El Lucifer de Milton, el más humano de todos

Dentro de esta breve columna, se realizará un abordaje a una de las epopeyas más clásicas de occidente: “El paraíso perdido” (1667), obra escrita por el inglés, John Milton. De esta, se trabajará la imagen de Lucifer o Satanás donde se puede observar una gran semejanza con el ser humano. Dicha semejanza, es más fuerte que en los personajes fundadores del género humano, es decir, de Adán y Eva.    

¿Qué es ‘El paraíso perdido’?

“El paraíso perdido” es una obra magnánima escrita por el inglés John Milton en 1667. Dicha obra, se encuentra escrita en formato de prosa, compuesto por más de diez mil versos.  El estilo de este escrito es contemplado dentro de las epopeyas, pudiendo alzarse al mismo nivel que las grandes epopeyas de la humanidad; como lo son: “Gilgamesh”, la “Teogonía” de Hesíodo, la “Ilíada” de Homero, la “Odisea” de Homero, la “Eneida” de Virgilio o “La divina comedia” de Dante Alighieri. Por los temas tratados, bajo la cultura religiosa en que los trabaja, la obra de Milton se podría asemejar más a la escrita por Dante; aunque, dejando de lado esas semejanzas, ambas obras son como agua y aceite. Poseyendo grandes diferencias desde el lugar del narrador, hasta el lugar y los sucesos que se están escribiendo.

En el “Paraíso perdido”, se narra desde la caída de los ángeles, la creación del Edén, la creación de Adán y Eva, hasta la expulsión de estos del paraíso. Estas narraciones se encuentran relatadas de un modo bastante diferente del que podemos encontrar en el Génesis. Una de estas diferencias, es la causa de la caída del hombre del estado de gracia ‒dentro de los dos relatos que podemos encontrar en el Génesis. En ambos se nos muestra, que Eva logra convencer a Adán, como si lo hubiera engañado conscientemente para que caiga de su estado de gracia. Mientras que, en Milton, se nos presenta a un Adán que come el fruto prohibido que le lleva Eva, pero no por haberlo persuadido, sino porque quiere permanecer al lado de su compañera; ya sea como dioses o siendo castigados con la muerte.

La obra es muy rica lingüísticamente, cuestión que dificulta lectura para muchas personas ya que su complejo lenguaje, sus continuas referencias, su prosa extensa, frecuentes hipérbatos y largas reflexiones realizan una lectura concentrada.

Podemos hallar, aparte de este enfoque de enriquecimiento literario, grandes planteos filosóficos, que tenía latente el escritor: ¿Por qué existe el mal? ¿Qué es el mal? ¿Qué es el bien? ¿Por qué hay sufrimiento? ¿Existe un dios bondadoso o malvado? Así como también, focos de reflexión que se pueden encontrar presentes, como el origen y la justificación de la esclavitud o la existencia de un libre albedrío. 

Encontramos un principio monista de cuerpo-alma latente a lo largo del escrito que se presenta de un modo destacado. Puesto que los ángeles se presentan (en la mayoría de las ocasiones) en cuerpo y alma, así como el Hijo (Jesús), e incluso con Adán y Eva (aparte de presentar esta unicidad de componentes) también poseen pasiones uno por el otro, ya sea como amor, también por una pasión del cuerpo, aunque Milton diferencia esta pasión sana de lo lascivo (centrando en este último un carácter pecaminoso).   

Se puede encontrar también, cuestiones propias de su contexto histórico, justificado en varias ocasiones por el pensamiento cristiano. Una de estas es la división de género, con la respectiva relación de ambas, dando un castigo propio a cada uno. Además, presente en varios pasajes por toda la obra, se puede leer claramente en estas palabras que le dice Eva a Adán: “Mi autor y soberano, tú mandas y yo obedezco sin réplica; Dios ordena de ese modo; Dios es tu ley y tú la mía […]” (Milton, 100). Con lo anterior se denota una inferioridad que puede ser hasta ontológica, entre la mujer con respecto al hombre puesto que el hombre sirve a ‘Dios’ directamente, pero la mujer sirve a ‘Dios’ por intermedio del hombre.

Dentro de este escrito se puede entrever una problemática de la cotidianidad del autor, ya que retoma la esclavitud. Aquí se pueden hallar dos posiciones: una se encuentra en la voz de Adán y la otra en la del ángel Miguel. Adán se muestra horrorizado en la esclavitud de un hombre por otro hombre, que puede conocer por las visiones que le muestra Miguel, manifestándolo del siguiente modo: “[…] pero el Creador no ha hecho al hombre señor de los hombres y, reservándose para sí ese título, ha establecido que el ser humano no sea nunca de otro humano esclavo […]” (Milton, 139). Aunque Miguel toma otra postura con respecto de la esclavitud: le replica a Adán, del siguiente modo: “[…] cuando los deseos desordenados y las pasiones violentas usurpan el dominio de la inteligencia y esclavizan al hombre, hasta entonces libre. Así, pues, ya que él permite que reinen en su interior indignos poderes sobre su libre razón, en justo castigo Dios los sujeto en lo exterior a violentos amos que también arrojan con frecuencia su libertad externa […]” (Milton, 140). Con esto se demuestra una ambivalencia con respecto de la esclavitud: si bien de un modo hipotético, se podría afirmar que está a favor de la esclavitud, puesto que es la opinión que sostiene el Cielo (bajo el portavoz de Miguel), faltarían argumentos para sostenerlo, y la esclavitud no es un tema que lo trabaje demasiado en esta obra, pero si posee un lugar destacado el concepto de libertad.

Para finalizar este apartado es importante decir que Milton años más tarde, publicó otra obra. Bajo el título de: ‘El paraíso recobrado’ (1671). Que si bien, no es tan conocida, ni guarda un vínculo estrecho con ésta, mantienen implícitamente una fuerte relación, porque narraría como Jesús (luego de pasar las cuarenta tentaciones de Satanás) paga la deuda del hombre ‒anunciado en “El paraíso perdido”‒ y de este modo, la humanidad podría recuperar el paraíso.

La imagen de Lucifer, el reflejo de la humanidad

Es cierto que lo más lógico sería proponer como imagen alegórica de la humanidad a sus progenitores.  En otras palabras, a los primeros miembros de la raza humana que se manifiestan con Adán y Eva pero que en la lectura no se siente tanta empatía por ellos, ni se siente la identificación. Tal vez solo cuando realizan el pecado, al ser castigados (tanto con la expulsión como sus otros castigos) y con las visiones que les da Miguel; las cuales hacen llorar a Adán. Incluso llegados a este extremo de la obra, la simpatía que sentimos con ellos es muy breve ya que, en poco tiempo del castigo, aceptan su error arrepintiéndose de su accionar, volviéndose obedientes nuevamente ante el Cielo. Es una pasividad, con un gusto artificial, cuyo gusto también se siente en la inocencia de la progenie humana.

Cosa muy distinta impulsa la imagen de Lucifer, de Milton, bajo una perspectiva alternativa al mayormente difundido en las religiones judeo-cristianas. Relato alternativo, que después retomaran varios escritores, como es el caso del poeta inglés William Blake, en el cual nos propone a este querubín, no como el mal en sí mismo, sino que hace el mal para impartir los valores contrarios al cielo. Latente en las siguientes palabras: “[…] hemos de cifrar nuestro placer en practicar el mal, por ser lo opuesto a la alta voluntad que combatimos” (Milton, 10).  Este Lucifer, como un caudillo, con sus aciertos y errores. En otras palabras, esta experiencia de Lucifer, nos deja poder sentirlo como si fuera un humano, como nosotros en esa posición.

El relato de este ángel caído, comienza al haber perdido la guerra civil en el Cielo, cayendo en desgracia al Infierno y termina cuando concreta la expulsión del género humano (del paraíso) por venganza contra ‘Dios’. Su guerra civil, la inicia por no querer obedecer, de un modo tiránico al Hijo.  Ya que hasta ese momento solo obedecían a ‘Dios padre’, quien pone a su Hijo como igual y heredero de todas las potestades. Por esto, exige la obediencia de las huestes celestiales ante su Hijo.

Después de haber perdido la guerra fue desolado en las tierras estériles del Infierno, no dándose por vencido en su totalidad, sacando del infortunio beneficios, exclama las siguientes palabras: “[…] Aquí, al menos, seremos libres […] cosa digna de ambición es el reinar, aun en el infierno; más vale reinar en el infierno que servir en el cielo” (Milton, 13). De este modo, no desiste de su decisión en la adversidad, aunque en ocasiones se arrepiente de su accionar.

Uno de los momentos que el querubín caído se plantea la posibilidad de un arrepentimiento es cuando está llegando a la Tierra, para tentar a Adán y a Eva, manifestándolo con estas palabras: “[…] ¿No quedará algún lugar para el arrepentimiento? […] no queda otro remedio que el de someterse.  ¡Someterse! ¡Palabra funesta que me vedan pronunciar el orgullo y el temor de avergonzarme ante los espíritus del Averno!” (Milton, 85).

He aquí una figura fácil para sentirse identificado con la mayoría del género humano.  Una imagen, de un ser, que perdió una guerra impulsado por querer ser dioses. ¡Dioses! Que persona, dentro de su ambición, no quisiera poder llegar a ser seres divinos de ese rango. Pero perdió, y, aun así, cayendo por sus propios ideales de libertad y gobierno. Se volvió a levantar en un mundo funesto, donde se pudo haber arrepentido totalmente o subyugarse de nuevo ante el gobierno del Cielo. Resultando todo lo contrario, prefiriendo gobernar en ese lugar inhóspito, que servir a sus antiguos amos del Cielo. Planeando una venganza, mas no por la fuerza puesto que perdieron con ese medio,  sino por la artimaña y persuasiones. Conllevando todo los medios posibles, para alcanzar su venganza, sin importar los daños colaterales (como Adán y Eva). Algo muy común en nuestras vidas, cuando alguien se entromete en nuestro camino, y solo le decimos no es nada personal (al realizar alguna acción perjudicial hacia esa persona).

Para completar esta imagen, el lugar del arrepentimiento y la vergüenza presente en este Lucifer, en reiteradas ocasiones, cuyas dudas las desecha por temor en quedar bajo vergüenza, como hipócrita, ante sus iguales en el Infierno. ¿Cuántas veces al realizar una acción, dudamos? ¿Cuántas veces, decidimos seguir o no con un trabajo, por temor al qué dirán? Aun cuando, nosotros mismos, creemos haber errado o nos arrepentimos de cierta acción. Decidimos no continuar con nuestros proyectos por temor a quedar en ridículo frente a los demás o por no querer que sea en vano toda nuestra labor. Es por todas estas cosas, que al leer “El paraíso perdido”, siento identificado al género humano en el Lucifer de Milton. Ya sea en sus pensamientos, en su obrar, en sus aciertos y errores, en su duda, incluso en sus pasiones, en la vanidad, arrogancia, el engaño, entre otros aspectos.

Para finalizar, me parece destacable el mencionar que existen varios filósofos y pensadores que observaron alguna especie de belleza en esta entidad. Tal es el caso de Walter Benjamin, el cual le dedica un pequeño aforismo reflexionando sobre la implicancia de la belleza estética que posee ‘el mal’ (escrita, en su primer periodo, pero no publicado). Definiendo lo luciferino, con estas palabras: “[…] lo esencialmente bello es el mal. Lo bello expresa, respecto del mal, que lo que le falta es una totalidad suprema” (Benjamin, 63). En este aforismo Benjamin propone que el bien, lo bello y lo bueno es presentada por la totalidad, mientras que el mal, como el Infierno, son engendrados por la totalidad, pero se mantienen separados de ella.  Por ello, la belleza del mal manifestaría la ausencia de totalidad.

Referencias:

Benjamin W. (2017): “Lo luciferino”, En Materiales para un autorretrato, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina, Fondo de Cultura Económica.

Milton J (2008a): “El paraíso perdido”, En Obras completas tomo I, España, Simancas.

Milton J (2008b): “El paraíso perdido”, En Obras completas tomo II, España, Simancas.

¿Cómo referenciar?
Pereyra, Santiago. “El Lucifer de Milton, el más humano de todos” Revista Horizonte Independiente (columna literaria). Ed. Brayan D. Solarte. 20 jun. 2021. Web. FECHA DE ACCESO. 

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