Svetlana Alexiévich (1948), escritora bielorrusa galardonada con el premio Nobel de Literatura en 2015, nos confronta en su importante obra periodística y literaria con la huella de algunos de los más importantes acontecimientos históricos del siglo XX como la segunda guerra mundial, la invasión rusa a Afganistán, el desastre nuclear de Chernóbil o el fin de la era soviética.
En “Voces de Chernóbil. Crónica del futuro” (1997) Svetlana Alexiévich plantea que el accidente nuclear de Chernóbil es de tal magnitud y de tan pavorosas consecuencias para la humanidad y la vida en la tierra que nos hemos de ubicar de ahí en adelante en una nueva era, el mundo de las catástrofes. Con ello, declara, no busca minimizar el Holocausto o el Gulag estalinista, pero sí nos invita a reflexionar sobre las nuevas coordenadas espacio-temporales en las que la humanidad debe situarse tras tal horror; para Alexiévich, con Chernóbil hemos traicionado al resto de animales y seres vivos. A lo largo de esta obra y a través de los numerosos testimonios de liquidadores (mujeres y hombres encargados de contener el desastre ya fuera en el rol de bomberos, limpiadores, obreros, científicos, soldados, entre otros), familiares de estos, pobladores evacuados y finalmente todos los sobrevivientes, pero con el tiempo de su vida acortado, trastocado por la exposición a la contaminación de la radiación, nos va presentando “el mundo Chernóbil”.
Su obra nos sensibiliza no para encontrarnos con un relato lineal de un suceso en un determinado lugar, sino para escuchar un coro de voces que, con tonos y sensibilidades diversos, nos abre la puerta a un mundo en el que el curso de la vida ha sido trastornado y en el que de ahora en adelante la catástrofe cósmica ha empezado a asomarse. Svetlana Alexiévich describe con honestidad y lucidez la dificultad que supone tratar de escribir sobre algo como Chernóbil, pues ella cree que aún estamos, como especie, lejos de haber comprendido realmente lo que sucedió, su gravedad y consecuencias para la vida en la tierra. De acuerdo con Alexiévich, con este suceso el lenguaje ha encontrado un límite. Los testigos mismos relatan que todavía muchos años después están tratando de comprender lo vivido, lo perdido, y que han tenido que ensanchar su lenguaje, para encontrar maneras nuevas de referirse a ello; unos a través del sarcasmo, otros tratando de no perder la fe, otros simplemente expresando que solo con su entrevistadora, y nunca con otras personas, habían hablado en voz alta del mundo Chernóbil.
La motivación de la escritora y los testigos tiene un fundamento moral; consideran que tienen la obligación de dar testimonio. Si escuchamos atentamente, quizás entre todos comprendamos mejor que lo que sucedió allí torció aún más la historia de la humanidad y que deberíamos estar alerta para que no se repita una nueva catástrofe como esa. Se calcula que la explosión del reactor emitió 100 veces más radiación que las bombas de Hiroshima o Nagasaki y su contaminación estará por miles de años en el planeta. Aún hoy no se sabe con exactitud el número de víctimas, pues hubo un ejercicio sostenido y coordinado de ocultamiento de la gravedad del accidente, así como un metódico no reconocimiento de la relación entre la exposición a la radiación y diversas enfermedades. La manera en la que la entonces URSS manejó el desastre tuvo varias características que se evidencian como sistemáticas, según testimonios de liquidadores, familiares de estos y los evacuados a causa de la explosión y contaminación derivadas de ello: ocultamiento a la población sobre los riesgos a los que se estaban exponiendo; no se proveyó a los habitantes ni a liquidadores de suficientes equipos de protección para minimizar los efectos de la radiación a la que estaban expuestos; hubo órdenes y ejecución del desplazamiento de poblados enteros, argumentando que sería “temporal” y ocultando la gravedad del accidente; exposición deliberada de la población a los efectos de la radiación con el ánimo de proyectar al mundo que el régimen soviético tenía todo bajo control, minimizando la catástrofe (por ejemplo, se mantuvo sin modificación en algunos lugares cercanos al desastre, la celebración de las festividades del 01 de mayo con desfiles y celebraciones multitudinarias al aire libre); sacrificios masivos de animales en las zonas contaminadas por la explosión del reactor a manos de exterminadores, soldados encargados de esta labor específica.
Entre los sobrevivientes hay gentes de todas las edades: ancianas que pensaban que ya habían vivido lo peor en la segunda guerra mundial y ahora en su vejez tenían que encontrarse una vez más con el desarraigo y la destrucción, pero a escala nuclear; mujeres que perdieron a sus maridos, los cuales se sacrificaron por la patria y la humanidad para ayudar a contener el desastre y que si alcanzaron a regresar, llegaron con el signo de la muerte y contaminaron a sus seres queridos; niños que no conocieron la vida fuera de un hospital a causa de las secuelas de la radiación; sobrevivientes que por sus servicios como liquidadores recibieron como compensación medallas, tarjetas de invalidez, algún dinero que se agotó demasiado rápido, y ser recibidos como apestados al lugar donde fueran.
Algunos testimonios nos interpelan sobre si las historias de amores rotos por Chernóbil son historias de amor o de muerte, sobre qué recordar y qué olvidar. Svetlana Alexiévich nos dice que en este nuevo capítulo de la historia, el tiempo se ha comido su propia cola, el principio y el final, creación y apocalipsis, se han encontrado. El “sarcófago” con el cual se cubrió el reactor para contener la radiación y en el que como especie parece que queremos enterrarnos es, para Alexiévich, nuestra pirámide del siglo XX, la primera pieza del complejo mortuorio que se exhibe a la posteridad, pues apenas hemos empezado con el primer capítulo de esta nueva historia.
¿Cómo referenciar?
Rico Torres, Ana Isabel. “Historia de las catástrofes: capitulo uno” Revista Horizonte Independiente (columna literaria). Ed. Nicolás Orozco M., 17 feb. 2021. Web. FECHA DE ACCESO.
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