En algún lugar del mundo, en algún momento de su tiempo, alguna subjetividad impulsada por la moral, capituló la paz en forma de horizonte objetivo, es decir necesario, para vivir en sociedad. Contradiciendo así la experiencia humana de la guerra, se propuso desde entonces manufacturar la paz como un artilugio destinado a resolver el problema del conflicto humano. Fue creada así, la píldora contra la condición humana esencialmente bélica y al mismo tiempo que se aceptó la condición de ser humano susceptible de modificación. Fue sin duda un momento de supremo narcisismo en la historia el que dio lugar al nacimiento de la construcción de paz.
No suele asociarse la modernidad con decadencia y mucho menos la postmodernidad con agotamiento. Empero, ambas épocas continuamente caen abatidas por la verdad de sus discursos. En contienda permanente los valores de la modernidad y la postmodernidad no hacen sino revelar lo precaria de su subjetividad. Y lo es, en tanto poco tiempo ha pasado para que la máquina de la historia termine de producirles en lo que luego será llamado la gran mentira ilustrada. También lo es, porque no puede reflexionar más allá de sus narices, bajo el orgullo de haber derrotado las ataduras de la metafísica antigua, pero conjurando de vez en vez sus sutilezas. La construcción de la paz es una evidencia del proceso de putrefacción de una época.
La verdad y la paz aparecen como valores objetivos de la sociedad: social es todo ser que esté sometido por la opinión de los muchos, aun cuando estos sean realidad pocos. Se asume la veracidad de los hechos por los discursos como condición sine qua non, la justicia debe ejercitarse. Pero la justicia poco o nada sabe del ejercicio basado en la verdad y mucho menos en la paz. Se asume la pacificación a través de la guerra como precursora de la justicia y espejo de la verdad. Se presume la no repetición como efecto de la verdad y el logro de la paz, sin cuestionar por lo menos alguna de ellas. La fábrica de la paz es en efecto la industrialización de otra mentira muy vieja conocida como el amor al prójimo. Nadie, nunca, mató con mayor decisión y sin vergüenza, que aquel que afirmó su profundo amor a la humanidad. Porque también dios es humano.
Devolviendo la madeja del tiempo, recuerdos hay de intentos de una transvaloración arrojando escombros, cenizas y otros desechos que la llama de la conciencia no facilitaba ver, pues es de la llama deslumbrar no descubrir. Estos sedimentos hoy acumulados en volúmenes interminables en bibliotecas polvorientas o en datos residuales encriptados en códigos simples, aludían a la pérdida de la música en el pensamiento. Acusaban a la cultura de sostener la mentira necesaria so pena de destruir todo valor y conocimiento hasta el momento existente. Anunció la filosofía del martillo la llegada de un nuevo hombre que trascendería la humanidad y crearía nuevos valores. Muchos entonces confundieron el anticristo con el falso profeta que hoy despierta en la sensibilidad un sentimiento de entrega y renuncia. La inteligencia artificial ¿no es acaso la cruz, el martillo, el Tao? Por su puesto, el amor al más cercano es la fórmula que transmuta la creación del mundo, la separación de las aguas, la división de la conciencia, el arquetipo.
Se dijo en algún tiempo que el hombre debía ser superado y sin embargo el valor de la humanidad sigue vigente. Es el hombre un valor, es la humanidad un valor, es la subjetividad un valor. Quién hoy puede pensarse más allá de esos valores. Hace falta un espíritu destructor, que reduzca a cenizas los pilares de la historia y se abrace con la vida en una danza imposible. Qué horrible lugar le dio la guerra al fuego de Heráclito que hoy la paz termina de estilizar un significado repugnante.
Pero qué digo, la coreografía retorna, no hay valor alguno cuya existencia no sea condicionada y sin embargo tengo la impresión de que toda condición es una simple expresión cotidiana, habitual, rutinaria, intempestiva. Es así, he sido superado, no soy ya ni un hombre, ni un ser humano, no soy subjetividad. No tengo valor alguno y al mismo tiempo no carezco de nada. Qué es la verdad o la paz, solo metáforas, nuevas metáforas de los dioses. Qué son esos dioses que no sea metáfora de los valores inventados por la arrogancia del conocimiento. Mi propia arrogancia entonces me es ajena, me soy en absoluto ajeno. No hay adentro, ni afuera, ni otro, ni lo mismo. Ni nada soy. Ni negación alguna. Ni afirmación. Ni el menos ni el más de referencia. Acción, pura y decidida sin voluntad trascendente. Soy el tránsito por ese momento mediocre y agotado del mundo que es el ser humano.
¿Cómo referenciar?
Medici, Alecto. “Ensayo teorético sobre la paz, la verdad y la mentira en sentido transhumano” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Brayan D. Solarte, 27 jul. 2022. Web. FECHA DE ACCESO.
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