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Escribir para vivir 

Aprendimos a ponerle a nuestras experiencias las cadenas de las palabras. Envolvemos cada situación en sacos conceptuales que arrastramos con nosotros como Sísifo hacía lo propio con la roca cuesta arriba. Incluso nos relacionamos con nuestro propio ser a través del lenguaje y nos decimos cosas que nos alientan y nos insultamos y nos contamos historias del pasado a veces buenas, a veces malas. Al final encontramos que nuestras emociones y nuestra experiencia de vida se han ocupado de llenarnos de palabras, y es que creo que las palabras no son fantasmas o cuestiones metafísicas que nunca nos tocan. Considero que las palabras son entidades que nos atraviesan sin piedad, que ocupan un espacio en nuestra mente y el resto del cuerpo, que colorean y opacan nuestra existencia.

Podemos guardar nuestras respuestas a quien nos insulta y sentimos cómo se acumulan esas palabras de ira en nuestra cabeza y tronco superior. Como también somos capaces de recordar a quien amamos y llenarnos de palabras amorosas que sentimos en ese calorcito o cosquilleo que recorre gran parte de nuestro cuerpo. No es difícil descubrir cómo se anudan las palabras en nosotros, a veces las palabras son tan dolorosas que cierran la garganta, a veces son tan estresantes que recogen nuestra postura, nos causan dolores y entorpecen nuestro vivir.

Pero son igualmente capaces de revitalizarnos y entonces hablamos con nuestros amigos, familiares y conocidos cercanos y nos sentimos mejor, o nos sentimos enormes gritando un gol. Porque hablamos con libertad y las palabras fluyen y son exteriorizadas. Así, vemos que entre más emocionado habla alguien (para bien o para mal) más se mueve y más marcadas son cada una de sus expresiones, más ligero, sano y libre se ve su cuerpo. En ocasiones se puede vislumbrar la palabra aunque no haya sido dicha, porque cuando nos miran con amor, con orgullo o con desaprobación y desilusión escuchamos en el silencio de ese gesto las palabras más ensordecedoras. En esa mirada podemos cautivar el más dulce “te amo”, el más honesto “te felicito”, el más alarmante “no estoy de acuerdo” y el más triste “me has decepcionado”.

Ahora bien, considero que la escritura es un mecanismo de liberación de esas palabras amotinadas en nuestro ser. Toda experiencia y toda sensación busca libertad, quien se las guarda cultiva una bomba de tiempo cuyo estallido no será de su control pero sí su responsabilidad. Escribir es una catarsis estética, es lograr convertir tanto la mierda sentimental como el regocijo emocional en arte. Creo que ese arte es necesario para darle libertad a esas palabras y sentirnos ligeros y en perfecto estado para vivir. Es la necesidad de vida la que siento que estrella al escritor con su pluma.

Para el escritor, así como para el artista, la vida sin expresión se agazapa en un entorno fétido e insípido, se ahoga en el hedor, el frío y el sinsabor del silencio. Las palabras, más que palabras son colores, respiros; la expresión es hálito y calor vital para el artista. No obstante es un sendero peligroso, porque entre más alguien exterioriza las palabras, más expone su identidad. Quien se permite vivir, no solo deja fluir sus palabras y expresarles a los demás lo que es propio de su pensamiento, sino que también expone sus miedos y sus sentimientos. Un interlocutor malintencionado puede hacerse con sus debilidades y por eso son tan doloras ciertas cosas, por ejemplo el desamor. Porque aquella persona a quien has confiado lo más íntimo de ti puede valerse de eso para lastimarte. No es lo mismo el insulto de un desconocido que el de aquella persona que sabe exactamente qué decirte o qué hacer para herirte.

Entonces vemos que hay pocos escritores que se atreven a relatar su vida de forma explícita, capaz sueltan uno que otro dato pero usualmente resguardan su intimidad. Podría pensarse que entonces es mejor no escribir, guardarse las palabras y no exponer su ser, pero eso es profundamente desalentador y perjudicial. Porque como decía antes, el cautiverio de las palabras recoge nuestra existencia, nos impide vivir, si no las expresamos entonces se quedan con nosotros y normalmente las que preferimos guardar son esas palabras de dolor, de vergüenza, de fracaso. No creo que sea necesario explicar qué sería de la vida de alguien envuelto en sí mismo habitado por palabras de tristeza, angustia, pesimismo y soledad. Cuánto podría llegar a odiar la vida misma y cuán imposible se volvería para esa persona descubrir su luz; la llama ardiente y vital de sus capacidades.

Por lo anterior es claro que a veces hay necesidad de vomitar palabras, como un bebé que rompe en llanto, como una bestia que desata su furia en zarpazos y rugidos o como un enamorado que estalla en carcajadas ingenuas y despreocupadas, a veces vivir se hace necesario. Si aún sigue recorriendo estos renglones con su mirada escéptica, intente el ejercicio de la escritura como vida. Exprese su experiencia, su pensamiento, sus sentimientos. Hágalo en un relato ordenado o caótico. Use la expresión que más le convenga así sea políticamente incorrecta. Suena paradójico pero sienta la fortuna de escribir su desdicha, permítase liberar las palabras que amarradas en su ser solo nublan sus sentidos y expuestas le dan movimiento y color a su vida, dese la oportunidad de escribir para vivir.

¿Cómo referenciar? 
L. Frtiz. “Escribir para vivir” Revista Horizonte Independiente (columna literaria). Ed. Nicolás Orozco M., 03 jun. 2020 Web. FECHA DE ACCESO.

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