Hace un tiempo leí un ensayo pequeño sobre el ocio y la expropiación individual. Debo admitir que me sentí atraída por este título porque el ocio más que un derecho es una cárcel cuando excede lo necesario. Me explico, el ocio más que un tiempo para dedicar a sí mismo trae consigo batallas mentales propias ‒como esos días en que uno se encuentra frente al plano desnudo de uno mismo, y con la inmensidad del tiempo cuando no se ocupa el cuerpo en nada más‒; yo siento el ocio como esa sensación de que las paredes son ese tú mismo que no has querido enfrentar, conocer o profundizar, no solo las paredes, también el suelo, el techo, las canciones, los olores, las sensaciones… en fin; creí que ese escrito de Sereno di Giovanni estaría orientado de ese modo, hacia la posibilidad de en ese tiempo de ocio, separarse de uno mismo, salirse por un momento de sí y verse desde otro ángulo a ver si en alguna cosa se puede encajar o si se puede descifrar un poco de esa masa pegajosa de carne y tripas que tiene un sentir que lo hace diferente a las otras masas.
Pero no, el apartado que leí trataba más bien del derecho al ocio como un escape del trabajo y una expropiación individual, como ese derecho sobre sí mismo a decidir qué hacer con los tiempos y espacios propios, cosa que por un sueldo y por un salario que la mayoría no tenemos. Así que para no desmeritar el artículo escrito por Di Giovanni en 1933, ni perder el hilo que quiero seguir, haré primero un resumen del texto en cuestión y después daré mis ideas sobre lo que quiero entender de estos conceptos.
Sereno di Giovanni es un anarquista y su texto está cargado de emoción, de fuerza, de rebeldía y de pasión por la libertad; y un profundo rechazo al trabajo, ya que para este grupo –los anarquistas‒ (y tal vez el resto de los asalariados también) una obligación es la bifurcación entre odiarlo por tener que cumplirlo para vivir y odiarlo cuando no hay porque se le necesita para vivir. Esto último me parece curioso, puesto que si bien es cierto que hay días, momentos, instantes en que el trabajo resulta agotador e incluso insoportable y se anhela más que nunca el ocio, como ese tiempo para no hacer nada, para no levantarse temprano o para no preocuparse y estar consigo mismo y nada más, pienso que en mi caso particular, cuando tengo demasiado tiempo sin una actividad que realizar, detesto el ocio, detesto lo lento que se pasa el tiempo, detesto la falta de actividades, la falta de afán y entonces quiero volver a la rutina, porque en ella no hay espacio para profundizar pensamientos intrusivos o auto saboteadores.
Si la rutina, como dice di Giovanni, se trata del trabajo y de cumplir funciones mecánicamente, entones el ocio es el espacio que nos queda para dedicar a las actividades intelectuales o ideales, para gustar de la vida, para contemplar las alegrías y los placeres (4); es un espacio donde se deja de ser un operario o un trabajador y se es un ser humano que vive y disfrutar de ello, fuera de la rutina que implica el trabajo, cumplir una tarea tras otra y seguir instrucciones. Esta sería una manera de entender el ocio a la par que somos partidarios de las ideas de Di Giovanni.
Ahora bien, tal vez la rutina no tiene que ser solo el trabajo, el afán y las mil cosas que hacer para las que el día parece que no alcanza. Puede que sea también levantarse a una hora y preparar café o té o algún jugo verde para bajar de peso, luego hacer una serie de ejercicios o yoga o salir a caminar o a trotar, sacar al perro, limpiar, leer, escribir, en fin, pero son cosas que ya nos hemos programado a hacer independientemente de que sea o cuales sean los pasos hasta volver a la cama.
La cosa es que, con tantas cosas a la vez ¿hay tiempo para echar un vistazo a ver si las cosas están bien por dentro de la misma manera que se ven por fuera? Probablemente son instantes cortos e implícitamente uno se responde: “pues sí, me siento al menos satisfecho con cumplir con ciertas cosas mínimas en el día”, pero, si tienes insomnio como yo, o sobre piensas las cosas un montón como la mayoría de los jóvenes de hoy en día, seguro tienes diálogos más largos, como “hice esto, pero pude haber hecho tal otra cosa”, o sentirse insuficiente, con bajo desempeño o mediocre.
Esta sería la manera de entender el ocio, una debilidad para la mente cuando el cuerpo está en completo reposo y, entonces, no hay espacio para enjuiciar lo que se está haciendo porque nada se está llevando a cabo. No queda más opción que dejar que la mente se analice, se juzgue e intente corregirse o reprocharse.
Claro está que, en ese auto-examen, no todo debería ser o concluir en una percepción negativa o pesimista de nosotros mismos: puede pasar también que en esos momentos de dudas y cuestionamientos hacia uno mismo, se separe la mente como operario de esa máquina que es el cuerpo y verla lo que se ha conseguido de esa cooperación; si pudiera uno dejar de pertenecerse solo un instante para percibirse como alguien ajeno ¿no tendría más valor todo lo que somos y lo que hacemos? Pienso yo que sí, la razón es muy sencilla: todo el tiempo estamos comparándonos con colegas, con familiares, con conocidos, incluso con personajes históricos y nos comparamos porque los vemos con admiración, o como ejemplo, o incluso con un toque de envidia; si entonces pudiéramos dejar de ser ese ser por un momento y vernos como vemos a otros, seguro tendría más valor porque se ha convertido en el otro, en otro dentro de nuestra sociedad, y entonces ya no somos espectador y percibido en una sola persona, sino solo lo percibido, siendo imparciales porque no conocemos el proceso.
La rutina no nos da espacio para tener juicios de valor con nosotros mismos y supongo que en cierta medida es ideal, porque las rutinas deben llevar implícitas una meta a la cual se quiere llegar y que se llegará eventualmente si se sigue al paso la rutina; por ejemplo, para mejorar la condición física está el ejercicio y los planes alimenticios, que son rutinas, o para aprender más cosas está el colegio, la universidad… rutinas; y estas últimas, por ejemplo, no tienen como meta llegar a un trabajo que será otra rutina, y que posiblemente, como dice Severino, nos reduzca a un operario o una ficha para que alguien más esté tranquilo. Pienso yo que las rutinas tienen como meta que en algún momento sea agradable, sea cómoda, sea no sufrida sino aprovechada, ideal según cada caso particular, según lo que cada uno quiera. Entonces ¿qué haría el exceso de dudas y de juicios que acompañan el ocio, en estas rutinas? pues, pienso que las entorpecería o le restaría seguridad al individuo para llevarlas a cabo.
Claro que, cabe otra posibilidad y es que el ocio no venga acompañado de esa lucidez de la razón, cosa que no me parece haber experimentado, sería muy curioso que de alguna manera el tener tanto tiempo libre, se deje cerrado el grifo de los pensamientos y con ello de todo ese auto sabotaje o cuestionamientos o juicios, de todo ese autoexamen innecesariamente largo. De igual manera, no creo que eso se consiga alguna vez, silenciar la mente o cerrar la puerta a los pensamientos que ni siquiera sabemos de dónde han venido.
Ya para finalizar, una última cosa en la cual pueden examinarse dos puntos ¿la felicidad se consigue en el ocio como lo dice Severino di Giovanni? Bueno, supongo que, si tomamos su definición de ocio, sí, porque nos permite un grado de libertad que la rutina del trabajo no nos da; ahora bien, si tomamos las ideas que he dado yo sobre el ocio, pues supongo que en alguna medida también, porque en ese juego mental de introspección y autoexamen, estamos siendo nuestros de verdad y a la vez ajenos de nosotros mismos. De cualquier manera, no viene nada mal un poco de ocio, ya veremos cada uno que hacer con él.
¿Cómo referenciar?
Martin’s, Amarilla. “Dicotomía del ocio” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Nicolás Orozco M., 26 abr. 2023. Web. FECHA DE ACCESO.
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