A lo largo de esta columna se buscará exponer la figura de un Jesús alternativo al comúnmente conocido (o divulgado) en la mayoría de los credos cristianos (saliendo de este lugar cómodo de lo canónico y brindado una mayor riqueza interpretativa, como se refleja en algunas obras literarias de nuestros días). Para ello se tomará como fuente de trabajo el libro, escrito en forma de novela que forma parte de la literatura argentina contemporánea, El evangelio según Van Hutten de Abelardo Castillo. Aunque sea una novela, no por ello debe ser despreciado epistémicamente, al tener bases importantes por las cuales parten sus interpretaciones. En este sentido, Castillo utiliza como referencia para su novela el descubrimiento de los ‘Rollos del Mar Muerto’. Confrontando las fuentes oficiales tomadas por la mayoría de las iglesias cristianas desde el medioevo y elegidas bajo diferentes concilios, siguiendo criterios teologales arbitrarios, con las obras esotéricas abandonadas en el olvido. Son gratamente recuperadas varias de ellas en nuestra actualidad, cargado con un aire lleno de controversia que pone incómodo a las lecturas realizadas desde un bizantinimos hermeneutico.
Novela escrita por Abelardo Castillo (1935-2017), uno de los escritores principales en la literatura argentina del siglo XX, publicada originalmente en el año 1999. La interpretación revisionista de Jesús será anunciada a lo largo de la novela por el arqueólogo Estanislao Van Hutten (siendo uno de los personajes con mayor relevancia en la trama, como el heraldo del pensamiento de Castillo) basándose en los ‘Rollos del Mar Muerto’. Esta obra posee la particularidad de no salirse de la Argentina, en términos espaciales, puesto que el profesor de historia pasa de Buenos Aires a unas vacaciones en La Cumbrecita (ubicado en la provincia de Córdoba).
El lector puede formularse algunas preguntas problematizadoras, por ejemplo: ¿qué son los ‘Rollos del Mar Muerto’? ¿cuál Jesús es el más original, el subversivo a las doctrinas o el hijo de Dios? ¿qué importancia tiene el papel de los esenios como antecedente del primer cristianismo? ¿cuánta información ha sido eliminada, o falsificada, a la hora de conciliar los cuatro evangelios canónicos?
Antes de avanzar en la exposición es necesario aclarar en qué consisten los ‘Rollos del Mar Muerto’ (encontrado los primeros rollos en 1947). Estos escritos también pueden ser conocidos con estos nombres: ‘Manuscritos del Mar Muerto’ o ‘Rollos de Qumrán’. Remitiendo, estos nombres, al lugar donde fueron encontrados en las orillas del Mar Muerto y concretamente en las cuevas de Qumrán (Cisjordania). Conformado por un aproximado de 972 de escritos (que hacen referencia a los años 250 a. e. c. al año 66 e. c.), escritos la mayoría en arameo, aunque algunos también en hebreo y griego.
Regresando a la novela podemos evidenciar la primera confrontación entre el Jesús esotérico, de Van Hutten, y el institucional que conocemos:
Él nació conforme a la carne, como había escrito Juan, y murió crucificado. Y aunque uno podía interpretar todas estas cosas como quisiera, Él¸ en boca del arqueólogo, quería decir sencillamente el hijo de Dios. Un hombre como todos los hombres, nacido conforme a la carne, engendrado por un carpintero de Galilea y parido por una adolescente judía que dejo de ser virgen, a más tardar, el día que lo concibió. Un hombre como cualquiera, hijo carnal de un carpintero y de Dios […]. (Castillo, 2001, pp. 109-110)
La cita que en ciertos momentos roza, los que algunos dogmáticos en sus tribunales inquisitoriales lo condenan como, herejía y blasfemia. Unifica los criterios de Jesús como hijo de Dios y como hijo del hombre. Esta afirmación de unión no le quita valor, o importancia, a ninguna de sus dos/única naturaleza(s) puesto que también se podría afirmar que el hombre, por el hecho de ser hombre, es creación de Dios y conserva un rasgo de naturaleza divina. Por lo tanto, lo podemos expresar como un silogismo del siguiente modo: todo hombre es hijo de Dios, Jesús es un hombre, en conclusión, Jesús es hijo de Dios. Lo que no quita tampoco validez a los milagros que se le adjudican, puesto que otros hombres con intervención divina también podrían realizarlos (los apóstoles, profetas, entre otros).
Van Hutten arremete también en contra de las concepciones morales y estéticas que se conciben en torno a la figura de Dios; afirma que dichas percepciones son realizadas desde una construcción totalmente antropomorfizada y respondiendo a determinados intereses socio-culturales. En sus palabras:
Usted es de los que piensan que, porque el hombre de Cromagnon era demasiado feo, las palabras bíblicas que dicen hecho a mi imagen y semejanza son imposibles. Usted, no sé si se da cuenta, supone que Dios es buen mozo. No, señor. Dios no tiene la misma idea de la belleza que usted, ni la misma idea de la matemática ni la misma idea de casualidad biológica. Dios es absolutamente otra cosa, y puede arreglárselas muy bien […] sin nuestra teología. (Castillo, 2001, p. 111)
Podríamos llegar a encontrar una cierta sintonía en esta crítica de Castillo con el filósofo alemán Nietzsche, aunque salvaguardando las distancias como sus respectivas consecuencias filosóficas-teológicas, en torno a cómo el ser humano creó, en su vanidad, a Dios a su imagen y semejanza.
Otra figura que pone en duda es al mítico personaje de Judas y el rol que cumplió en los cuatro evangelios canónicos —de ser el traidor a Jesús y vendiéndolo al Sanhedrín y a los romanos. Al existir varias incoherencias, las cuales ponen por lo menos en duda la sentencia generalizada contra Judas. Algunas de ellas son:
Judas entregó a Jesús, pero nunca lo traicionó […] Los cuatro evangelios son tan unánimes en acusar a Judas, y en acusarlo casi con las mismas palabras, que esa sola insistencia machacona bastaría para desconfiar, para sentir que por allí anduvo, mucho tiempo después, una mano ajena […] ¿Traidor? Traidor para conseguir qué. ¿Cuánto valía un burro, según la legislación de Moisés, cuánto valía un esclavo muerto? Treinta monedas. Judas es el tesorero de los doce, él lleva la bolsa de las limosnas atada a la cintura, él dispone del dinero de la Iglesia primitiva y puede tomar de allí lo que quiera […]. (Castillo, 2001, pp. 129-130)
Incluso Judas es uno de los cuatro discípulos más mencionados y que están más tiempo alrededor de Jesús, junto con: Pedro, Juan y Santiago. También puede verse el lugar de importancia jerárquica que ocupaba en torno a la mesa, con particularidad en la Última Cena: mientras más cerca estaban del maestro, mayor era su importancia en la organización: “[…] y Judas, ¿dónde? No más lejos que el largo de un brazo, pues “el que moje el pan con mi plato, ése me traicionará” (Castillo, 2001, p. 131). Pero aún falta una incongruencia mayor a las anteriores, que llega a ser casi alevoso, el cual aparece inmediatamente después de la última cita:
Y Judas, que por lo visto era imbécil, o sordo, va y estira su brazo y moja el pan. Todos oyen que Jesús le ordena: ‘Lo que tienes que hacer, hazlo pronto’. Todos oyen que dice: ‘Ay, aunque más te valiera no haber nacido’. Pero como la imbecilidad o la borrachera ya habían cumplida también en aquella mesa, Judas sale y nadie se da cuenta de nada. (131)
Todos continúan como si nada hubiera pasado, siguen con su comida y sus charlas. Concluyendo, el autor, solo dos posibles hipótesis: la primera si eran imbéciles o estaban borrachos, y la segunda que había un pacto. Siendo lo más probable para el autor, como para el que escribe, el segundo motivo. Otro argumento que podemos leer, que justifica la concepción del pacto, son las: “[…] enigmáticas palabras con que culmina la escena en el huerto: no perdí a ninguno de los que me diste, palabras que carecerían de sentido si Judas se perdió […]” (Castillo, 2001, p. 142).
Jesús quería ser entregado durante la Pascua, en Jerusalén, para hablar ante la mayor cantidad de judíos posible, pero, ¿qué discurso desea pronunciar ante ellos? Es posible que sea uno relacionado con algún levantamiento contra las instituciones y cercano al posicionamiento de los esenios. Aunque nunca sabremos a ciencia cierta porque nunca fue pronunciado.
Esto nos lleva a la última parte que se trabajará en esta columna, la relación de Jesús con el culto judaico de los esenios. Los esenios surgieron después de la ‘Revuelta Macabea’ (166-159 a. e. c.), que en su inicio apoyaron, pero cuyos resultados finales no compartieron. Por ello se retiraron al desierto, viviendo en comunidades, preparando el camino del Señor (separándose del resto de los judíos y también con su particular interpretación de los escritos sagrados), y a la espera de su ‘Maestro de la Justicia’. Podríamos preguntarnos también, ¿Jesús era el ‘Maestro de la Justicia’ que tanto anhelaban?
En la relación de Jesús con los esenios, como algunos ritos propios de esta comunidad religiosa, Van Hutten lo expone de la siguiente manera:
[…] Jesús, lo mismo que el Bautista, se había educado en el Desierto, con los esenios, de quienes adoptó la regla de los bienes en común, la cena ritual, la ceremonia del bautismo y su desprecio por la propiedad, pero al cumplir treinta años se apartó de la secta […]. (Castillo, 2001, p. 141)
Aunque esta separación no necesariamente debe ser entendida como una ruptura total hacia sus ideales, es posible que Jesús se haya apartado en modo de rebeldía o autorizados por los esenios. Si podemos observar algunas transgresiones que realiza a los preceptos esenios, como el beber alcohol o realizar curaciones los sábados. Pero prosigue con varias máximas de los esenios, algunas de ellas se mencionaron en la cita anterior y, si bien no menciona a los esenios, en los evangelios sí podemos ver otro guiño que hace Jesús a sus antiguos maestros del Desierto: “Cuando reconoce al buen judío lo llama sencillamente un hombre justo, o un pobre, que eran precisamente los nombres que los esenios se daban a sí mismos” (141).
Otra conexión que mantuvo Jesús con los esenios, era el calendario solar de las fiestas litúrgicas celebrando la Pascua de los esenios y no la fiesta tradicional de los judíos, como se puede evidenciar el siguiente fragmento:
[…] noche físicamente imposible cuando nos atenemos a la tradición, solo podía entenderse por el hecho —anotado al margen por Van Hutten— de que Jesús no celebraba la Pascua judía sino la de los esenios, cuyo calendario solar con ciclos invariables de 365 días no coincidía con el calendario lunar judío […] la Última Cena debió celebrarse un miércoles, es decir, la noche anterior a la Pascua oficial, y que el juicio a Jesús duró dos días completos. (Castillo, 2001, p. 143)
Por los valores que mantuvo Jesús de las comunidades esenias, podría formularse la división dicotómica entre el Jesús subversivo (que estaba en contra de las instituciones, la corrupción y la propiedad) y el Jesús aclamado por las instituciones (en ocasiones distando mucho de ser la misma persona). Castillo plantea este antagonismo en torno al mesías cristiano:
[…] no era en absoluto, el Jesús de la tradición. Era un esenio, una especie de anarquista que había venido a poner al hijo contra el padre y al hermano contra el hermano, un judío de carne y hueso que decía: si lo das todo menos la vida, has de saber que no diste nada, y que, por si fuera poco, había establecido el mandamiento imposible de amar al prójimo como a uno mismo. (Castillo, 2001, 111)
Esto da lugar a preguntarnos qué hubiera pasado con la Iglesia si tomaban como base, o le dieran más importancia, al Jesús subversivo (que no aceptaba ninguna clase de injusticias) o si hubiesen mantenido con mayor fidelidad las prácticas y valores de las comunidades primitivas cristianas (quienes también compartían, como su fundador, una fuerte base con los esenios). La primera separación que se da entre la Iglesia institucional, y las comunidades primitivas cristianas, podemos encontrarlo en el maestro alemán Friedrich Nietzsche, particularmente en su obra ‘Der Antichrist, Fluch auf das Christentum’ (El Anticristo, maldición sobre el cristianismo). Donde realiza un ataque a esta Iglesia fundada por Pablo, que dista mucho de los valores de Jesús, afirmando de un modo contundente que el verdadero cristianismo nació y murió con Cristo.
La obra de Castillo, como el mismo autor, a veces no es tan conocida. Uno de los motivos puede ser que, durante el siglo XX en la literatura de Argentina, hubo otros referentes que opacaron su importancia como es el caso de: Borges y Cortázar. Pero, aun así, vale la pena traerlo de nuevo a nuestra realidad cotidiana como otro referente destacado en el mundo de la literatura.
A lo largo de la columna no he citado, o hecho una referencia directa, a la Biblia (en ninguna de sus versiones) al no ser de mi interés regresar de nuevo con la figura del Jesús de las instituciones eclesiásticas (ya existen numerosos escritos que hagan eso), y también porque presupongo que el lector ya posee los conocimientos básicos en torno a la teología cristiana. En caso contrario le dejo al criterio del lector, si así desea, que consulte con la Biblia u otras fuentes canónicas.
Aunque se recomienda al lector de esta columna, si le ha interesado lo expuesto, no quedarse con este breve análisis y leer la novela mencionada ya que, por cuestiones de tiempo y forma, como de mis intereses personales, se han dejado varios aspectos de los libros de lado.
Finalmente, vuelvo a rescatar la importancia de la novela y el no minimizarla como género literario menor, quitándole toda relevancia como veracidad. Como también la importancia de repensar y repreguntarnos por todas las figuras como enseñanzas, en particular las denominadas sagradas, para no estancarnos dentro del dogmatismo ciego. Necesitamos más apóstoles filosóficos que lean críticamente la realidad y menos ovejas que sigan obedientemente a cualquier persona que se pueda autodenominar pastor.
Castillo A. (2001): El evangelio según Van Hutten, Buenos Aires, Argentina, Planeta.
¿Cómo referenciar?
Pereyra, Santiago. “La presencia del Jesús esotérico en la novela de Abelardo Castillo” Revista Horizonte Independiente (Columna cultural). Ed. Brayan D. Solarte, 17 dic. 2023. Web. FECHA DEACCESO.
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