El sofisma ascético: mente sana en cuerpo sano

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Sea la juventud aquel periodo de la existencia que busca la plenitud del desarrollo físico y mental, sea entonces el florecimiento de la belleza, para que en la fecundidad de la virtud crezca a madurar el fruto que luego decaerá. Sea que de la semilla rodeada por su propia podredumbre aparezca el brote, así, la juventud, sea únicamente una transición entre la fecundación y la apariencia de la muerte.

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Juvenal (60-128 D.C) proclamó como hijo de su época, máximas morales propias del ser latino. Quienes han prestado su atención a la lengua de Roma habrán notado que esta se alimentó de la moral como nunca antes otra lengua lo hizo, a grado tal, que el derecho hoy sigue siendo, en su ley, el producto mejor formado de los nietos de Rómulo y Remo. Así, toda persona cultivada bajo cruces y apóstoles habrá escuchado la sentencia: “Debes rezar por tener una mente en un cuerpo sano”, pero poco o nada sabrá de la continuación a esta frase, que la eleva a mandato divino:

pide un espíritu valiente, que esté libre del miedo a la muerte, que considere la recta final de la vida como un regalo de la naturaleza, que sea capaz de soportar cualquier inconveniente, que ignore la cólera, que no ansíe nada y considere los trabajos de Hércules y sus insólitos sufrimientos superiores al placer sexual, a las comidas y a las plumas de Sardanápalo. (Juvénal y Segura Ramos, 1996)

Encontramos los ideales ascéticos en medio de una petición para alcanzar una vida consagrada: ofrecer la sangre del hijo al padre en un rito metafórico de canibalismo y aspiración a la limpieza del Pecado. Y un tanto menos se conoce el fragmento que precede al rezo: 

El hombre es más querido a los dioses que él a sí mismo. Nosotros, llevados por el impulso del espíritu y un deseo ciego y descomunal aspiramos al matrimonio y al parto de una esposa, ellos, en cambio, conocen qué niños vamos a tener y cómo será la esposa. Con todo, para que tú también pidas algo y ofrendes en la capilla entrañas y salchichas divinas de un cerdito blanco, reza.(Juvénal y Segura Ramos, 1996)

Qué sencillo encontró el nazareno mezclar su ideología patriarcal con una moral ascética como la romana. 

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Nietzsche dedica el tercer tratado de la Genealogía de la moral (2013) a responder la pregunta: ¿qué son los ideales ascéticos? en un ejercicio de crítica a la poco crítica filosofía que barrunta sobre el valor y las valoraciones. Pues del origen de los valores se trata, cuando aceptamos la necesidad de la mentada sentencia.

Como hemos visto —dice Federico— un cierto ascetismo, una duda y suerte de renuncia hecha del mejor grado, se cuentan entre las condiciones más favorables de la espiritualidad altísima y también entre las consecuencias más naturales de ésta, por ello, de antemano no extrañará que el ideal ascético haya sido tratado siempre con una cierta parcialidad a su favor precisamente por los filósofos. (pp. 165).

Filósofos que desde ya largo tiempo renunciaron a la vida y respondieron de manera costumbrista y metafísica al llamado de los dioses nuevos y de los antiguos. La salud moral romana y el instinto de agradar hebreo, crearon una amalgama ventajosa para aquellos que desean seguir y ser seguidos, pero no para aquellos que desean ser espíritus libres.

Pero digamos algo sobre el fragmento de Federico. El ascetismo corresponde a un abandono y un despojo de toda salud. El asceta acepta, como Juvenal con la sátira X, “la futilidad de nuestras aspiraciones” por cuanto la existencia es un continuo decaer, y como otros antiguos plantearon, la realización del ser humano ocurre en la especie y no en el individuo. Pero el asceta también se abandona voluntariamente al sufrimiento pues entiende el peso de su existencia como una pena o condena. Ningún buen cristiano ve a Sísifo feliz haciendo lo que ama eternamente, pues no acepta la salud del cuerpo más que como consecuencia de una virtud invisible y mágica de un espíritu que además no es el propio. Y esto ocurre porque transforma la vitalidad del héroe en un sacrificio del cual este no es responsable: el martirio y la penitencia.

De tal manera, lo que el romano veía como una oportunidad de mejoría y una sátira al comportamiento de sus congéneres, se convirtió luego a través del cuerpo y la sangre redentora, en una negación absoluta de los valores fuertes; es decir, de todo aquello que se refiere a la vida y le da fuerza. El ascetismo es entonces la negación de la voluntad de poder y la declaración abierta de que la vida tiene un comienzo y tiene un final, ocultando la realidad objetiva de que es la vida del hombre la que se resume en el más allá, pero no la vida, que es continua y se reinventa, muy a pesar de los esotéricos de Cirene. 

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A Minerva se solicitaba sabiduría. A María piedad. Mientras la diosa de los grandes ojos nació presta para la batalla, con plena enjundia y gana de existir, la otra padece la inseminación mística, la travesía, el parto y luego el calvario de una vida. Los puritanos dirán entonces que una es diosa y la otra una mortal. Yo diré entonces; ¿acaso es que hay algún dios antiguo que sea humano? o ¿es acaso el único dios, el que sucumbió a la vida y al martirio para recordarse a sí mismo que era un dios? 

La salud requiere de una mente y un cuerpo sano, si se tiene aspiración alguna moral. Juvenal tanto como Séneca tenían clara la dimensión ética de la existencia. No hay cínico que no reconozca la futilidad de las acciones humanas a la luz de la objetividad. Pero ninguno de ellos se abandonó al agotamiento y a la decadencia como sí lo harían todas aquellas personas que ponderan su existencia de manera arrogante; es decir, suplicantes de beneficio exterior a la vida.

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Llamaremos sofisma del ascético al argumento que sostiene que la vida tiene un valor más allá de -en- la muerte. Sostener una vida con principios que construyen significado es una práctica que el ser humano procura para su propia fortaleza. Pero, sostener principios que van, en sí mismos, en contra de la vitalidad o que consideran la vida como una pena o un sufrimiento, incluso como castigo por la pérdida de un estatus anterior y, en clara ignorancia, superior, es sin duda un arrebato de la más ingrata de las cobardías. Tal vez son los suicidas y los héroes los que mejor entienden que el valor de la vida, su significado y propósito, no se extienden más allá de existir en un tiempo y espacio determinados. El primero niega la vida aceptando -llamando-la muerte, el segundo niega -indiferente- la muerte aceptando la vida. Pero en ambos casos, estar vivo es el valor supremo, en ambos casos la decisión es una voluntad de poder.

Ahora bien, tanto el asesino como el cómplice, o aquel que espera pacientemente a la puerta la llegada del barquero, carecen de dicha voluntad. Todos tres tienen en común la esperanza o el ansia de llevar los denarios, bien para ponerlos en los ojos de las víctimas, bien para que le sean puestos, olvidando que son quienes nos sobreviven quienes tienen ese derecho. Nadie carga su propio destino al hombro. No es de extrañar entonces que hoy, se pague con la misma moneda a los inocentes a manos de los que una vez fueron consumidos por su propia ambición. No reconocerse asesino creyéndose vengador, es un fruto más de ese sofisma.

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La salud del cuerpo y el alma son aspectos de la misma realidad. La vida es la única dimensión de existencia en donde dos cosas tan afortunadas pueden coincidir. Si aceptamos la inmortalidad del alma -que dicho sea de paso, de ella evidencia alguna no tenemos más allá de la intuición de que el mundo es también una bestia con espíritu- y la mortalidad del cuerpo, tendríamos entonces que aceptar que somos afortunados de ser tal y como somos, incluso de poder ejercitar tanto la una como el otro.

No des más crédito a las palabras y actos de los violentos, que a la vida desmerecen. Eso no significa de vez en vez recordarles su deuda, y que esa deuda no se paga luego en el más allá, se paga aquí y son sus herederos también los que suscriben ese pendiente. No os convirtáis en vengadores de honor alguno que sea luego el de ser vosotros lo que sois, y menos cuando aquellos os quieren destruir justo por ser libres y autodeterminados. Su dolor no es el vuestro. Su mano será su yugo, pues ellos mismos así lo han dispuesto. Ahora veo que no es el mismo dios que los cobija. Un dios que envidia la vida no es un dios que sea creativo y compasivo. Preocupaos por vuestra vida ahora, por emerger de entre las ruinas y jamás cometáis actos tan atroces como asesinar al hermano o la hermana, a los hijos o las hijas, a las abuelas y los abuelos. Que su venganza les aniquile, no os dejéis aniquilar por ella.  Artemio Brutus, Canto al Sol (inédito)

Bibliografía

Juvénal, y Bartolomé Segura Ramos. Sátiras. Consejo Superior de Investigaciones Cientificas, 1996.

Nietzsche, Friedrich, y Andrés Sánchez Pascual. La genealogía de la moral: un escríto polémico. Primera reimpressión, Alianza Editorial, 2013.

¿Cómo referenciar?
Medici, Alecto. “El sofisma ascético: mente sana en cuerpo sano” Revista Horizonte Independiente (Columna Literaria). Ed. Brayan D. Solarte, 16 mar. 2025. Web. FECHA DE ACCESO.

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