Antropólogo, Politólogo, actualmente estudiante de pregrado en Filosofía. Especialista y Magíster en Gobierno y Políticas Públicas. Universidad del Cauca (Colombia).
Evento
“Las humanidades en…”
Si pudiera comparar la efervescencia ante la vida que me ha causado el estudiar humanidades, podría hacerlo con la mayor enseñanza que le debo a mis padres: el amor por los libros.
En alguna ocasión, se me preguntó en la primera clase de una materia llamada Platón ¿qué es la filosofía? –qué pregunta más sugestiva y compleja–. Recuerdo mi respuesta: “la filosofía es arder en preguntas”. Hoy podría decir que involucrarse en las humanidades es quemarse en ellas ¡pero qué gratificante que es!
Mis años de formación académica desde que ingresé al pre-kínder a los 3 años, pasé por la primaria, el bachillerato, dos pregrados (actualmente cursando el tercero), dos posgrados; me hicieron darme cuenta, que he estudiado demasiado, pero no lo suficiente, que la felicidad eterna, no recae en el conocimiento, sino en sus diferentes métodos de adquisición, que la reivindicación ante la vida, no es el saber más y más, sino la posibilidad de convertir la razón en un instrumento de cambio social y político.
Si hubiera sabido que en estos años sumergido entre teóricos de la política, cronistas de la cultura y comentadores de las doctrinas, mi vida cotidiana iba a tomar un rumbo tan sensato e impasible; en muchas de mis tertulias rodeadas de licor, mi primera recomendación a todo aquel que ya encontró un sentido cómodo a su vida, es que se refugié en los libros por lo menos una hora al día para que observe lo que los demás solo ven, cuestione lo que se ha normalizado e impugne todo lo obvio.
La pretensión de las humanidades va más allá de entablar una relación gramatical con conceptos sacados de un diccionario o historiografías redactadas en una enciclopedia, son la posibilidad de conjugar nuestras experiencias con la penumbra en la que viven los ignorantes.
Sin exagerar o utilizar superlativos, cada reflexión que ha surgido en mi vida, no solo es el argumento de una vivencia inoportuna o de un texto mal leído, más bien, es el corroborar que estamos vivos, que sentimos y nos conmovemos, que a través de las ideas de un conjunto de misántropos(as), desquiciados(as) y sobre todo, insurrectos(as), construimos paradigmas de existencia, de re-existencia, donde cada día, más ininteligible encontramos el mundo.
Nuestra cotidianidad es un flujo constante de abstracciones y simbolismos que consciente o inconscientemente, nos permiten abordar el entorno en el cual nacemos y los diferentes escenarios a los que nos llevará la vida en su trasegar. El haber estudiado el poder político, las prácticas culturales y las ideas filosóficas han transformado mi mente en un ágora de melancolías y esperanzas, poniendo de relieve una apoteosis literaria de conmociones y sabiduría.
Mi estado natural es la angustia.
No concibo vivir sin leer, no creo en una vida sin los libros, sin el reflejo constante de las distopías académicas, sin las reflexiones sobre la manipulación política como un arte para gobernar, sin las apologías a la otredad como visibilización de lo diferente y sin la prepotencia de la lógica para entender el lenguaje.
Mi vida desde las humanidades es la vida de todos, es la vida del lector de este texto, de mi vecino(a), de mis ex parejas, de mis amigos(as), de mi madre, de mi padre –donde la física y la metafísica lo hayan llevado–, de mi hermana –a kilómetros de distancia–. Es una vida colmada de nostalgias a media noche y de desvelos deprimentes, donde encuentro el placer en los libros anticuados, en las clases letárgicas, en el sexo sin amor, en la embriaguez irracional, en las amistades finitas, en la lealtad de mi familia y sobre todo, en la insurrección ante la vida.
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