En el presente ejercicio de reflexión se abordarán un conjunto de narraciones en primera persona que constituyen las Meditaciones acerca de la Filosofía Primera de Descartes. Es notorio el incansable trabajo del filósofo por demostrar la existencia de Dios y señalar que es mayor la naturaleza del alma que la del cuerpo, pero para la comprensión de estas cosas López (2011) indica que quien lee las meditaciones debe estar dispuesto a participar de la reflexión filosófica y, también, de modificar su forma de pensar a lo largo del acontecimiento discursivo pues presenta efectos variantes. De esta manera, encontraremos a lo largo de la narrativa cartesiana un método por el que el hombre pueda apartarse de las distracciones del mundo, consiga centrarse en aquello que no puede ser contemplado con los sentidos sino con el pensamiento en sí, y halle la verdad a partir de la justificación de la duda. Por tanto, en la Primera de las Meditaciones, se observa cómo Descartes comienza a sumergirse en la reflexión e intenta distinguir si todas las cosas que le rodean, incluyendo su existencia, no hacen parte más sino de un cúmulo de ilusiones, por tanto falsas, o si se encuentran, por el contrario, dentro del estado de vigilia, y para lograr dicho reconocimiento imprime la duda a todo lo que es vulnerable de veracidad, es decir, lo sensible; también en lo que es producido a partir de los sentidos, como las ciencias aplicadas, ya que ellas se valen de los procesos senso-perceptivos y no del análisis de abstracción pura; aquí se resalta la contraposición entre el modelo gnoseológico de Aristóteles (que inicia con el conocimiento sensible) y el modelo gnoseológico cartesiano (que parte de la duda y el rechazo, por lo menos en esta meditación, de lo sensible). Luego, en Segunda de las Meditaciones sobre filosofía primera, Descartes expone argumentos a favor del alma y su naturaleza, para lograr demostrar que ella es más conocida que el cuerpo, pero para ello no encuentra otro camino que el del pensamiento mismo, ya que mientras se piensa se hace posible la conciencia de existencia del pensante, en tanto que cosa pensante ‒res cogitans; asumiendo el pensar como un proceso que se lleva a cabo en la mente (alma), y no en el cuerpo, aunque de ellos constituya la dualidad cartesiana que posibilitan, en segunda instancia, el conocimiento. Ahora bien, el presente texto, que es demasiado breve si se compara con la complejidad del objeto de estudio, llama la atención sobre esta última meditación, donde se pretende indagar, básicamente, sobre la implicación de consciencia de existencia en la res cogitans a través del modelo gnoseológico que le corresponde por naturaleza a la mente, y, así, señalar si realmente esta implicación es la única y necesaria para que el sujeto cognoscente ‒se haga conocedor de su existencia y la de los demás.
Para comenzar, basta resaltar que la obra de las Meditaciones sintetiza, grosso modo, la gnoseología y epistemología que se exponen en el Discurso del método y en Principios de la filosofía. Sin embargo, aprovechamos el carácter hermenéutico que se impregna principalmente en las Meditaciones para unir los puntos de convergencia que conciernen el tema a tratar de este escrito; por consiguiente, centrémonos en la Segunda de las meditaciones, en la que Descartes, en su inicio, se siente sumido en un mar de dudas que no logran escapar de su memoria y por las que siente cierta necesidad de atender, motivo que lleva a retomar el método usado en la Primera de las Meditaciones: la duda. Más adelante, supone el polémico juicio paródico “¿Qué será entonces verdadero? Tal vez sólo esto: que nada es cierto” (AT VII 24) de ahí que llegue a considerar que es él mismo el autor de sus engaños, aunque ya se ha negado a sí los sentidos y la corporalidad, también, todas las cosas que se contienen en el mundo; y, acude a la figura del poderoso engañador (el genio maligno) que le engaña siempre. Empero, como refiere Rojas “el examen de la posibilidad de que nada exista es dispuesto a partir de la cotidiana certeza de que las cosas existen” (2017, p. 302); en efecto, consiste en cuestionarse sobre aquello que siempre se ha supuesto como existente y, por lo tanto, como verdadero, pero para haber supuesto tales cosas como existentes implica, por ahora, necesariamente la existencia de un sujeto capaz de señalarlas como ciertas o no. Bajo este análisis, podría decirse que el filósofo halla algo que no es susceptible de duda, esto es su existencia. Pues, aun suponiendo la figura de un engañador poderoso que desvíe la atención de la esencialidad de las cosas, es imprescindible que quien está siendo persuadido por él, sea consciente de su existencia, de que es algo, y para ello Descartes resuelve en decir que “Yo soy, yo existo, es necesariamente verdadero cuantas veces es expresado por mí, o concebido por la mente” (AT VII 25). De esta manera, se es en la persuasión, se es en el engaño porque, más allá de las artimañas sensibles, el sujeto sigue siendo y no puede evitar ser. Pero, ¿cómo saber que realmente se está existiendo y no que se es, más bien, producto de una virtualidad?[1] Más aún, ¿cómo determinar que en la medida que se piensa se es? []
En muchas ocasiones, la demostración de lo real, de la existencia, se le atribuye a lo que respectan los sentidos: capaces de recibir información externa y, a su vez, provocar una respuesta que esté acorde a la lógica de la situación, y, si atendemos a esto, no parece que los sentidos ofrezcan información equívoca. Sin embargo, se debe recordar que, en la anterior meditación[2], Descartes realiza un retiro de su yo empírico, e intenta vaciarse de las opiniones que le han acompañado a lo largo de los años; podría decirse que opta por un camino de intelección, más metafísico que físico, es decir, se aleja del cuerpo y de su funcionalidad porque, precisamente, casi todas las opiniones que desea desechar, está constituidas por los sentidos. Sobre esto, Husserl precisa en su comentario a la Primera Meditación que “Al sentido propio de todo lo que forma parte del mundo es inherente esta trascendencia, aun cuando sólo reciba y puede recibir el sentido entero que lo define, y con él su valor de realidad, de mi experiencia” (1986, p. 69) Entonces, ¿cómo admitir la existencia del pensante?
Resolver esta cuestión es remitirse a vías muy distantes de la percepción, pues percibir implica poseer un cuerpo, pero ya se dijo que se le rechazaría con el ánimo de apartarnos de las muy arraigadas opiniones. Hay que buscar algo de lo que no se necesite hacer uso de las facultades senso-perceptivas. Queda, así, la intelección, más propiamente el pensamiento. Para apoyar lo anteriormente escrito, Descartes desata una sentencia taxativa: “¿Pensar? Aquí sí encuentro: el pensamiento es; solo a él no puedo arrancarlo de mí. Yo soy, yo existo; es cierto” (AT VII 28).
Pensar implica la existencia de un ente que piense, es decir el cogito insiste o subsiste en el sum, y no pueden ser tomados por unidades separadas, sino que son, más bien, una unidad. En consecuencia, se efectúa la famosa res cogitans ‒cosa pensante. En la cita de López sobre Hegel se dice que “el pensamiento es por tanto lo primero (…) El pensar como ser y el ser como pensar en mi certeza, mi yo; en el famoso cogito, ergo sum se contiene, pues, inseparablemente unidos el pensamiento y el ser” (2010, p. 16). Es así como el cogito aquí no se predica del sujeto, pues, según Guarino “el pensamiento inmaterial es la única actividad de la res cogitans” (2009, p. 184). Esto es porque está implícitamente ligado al aparato psíquico del ente, y, según el filósofo francés, pensar corresponde a: dudar, entender, afirmar, querer, imaginar no querer, etc. Sin embargo, ¿cómo saber que en la res cogitans se da instantáneamente el sum? Digamos que se sabe porque es más fácil conocer y distinguir lo corpóreo a lo que se halla en la mente. Pero para conocer y distinguir lo corpóreo se debe ser, y al ser se da la posibilidad de pensar en aquello que versa lo corpóreo; por lo tanto, consiste en pensar y entender a través del intelecto eso que se presenta al yo empírico que sintetiza la información sensorial y extrae del objeto lo que le pertenece por naturaleza y la distingue de las demás cosas, pero esto no se realiza desde lo sentidos mismos: se hace desde el pensar. A propósito, Angarita afirma que “un conocimiento se hace claro cuando por la intuición por medio de la cual captamos (percepción) nos sitúa inmediatamente en el objeto, como si estuviésemos ante él” (2010, p. 30). Es decir, todo pensamiento supone una existencia, en la medida que se piensa y conocen las cosas por su esencialidad y no por sus accidentes, pues no se trata de pensar desde los sentidos sino de hacer la extracción de información a partir de ellos. En esto consiste la gnoseología cartesiana en la Segunda de las Meditaciones metafísicas.
En primer lugar, hablar del término “conscientia” es de suma dificultad debido a que en el transcurso de la historia de la filosofía se le define de diversas maneras y no parece ser un término que permita conciliar multiplicidad de significados. Por ello Placencia (2017) se sirve del Oxford Compation to Philosophy[3] para decir que la consciencia “existe, pero se resiste a ser definida” (OCP p. 152). Ahora, en el caso cartesiano, hay que recordar que Descartes presume de romper con la tradición filosófica que le precedía y se autoatribuye el inicio de la filosofía y esto es importante a la hora de analizar el término. Empero, Placencia, en su cita de Henning, afirma que Descartes no acuñó un nuevo o moderno sentido de conscientia ni tampoco empleó el término sin un sentido claro, sino que se atuvo al significado clásico del mismo. (2017, p. 5). No obstante es menester esclarecer el término y su relación con el ego sum y el cogitare, pues, aunque se dice que el filósofo francés en sus Meditaciones no elaboró un directo esquema sobre la consciencia y lo que ella provoca, se puede notar el insipiente concepto de consciencia en varias partes de las Meditaciones. De lo anterior, Descartes dice que “empleo el término pensamiento para todo aquello que esté en nosotros y de lo que somos conscientes de modo inmediato” (AT VIII 160-7,8)[4] y, más adelante nos indica que “es consciente quien piensa y reflexiona sobre su pensamiento” (AT V 149)[5]. Los enunciados hechos por Descartes son diáfanos en la medida que comprende la necesidad de un ego sum, porque, como se ha expuesto a lo largo del presente escrito, es evidente que se necesite un agente (en una medida finita) y un receptáculo de conocimiento (la res) y que dicho agente-recipiente produzca y contenga la síntesis de la información sensorial y, a su vez, sea capaz de distinguir entre una representación y una percepción externa, esto en términos más kantianos. Así, si la consciencia es pensar y reflexionar sobre el pensamiento mismo, pero ¿es esto posible? ¿Pensar el pensamiento? Placencia dice que “no implica el ‘pensar sobre un pensamiento’, sino más bien la incorporación de algo a la esfera del pensamiento vía su sometimiento a una evaluación” de esta manera la consciencia se da en la medida que el sujeto recibe y ejerce la facultad racional sobre la información sensorial, pues así, en la síntesis, se da cuenta de que es un algo que está pensando en un objeto cualquiera y que tal pensamiento lo ejecuta, hasta cierto punto, la cosa que lo piensa. En efecto, Guarino “al pensar no soy consciente de mí como algo que piensa sino, más bien, que al pensar soy consciente de que todo pensamiento es mío” (2009, p. 185). Entonces, cuestionarse sobre si es necesaria la conciencia de la cosa que existe para ejercer el pensamiento, es remitirse, nuevamente, a una simbiosis indisoluble entre el ego cogito y el ego sum, que como se sabe no son diferentes, sino que serían una unidad en la que se manifiesta la consciencia en la medida que el sujeto reciba información y la sintetice; es decir, reafirme a partir de la consciencia lo que es por naturaleza: una res cogitans o un sujeto trascendental. En resumidas cuentas, podría decirse que la consciencia es el equivalente del pensamiento de la cosa pensante.
La cuestión sobre la existencia y la consciencia humana cobra un grandísimo valor para los que, de alguna manera, se inclinan por el estudio de la mente, incluso si sus posturas al respecto no están fundamentadas en la doctrina filosófica. Ante una panorámica así, en la historia de la filosofía, nos encontramos con un particular filósofo que promulga establecer un método efectivo por el que se demuestre la existencia de la sustancia divina, Dios, y la inmortalidad del alma. Con este propósito, Descartes expone en Meditaciones las pautas generales para llevar a cabo dicho método. De esta manera, convierte el soliloquio en una auténtica reflexión filosófica a modo de narración cuyo objetivo es conversar consigo mismo sobre todas las cosas que daba por ciertas. En ese ejercicio, reacciona ante la forma en que nos son mostradas las cosas y la manera en que las contemplamos. Sin embargo, que se muestren y que se presupongan por verdaderas no significa que siempre hayan existido, ni que existan tal cual la percepción nos las hace ver.
Asimismo, Descartes intenta sostener la idea de que tal vez lo único verdadero es que nada sea cierto. Decimos que intenta porque, después, concebirá en la res cogitans lo único verdadero: pensar y existir; pues, al intentar negar la existencia de sí mismo se topa con ella, revelando a un sujeto privado de cuerpo y dotado del activo racional. Luego, se alcanza a vislumbrar el problema de la consciencia (pensaron sobre el pensamiento), en otras palabras, se desata el lío gnoseológico de la res extensa y la res cogitans, porque percibir no es lo mismo que pensar, y pensar no es pensar sobre un determinado objeto sino generar la extracción pura de lo percibido y traducirlo a una representación apodíctica, esencia, que es analizada por el ego cogito y que se hace posible a través del ego sum. En síntesis, se llega a decir que la consciencia, en la Segunda de las Meditaciones, se hace apenas evidente la propuesta de un sujeto consciente que desde su ejercicio racional es capaz no solo de determinar la existencia de las cosas, sino, además, de la suya y que en “finita” medida conoce y ordena los objetos que le son presentados por los sentidos. Decimos que es en finita medida porque, posteriormente, Descartes expondrá a Dios (el infinito) como “la condición de posibilidad” del conocimiento humano y de su existencia (consciencia).
Angarita, R. (2010). La imposibilidad científica de la historia en la filosofía cartesiana. (Tesis de maestría). Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander.
Descartes, R. (2009), Meditaciones acerca de la Filosofía Primera, Seguidas de las objeciones y respuestas. Bogotá D.C: Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas.
Guarino, J. (2009). El cogito cartesiano. Búsqueda de un concepto generalísimo de la subjetividad. En: Konvergencias, Filosofías y cultura en diálogo, N°20. Buenos Aires: Asociación de Filosofía y Cultura.
Husserl, E. (1986). Meditaciones cartesianas. México: Fondo de Cultura Económica.
López, D. (2010). El pensamiento como principio. Descartes según Hegel en las Lecciones de historia de la filosofía. En: Tópicos, N°22. Santa Fe: Asociación Revista de Filosofía Santa Fe.
Placencia, L. (2017). Descartes y Kant sobre la conciencia. Observaciones sobre un olvidado punto de contacto sistemático entre Kant y Descartes. En: International Journal of philosophy, N°5. Santiago: Universidad de Chile.
Rojas, S. (2017). La cosa que piensa: una lectura de las Meditaciones metafísicas de Descartes. En: Revista de Filosofía, volumen 73. Santiago: Universidad de Chile.
[1] Aquí se hace referencia a la virtualidad o sueño expresado por Descartes en la Primera de las Meditaciones donde señala que “¡Con qué frecuencia el descanso nocturno me persuade de cosas tan usuales como la de estar aquí (…)” (AT VII 19).
[2] De igual forma se remonta a la Primera de las Meditaciones.
[3] El Oxford Compation to Philosophy es una obra de referencias filosóficas editado por Ted Honderich y publicado por la Universidad de Oxford.
[4] Nota aclaratoria: la cita de la Obra cartesiana es usada por Placencia (2017) en Descartes y Kant sobre la conciencia.
[5] Íbid.
¿Cómo referenciar?
Gamboa J. Laura. “La conscientia de existencia en la res cogitans” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Brayan D. Solarte. 03 nov. 2021. Web. FECHA DE ACCESO.
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