Magíster y Licenciado en Filosofía
Investigador de la Universidad Católica de Pereira
Vol. IV Colección C:1 – C3
Hace poco tiempo, tuve la ocasión de exponer un corto escrito acerca de la práctica inclusiva de la feminidad en las escuelas de pensamiento de la era helenista, específicamente del papel que juega la mujer en el ejercicio filosófico al interior de la escuela epicúrea, para esta revista. Y cabe retomar, para el presente texto, aquella idea de la previa existencia de otras corrientes de pensamiento que hicieron posible el vínculo de la figura femenina sea porque hay registros de una cuantiosa lista de mujeres en estas, o porque fueron pocas quienes se vieron atraídas por una ideología concreta. De todos modos, lo que aquí interesa es que, ciertamente, la mujer fue partícipe de los procesos formativos que competen a cada escuela, y esto pese al referente cuasi excluyente que significó para ella la Grecia antigua por causa de la visión funcionalista con que se le identificaba por estar inmersa en el mantenimiento del hogar. Ahora bien, dicho asunto alcanzó a redimensionarse no solo por una reclamación en la participación de la vida pública, sino también por su intervención en el ámbito educativo de Atenas.
Particularmente, los pensadores adscritos a la corriente filosófico-religiosa pitagórica ligaron sus esposas a la misma con el objeto de que estas aprendiesen sus doctrinas tal cual relata el historiador griego Diógenes Laercio, en su Vida de los Filósofos Ilustres, a su vez el discípulo de Porfirio, el sirio Jamblico de Calcis, menciona cierta cantidad de mujeres simpatizantes a la doctrina de Pitágoras en su obra Vita Pythagorae: Timica de Crotona, Téano de Metaponto, Lastenia de Arcadia, Equecratia de Fliunte, entre otras. Todas estas anteriores a la fundación de la Academia por manos de Platón en que se vieron, también, involucradas algunas mujeres como la arcadiense, Lastenia de Mantinea, y la argólida, Axiotea de Fliunte; no obstante, una clara posición de la mujer al mando de una escuela en particular se exhibe entre los cirenaicos bajo la persona de Areta, hija de uno de los pioneros del hedonismo clásico: Aristipo, que se presenta como sucesora en el cultivo de aquella doctrina y la regencia de aquella escuela que erigió su padre según lo expone el ya referido Diógenes Laercio.
Fuera de la versión laerciana que dice de la hija de Aristipo ser legataria de su escuela y cabal difusora de su doctrina, se encuentran los testimonios de escritores helenos: el historiador del Ponto, Estrabón, en su afamada obra Geografía; el rétor romano Claudio Eliano en su Natura Animalium; además de escritores cristianos como el alejandrino Clemente en su Stromata y el historiador Eusebio de Cesárea en Præparatio Evangelica. Sucesos aún más importantes, lejos de referirle como simple dirigente de escuela, su función de madre y educadora del más significativo precursor hedonista, a saber: Aristipo el joven, dio renombre a esta filósofa a lo largo de la historia; asimismo, dispensadora de saber en otras academias de la región del Ática para sus numerosos seguidores. Y aunque tal noticia nos llega 600 años después por boca del religioso John Mozans, pseudónimo del escritor Augustine Zahm, cuyo interés fue recuperar para la mujer un alto estatus en el desarrollo de la ciencia, parece sustentarse en lo dicho por el literato italiano Giovanni Boccaccio en su tiempo.
Prodigio de aprendizaje al lado de su padre; madre de aquel que, al adoptar su filosofar, hizo grandes avances en el planteamiento de principios que justificaran la práctica hedonista; raíz de enseñanza pública y admirada escritora que tuvo a un centenar de personas como adeptos de su pensar, asentó el magnífico historial de una mujer de la que poca información retienen los pensadores e historiadores de aquel entonces. En otros términos, la fama transmitida sobre Areta de Cirene tan propia de la era renacentista, y no por relatos que los muchos escritos de filósofos clásicos se conservan en la actualidad, repercutieron indudablemente en los estudios de las dos centurias pasadas y el siglo presente los cuales posicionaron la más alta aceptación y generación de círculos académicos femeninos. Por lo demás, cabe recordar la imprecisión que existe respecto a la citación que realiza Mozans de Boccaccio, si bien aquel manuscrito: De Laudibus Mulierum que usa como su fuente de información, aparece bajo autoría de otro escritor: Bartolomeo Goggio, incluso un texto ulterior del francés Gilles Ménage.
En cuanto a la filosofía de la comunidad de Cirene a la que perteneció Areta, mantuvo aquella psicología moral que estimaba inútil toda acción, pasión o sentimiento que no concluyera en una satisfacción, en un contento o gozo que depende de la habilidad intelectual de la persona para sortear posibles contratiempos en la existencia. Por ello, aunque hacerse con los placeres es un asunto natural por cuanto el ser humano busca de éste y rehúye del dolor, despreciar lo que perturba los estados sosegados del cuerpo demanda, asimismo, de atender a esos medios que hacen afrenta a las circunstancias presentes en las que se hayan sumergidas las personas. Ni los excesos caben en esta propuesta aún detenten un ilusorio estado de agrado o contento, ni mucho menos la aceptación indiscriminada de todo disfrute del cuerpo, a pesar de los lujos y el boato que expresan un mayor acomodamiento en la vida; al contrario, la seria propuesta de los de Cirene radica en vivir bajo el control de los placeres si bien el individuo percipiente es quien debe dominarlos sin imperar estos sobre sus decisiones.
De todo lo dicho, una justificación para la consecución de placer en el aspecto natural que tal afección desencadena en todo cuerpo animal y humano, pone al descubierto una inclinación que es imposible de evitar y que depende del ejercicio de las virtudes para evitar declinar en perjuicio suyo. Ahora, esta ideología que apropia Areta como discípula de su padre Aristipo, ideología que enseña a su hijo y a todos los que simpatizaron con esta doctrina, carece de un referente que enuncie la contribución que esta filósofa hizo al proyecto que respaldó, al estilo de vida que acogió; una filosofía que no pasó desapercibida para los muchos estudiosos y las múltiples corrientes restantes del tiempo si bien la crítica aceptación no se hizo esperar. Tal es el panorama al que se enfrentó el mismo Epicuro, un pensador que hizo del placer un plano de vida con grandes diferencias a lo dicho por los cirenaicos, no obstante, la figura estudiosa, educadora y directiva de Areta por los testimonios aquí descritos, alcanzan grado de igualdad para una mujer que no difiere en nada con pensadores masculinos de Grecia.
¿Cómo referenciar?
Valencia Marín, Estiven. “Historia de un prototipo de regencia femenina: Areta de Cirene” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Nicolás Orozco M., 25 enero 2023. Web. FECHA DE ACCESO.
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