Mis manos, atrevidas y beligerantes. Tus manos, delgadas y tersas. Esas manos, tiernas y cariñosas fueron. Aquellas manos que en medio nuestro estuvieron, cuánto sufrimiento nos dejaron. Pero el sufrir es necesario cuando se trata de vivir para experimentar con vehemencia.
Esas manos no nos entorpecieron, antes bien, nos tocaron y estrechándolas, a la par se apretaban nuestros lazos. Pero yo no puedo vivir sin mí. Y como si fuera una necesidad, apreté las manos que te pertenecían y las reclamé para mí. Con esas manos besé, con aquellas manos toqué en la cúspide la piel de los perales y el fruto del manzano. ¿Por qué no sueltas esas manos? No deberías tocarlas porque me haces daño a mí.
Yo te encontré cuando aún venias lejos y te escuché con atención porque me recordabas un amorío viejo. No aguanté y pregunté de dónde venias. De la tierra del fuego y el aceite, del pedazo duro que duele. Pero no lo comprobé hasta que te vi tomando aquellas manos.
Tú no sabes cuántas noches me quitaste. Ocupé tu lugar en el cuarto vacío, sueños vacíos solo pueden decepcionar. Me embargó tu presencia. No dormí en noches enteras por envidiar esas manos que tocabas, tiernas y delgadas. Algunas veces mi sueño se confundía con los ruidos del deseo, aquellas manos abrían mi puerta y tocaban el laúd. Entonces, yo las besaba y se unían en implosión discreta.
Ahora no quieres tocar mis manos. Obsta que no puedas volver a nacer para tocarlas. Ellas en la oscuridad te buscaron mientras tú las rechazabas. No confundas descubrir con encontrar, no líes con amor el desear. Siempre es necesario estar preparado para la verdad. En una habitación detrás de tu sonrisa, se mezclaban el anhelo y las caricias. Aquellas manos, las mías y las tuyas, y las de ella.
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