La prisa es eso que ocurre cuando se tiene falta de tiempo y exceso de ganas. En cuanto al éxito, trascender a los 25 es tan peligroso como no tener nada qué hacer a los 26; en cuanto al amor, es eso que ocurre al decir te amo a la semana de conocerse; en cuanto al trabajo, lo que pone en entredicho nuestra salud por un sueldo. En cualquier caso, son las ganas por tener la mayor cantidad de lo que sea en el menor tiempo posible ‒la razón por la cual el tiempo termina pasando en uno, y no uno en él. La vida se nos va mientras esperamos tener tiempo para vivirla; en efecto, el cansancio en la juventud es un síntoma de que tenemos muchas ganas, pero poco tiempo para hacer las cosas. De que hay mucho por decir, pero poco tiempo para pensar; o bien, de que uno siente mucho, pero no sabe qué decir. Sea como fuera, la prisa es lo que arruina el momento, justo como para quien por hacer las cosas rápido termina sin acabar.
Lo mismo que leer un párrafo sin comas ocurre en el sexo sin besos, en las relaciones sin risas, o en los éxitos sin amigos. A final de cuentas, se termina; mas, por el énfasis en el objetivo, es en el camino donde uno se pierde porque no es el éxito lo que cambia a las personas, sino el tiempo en que se le consigue. Con prisas, uno no puede enamorarse, ni escribir la Crítica de la razón pura ni redactar una columna. Porque, así como hay cosas que se hacen con prisa, como cualquier exceso, llámese de sustancias, amigos, seguidores o mentiras, hay también aquellas que requieren paciencia. Las buenas ideas no surgen de un momento a otro; las amistades mucho menos y el amor ni siquiera ha comenzado en ese lapso. Esa idea, esa amistad y ese amor ya están ahí; lo que no hay, es tiempo para apreciar ni valorar su presencia. Tal es la razón por la cual lo que más duele en una pérdida es la falta de eso que pensamos eterno. Así se acaban los trabajos, los padres y hasta las mascotas; porque por prisa, no contamos con tiempo para ello. Así se nos va la vida: extrañando lo que pensamos eterno.
Quizá eso es lo que le duele a la juventud: que, entre los medios, las prisas y los deseos, el tiempo en los 20´s pasó tan rápido que la adultez arrancó varios años de la vida de aquel adolescente, en antaño preocupado por ver una caricatura, ahora contando los días para el depósito de la quincena. Y no es que esté mal crecer, pues todos pasamos por aquellas crisis propias de cada década; el error, lógico inclusive, se encuentra en añorar el futuro por sobre lo que hemos pasado; en efecto, como dice Pablo Fernández: “a uno lo que le interesa es el futuro, pero parece que ese está en el pasado” (2013). Todos de niños queríamos crecer y ahora añoramos esos momentos sin tener que ir a la escuela; ya en el futuro valoramos el pasado: aquel relato del abuelo que escuchamos mil veces quisiéramos escucharlo mil y una, pero por esa vez que falta, extrañamos las otras mil. Ahora que papá no está, extrañamos sus abrazos, ya que nos despedimos, apreciamos el tiempo juntos; ya que no hay más sopa, la sazón de mamá.
El único momento donde el tiempo sobra es cuando dejamos de tener prisa. Cuando en vez de ir de un lado a otro, uno se sienta. Cuando entre los papeleos y las tareas uno encuentra una banquita donde descansar; es ahí cuando se derrama una lágrima, pues nos damos cuenta de que olvidamos decir te quiero antes de salir a trabajar.
¿Cómo referenciar?
Cerna, Daniel. “El exceso de prisa en una sociedad con falta de tiempo” Revista Horizonte Independiente (¿Y qué tal si?). Ed. Brayan D. Solarte, 03 ago. 2022. Web. FECHA DE ACCESO.
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