“Evita con todo tipo de trampas y señales, amenazando con castigos divinos,
que alguien transgreda el único terreno que es sagrado para ti.
¡Es difícil olvidar lo que no nos sirve recordar!
Si tengo que ser un torrente, prefiero ser un arroyo de montaña,
o una corriente del Parnaso, pero no una cloaca de ciudad.”
Thoreau, Una vida sin principios
A Acosta por la esperanza.
Al haber emprendido su camino en los bosques, Thoreau comprendió que aquello que la naturaleza exhibe sobrepasa los límites de la imaginación y que el espíritu se siente desbordado y conmovido por la sabiduría de la belleza. El estremecimiento de tal encuentro con la totalidad lleva en sí una fuerte tensión que provoca en el espíritu el reconocimiento de su propia fuerza.
El hombre que confluye con la magnanimidad de la naturaleza con el fin de excitar la conciencia de su fuerza y lo ilimitado dentro de sí, al fundirse, siente que pertenece a aquello que le resulta inefable, aquello que despierta un poder suprasensible del espíritu. En este sentido, descubre que la potencia de lo sublime reside en su interior y que ello es similar a la naturaleza fuera de él, también ilimitada. No es la sola naturaleza en su facticidad, sino el objeto espiritual de la representación de la naturaleza el que nos pone ante el conocimiento de la belleza. Gracias a esta relación trascendental con la naturaleza el sujeto evoca su humanidad, por encima de lo que los meros sentidos prescriben, ya que ante todo la experiencia de la belleza hace un llamamiento al sujeto moral, y con ello a la libertad.
Thoreau, amante de los bosques, invita a fundirse en la totalidad de la naturaleza, no solo con la efusión del espíritu sino también, con la vida ganada mediante un tipo de trabajo digno. A orillas de la laguna de Walden, Thoreau reinventó la vida con el trabajo manual para comprender la potencia de lo simple. En el trabajo simple el espíritu de la contemplación aprehende la revolución de las honduras y el cuerpo encarna la trascendencia de la libertad. Cuando el espíritu se encuentra en apertura a la totalidad se sabe libre. Afirma Thoreau:
Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentarme sólo a los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, y para no descubrir, cuando tuviera que morir, que no había vivido. No quería vivir lo que no fuera la vida, pues vivir es caro, ni quería practicar la resignación a menos que fuera completamente necesario. Quería vivir con profundidad y absorber toda la médula de la vida, vivir de manera tan severa y espartana como para eliminar cuanto no fuera la vida. (Walden, pp. 96-97)
Se trata de aprender a hablar desde la experiencia, como el poeta, en atención a la razón esencial de la vida. También aprender el disfrute del ocio, que es el placer de lo sencillo contra las exigencias desenfrenadas del trabajo capitalista. Es ya una ocupación incansable el estar en apertura a la vida misma. Quien trabaja la tierra, así como también trabaja el poeta, está siempre en observación generosa y desprendida de las imágenes del mundo. El amante de la naturaleza y el poeta se dedican a las labores propias, sin importar la retribución, pues en estas reside el acto más loable y de confianza en sí mismo que es educarse en escuela de la vida, defendiendo su propio centro, en la naturaleza.
Podríamos pensar en ello con la obra Peer Gynt Suite No.1 mov. I, de Edvard Grieg, ya que invita a pensar la belleza del día que surge, tan semejante al movimiento sublime que propugna la naturaleza mediante la metáfora del amanecer floreciente, en contra del egotismo recalcitrante, pues, sin duda, reivindica el arte de vivir, con la libertad propia de la atención desinteresada.
Para Thoreau, la verdad se perpetua en lo sublime de la naturaleza. En ella se posibilita una relación del hombre con el todo donde no hay ninguna imposición, tan solo el silencio de la totalidad en su mismidad.
La impresión en la naturaleza permite un encuentro con la belleza gracias a lo simple. Para el trascendentalista es menester retornar a la capacidad de asombro del niño, a lo originario, pues en la vida simple se da la apertura para la percepción de la totalidad. La sencillez que semeja el conocimiento del niño es una forma de auténtica belleza.
Sólo en la percepción desinteresada de su universalidad comprendemos lo sublime de la naturaleza. El amante de la naturaleza debe ser capaz se tener el ojo del niño, de ajustar los sentidos interno y externo hacia la comprensión de la belleza. La filosofía de Thoreau defiende al amante de lo simple, aquel que ha de conservar intacta la capacidad de asombro, y que, además, está en constante atención a la poética del mundo.
La belleza es una forma genuina de la verdad pues no posee rutas preparatorias, más allá del método es la verdad desgarrada de lo que acontece, de la realidad originaria y heterogénea, de la poética de la vida. El gran amigo de Thoreau, Emerson, alguna vez comentó al respecto del espíritu nómada amante de los bosques, propio del trascendentalismo:
En los bosques, el hombre se desprende de los años, como la serpiente de la piel mudada y, en cualquier período de su vida, es siempre un niño. En los bosques es un joven perpetuo. En estas plantaciones de Dios, reinan el decoro y la santidad, se organiza un festival perenne, y el invitado no entiende por qué debería cansarse de ello ni siquiera en un millar de años. En los bosques regresamos a la razón y la fe. Allí siento que nada puede pasarme en la vida, ninguna desgracia o calamidad (si conservo los ojos) que la naturaleza no pueda reparar. (Naturaleza y otros escritos de juventud, p. 27)
Emerson propone una noción libre de la totalidad para la comprensión de la belleza, es decir, sin posesión alguna. La sublimidad de la naturaleza, de acuerdo al autor, es igual a lo salvaje, puesto que la naturaleza “se viste siempre de los colores del espíritu” y en esa medida propugna la simbiosis entre el hombre y la naturaleza en la contemplación desinteresada.
La reivindicación que hace el trascendentalismo de la vida en el bosque parte de que las formas de lo divino se dan en el encuentro con la naturaleza. La vida salvaje hace del sabio un hombre libre, cuya grandeza está en que se gana la vida de un modo excitante y humilde, ocupándose de sus propios asuntos y con el radar puesto en lo simple. El sabio, insobornable, hace del camino solitario el camino más largo, su camino se vincula con la verdad más pura, que es la de la honestidad con los otros, y el respeto a la naturaleza. Deja en sus congéneres lecciones de estabilidad, como la montaña, cantos de sinceridad, como el pájaro, serenidad como la noche, libertad y trabajo como el viento que prodiga su danza polinizadora a las flores que nacerán o como la aurora, cuyos albores enseñan las delicias del encanto.
Lo necesario para vivir es la posibilidad del cambio. El sabio, ennoblecido y preocupado por lo grande, hace del modo de vida no un mero sucedáneo sino todo un arte de vivir. La belleza es salvaje, florece embadurnada por la gracia en armonía con las cosas. La naturaleza es la nota sublime de la belleza.
Emerson, R. Naturaleza y otros escritos de juventud (2009) Madrid: Editorial Nueva
Thoreau, H. Una vida sin principios (2017) Buenos aires: Ediciones Godot
Thoreau, H. Walden (2013) Madrid: errata naturae
¿Cómo referenciar?
García Agudelo, Adriana Patricia. “El trascendentalismo de Henry David Thoreau: del espíritu en la naturaleza” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Brayan D. Solarte. 17 nov. 2021. Web. FECHA DE ACCESO.
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