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La penumbra 

Al despertarme no estaba en mi cama, no estaba ni siquiera en mi casa. Me encontré a mi mismo flotando en un abismo oscuro donde no podía ver nada más que mi propio cuerpo. Mi cuerpo inmóvil porque, aparte de mi cabeza, no tenia la fuerza suficiente para moverme. Pero tenía una sensación de familiaridad extraña, como si ya hubiera estado en ese lugar, como si lo conociera demasiado bien; aunque no lo estaba, sentía el calor de hogar.

-Se siente bien ¿no? – escuche una voz que no parecía venir de ninguna dirección o, tal vez, venia de todas; era difícil saberlo.

-¿Hola? – pregunte, algo confundido. ¿por qué esta voz me es tan conocida? – ¿Quién anda ahí?

-Me sorprende la pregunta ¿Cómo es que no te reconoces?

Su voz, era familiar, de eso no había duda, pero definitivamente no era la mía. Era una voz muy tranquilizadora, una voz que, por los instantes que la escuchaba, me hacia olvidar del abismo en el que me encontraba. Resonaba por todas partes, como la campana de una iglesia: fuerte y abrasadora

-¿A qué te referías cuando dijiste que se sentía bien?- le pregunte a aquella misteriosa voz, intentando cambiar el tema de su identidad, con la esperanza de encontrar una respuesta si seguíamos hablando.

-Estar aquí, se siente bien.

-Pero no me puedo mover.

-Pero no tienes que hacerlo, simplemente tienes que dejarte consumir por el sentimiento que te trae. Dime ¿Qué sientes?

-Nada. – Cuando escuché esa pregunta me di cuenta de que no existía ninguna sensación. No tenia frio, calor, felicidad, miedo. No había nada. Absolutamente nada. Había confundido la nada con tranquilidad ¿Qué diferencia habrá entre estos dos?

-Por eso ¿no es increíble dejar de sentir toda la miseria del mundo? Todo el tiempo: todos los días, todo el día, no hay más que miseria. Aquí no existe.

– Tampoco existe la felicidad ni nada por el estilo ¿o sí?

– Eso no existe en ninguna parte, la gente que dice ser feliz o se están mintiendo o le están mintiendo a los demás. Lo único que existe es la miseria constante y momentos en los que nos distraemos lo suficiente como para no prestarle atención. A esos momentos los hemos llamado “felicidad”.

-¿Qué tal la felicidad de hacer algo y hacerlo bien, ese sentimiento de haber logrado algo? Después de hacer algo hay una felicidad que perdura e incluso se vuelve mayor, solo por haberlo logrado. La distracción se va, pero el sentimiento queda.

-Me encanta tu inocencia. No tiene ningún sentido hacer nada. Lo único que trae intentar, es aún más miseria porque cuando fracases y se desaparezca la ilusión de que puedes hacer algo bien, el sufrimiento va a ser insoportable.

-¿Y si no fracaso?

-Puedes intentarlo. Pero si eres honesto contigo mismo, sabes que fracasaras, no importa qué intentes.

-Hay gente que ha triunfado.

-Gente talentosa ¿pero tú? Tu nunca lo has hecho y no hay motivos para pensar que lo harás.

-¿Cómo sabes eso? No me conoces, no sabes de que soy capaz.

-Aún no has sido capaz de reconocerte en mi ¿cierto? Déjame ayudarte.

En ese momento, en la penumbra que me rodeaba, sentí como unas garras invisibles me atrapaban y me arrastraban hacia abajo. ¿Abajo? En todo ese tiempo nunca me percate que hubiera un abajo o un arriba, no parecía haber ninguna dirección.

Mientras sentía como descendía rápidamente empecé a gritar con todas mis fuerzas, aún inmóvil. Pero no se escucharon mis gritos, habría la boca y dejaba soltar el aire con todas mis fuerzas y nada. Por primera vez desde que estuve en ese lugar, sentí algo. Sentí pánico, terror, desesperación y soledad. Pero no había nadie que me pudiera ayudar, nadie que pudiera escuchar mis gritos de auxilio; no importaba si alguien se encontraba a unos pocos metros de mí, no me iba a ver ni oír.

Por fin, después de lo que se sintió como años, volví a quedarme quieto y dejé de sentir las garras. Me sentí aliviado por unos pocos momentos antes de que un pensamiento se apoderara de mí: seguía en la misma penumbra. No, no era la misma. De alguna forma se había vuelto aún más oscura. Pero si no podía ver arriba, de donde vine ¿Qué me asegura que no haya un “más abajo”?

-¿¡que fue eso!?- aun no me había recuperado del todo, pero estas fueron las primeras palabras que salieron de mi boca.

-Aquí te sentirás más cómodo- Aquella voz seguía igual de serena que siempre. Como si no se hubiera dado cuenta de que mi cara era la personificación del terror mismo.

-Estoy soñando. Estoy soñando. Estoy soñando. Esto debe ser un sueño- lo repetía y lo repetía como si de esa manera fuera a cambiar algo de lo que estaba ocurriendo.

-¿Crees que estas soñando?

No. En un sueño ya me hubiera despertado. Un sueño no se sentiría tan real. Pero no sé cómo esto podría ser la vida real. Esto no puede ser la vida. Me niego a pensar que he de vivir así. Me niego que esto sea real. Entonces se me ocurrió.

-Estoy muerto ¿cierto? Si no es un sueño entonces debo estar muerto.

-En cierto sentido. Pero no, sigues vivo. Mas o menos. Pero cuando mueras, cuando estés realmente muerto, no podrás sentir dolor porque no habrá un “tú” que sea capaz de percibirlo.

-Entonces por lo menos dime ¿Dónde estoy?

-En tu casa, en tu trabajo, en tu estudio, en un concierto, en una feria ¿qué más da? Con tus amigos, solo, rodeado de desconocidos, con tu familia ¿qué más da?

-Esto no es el mundo que conozco.

De nuevo, las garras invisibles.

De nuevo, el pánico, el terror, la desesperación, la soledad. Pero esta vez no intente gritar, esta vez me conforme con esperar a que pasara e intente sacar esos sentimientos con un llanto en soledad.

Al detenerme, después de quien sabe cuánto tiempo, seguía llorando mientras que la soledad se hacía cada vez mayor. La penumbra se hacía cada vez más oscura.

 Pero esta vez las garras no me soltaron. Las sentía en mis hombros, en mis piernas, en mis caderas, en mi pecho. Esta vez no conseguí la fuerza para componerme y decir algo.

-Este es el único mundo que conocerás de ahora en adelante- por fin me contesto después de todo ese tiempo. Pero aun no tenia la fuerza para contestar. -Mira para adelante.

Al hacerlo, entre la penumbra, vi un pedazo pequeño de suelo oscuro. Las garras, con una delicadeza como la que nunca había sentido en mi vida, me dejaron ahí y me soltaron.

-cuando estés listo- dijo la voz, con una suavidad tranquilizadora (realmente tranquilizadora, no como antes)- puedes dar un paso y dejarte ir.

-¿Qué pasara cuando lo haga?

-Caerás, iras más abajo. Pero a diferencia de las otras veces, no será una sensación desagradable. Esta vez se acabará rápidamente y después podrás descansar.

Con tal promesa, y creyendo firmemente que las cosas no podían empeorar más, sin pensarlo, di el paso. Justo en el momento que lo hice, la penumbra se esfumo y me encontré cayendo con el más hermoso paisaje de montañas, ríos y lagos, con pájaros que cantaban la canción más linda que jamás haya escuchado, volando al lado mío. En ese momento me di cuenta de que la voz me había estado mintiendo todo el tiempo, desde el principio. Pero ya era tarde.

¿Cómo referenciar? 
Velez, Andrés. “La penumbra” Revista Horizonte Independiente (columna literaria). Ed. Brayan D. Solarte. 27 sept. 2020. Web. FECHA DE ACCESO. 

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