Lucio contaminaba todo, esa anormalidad y paupérrima sociabilidad hacía que su compañía fuera de singular desagrado. Era fácil aborrecer sus preguntas, su discurso incoherente y su expresión perpetua. Ni risas, ni llanto, solo ese ceño fruncido y su mirada arrogante. Pero nada era más difícil de soportar que su macabro muñeco. Pues ya hacía algunos meses había grapado unos trapos. Se trataba de una birria que había moldeado con dos protuberancias puntiagudas y dos botones en medio de estas, de distinto tamaño y color, que hacían el papel de ojos. A esa obra desproporcionada la consideró su muñeco, su espantoso “conejo negro” lo llamaba él.
Más allá de su apariencia, ese muñeco era insoportable, pues era a quien Lucio delegaba la tarea de escuchar y responder preguntas de real importancia. Él podía hablarme de lo que recordaba haber soñado, de lo que comía, de sus quehaceres y de todo tipo de banalidades. Pero en cuanto le preguntaba por sus padres o por los hematomas en su cuello y sus brazos, agarraba su desastroso conejo negro y asegurándose de que hubiera contacto visual entre el conejo y yo, le decía que atendiera mis preguntas y que me tratara con todo respeto.
Frente a preguntas y situaciones incómodas siempre atravesaba a su conejo, lo trataba como mensajero para dialogar con el mundo exterior, antagónico al suyo propio. Luego de seis sesiones con Lucio, me sentía decepcionado de mí y completamente inútil para afrontar su autismo, sus emociones y experiencias no salían de su mundo privado y permanecían atrapadas en el sello hermético de su discurso farragoso.
Dos meses y él continuaba siendo el más enigmático y desesperante que jamás había conocido. Incluso era difícil afirmar quién era el terapeuta, pues a ese punto él sabía mucho más de mí que yo de él. Mi inconformidad llegó a tope y en un intento repentino y desesperado por lograr algo, decidí arriesgarlo todo. Agarré su maldito conejo y lo sujeté de lo que aparentemente era su cuello y mientras estrellaba sus ojos desiguales y perturbadores contra la esquina de la mesa y lo apretaba y me enfurecía y arremetía con auténtica violencia contra el conejo en busca de respuestas, le gritaba: ¡O me empiezas a responder en serio o te degollaré bajo la mirada de tu preciado Lucio! El resultado fue sorprendente, no solo el conejo habló, sino que derramó una lágrima y por fin su expresión cambió.
Bastaba con torturar a su muñeco para que Lucio dejara de usarlo como medio evasor, ahora canalizaba sus vivencias y recuerdos a través del conejo negro, era un emisario elocuente, emotivo, honesto y muy revelador. Pronto descubrí las atrocidades que ocurrían fuera del mundo propio de Lucio, las huellas del maltrato eran muy profundas y solo habían logrado cimentar una barrera aún mayor entre Lucio y el mundo exterior.
Sus relatos tenían una recepción visceral en mí, despertaban mi rabia y tristeza y no tardé en tomar cartas en el asunto. Nunca supe ni necesité saber qué ocurrió con sus padres y fue gratificante ver que tan solo medio año después, Lucio sería parte de una familia maravillosa dispuesta a acogerlo y apoyarlo. El día que partía a su nuevo hogar me quedé observándolo mientras sus nuevos padres acababan de oficializar el proceso de adopción. Ahora me cautivaba ver a ese tierno niño, aferrado a su conejo negro, enclaustrado en un mundo privado capaz de aislar hasta lo más traumático, mis ganas de llorar resultaron imparables cuando desvió su mirada a la ventana y con el brillo del sol reflejado en sus ojos empezó a sonreír, era la primera vez que lo veía hacerlo y también la primera que logré verle la forma de conejo a su pelele de muñeco.
Un muñeco hecho de trapos blancos, grises y azules, negro era solo su color metafórico. Hasta hoy no deja de sorprenderme todo lo que esconde ese mundo interior, no puedo evitar la impresión de que ahí dentro todo es mucho más ordenado y armónico que aquí afuera en este mundo compartido y siempre caótico. Pues ya lo ves, sonriendo al rayo de sol como ya muy pocos hoy en día se atreven a hacerlo.
¿Cómo referenciar?
L. Fritz. “El conejo negro” Revista Horizonte Independiente (columna literaria). Ed. Nicolás Orozco M., 3 jun. 2020. Web. FECHA DE ACCESO
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