Indisciplinar la vida

Los satisfechos, los felices, no aman; se duermen en la costumbre […] Acostumbrarse es ya empezar a no ser.
—Miguel de Unamuno.

El intelectual francés Michel Foucault (2002) afirmó que, a través del uso de tecnologías de poder como la disciplina, las instituciones —cárceles, manicomios, ejércitos e incluso escuelas— están destinadas a crear cuerpos y mentes dóciles, útiles y automatizadas. Como resultado, las disciplinas surgieron como un medio para producir sujetos dominados mediante la manipulación y la cosificación.

En este contexto, la disciplina implica la sujeción a otra persona —aunque en la mayoría de los casos se hace de manera deliberada. Lo que demuestra que la disciplina solo se puede aplicar a través de la obediencia y sumisión, conduciendo los cuerpos imperfectos hacia la «perfección».

Habitualmente se piensa que una vida sin disciplina simboliza una existencia sin metas o logros; es decir, la fórmula para el fracaso y la mediocridad. Pero —si pensamos en la indisciplina como la manera de encontrar la libertad que nos arrebatan las tecnologías e instituciones del poder— indisciplinarnos ante la vida es cuestionar las imposiciones del destino y romper los vínculos del sometimiento.

La disciplina es un salvamento a la libertad. Preferimos un cuerpo dominado que un cuerpo libre porque la libertad implica asumir la responsabilidad de los riegos, comprometernos con nosotros y los otros —donde el acto de insubordinación es un acto de libertad y, por ende, el comienzo de la razón (Fromm, 1998).

Ser indisciplinados no significa se rebeldes o sublevados, significa dignificar la vida desde la apropiación de la libertad en cada uno de nuestros actos. La indisciplina es pensar libremente, arrojarnos al paraíso de la duda y la erradicación del dogmatismo, recuperando la curiosidad y capacidad de asombro que nos lleva a un anarquismo intelectual desde los umbrales de las tecnologías e instituciones del poder.

Asumimos la disciplina como la certidumbre de nuestras decisiones, porque en la medida de que entrego mi autonomía al poder disciplinar recibo protección, pero en la misma medida, pierdo mi libertad; por este motivo, defender la indisciplina es preservar el principio de la felicidad (Mill, 1984). En consecuencia, la indisciplina se puede concebir como la intransigencia a la tiranía de la opinión y el despotismo de la mentira, donde la independencia es una apoteosis a la desobediencia epistémica.

Según Jiddu Krishnamurti (1997), escritor y filósofo indio, la libertad no es algo que se obsequia, sino que se consigue ya que la libertad es el resultado de la inteligencia. Por lo tanto, la virtud de quien lucha por la libertad es indisciplinarse desde el conocimiento, porque el deseo de ser libre determina la abolición de las cadenas en la lucha que es la vida.

El indisciplinado busca libertad en lugar de reconocimiento. No se basa en la disciplina de la conducta, sino en la creación de escenarios de transformación social mediante el respeto reflexivo y crítico de lo que provoca obstinación.

En definitiva, la indisciplina es un oficio que nos conduce a la libertad (Bieri, 2002), y ser libres es la manera de dignificar la vida y afrontar los desafíos que impone la incertidumbre de despertar cada mañana sin saber qué sucederá, en medio de las amenazas que establece el entorno, pero que permiten el disfrute del respiro y la sensación sublime de un nuevo amanecer.

Referencias

Bieri, P. (2022). El oficio de ser libre. Ariel.

Foucault, M. (2022). Vigilar y castigar: El nacimiento de la prisión. Siglo XXI editores.

Fromm, E. (1998). El miedo a la libertad. Paidos.

Krishnamurti, J. (1997). Libertad total. Editorial Kairós.

Mill, J. S. (1984). Sobre la libertad. Aguilar.

¿Cómo referenciar?
López-Guzmán, Jorge Alberto. “Indisciplinar la vida” Revista Horizonte Independiente (Columna Filosófica). Ed. Brayan D. Solarte, 29 sept. 2024. Web. FECHA DEACCESO.

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