas del Carnaval de Negros y Blancos, las muestras artísticas que allí se despliegan, nos pueden referenciar dinámicas y mensajes de pensamiento crítico plasmado, mayoritariamente, en las carrozas, disfraces individuales y años viejos en los que se aprecian temáticas que cuestionan el ejercicio político de quienes nos gobiernan y el comportamiento apático o condescendiente de quienes les eligen. También, se hace mención a debates regionales como lo hizo la Carroza ”El Colorado” representando el cruento acontecimiento de la “Navidad Negra”, hecho que marcó -y sigue marcando- la historia de la sociedad nariñense.
Tomando este referente primordial, el Programa de Licenciatura en Filosofía y Letras de la Universidad de Nariño busca generar un diálogo con la filosofía desde la identidad regional, donde las problemáticas del departamento sean temas de estudio y discusión académicos que permitan a la/el estudiante colocar en práctica su discurso, fomentando escenarios alternativos a la academia, mediante un ejercicio diacrítico y situado. Es así, como la Universidad se piensa hoy, bajo el estandarte de un quehacer humanístico que se propone reflejar su incidencia en el territorio.
Ahora bien, es preciso recalcar que el departamento de Nariño ha sido golpeado por la violencia, y que tantos años de conflicto nos han develado problemas éticos sin una resolución paulatina. Esto se debe al colonialismo que nos sigue determinando y no permite proyectarnos en un devenir identitario, porque la guerra que se sustenta es la escisión de los procesos colectivos, por lo cual, “situarnos” desde nuestra región evidencia la necesidad de estimular el ejercicio académico hacia la reconstrucción del tejido social.
Como referente académico de este tipo de pensamiento que vincula las humanidades, la filosofía y la región, nos encontramos con el aporte del profesor nariñense Silvio Sánchez Fajardo, autor de textos insignes de la región como Diálogos Imperfectos y Gramáticas de la Universidad (2004), coautor de Cultura: Teorías y Gestiones (1999), Cultura y Ciudad (2003) y Gestión Cultural (1998), intentando dar a conocer con estas investigaciones, la pretensión de una formación de pensamiento identitario y regional del departamento.
Es posible reconocer en la escritura y el pensamiento de este autor la intención principal de promover la visión de la ciudad, de la cultura y de la universidad como un texto, es decir, teniendo en cuenta en principio, que es necesario entender al texto como un tejido que se construye y se va hilando a través de las relaciones interpersonales e intersubjetivas de la comunidad. Para Silvio Sánchez, el texto es una urdimbre de signos, donde el hombre y la mujer se encuentran no solo insertos, sino involucrados, toda vez que en sí mismos no son solamente un signo, también son un texto. Entonces, la relación entre las personas merece obligatoriamente la formación en la cultura y con esta, la visión de cada uno de los rincones donde se desarrolla una obra literaria, interpolada por imaginarios individuales y colectivos que la transforman y devienen constantemente en significado. En este sentido, el hombre y la mujer como individuos pertenecientes a una determinada sociedad -como puede ser la ciudad en sí misma- son factibles de una lectura, porque necesitan de aquella para poder pervivir a través del tiempo y de las circunstancias sociales, políticas e históricas que los someten.
Al respecto, el autor en cuestión plantea una reforma profunda, insignia de la Universidad de Nariño aún hasta nuestros días, y que sin duda ha permitido el reconocimiento institucional-académico a nivel regional y nacional. Dicha reforma se encuentra enfocada principalmente en la descolonización del saber, orientando las metodologías y la praxis universitaria hacia los saberes andinos que se enlazan gracias al acervo cultural que comparte Latinoamérica y el Caribe con la región del Suroccidente colombiano. Estas relaciones se perfilan como los signos y/o características principales tanto el componente ético, como la democracia y la práctica de los valores, teniendo en cuenta que la reescritura y la lectura de la universidad son acciones que se deben ejecutar desde el distanciamiento y principalmente, desde la apropiación de las problemáticas y realidades que en ella se gestan, comprendiendo así que, más que un centro de reunión, esta se constituye en una cuna y un refugio para el florecimiento de la identidad.
3.2. Cauca:
Vincular las humanidades a la reflexión de la realidad a la que asistimos se presenta como una obligación de principio, sobre todo, si se entiende esta área como una proyección del saber/conocimiento humano en su confrontación con el medio que lo circunda. Por tal razón, y por muchas otras que se mencionarán a continuación, tratar de abordar las problemáticas que se ciernen en el Departamento del Cauca, evoca una necesaria mirada ética que nos permite avizorar y constituir un diálogo que pronunciamos algunos de los olvidados, como muchos otros alrededor del país, a restituir la condición que nos permitimos en la humanidad: ser en los otros.
Ahora bien, el departamento del Cauca ha figurado histórica y mediáticamente como uno de los más violentos del país, atravesado constantemente por problemáticas sociales tales como el conflicto armado y la corrupción, fenómenos que abren ciertas brechas donde el papel de las humanidades se produce principalmente bajo dos escenarios:
1. La enunciación de discursos institucionales que reconocen en la multiculturalidad y la pluridiversidad, una legitimación del ente gubernamental en su limitado accionar político, provocando que sus alcances se justifiquen tan solo desde una teoría que, en términos reales, no soluciona las distintas complejidades que se ciernen sobre los territorios.
Al respecto, es preciso manifestar que las comunidades han heredado los problemas políticos, sociales y económicos, agravando los fenómenos de la violencia, pobreza y desigualdad, representados mediante la presencia estatal de las instituciones gubernamentales. Estos derroteros, trazan paulatinamente la historia del departamento y del país, alejando cada vez más la idea de un Cauca como “territorio de paz”. En ese sentido, la incidencia de las humanidades requiere con urgencia atravesar dichas dificultades que rozan con lo institucional, para tener un eje de acción que propicie las condiciones intelectuales (pensar) y materiales (crear) de cada individuo, generando una mayor participación y sobre todo, una construcción crítica desde las mismas prácticas y dinámicas cotidianas.
2. Obedece más a una dificultad geopolítica, reflejada en la evidente desigualdad e inequidad entre las comunidades, mayoritariamente rurales, quienes tratan de subsanar la crisis mediante prácticas más autónomas y seguras. En este aspecto, se destaca el ejercicio y la praxis humanística que se distancia del discurso institucional, para resaltar la importancia y pertinencia de una apropiación de saberes y prácticas desde las distintas culturas que recorren el Cauca, presentando un reto en aras a la construcción de una sociedad integral y autónoma, orientada bajo el principio de lo comunal, impulsado por un arraigado sentido de “identidad”.
Asimismo, entramos a describir un otro factor: la división geopolítica que ha ocasionado la desorganización social y por ende, la exclusión que aqueja todo el departamento, y que se ve expresada cuando se recorre el territorio, sobre todo, en los lugares que no poseen ni siquiera servicios básicos, mucho menos la indispensable conectividad que se ofrece hoy, como es el caso del Norte del Cauca, puntualmente en la zona del Pacífico Colombiano donde su población es mayoritariamente afro descendientes.
Teniendo en cuenta ambas circunstancias, siempre se ha mostrado -con sigilo y sospecha- una tenue incidencia reflejada de la actividad humanística en el departamento; Es así como, nuestro punto de partida se ubica en la necesidad de resaltar y de seguir promoviendo aquellas prácticas vivenciales encarnadas en el territorio mismo, donde se da pie a alternativas que revelan experiencias emergidas desde la exclusión y el ocultamiento voluntario o forzado de muchas personas y colectivos, quienes permiten repensar la región desde un conocimiento situado para el campo de las humanidades, verbigracia, trabajos significativos como lo han sido el reconocimiento de la “diáspora africana” en el departamento o los trabajos sobre el concepto de (re) existencia que nacen en el seno del Patía caucano.
Lo anterior, se ha logrado gracias a que todo proceso pueda devenir en una práctica reflexiva y crítica, poniendo la conciencia al servicio de los actos. Son estas maneras de vivir las que terminan re-valorando los tejidos comunitarios, en otros términos, es el movimiento de la sensibilidad lo que humaniza y al mismo tiempo, nos encuentra con ese retorno de lo olvidado que resurge y coloca a cada uno como parte de un futuro inmediato. Sin embargo, son estos colectivos los que siguen siendo azotados por dos epidemias, una histórica y otra actual: la primera, acentuada por la violencia, el narcotráfico y la corrupción política; el segundo, a causa del recrudecimiento de los mismos fenómenos, agudizados desde el post acuerdo hasta la crisis sanitaria actual. Cabe reconocer que, en lo tocante al Cauca, siendo este uno de los departamentos más militarizados, se sigue perpetuando con fuerza una guerra que parece no tener treguas con nadie.
Así, las comunidades más desprotegidas que se instalan en campos, pueblos y ciudades, siguen siendo las menos intervenidas por el Estado, viéndose obligadas a resistir con lo poco que les queda. Aquí, las humanidades deben ser receptivas con la realidad social, donde a veces la acción solidaria pesa más que el discurso, pues de lo que verdaderamente se trata en estos tiempos es de sobrevivir. Por lo tanto, los campos disciplinares deben aunar fuerzas para crear estrategias -en este momento- virtuales que propongan soluciones materiales, donde se divulgue y también se demuestre la importancia del “sentipensar” individual y social, lo cual implica un desafío importante para la construcción de región y de país.
En ese orden de ideas, la función de la crítica es fundamental tanto para la sociedad civil, como para las culturas que comparten el territorio, prueba de ello son: los cabildos indígenas, emergidos de los pueblos Nasa Yuwe y Misak, el palenque con sus movimientos cimarrones al Norte del Cauca, especialmente en la zona del Pacífico y las comunidades campesinas. Estas comunidades, que paulatinamente se han venido constituyendo como parte significativa de la región, son los encargados de potenciar aquella actitud crítica, lo cual, les permite tomar una posición, reclamar derechos y sobre todo, proponer alternativas que aporten a la edificación y el reconocimiento legítimo de sujetos que habitan el suroccidente.
Por consiguiente, se trata de poner en escena un eje humanístico que se inmiscuya tanto en las esferas territoriales, a saber, el sector rural, urbano y disperso, en el que se potencie un quehacer no homogéneo, sino, con posibilidad real de su aplicabilidad, siendo realmente centrado y coherente con las dinámicas y procesos que se gesten en cada sector de la población.
En razón de lo anterior, tampoco se puede soslayar la vinculación con instituciones educativas y organizaciones sociales, donde la reflexión pedagógica resulta sustancial para entender las vicisitudes que afronta nuestro contexto, tal y como ocurre con la Universidad Autónoma Indígena Intercultural (UAIIN) la primera institución educativa pública indígena del país, la cual, contribuye al ejercicio no solo académico e intelectual, sino, que permite situar las bases de una educación con conciencia intercultural donde se propicia el valor de la resistencia y por la otredad, puesto que, inmersos en la antigua práctica ancestral del trueque, además de intercambiar productos, se trata de ir más allá, consolidando alianzas solidarias que no son exclusivas de una comunidad, sino, que se extiende hasta los rincones más necesitados de la sociedad.
Para terminar, entendemos que la condición humana no se detiene ante un virus letal que aniquila cantidades de vidas diariamente, y esto es precisamente lo que tiene que afectar nuestro ser, activar nuestro deber ser frente al avance inexorable de un engranaje que deja a su paso un trasfondo gris, con hechos que merecen ser puestos en tela de juicio, posibilitando la reflexión derivada de la palabra, la acción y el gesto de la decisión que terminan dinamizando la conciencia crítica de cada uno, pues ¿qué nos depara la existencia si nos sentimos al margen de ella misma? es una pregunta que vale hacerse más que nunca, porque nos reafirma en la emergencia misma por lo humano, por las existencias y las vivencias que constituyen el devenir del mundo que estamos transitando.
3.3. Valle del Cauca
Al margen de los lugares comunes más ampliamente difundidos, la pregunta con la que conviene iniciar es ¿qué es ser vallecaucano?, ‘¡una pregunta esencialista y limitante!’ podría replicarse, pues bien, esencialista o no en esta difícil cuestión lo apostamos todo. El peso de una herencia identitaria y cultural que nos increpa de manera vehemente; paisajes invisibles que narran la historia del monocultivo de la caña y que la presentan como un legado, la musicalidad tan ‘nuestra’ que se parece tanto a la de otros, el entusiasmo como dialecto, como postal y como máscara:
Salsa, champús y cholado
caña, tabaco y brea,
chontaduro y arroz atollado
usted está en Cali ¡ay!, ¡mire!, ¡vea!
Al relato de pasión desmedida por el ritmo que nos da la vida le falta el pacífico como principio y horizonte, le falta la deuda imperecedera con Petronio, con Jairo y con todo el pueblo afro que es marginado en una tierra que le debe todo.
Al relato de la caña, y con respeto al guarapo, le falta la diversidad sacrificada, la historia de un paisaje aceptado como propio que usurpa la memoria de los verdes campos de vida y solaz.
Al relato de la ciudad panamericana le faltan las laderas y el desplazamiento forzado que la produjo. A la sucursal del cielo le precede el peaje infernal de la violencia y la narco cultura, la estética opulenta y la desigualdad.
Al pesimismo de todas las faltas se sobreponen 75 años de historia de la conciencia crítica de la región: la Universidad del Valle, cuya promesa de sabiduría y amor es un mapa tatuado en la piel. A los relatos más pobres de lo que somos se sobreponen el genio de Andrés Caicedo y Gregorio Sánchez Gómez, el cine de Ospina y Mayolo, la melodías de Niche y Guayacán.
Ante la pretensión violenta de subestimar a las vallunas se sobreponen las voces de las más notables mentes del Valle; Nubia Muñoz y Matilde Mizrachi con sus aportes en la ciencia; María Teresa Arizabaleta y Gabriela Castellanos pioneras del feminismo en la educación; Soffy Arboleda y Carmen López, precursoras del arte. En muchas otras, que hasta el sol de hoy se han ganado el respeto y la admiración de una sociedad ingenua que aún se atreve a negarlas.
4. Breve apéndice para lectores y aliados
La Asociación de Estudiantes de Filosofía del suroccidente Colombiano (FICVAN) no puede menos que agradecer el favor del tiempo y la disposición de quien nos lee por sucedernos en este esfuerzo modesto dedicado con cariño a toda la comunidad académica y filosófica de la región y el país. Con especial gratitud extendemos un saludo caluroso a la Alianza Colombiana de Humanidades y a la Revista Horizonte Independiente por la complicidad, el esfuerzo y la osadía que se requieren para hacer de esta Alianza un sueño posible.
¿Cómo referenciar?
FIVCAN. “Las humanidades en el suroccidente colombiano” Revista Horizonte Independiente (Las humanidades en…).
Ed. Stefan Kling, 7 jul. 2020. web. FECHA DE ACCESO
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