Estudiante Colegio Campestre San Diego
Escrito ganador para la primera edición del concurso “Grandes voces”
Disparos, gritos, sangre y luego nada más que oscuridad, madres buscando a sus hijos desesperadamente, hermanos a los que les callaron los gritos, cadáveres a los que les arrancaron el alma, un país hecho cenizas en el que ni si quiera el pueblo era inocente.
La fecha de mi nacimiento llegó, pateando quise salir a devorarme el mundo el día 16 de octubre del año 1995. Los ojos de mi querida madre lloraban desconsoladamente y yo, inocentemente, pensé que era de alegría por mi llegada. Saliendo de aquel hospital retumbó un disparo a unas tres cuadras, mi padre corrió lo más rápido que pudo hasta la casa y rezó porque aquellas balas pronto cesaran y no llegaran a tocar nuestra humilde morada.
Entró, cerró la puerta principal, después todos los cuartos y por último se escondió debajo de la cama de la habitación más lejana. Me repetía constantemente que me callara, mientras escuchaba cómo los fusiles se aproximaban. Primera casa: un muerto, segunda: dos muertos, tercera: tres muertos, cuarta: cuatro muertos, quinta: todos muertos, sexta: un muerto y dos sin dedos, séptima: un muerto, dos torturados y una violada, octava: tres muertos, cuatro mutilados y dos violadas, novena: todos torturados, violados y luego secuestrados, sin muertos registrados pero todos desaparecidos para siempre. Por último la décima casa, donde mi padre y yo nos escondíamos.
Abrieron la puerta y revisaron cada uno de los cuartos, pero por obra del Espíritu Santo los llamaron, ¿Quién? Supongo que sus cabecillas. Nunca tendré certeza de lo que pasó ese día, pero recuerdo los gritos reviviendo constantemente en mi cabeza basta y estos son la prueba para saber que el relato de mi papá era real y saber que la muerte me rozó la nuca, que me tambaleé entre ser elegido para sobrevivir o ser un bebé con el más horrible castigo y oscuro destino que alguien podría tener.
No fui criado en un ambiente muy sano y no por problemas familiares ni nada parecido (realmente fui afortunado al ser destinado a mi familia a pesar de nuestras condiciones económicas), sino por el entorno fuera de casa, ese era el verdadero problema. El vicio presente y latente en toda la comuna, los tiroteos siendo algo tan normal como ir a comprar el pan en la mañana y las desapariciones acechando las calles. Realmente, nunca fui un niño problema a diferencia de mis compañeros, no todos en la comuna podían estudiar, muchos trabajaban, no podían transitar las empinadas cuestas, sus padres tenían miedo de que los secuestraran y algunos incluso no tenían para pagar los útiles a pesar de pertenecer a un colegio público.
(Tiempo después…)
Me fui a la cama el 15 de octubre teniendo en mente que el siguiente día sería mi cumpleaños número 7, tenía brillos en los ojos, pues aunque no me darían muchos regalos, era mi día, el día en el que todos me prestaban atención. Mis padres me mimaban muchísimo, tanto así, que hacían mi torta favorita: pastel de banano recién horneado, con una cobertura de merengue italiano. Sé que suena carísimo, pero mis padres hacían un gran esfuerzo para dármelo y solían regalarme unos zapatos nuevos que a fuerza, tenían que durar hasta mi siguiente cumpleaños, lo cual era complicado con lo hiperactivo que era, pero de todas maneras hacia el esfuerzo para lograrlo.
Esa noche, mi mamá me acostó en la cama, me arropó y me dio un chocolate caliente para no morir de frío durante la noche. Luego vino mi padre y los dos me dieron un tierno beso en la frente, cerraron la puerta y fueron a su cuarto. Yo terminé de tomar el chocolate caliente mientras pensaba en el gran día que me esperaba, dejé la taza en la mesita de noche y caí en un profundo sueño.
A las 12:45 am me despertó mi madre alarmada. Yo solo pude percibir el sonido de varias personas corriendo y una serie de tiroteos. No me extrañó no haberme despertado por los disparos, pues después de escucharlos todas las noches se vuelven casi como una canción de cuna. Me levanté rápidamente y mi mamá me llevó como pudo a su cuarto, me metió debajo de la cama para salir corriendo a cerrar todo con candado, entró a la habitación y se metió conmigo. Por su parte, mi papá cogió todas las pertenencias importantes, llaves, billetera, botiquín de primeros auxilios, agua, y unas cuantas latas de comida, lo escondió absolutamente todo al fondo del armario y cerró la puerta del cuarto con seguro, finalmente se metió debajo de la cama con nosotros, dejándome a mí en medio.
Pude ver las lágrimas de angustia caer por sus ojos, yo estaba temblando sin control, pues, aunque tuviera tan solo 7 años entendía perfectamente todo lo que estaba pasando, bueno, eso era lo que creía. Esa situación revivió muchas cosas de mi memoria del día de mi nacimiento, todo se sentía muy similar pero más intenso, más violento y con mi mamá al lado. Y pensar que justo era el día de mi cumpleaños…
Escuchamos cómo varios grupos de hombres irrumpían en las casas a unas cuantas cuadras, hasta finalmente escucharlos en la nuestra, el corazón me iba a mil, lo único que pedía era que no tocaran a mis padres, el portón principal se abrió de golpe y los pisotones se aproximaron, la manija giró y entraron a la habitación, no tardaron en encontrarnos debajo de la cama, patearon a mi papá y lo sacaron a la fuerza, luego a mi mamá, pero yo cometí un grave error y fue que me aferré a ella intentando que no se la llevaran, me pidió calmarme pero uno de los uniformados me agarró de la mano y me tiró al piso, fuera de la cama.
— ¡Pelea, vamos golpéame!— me dijo en tono amenazante.
— No— Respondí aterrado.
— ¿No? ¿Qué, muy hombre? ¡Levántate y pégame como un macho! No dejes que le hagamos nada a tu madre ¡Vamos!– gritó.
Las lágrimas empezaron a brotar por mis cachetes.
— ¡Impídeme matarla! ¡Impide que la viole! ¡Impide que la secuestre! — gritó apuntando a la cabeza de mi madre mientras le cogía el cuello
— ¡Déjala! — grité desesperado.
— Oblígame…— comenzó a subirle la camiseta mientras otro uniformado apoyaba la pistola.
— ¡Para! — grité con la voz quebrada y temblando.
—Deja hijo, quieto— dijo mi padre intentando que no provocara mi muerte
—Eso, hazle caso a tu padre, pero que sepas que tu mamita no se salvará— empezó a tocarle los senos mientras le besaba el cuello. Pude ver la cara paralizada de mi madre, y sus ojos hinchados diciéndome que no me moviera.
— Gracias por no salvar a tu mamá— dijo, y le besó todo el abdomen y bajó su pantalón, pero cuando estuvo a punto de tocarla, reaccioné.
— ¡Dije que la dejes! — rasgué mi voz y me levanté rápidamente para darle una patada en la entrepierna, luego en la cabeza y por último lancé mi puño desesperado y furioso y lo tiré al piso de un golpe en el ojo. Abracé a mi mamá aferrándome a ella, no dejaría que nadie me la quitara.
—Muy bien niño— dijo mientras se puso de pie y, a diferencia de lo que pensé, no me tocó.
— Vámonos muchachos— le ordenó a su grupo y los cuatro hombres soltaron a mis padres y salieron de la casa, dejándonos abrazados entre lágrimas.
Pero ahí no terminó, el boleo continuó hasta el 19, mi cumpleaños lo pasé escondido en el cuarto con mis padres, me cantaron el cumple susurrando y comimos un par de latas de la reserva. Mi padre curó algunas heridas que mi madre tenía en el cuello y un poco de sangre que brotaba de mi cabeza. Mi mamá también le ayudó con los moretones que le provocaron las patadas. Fue un cumpleaños de mierda, realmente estaba muy asustado. No pude dormir en todo ese rato así que parecía un zombie. Se podría decir que tuvimos suerte, no nos hicieron nada grave (dentro de lo que cabe en esa expresión) y todo lo necesario estaba en la habitación, con lo cual no tuvimos que salir ni una vez.
Por otro lado, estaba jodidamente traumado, tuve ansiedad todo el rato y siempre estaba alerta, casi ni solté a mi madre y no paraba de preguntarle si se encontraba bien. Ella solo intentaba relajarme, pero estaba con los nervios de punta y ese maldito paramilitar que solo quería asustarme… Se preguntarán por qué digo paramilitar. Bien, esto se debe a que unos años después, cuando ya pude entender la situación, descubrí que estuve en medio de la operación Orión, en el momento lógicamente no lo capté, pero al final entendí por qué habían militares defendiendo a otros hombres con uniforme distinto, como no, paramilitares y militares, el matrimonio perfecto.
(Año 2020…)
Reposaba en mi casa tras la muerte de mi padre por el Covid-19. Estaba calmado, aunque me sentía hecho trizas. Mientras tanto escuchaba a mi mamá sollozar desconsoladamente, ellos llevaban más de 20 años juntos y realmente se amaban, solían ser una pareja preciosa y unos maravillosos padres, los mejores sin duda. Pero todo eso cambió cuando la pandemia azotó al mundo, y mi papá, al verse obligado a salir a trabajar todos los días para brindarnos lo necesario, contrajo la enfermedad. Claro que mi madre y yo también, pero solo consiguió acabar con la vida de él.
Estuve todo el día en el celular, hasta que a las tantas de la tarde, unos amigos me invitaron a un botellón para levantar el ánimo. Pedí permiso a mi madre, solo me dijo que tuviera cuidado y llevara el tapabocas, salí y me despedí de ella amorosamente. Mis amigos me esperaban en la esquina de la cuadra y de ahí nos fuimos un poco más lejos, a un callejón recóndito donde solíamos hacer esta clase de planes. Procedieron a sacar la cubeta con hielos, pusieron gomitas y les agregaron Smirnoff, encendieron la música y empezaron a servir los vasos. Hablamos, bailamos, reímos, tomamos y la verdad eso me levantó mucho el ánimo, hasta que…
Uno de nosotros cayó al suelo, se desplomó como en cámara lenta luego del estruendo, dejándonos a todos aterrados y aturdidos. Nunca olvidaré los gritos de mis amigos mientras éramos acribillados, yo me hice el muerto y me tiré detrás de una de las sillas. Pero cuando creí que me había salvado, uno de mis amigos empezó a pedir clemencia después de ser descubierto vivo, me quedé helado al descubrir que era mi mejor amigo, estaban a punto de matarlo cuando reaccioné como aquel día en la operación Orión, me abalancé encima de uno de los agresores sin importarme absolutamente nada más que la vida de Julián, al fin y al cabo él era como mi hermano, no lo dejaría morir, pero de repente sentí como una bala atravesó mi nuca, caí al suelo lentamente sin poder gritar del terrible dolor, escuché el grito desgarrador de Julián y pude ver las lágrimas de desesperación que caían por sus ojos, luego mi cabeza rebotó en el piso y todo se oscureció.
Enseguida vi mi cuerpo en el piso sangrando, pero me alegré al ver que dejaron a Juli en paz, sus aterradores gritos mientras se aferraba a mi cuerpo sin vida lograron frenar las sanguinarias intenciones de los asesinos. Él se tiró abrazando mi cadáver y empezó a pedir ayuda a gritos aun sabiendo que no quedaba nadie vivo. Una vez partieron los desalmados, no tardaron en llegar los vecinos, que ante esa aterradora escena llamaron a los servicios de emergencias y a nuestros familiares. Mi madre llegó y cayó al suelo gritando desconsoladamente, agarró mi inerte cuerpo y lo abrazó con todas sus fuerzas pidiendo a Dios, en vano, que me regresara.
Todo el resto pasó muy rápido, mi madre y mejor amigo fueron invitados a las noticias, y solo lograron decir algunas cosas maravillosas de mí en medio de su tartamudeo mientras sollozaban con los ojos rojos y empapados. Aunque Julián ayudo a mi mamita a mantener la compostura, ambos quebraron en llanto.
Lo siguiente que se supo fue la declaración del presidente frente a las incontables masacres sucedidas en lo que iba del año. “Muchas personas han dicho: Volvieron las masacres. Primero hablemos del nombre preciso, homicidios colectivos, y tristemente hay que aceptarlo como país, no es que volvieron, es que no se han ido tristemente estos hechos”
Ahora yo le pregunto querido presidente, desde el punto de vista de un fantasma producto de sus supuestos “homicidios colectivos”, ¿realmente le duele el país o simplemente no quiere dar la cara por lo sucedido en su mandato? Porque hay dos opciones, o que usted no sepa la diferencia entre los dos términos o que esté intentando minimizar la situación, y la verdad, yo diría que es el segundo. Eso de que “Hay que aceptarlo como país” es el problema, ya que usted lo puede aceptar porque nunca le tocará nada de esto y nunca entenderá el dolor de perder a un hijo en una masacre. Aunque yo tampoco, porque precisamente me mataron antes de siquiera tener uno, así que dígame quién cuidara de mi mami, quién le dará la justicia que pide por mi asesinato, quién la consolará por la muerte de mi padre si solo me tenía a mí y ahora también tiene que lamentarse por la mía. Le quedó grande el cargo, no supo manejar la situación y por esto culpa únicamente al narcotráfico cuando podemos asegurar que hay otras razones. Lo que más rabia me da, es el hecho de que mi mamá confesara tener sed de justicia y ustedes decidieron en el gobierno que en vez de intentar cumplir con su petición, le darían una compensación económica, demostrando que la indiferencia por el pueblo está impresa en unos cuantos pesos. Ella no quiere eso, el dinero no devuelve a la vida a nadie y créame que tan o más heridos que todas estas madres, estamos nosotros, que nos callaron y lo único que podemos hacer es sufrir al no poder decirles algo que les sirva de consuelo, que no se preocupen, que sean fuertes y sigan con sus vidas. Ahora me doy cuenta lo rata que es la sociedad, pues aunque me gustaría culpar únicamente al gobierno es culpa de todos, de los guerrilleros que no les importa nada para lograr su cometido, de los políticos deshonestos y contraterroristas que solo sirven para robar y hacer tratos bajo la mesa, incluso del pueblo indolente y sin memoria, que aún con todo esto vuelve a escoger a los mismos inútiles, y no señor presidente, no es algo que tengamos que aceptar, es algo que usted como mandatario debe cesar, soltarse los hilos y hacer su trabajo, eso no me revivirá, pero si le dará tranquilidad a la conciencia de mi mamá y salvará a muchas familias inocentes.
Por fin entiendo porque mi madre lloraba el día que nací, no era de felicidad por mi llegada, si no de desconsuelo al saber el mundo que me esperaba…
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