A la raíz de la crisis ambiental actual se encuentra una manera de pensar el mundo, una lógica que da primacía a la distinción, la separación, lo individual. No hay esperanza de solucionar la crisis ambiental sin revisar profundamente esa manera de pensar. ¿Pero cómo conciliar el equilibrio de los ecosistemas con el progreso tecnocientífico?, ¿cómo afianzar una sólida conciencia ecológica sin perder de vista nuestra identidad como humanos? Hay pistas para estas preguntas en uno de muchos lugares de encuentro entre el budismo y el pensamiento chino: la escuela Huayen.
Se dice que la subjetividad moderna ha sido un gran logro de la humanidad. El énfasis moderno en el carácter único e irrepetible de cada sujeto humano ha permitido formular muy claramente las libertades civiles y los derechos humanos. Le ha dado enorme sustento e impulso a la idea de que la dignidad y el valor de alguien no radica en títulos o privilegios, sino en su carácter humano mismo. Aunque estos asuntos son objeto de mucha discusión filosófica, no cabe duda del impacto positivo del modelo moderno de subjetividad. Pero no podemos pasar por alto que también ha traído mayúsculos problemas.
Para proclamarse como único e irrepetible, el sujeto moderno se separa del resto de la realidad, se define en contraposición a ella. A la escala de la humanidad, esto significa que el género humano se entiende a sí mismo como separado de las demás cosas: los ríos, las montañas, los árboles, las aves, los bichos, los peces. Todo aquello que sobre la corteza terrestre cae por fuera del ámbito humano es puesto en un cajón denominado “naturaleza” (tal tendencia ya se hallaba en las religiones abrahámicas, se puede alegar, pero sin duda la modernidad la profundiza). Así, el mundo humano y el mundo de la naturaleza se entienden prácticamente como antípodas. Esta manera de pensar ha permitido entonces tratar los animales, plantas y ecosistemas como recursos para nuestra actividad. Cuando llega la industrialización, el ser humano ve su propio progreso tecnológico como una batalla contra la naturaleza y sus leyes, esencialmente hostiles a él. La humanidad afianza su visión de la “naturaleza” como un otro al cual debe dominar. Hoy es palmariamente claro que esta manera de pensar nos ha conducido a la actual crisis ecológica.
Por supuesto que no queremos quedarnos en diagnosticar el problema, ya bastante diagnosticado. Queremos soluciones. Sin duda es importante tratar de hacer algo: reciclar más, contaminar menos, disminuir desechos, reutilizar recursos: estas y muchas otras estrategias son útiles y necesarias. Sin embargo, hagamos lo que hagamos, no habrá forma de superar la gran prueba ecológica que pasa la humanidad si no transformamos la manera de pensar que subyace al problema, es decir, si no dejamos de entendernos como separados del resto de la tierra. No hay, pues, manera de esquivar una profunda transformación de la subjetividad moderna. Es esta la que alimenta nuestro ánimo consumista y pone siempre palos en la rueda de nuestros intentos por ver la tierra no meramente como fuente de recursos.
¿Pero acaso podríamos hablar de transformar el sujeto moderno y dejar atrás, a su vez, tan importante sustento para las libertades civiles, los derechos humanos y la dignidad del individuo? Concuerdo en que no se trata de perder todos esos avances. Aun así, los problemas del modelo moderno de subjetividad son tan reales como sus fortalezas. No podemos dejarlo como está. Y no tenemos que dejarlo como está. Creo que es posible encontrar insumos para la superación de la subjetividad moderna en el budismo de la China clásica, concretamente en una de sus escuelas más originales: la Huayen. Los maestros y pensadores de esta escuela desarrollan una cosmovisión basada desde el principio en la interrelación, pero al tiempo encuentran por esa misma vía la manera de no disolver la individualidad. En ese sentido, no es osado afirmar que el pensamiento Huayen da soporte tanto a la conciencia ecológica como a la subjetividad humana. Veamos cómo.
Imaginemos una gran red de pescar, que se extiende ilimitadamente. Podemos quedarnos observando un nodo de la red y pensarlo como una cosa particular, inclusive podemos pensarlo como algo diferenciable del conjunto. Sin embargo, no podemos tomar ese nodo sin tomar toda la red, a pesar de que esta no nos cabe en la palma de la mano. Si en un intento de tomarlo aisladamente lo cortamos de la red, acabamos destruyéndolo. Así, captamos que el nodo no puede existir sin la red, pero no es a pesar de la red sino gracias a ella que el nodo puede ser el particular individuo que es. De modo análogo podemos pensar la realidad y nuestro lugar en ella. No es en contraposición al mundo exterior que soy quien soy, sino gracias a él. La naturaleza no es esencialmente hostil a mi existencia como ser humano individual: es ella la raíz de mi ser único e irrepetible.
La imagen aquí expuesta es de origen indio y es tradicionalmente denominada “red de Indra” (aquí la he modificado un poco para mayor claridad). El budismo indio la emplea para vehicular toda una manera de pensar la realidad en términos de interrelación. Lo propiamente original de la escuela Huayen es que la interpreta y articula en términos de una categoría filosófica de raíz daoísta (taoísta): las cosas/fenómenos existentes (shi 事) y el principio/ley (li 理) que gobierna su surgimiento. En línea tanto con el budismo como con el daoísmo, el Huayen piensa la relación entre principio y cosas en términos no duales: la ley que gobierna las cosas y las cosas mismas no son lo mismo, pero tampoco son enteramente diferentes. Es como el reflejo de la luna en un estanque: la luz de la luna penetra el agua del estanque sin herirla, y a su vez el pequeño estanque es capaz de contener e irradiar la luz de la gran luna. Así, la ley permea todas las cosas pero no por ello las obstruye sino, al contrario, es por ello mismo que les da su ser; y cada pequeña cosa, hasta la más minúscula partícula de polvo, refleja ella misma la gran ley universal. Visto desde la perspectiva de las cosas mismas, cada cosa particular ayuda a sostener a las demás y al tiempo es sostenida por todas ellas. Esto es lo que en el pensamiento Huayen se denomina la no interferencia (o no obstrucción) entre ley y cosas, y la no interferencia entre cosa y cosa.
Esta es claramente una manera ecológica de pensar. Dentro de la gran “red” de la naturaleza, cada uno de nosotros no es más que un nodo, pero resultaría insensato pensar que por ello la naturaleza nos es esencialmente hostil. Al contrario: la naturaleza entera nos sostiene. Si nos aislamos de ella, no podemos sino desintegrarnos. Desde un punto de vista budista, una profunda conciencia vivida (no solo pensada) de esta radical interconexión no puede sino despertar en nosotros un radical ánimo de solidaridad y cooperación con todas las existencias: todos los seres estamos indesligablemente imbricados, así que todos estamos del mismo lado. Este ánimo ecológico nos impide pensar los animales, plantas y ecosistemas como meros recursos: cada planta; cada bicho; cada criatura del aire, la tierra o el mar; incluso cada valle, montaña o río tienen tanto como nosotros un carácter único e irrepetible, y también una dignidad inalienable. Evidentemente debemos tomar recursos del medio para sostenernos, pero al tiempo debemos cuidarlo. Nos debemos al medio no solo porque nos conviene, sino porque él y nosotros no somos enteramente diferentes, aunque no seamos enteramente lo mismo.
Esta conciencia ecológica no puede sino emerger de una manera interrelacional de entender la realidad, tal como la del budismo Huayen. Cómo desarrollar esta conciencia, no obstante, es un asunto que naturalmente no puedo acabar de explicar en ninguna cantidad de palabras. Requiere acción. Al menos tiene sentido apuntar algo al respecto aquí: un pensamiento interrelacional impulsa y fortalece todos nuestros esfuerzos ecológicos —reciclar más, contaminar menos, disminuir desechos, reutilizar recursos—, y a su vez estos esfuerzos ecológicos impulsan y fortalecen una manera interrelacional de pensar. Los dos factores entran en un círculo virtuoso. No es el punto preguntarse qué precede a qué. Y reconocerlo profundamente es, ello mismo, estar a tono con el pensar interrelacional y la acción ecológica.
¿Cómo referenciar?
Barbosa Cepeda, Carlos. “Ecología, budismo y filosofía” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Nicolás Orozco M., 07 feb. 2021. Web. FECHA DE ACCESO.
Todas las marcas, los artículos y publicaciones son propiedad de la compañía respectiva o de Revista Horizonte Independiente y de HORIZONTE INDEPENDIENTE SAS
Se prohíbe la reproducción total o parcial de cualquiera de los contenidos que aquí aparecen, así como su traducción a cualquier idioma sin autorización escrita por su titular.