En el año 2006 tomé una de las decisiones más sabias de mi existencia material: preparar mi tesis de pregrado. En quinto semestre de Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes, comprendiendo bien el drama que en redes (Facebook y Messenger) podía observar sobre la escritura de la tesis, y me dije: “yo no quiero ser uno de esos sufrientes espíritus a quienes la vida se les escapa en la terminación de su documento de grado”. Y es que, no faltemos a la verdad, la tesis está rodeada de su propia mitología. Se han compuesto tragedias en su nombre, sin contar las epopeyas que miles de estudiantes experimentaron y que, no sin razón, serían motivo de óperas apoteósicas.
Les doy la bienvenida a esta retrospectiva tesística en la cual revisaré algunos de los monstruos mitológicos de “hacer la tesis”. Incluiré algunos breves comentarios sobre la naturaleza de la tesis y de por qué hoy es, tal vez más que nunca, una imperativa muestra de verdadero compromiso con la profesión que se eligió.
La primera tesis de la cual se tiene registro se presentó en el año 3180 a,C. en el alto Egipto, poco antes de la unificación de los dos reinos. En este documento que sería citado milenios más tarde, se presentaba formalmente la “esencia de Seth”. En dicho texto se explicaban las nociones básicas del conjunto de ritos extendidos por la región al Dios. Algunos de ellos serían siglos más tarde retratados en el famoso “libro de los muertos” (1650 a.C.) y que conservaron la conceptualización inicial sobre el Dios Seth presentada en los manuscritos del imperio antiguo (c. 2686-2181 a. C.). El autor de esta tesis es desconocido, pero se atribuye por su solicitud a Horus Ka, presumible rey del alto Egipto sobre el año 3100 a.C. lo que dataría una incorrección de aproximadamente 80 años.
Su estructura básica consistía de un prólogo (en términos griegos), una primera definición o historia del origen, una segunda sección (metodología) que se refería al conjunto de ritos concretos, una tercera (análisis de datos) de comentarios técnicos y especulativos sobre los efectos de los rituales y una cuarta parte (conclusiones) de recomendaciones varias que incluían deberes de los sacerdotes y materiales empleados en los rituales. Estos últimos, dependientes de la época del año y las predicciones para la siembra y cosecha que se realizaban de acuerdo al comportamiento de las lluvias y las crecidas del río Nilo que se calculaban anualmente.
Se dice que para hacer una tesis no hay tiempo justo. En primer lugar, porque nunca se sabe qué va a pasar y en especial porque el primer monstruo que nos encontramos es el director de la tesis. A este monstruo le gusta pacer tranquilamente y en silencio dentro de una cueva nada parecida a la apacible morada de un Hobbit. De vez en vez asoma su cabeza por un agujero para destruir con comentarios mordaces aquello que se haya logrado redactar. Claramente Seth, el dios epigcio del Caos implica ya una relación mítica con la tesis. Por otra parte, encontramos el término cronograma de cumplimiento y entrega de avances de la tesis, que custodia supuestamente ese monstruo horripilante de la dirección. En clara asociación con Cronos, el dios griego del tiempo, casi sin oponerse el uno al otro, convierten un plan en un desastre. Todo estudiante sufre con el tiempo durante la tesis.
Con el tiempo también hay factores desafiantes. Tres monstruos se elevan ante cualquier tesista: problema de investigación, marco teórico y metodología. De estos tres el primero es el más simple y al mismo tiempo el más importante. Estadísticas sobre el éxito tesista, en estudios realizados en diversas universidades muestran que el éxito de una tesis depende un 60% de la formulación del Problema, un 25% del Marco Teórico y un 10% de la Metodología. El otro 5% es el resultado de ajustes plausibles que pueden hacerse durante la revisión y corrección de estilo.
En la literatura revisada, se encuentra que rara vez hay un camino para la heroína, y esto se debe a que la tesis tiene un trasfondo psicológico y arquetípico masculino: la justificación de la existencia. Sin embargo, como toda la tradición griega y sus herencias, las fuerzas y divinidades que intervienen en el camino del héroe son eminente y profundamente femeninas. Es la tesis, no el tesis.
Toda persona tesista debe resolver una tarea o una serie de ellas, es decir, derrotar a tres monstruos y en su camino complacer a un cuarto, el director o directora de tesis (en los monstruos también hay formas femeninas). Todo tesista tiene aliadas, literalmente entidades con alas. Tenemos por ejemplo a la sabiduría, Athena o Isis, diosas de la inteligencia práxica, de carácter patriarcal y garantes de la justicia y el razonar. Protectora de Odiseo, Athena, diosa andrógina por excelencia y nunca esposa, guía al héroe de Ítaca en su periplo de 20 años. Isis en varias ocasiones derrota o ayuda a sus hijos a derrotar a Seth, es diosa madre y esposa, guardiana de las artes mágicas de la vida y la muerte.
El marco teórico y la metodología suelen comportarse como dioses gemelos o mellizos en este caso. En efecto podrían ser aliados o monstruos dependiendo del contexto si van o no de la mano. Como Apolo y Artemisa, tienen dones similares, se llegan incluso a confundir; es una dinámica entre el conocimiento abstracto y el práctico. El contraste entre Apolo y Artemisa refleja las dificultades que pueden surgir cuando las ideas y las prácticas o técnicas tienen conflicto. Del cielo a la tierra. Una modificación en algunos elementos del marco teórico puede tener implicaciones en la comprensión de la metodología y viceversa. Como vemos, el problema real se llama: hacer la tarea.
En quinto semestre decidí pensar en la tesis. Pasé entonces quinto y sexto pensando en el tema, pero no podía imaginar nada apropiado. Sucedió que en una clase de alguna materia que no recuerdo, mi pregunta emergió mientras distraídamente dibujaba en una hoja: ¿por qué existen los filósofos?, ¿para qué sirven? Todas las demás profesiones y oficios parecen tener un propósito claro, pero la filosofía no. Se encarga de todos los problemas y de las preguntas, pero los filósofos no hacemos nada. Pensar es solo un verbo, la idea de una acción que ocurre dentro nuestro, pero dónde es una suposición. En la mente, en el alma, el espíritu, en el cerebro, ninguna respuesta hasta el momento se me había ofrecido ni había encontrado por mi cuenta. Comencé a preguntar en todas mis clases a docentes: ¿cuál es la función del filósofo? Nadia, ninguno, ninguna, ni siquiera de mis colegas estudiantes, surgió una respuesta.
Había encontrado mi problema de investigación. Teniendo claro que la respuesta no vendría de afuera hice lo que todo filósofo ermitaño hace. Fui hacia adentro. ¿Por qué estudié filosofía? Porque era difícil. ¿Por qué quiero ser filósofo? Porque quiero ver las nubes y en ellas imaginar mundos, luego dibujarlos y luego escribirlos. Un asunto llevó al otro. Comenzaría por el principio de los tiempos. Leeré nuevamente el primer libro de filosofía que leí a los 17 años: Así habló Zarathustra, de Nietzsche. Era la mejor historia que conocía de un filósofo contándose su historia así mismo. Así que, dejando el orgullo a un lado, leí otra vez.
Soy un filósofo de los árboles, escribo para seres que fabrican tiempo. Escribo para inventar el tiempo. No hay pensamiento sin símbolos. No hay filosofía sin tragedia. No hay vida más allá de las historias que nos contamos a nosotros mismos.
Hoy, la filosofía es decadente por donde se le mire. Ser filósofos de la decadencia es fácil. Hacer filosofía aplicada es fácil, se reduce a la dificultad de cada ciencia. Ser un elfo doméstico de la filosofía es fácil, es regresar a la esclavitud. Hoy, las tesis mueren porque son difíciles, porque toman tiempo, porque piden autocontrol y autodominio del ser y del pensamiento, de las prácticas, piden rigor y cuidado, piden coherencia. Por eso el mundo se ha empeñado en destruirlas: piden coherencia.
Regresaré después de más de una década a mi tesis para darme cuenta de que en esos inicios Athena estaba conmigo:
“El dónde se da en el descubrir todos aquellos aspectos que hacen del nosotros y del yo, lo que es. Somos más literatura que filosofía, ¿no puede estar ahí nuestro modo de ser filósofos? El dónde del arte y la filosofía es el dónde de la cultura. Si nosotros, los hiperbóreos, los simios primitivos que por oficio tenemos hacer filosofía, cuál es la filosofía que estamos haciendo. ¿La de descubrir verdades en las palabras de otros? o la de crear para nosotros algo que se llame filosofía.”. (Introducción, Medici, pg. 62, 2010)
Medici, A. (2010). El mito del eterno retorno: desde la historiografía de las religiones. Monografía. Universidad de los Andes. Bogotá D.C. Repositorio Uniandes.
¿Cómo referenciar?
Medici, Alecto. “El mito de la tesis imposible” Revista Horizonte Independiente (Columna Cultural). Ed. Nicolás Orozco M., 24 mar. 2024. Web. FECHA DEACCESO.
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